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Los maestros opinan

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Reflexión sobre la puesta en práctica

La puesta en escena de nuestra propuesta en el Colegio Clara Campoamor nos ha llevado a una serie de impresiones que te describimos más abajo; en ellas hemos querido reseñar también algunas facetas que no nos han funcionado del todo bien, para que reflexionemos en común sobre ellas:

De todo lo vivido en el aula nos interesa el recorrido, el camino propuesto; más que los resultados por sí solos. Esto nos acerca a una cuestión que nos parece fundamental: rescatar la idea de expresión artística como deleite y disfrute en el aula, como medio de aprendizaje de otras disciplinas; mejor aún, como posibilidad de evolución en las habilidades sociales.

Hemos buscado, fundamentalmente, que los alumnos sean autónomos y que desarrollen un espíritu crítico; hemos hallado muchos de los logros que perseguíamos.

Lo que hemos ofrecido es un aprendizaje basado en el descubrimiento personal, practicando las habilidades por separado e individualmente, dotándoles poco a poco de una unidad común, de un todo del que forman parte.

Se trata de un trabajo con el grupo, en el que se intenta respetar la individualidad del niño, sin que deje de formar parte de un todo; para que nos ayude a descubrir sus  capacidades más profundas. El juego dramático permite al niño, al adulto, tomar conciencia de sí mismo, de sus habilidades.

La sesión dio comienzo con unas características propias: los niños llegaron al aula en un día de grandes celebraciones en su colegio, los talleres inundaban las aulas, el patio, los pasillos… el nerviosismo era la nota más característica entre ellos. El aula se llenó de gritos, de inquietud… las músicas consiguieron reconducir las energías; le fuimos dando importancia al cuerpo, a la expresión corporal, siguiendo los ritmos de las músicas ofrecidas. La música, el ritmo, hacen que afloren las dificultades de los niños al sentirse observados. Poco a poco los juegos de desinhibición  nos ayudaron a romper los misterios que paralizan el comportamiento. Propusimos ejercicios en grupo, respetando ante todo la individualidad de cada uno. Aunque aquí sí deberíamos reflexionar sobre nuestra actuación, a veces excesivamente notoria, demasiado preocupada en que no decayese la sesión y en esa preocupación se distorsiona la capacidad de observación reflexiva. En ocasiones estábamos más pendientes del buen funcionamiento que de la observación individual, olvidando el crecimiento pausado.

Los ejercicios de voz, de imitación, de eco… ofrecen al que participa una manera de ocupar el espacio: tanto el sonoro a través de gritos, susurros, voces falseadas… como el físico del aula: nuestro cuerpo tiene que llenar el espacio de trabajo, para hacerlo suyo, para así transformarlo en nuevo laberinto donde dar rienda suelta a las pasiones de los personajes que queremos encarnar.

A través del juego dramático, el niño se reencarna en el cuerpo del actor y quiere, como éste, comenzar a despertarlo, dotarlo de vida, con una savia nueva que no le pertenece pero es suya, fruto original de su esencia misma.

El maestro, el animador, es tan sólo hilo conductor de diferentes pruebas que pondrán al niño en el camino que le ayude a construir otros mundos.

El cuerpo da paso a la voz y la voz al gesto…, y el niño se individualiza dentro del grupo y empieza a crear un lenguaje propio, el de su personaje, le dota de movimientos y actitudes propias y le pone a convivir con los otros; para ello, se interrelacionan en un ejercicio de improvisación en el que el niño conoce ya todas sus claves (voz, movimiento, sonido, cuerpo y texto) y las pone al servicio del personaje elegido dentro de una trama inventada. Aquí se obtuvieron resultados magníficos: para lograr un distanciamiento necesario se vistieron con otras ropas, se apoyaron en objetos que no les pertenecían y adquirieron lenguajes propios  de sus personajes. Los resultados consiguieron una creatividad desbordada. No obstante, quizá no conjugamos bien los tiempos; hubiera sido preciso contar con más tiempo de preparación, en un mayor silencio y fuera del espacio de la propia representación. Aún así, nacieron historias dignas de se rescatadas y reflexionadas.

En un taller de juego dramático nos parecía vital trabajar la lectura y la oralidad. Por eso, los niños han de trabajar textos en voz alta, leídos con consignas diferentes, que hacen que el mismo texto adquiera dimensiones distintas. Este es uno de los ejercicios que mejores resultados nos ha brindado. No sólo con la lectura en voz alta, también a la hora de interiorizar los contenidos. La forma no dificulta el entendimiento; por el contrario, tiende lazos imaginativos entre ellos. Así, conseguimos que el niño se distanciara de lo que leía, lo dotase de una objetividad pura.

Cada bloque de propuestas debe albergar un tiempo para la reflexión común y en voz alta; lo que nos permite también trabajar destrezas relacionadas con habilidades sociales: explicarnos en voz alta, defender con reflexión nuestros pareceres…; es todo un reto motivado por el profesor.

La oralidad tiene que desembocar de manera natural en la escritura. Podemos partir de ejercicios de creación escrita sencillos (mensaje en una botella, por ejemplo) que desinhiban, que suelten la imaginación, para acabar dando forma a un texto de creación, en un principio colectiva, que nos permita enfrentarnos con la redacción escrita y con la creación literaria.

Creo, en suma, que la experiencia ha sido fructífera, ha permitido una nueva forma de relación entre los chicos, una búsqueda continua de comunicación y hemos logrado que el deleite esté presente en una propuesta de trabajo basada en el juego dramático.

 


 

Reflexión sobre la apuesta teórica

Si tomamos al educador como un despertador, un testigo, un liberador, podemos fundamentar nuestro trabajo en la relevancia que la enseñanza del teatro tendrá en todo este proceso. Podemos tomar el teatro como un testigo fidedigno del momento actual, un liberador de nuestros instintos, de nuestras pasiones, de la riqueza dramática que todo individuo posee; al mismo tiempo, como un liberador de las inhibiciones que nos paralizan; y un despertador de una nueva mirada que nos enriquece en sí misma y nos mueve a imbuirnos en nuevas experiencia culturales.

De ahí que empecemos el trabajo con el cuerpo: simularemos una danza; si utilizamos esa danza y el grito hechos ya palabra, le añadimos el juego dramático y lo introducimos todo ello en nuestras clases, obtendremos la esencia teatral en el aula y nos podremos servir de ella para alcanzar algunos de los objetivos fundamentales que nos presenta la pedagogía más pura.

En la representación teatral y en su proceso, desde el origen de los tiempos, todo lo que nos encontramos es lenguaje y comunicación; su manifestación la encontramos en la voz, en el gesto, en el mimo, en la pausa, en los silencios, en la oscuridad del espacio escén ico. Entrelazados todos estos recursos para crear la expresión dramática. Todo ello nos permite trabajar en el aula los diferentes lenguajes: visual, fónico, contextual y  conceptual.

Tenemos que examinar hasta qué punto el artista y el pedagogo han actuado de una forma muy semejante, cómo utilizar un acto creador con fines educativos; conseguiremos así que un mensaje sea vivido de una manera más global y enriquecida; nos expresamos oralmente y corporalmente y esto nos ofrece una variedad ingente de recursos  a la hora de expresarnos en público.

En los orígenes, la enseñanza fue considerada como un arte, ahora es ya una ciencia; pero si le devolvemos su esencia y la enriquecemos hallaremos el logro: por un lado es ciencia porque es un recurso aprovechable para enseñar otras áreas del currículum de una manera más distendida; entre ellas, la literatura, pero una literatura más viva: la lengua en su uso más expresivo tanto de forma, como de contenido.

El teatro nos sirve también como recurso en las clases con alumnos con diferentes capacidades: el juego dramático brinda la oportunidad de integrar jugando. Lo mismo sucede con los alumnos de otras culturas: la teatralidad nos ofrece la posibilidad de transitar de la expresión corporal, al grito, a la coreografía, relegando el uso de la palabra a un estado más avanzado de creación, permitiendo así que alumnos con niveles idiomáticos bajos consigan integrarse en el grupo. Es importante que separemos todo esto de la enseñanza del teatro como un arte; el teatro nos ofrece resultados que no son científicos, pero ponen en relación diferentes ámbitos de la vida: voz, cuerpo, decorados, vestuario, luz, maquillaje, sonido, efectos especiales… nos ayudan a descubrir el potencial humano de nuestros alumnos. Todo ello conlleva un desarrollo de la sensibilidad y de la percepción artística sin alejarnos por ello del valor conceptual. Lo cual se traduce en la necesidad de estudiar la manera de enseñar teatro, convertido en una herramienta que nos distancia de los modelos tradicionales y nos supone una aproximación a la pedagogía y didáctica más renovadoras.

El teatro desinhibe, abre las puertas a la imaginación, nos nutre de sensaciones, nos llena de riqueza textual; con ello, amplía nuestro vocabulario, abre los sentidos a las percepciones más recónditas del alma humana…, y todo ello sin apenas esfuerzo, desde el recurso excepcional que ofrece el juego, el mismo juego que de manera innata pertenece a los niños, el mismo que practican las tribus ancestrales para organizarse en la caza, el mismo que hace que el teatro salga a las calles y las inunde de representaciones teatrales.

Cuando el juego convive con la educación y se dan la mano en un espacio común, descubrimos uno de los recursos más enriquecedores que nos brinda la enseñanza dentro y fuera del aula, rompiendo no sólo los muros del aula, sino también los de la propia imaginación.

Ana Llorente

 

 

 

 

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