PROTAGONISTAS
UN AMPLIO ELENCO BAJO UN RÍGIDO ESCALAFÓN
Una de tales exigencias será sin duda homenajear a destacados autores afectos al régimen de Franco, bien en su condición de caídos o víctimas, bien de colaboradores activos o simpatizantes del bando nacional: de ello dan cuenta actos y funciones de homenaje, o elogiosos artículos de prensa dedicados al asesinado Muñoz Seca, a los hermanos Álvarez Quintero, especialmente a Serafín, desparecido durante la Guerra, a Pilar Millán Astray, cautiva durante muchos meses y proclamada por algunos como “símbolo del nuevo régimen”, a Eduardo Marquina, recibido al fin en la Academia de la Lengua... Ambiente de fidelidad al nuevo régimen por el que transita también Agustín de Foxá, a cuya representación de su Cui-Ping-Sing en Vitoria asiste el Ministro de Educación Nacional, al igual que otros jóvenes, y no tan jóvenes, autores falangistas que buscan un lugar acomodado en el nuevo panorama escénico, aunque, en la mayoría de los casos, fracasaran en el intento: Luis Teijeiro, Joaquín Pérez Madrigal, José Vicente Puente…, e incluso el propio Director del Departamento Nacional de Teatro, Román Escohotado, autor de La respetable primavera, que, sin merecer los honores del estreno, sí fue objeto de lectura en el Teatro Cómico.
Del resto, no puede olvidarse a los prolíficos autores del teatro cómico del momento: como muestra, pueden valer los nombres de Adolfo Torrado, de quien se encumbra su fertilidad creativa (“¡trabaja más que un gallego!”, apunta un gacetillero), Antonio Paso, de quien por parecidas razones se bromea en prensa (“Palabra de honor de que hoy no se estrena en los teatros ninguna obra del señor Paso”, se apunta en una sección de varios) o el propio Antonio Quintero, especialista de gran éxito en la plasmación de ambientes y costumbres andaluzas.
Con otra orientación bien distinta, el humor de Jardiel Poncela o de Mihura daban lugar a la controversia entre los críticos; de Jardiel, se observan con mucha frecuencia criterios confrontados (del buen y el mal Jardiel llega a hablar el crítico de Arriba) que discurren desde la acusación de autoplagio (fundada en su permanente manía de cambiar los títulos de sus obras) a la excesiva inverosimilitud de su humor, eficaz a pesar de todo (del Un marido de ida y vuelta, el crítico señala cómo la gente comenta a la salida alternativamente: “Tiene gracia pero es un disparate. Es un disparate, pero tiene gracia”). Algo similar le ocurre a Miguel Mihura en su primera incursión dramática: ¡Viva lo imposible!, escrita junto con Joaquín Calvo Sotelo, sugiere a la crítica que abre “la senda del teatro moderno” (Antonio Obregón, en Arriba) o muestra perfecta de lo que es el “estilo irresponsable de la paradoja y la salida de tono”, todo ello poco adecuado a los nuevos tiempos (José de la Cueva, en Informaciones).
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