Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1939

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El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Julio Huélamo Kosma
Centro de Documentación Teatral

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PROTAGONISTAS

UN AMPLIO ELENCO BAJO UN RÍGIDO ESCALAFÓN

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Son todos ellos críticos que comparten, como nota común, una marcada desafección por el teatro de humor y por la revista, considerados como géneros que claudican al embotado gusto popular en detrimento del arte y la moral: entre los adalides de la cruzada, José de la Cueva, por ejemplo, en Informaciones, se singulariza por sus durísimas críticas contra espectáculos menores como La gracia de Dios, de Paso y Sáez, al que no duda de calificar de “engendro” y “realidad espantosa o una pesadilla de horror”; o contra Tú y yo somos dos, de Ramos Martín y Silva Aramburu (“…disparate cómico. Le va bien si suprimimos el calificativo”). Antonio de Obregón, a propósito de una pieza del llamado género frívolo, Mi marido está en peligro, interpretada por la compañía de Mariano Ozores en el Eslava, la presenta como “un espectáculo muy poco digno del Madrid y del momento”, cuya única circunstancia atenuante para los actores era “que nadie había pensado en mirar su papel”. Teatro, sin duda, que por su liviandad, su chabacanería y su carácter continuista y caduco casaba difícilmente con la doctrina oficial que marcaba, en palabras de Miguel Ródenas en ABC, el “signo de la nueva España”.

Similar línea de descalificación adoptarán los críticos para rechazar cualquier desliz que sobrepase los límites de la moral tradicional: el estreno de El padre Pitillo por Valeriano León y Aurora Redondo, conduce a José de la Cueva en Informaciones, a tildarla de anticlerical, “blasfema o, por lo menos, irreverente” porque “presenta como protagonista un sacerdote falsamente virtuoso que precisamente por su supuesta virtud, resalta en oposición a las jerarquías eclesiásticas”. En parecidos términos, se expresa su hermano Jorge desde Ya. Algo parecido cabría decir de la crítica de Las colegialas, de Leandro Navarro, “de una crudeza que se nos antoja poco española”.  Al mismo efecto censor cabe atribuir la frecuente acusación de repetición e insistencia en los asuntos, de continuas reposiciones cuando no de plagios más o menos atenuados, y, en definitiva, de todos aquellos aspectos que atentaran contra el llamado decoro en sus aspectos sociales, literarios o morales. Crítica, por tanto, notablemente homogénea en su espíritu, aunque no del todo en su sensibilidad, sobre cuando esta tocaba, aun superficialmente, al orden político: ejemplo privilegiado de ello, resulta el estreno de Una mujercita dócil, de Benedetti, en Teatro Español de Madrid, celebrado con caracteres de Homenaje al Imperio Italiano, en presencia de los jerarcas del Régimen y autoridades diplomáticas italianas, y sobre el que los críticos de los diarios quizá menos directamente afectos a la ideología falangista (los hermanos de la Cueva en Informaciones y Ya, o Luis Araujo-Costa en ABC) deslizan comentarios muy poco elogiosos  (“comedia no del todo lograda”; “no sé lo que habrá visto el inspirado poeta en esta comedia”; “en la obra no hay nada que sorprenda por su modernidad” “escenas dilatadas”, “diálogo difuso”). Frente a ellos, Antonio Obregón, en Arriba, la juzga como una “deliciosa comedia” de “humor excelente” y por momentos inefable, lo que, más allá de una valoración crítica al uso, parece un espaldarazo a lo que no dejaba de ser un acontecimiento político, el homenaje así lo denota, de orientación profascista. Lo más revelador, sin embargo, es que quien acaba por terciar en la polémica es el propio Secretario del Departamento Nacional de Teatro y Música, Román Escohotado, como paladín sin fisuras del espectáculo (“la mejor y más interesante producción teatral que la presente temporada ha dado a Madrid…”, sentencia desde Arriba) y fustigador de la crítica adversa ( Niní Montián, musa del teatro oficialista,  pertenece, tales son sus palabras, a “la joven generación que no entiende esa crítica envejecida”, en clara referencia  a la longevidad profesional de los detractores: los hermanos de la Cueva habían triunfado ya en el Teatro Apolo de Madrid con un sainete de su autoría en 1909, el año de nacimiento de su oponente en la controversia Antonio de Obregón). La pugna se trasparenta en otras ocasiones como en el estreno de Agua pasada, también debida a la pluma de ambos hermanos.

No obstante, y a pesar del ánimo censor y  los tintes negros con que la crítica periodística se emplea de continuo, el término del año exigía, también del lado más oficial, una proclama triunfalista: así, en palabras de Antonio de Obregón,  “En los albores de 1940, dejamos al teatro como espectáculo en pleno optimismo y en plena vida propia, augurándole un volumen y una importancia en el ámbito nacional que no se discuten”.


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