Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1940

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Memorabilia
El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Óscar Barrero
Universidad Autónoma de Madrid

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MEMORABILIA

SOBRE TODOS, BENAVENTE

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Las últimas semanas de 1940 dieron una alegría a la crítica especializada gracias a la concesión al Sindicato Nacional del Espectáculo, dirigido por T. Borrás, del Teatro Español. Ello permitió que se ampliara en Madrid el espacio destinado al teatro de calidad, difícilmente sostenible por la empresa privada. El primer montaje de la temporada de otoño de ese año en el María Guerrero fue La verdad sospechosa, de Juan Ruiz de Alarcón, con dirección de Luis Escobar.

Dos fueron los acontecimientos teatrales del año. El primero España, una Grande y Libre (casi siempre se omitió en la prensa referencia tan ideológica),espectáculo en tres bloques formado por la Loa famosa de la unidad de España, la Comedia heroica de la libertad de España y la Fiesta alegórica de la grandeza de España. Su primera representación, basada en textos de los romanceros, Juan de la Cueva, Lope de Vega, anónimos y de Calderón, con música antigua, tuvo lugar en el Teatro Español con motivo del aniversario de la Victoria. Fue un espectáculo deslumbrante en el que intervinieron más de cincuenta intérpretes; “lo más acabado y más brillante de cuanto hemos presenciado hasta aquí”, en palabras de Cristóbal de Castro en Madrid.

Deslumbrante resultó también el montaje en el Español de La Celestina, por Felipe Lluch y por quien lo ayudó estando ya él enfermo, Cayetano Luca de Tena. El lujo del montaje fue alabado de forma unánime y apenas hubo un miembro del equipo, desde el primer actor hasta los ilustradores musicales Pompey y Parada, los figurinistas Caballero y Comba, y el decorador Burmann, cuyo nombre no apareciera en las críticas periodísticas. Marqueríe llegaría a afirmar, en Informaciones, que la versión era, “dentro de lo humano, perfecta”.

Ni de La Celestina ni de otras obras clásicas podía esperarse que llegaran a las masas tan fácilmente como lo hicieron otras piezas comerciales, lo que, como es natural, resultaba lamentable ante los ojos de la crítica. Dos nombres mantuvieron en 1940 enhiesta la bandera del teatro de calidad, más o menos clásico, ante el respeto de aquella y el del público entendido: Enrique Rambal, que llevó por diferentes lugares su montaje de Enrique IV, de Luigi Pirandello, y Ricardo Calvo, más especializado en el teatro clásico español, con textos como La vida es sueño y El zapatero y el rey, de Zorrilla. “Teatro, así, con letra mayúscula y con contenido mayúsculo también”, escribía, entusiasmado, Marqueríe ante la puesta en escena de la obra de Calderón. Rambal y Calvo fusionarían sus compañías antes de concluir este año 1940.

Se trataba, en ambos casos, de manifestaciones minoritarias, con representaciones de pocos días cada obra, a diferencia de los grandes éxitos comerciales, que superaban de largo el centenar. En el mismo caso, representaciones aisladas, se encontraron las escenificaciones de El otro, de Miguel de Unamuno,a cargo del Teatro Español Universitario del S.E.U. Con motivo de esa representación,  Araujo-Costa escribía en ABC que Unamuno fue un “gran señor en el mundo de las ideas y uno de los que más contribuyeron, no obstante algunos errores, a realzar en España la vida del espíritu”.


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