Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1940

El tiempo y su memoria
Escena y política
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Protagonistas
Memorabilia
El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Óscar Barrero
Universidad Autónoma de Madrid

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EL TIEMPO Y SU MEMORIA

MIRANDO AL FUTURO

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Cuando Alfredo Marqueríe, el crítico de Informaciones, premio Luca de Tena en 1939, repasaba lo que había dado de sí el teatro español a lo largo de 1940, enumeraba los siguientes nombres, espacios y espectáculos destacables: las actividades del Teatro Nacional en el María Guerrero y el Español, las traducciones de Samuel Ros y de Mariano Tomás, y la presencia en las tablas de Jardiel, Benavente, Manuel de Góngora, Marquina, Juan Ignacio Luca de Tena, Pemán, Pilar Millán Astray y Joaquín Romero Marchent. “El resto se ha dedicado a caminar por los trillados caminos y a seguir por los más gastados rumbos”, concluía.

Casi un año atrás, en el mismo periódico, José de la Cueva, una vez hecho idéntico balance para los meses inmediatamente posteriores a la guerra civil, realizaba votos por una mejora del panorama. Las esperanzas, pues, parecían no haberse confirmado si no había sido gracias a elementos aislados como los que había citado Marqueríe, la mayor parte de ellos vinculados a iniciativas oficiales.

Antonio de Obregón, el crítico de Arriba, lo tenía muy claro. La regeneración del espectáculo había de proceder de las instancias políticas porque poco o nada cabía esperar de la empresa privada. Así lo señalaba, a propósito de la ópera, en un comentario que venía a ser una especie de programa del género: “Es urgente oír a Wagner dignamente, con la presentación de espectáculos completos, con escenografía, cantantes y danzas de estos tiempos; importar los mejores ballets que existen en el mundo, montar danzas nacionales con las obras de Falla, de modo que colmen las ambiciones de los más exigentes; traer orquestas extranjeras, con todos los elementos de dirección y coreográficos que sean precisos, a fin de que Madrid, en franca convalecencia de los horrores sufridos, por las leyes del Caudillo tenga el espectáculo que merece”. Al teatro literario propiamente dicho se hacía extensivo su propósito de dignificación: “No nos hemos explicado nunca por qué nos vestimos para oír Manon o Aída y no para escuchar una obra de Calderón o del duque de Rivas”. Detrás de estas palabras asomaba el lamento que se escuchaba, una y otra vez, tras la escucha de las representaciones operísticas a la española: “Todo menos eso de ponernos de gala para oír --completamente en serio— La Traviata, una Traviata o una Manon desvencijadas”.


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