Era difícil poner en pie unas estructuras devastadas después de tres años de una guerra que se había llevado por delante a más de un autor teatral. Se recordaba con frecuencia en 1940 a Pedro Muñoz Seca, cuya obra póstuma Entre cuatro paredes, representada en este año, desconcertó a la crítica por la mezcla de ingredientes cómicos y dramáticos, que los intérpretes, al parecer, no acertaron a entender. Más que Muñoz Seca fue, sin embargo, Serafín Álvarez Quintero quien recibió los máximos honores del recuerdo, con motivo del segundo aniversario de su fallecimiento. En Madrid y Sevilla se le rindieron sendos homenajes, el más emotivo de los cuales se celebró en el Retiro. Participaron en él miembros de la Real Academia Española y de la Sociedad de Autores, actrices, actores, poetas, amigos, el alcalde madrileño, el general Mantilla en representación del pueblo natal del autor… El periódico ABC no dejaba de señalar que en el acto “resaltaba la castiza nota de las mantillas y faldas de volantes”. Pero el estreno de su obra La risa va por barrios decepcionó. Félix Centeno, en Informaciones, vinculó humorísticamente la falta de chispa de la obra a las penalidades de un tiempo felizmente superado: “Son ya varias las piezas cómicas estrenadas este año por autores graciosos que sufrieron el cautiverio rojo. ¡Y ninguna tiene gracia! Son todas, como la época en que se concibieron y desarrollaron, monótonas y grises, pesadotas y sin sal. Sin duda, con una alimentación a base de cincuenta gramos de lentejas, los hombres pierden la virtud de hacer reír”.

Numerosas obras de los dos hermanos se representaron en este año 1940 ante un público que les mostraba su reconocimiento. Un reconocimiento del que, evidentemente, no disfrutaron los dramaturgos afines al bando republicano. No se encuentran en la prensa de la época, sin embargo, referencias despectivas a ellos porque de lo que se trataba, en 1940, era de mirar al futuro. De ahí que no quepa hablar ya de perdedores ni de bestias negras del nuevo Régimen. La única excepción, en los documentos examinados, es un texto de A. de Obregón, en Arriba, alusivo al estreno de Sinfonía inacabada, de Alejandro Casona, “escritor tendencioso” acogido en Buenos Aires con los conjuntos “que se caracterizan por su antiespañolismo y por sus actitudes tibias y tristes”. Los nombres que lo acompañaban en el comentario eran los de Gregorio Martínez Sierra, “famoso autor de colaboraciones inextricables”, y los intérpretes Josefina Díaz, “actriz malhumorada”, Manuel Collado, Amelia de la Torre, Matilde Rivera y Manuel Díaz. Casona era, escribía el crítico, un escritor “conocido por su obra aduladora del comunismo libertario” y que “viene a continuar su costumbre de no inventar nada”. El comentarista invitaba a no olvidar la “nefasta propaganda” de Nuestra Natacha y zanjaba, despectivamente: “Por nuestra parte, puede continuar su periplo de exportador forzoso de la cursilería y de la mediocridad”. Si bien se mira, también en esta frase había más mirada al futuro que al pasado.