Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1940

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El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Óscar Barrero
Universidad Autónoma de Madrid

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MODELOS Y ESPACIOS

GÉNEROS DEGENERADOS

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Parte del programa teatral de A. de Obregón era esa formación del público. Daba por supuesto que en España, escribía en Arriba, “existe una afición al teatro mucho más honda y verdadera que en parte alguna”, y eso explicaba nuestro sentido crítico ante él. “Nuestro público podrá estar adocenado o tener el gusto en decadencia –aunque va demostrando ya otra cosa— pero existe, está ahí”. Frente a las salas “lacias, dormidas” de otros países, las nuestras se mostraban vitales. Lo que sucedía era que al espectador “la mayoría de las veces se le administra una clase de teatro muy por bajo del nivel medio general, sin el menor destello, ennoblecedor, y, por fortuna, se va dando cuenta de ello”.

Algún día el público reaccionaría y no sería necesario lamentar que el mejor teatro estuviera en las carteleras unos pocos días frente a las centenarias representaciones de las peores piezas. Ramón Escohotado, autor él mismo de una de esas obras atípicas del año, La respetable primavera, escribía, pensando en La Celestina, El hospital de los locos y En el otro cuarto, de Ros: “La masa espectadora, desorientada, incrédula, mal formada en arte, acabará por enterarse”.

El cronista emitía con frecuencia valoraciones morales, especialmente si tropezaba con el denostado género revisteril, que normalmente tapaba sus vergüenzas bajo el ropaje comedia lírica. Así, Jorge de la Cueva denunciaba el “desnudo incitante” de la revista mejor valorada del año, La calle 43, libro de Joaquín Vela y Enrique Sierra, y música de Jacinto Guerrero. Lo mismo hacía con “el desnudo intencionado e incitante” de Vampiresas 1940. A otro tipo de obras le tocaba también su ración de denuestos morales. Así, el crítico de La Vanguardia veía motivos para reprochar a Navarro la conducta de sus personajes de Gran Casino: “Ya va siendo hora de que nuestros autores dramáticos destierren de la escena un ambiente desprovisto de toda pureza de conductas y sentimientos. En Gran Casino, Leandro Navarro vuelve a presentarnos esposas que no son precisamente modelos de fidelidad conyugal; padres cuyo proceder señala a los hijos un camino muy apartado de la sana moral; hijos que se empeñan en demostrar lo deplorable de su educación”.


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