MODELOS Y ESPACIOS
GÉNEROS DEGENERADOS
No resulta fácil, partiendo de la exclusiva base del subtítulo puesto por los autores de la obra, determinar a qué categoría adscribir una obra de la época. Hablar de comedia lírica, en 1940, es decir poca cosa, porque tanto puede referirse a una revista pura, como a una zarzuela tradicional, como a una comedia musical, como a una gitanería, como a un melodrama convencional. Con razón Marqueríe, en Informaciones, se mostraba ajeno de la terminología convencional cuando comentaba Solera del Sacro Monte, “engendro” (así lo consideraba) de Julián Sánchez Prieto (“El Pastor Poeta”) y Orfila, con música de Quiroga, sin que, juzgaba, ni el sustantivo ni el adjetivo estuvieran justificados: “Se trata de un melodrama escrito en verso ripioso y plagado de atroces e intolerables latiguillos” en el que “los actores destrozan el arte de la recitación y hacen payasadas más propias de la pista de un circo que de un escenario”.
Y así, dice el crítico de Arriba, Alhambra, obra con libreto de Prada y Sevilla y música de Díez Giles, se apellida comedia lírica porque “cayó hace tiempo la zarzuela en una decadencia tan completa y notoria que los autores de ahora han dado en denominarla con un título en boga: comedia lírica”. “Los textos de estas comedias líricas suelen significar una verdadera ofensa, puesto que revelan en los autores una desfachatez sin límites para reunir chistes sabidos, tipos abyectos, gitanerías, exclamaciones estultas y toda la gama. El libro de la zarzuela estrenada ayer en Eslava es esto mismo”, resume.
Con motivo de la reposición de La casa de las tres muchachas, una adaptación de Tellaeche y Manuel de Góngora, con música de Sorozábal sobre base schubertiana, que Acorde, en Hoja del Lunes, considera que no llega a ser una zarzuela plenamente lograda, afirma el crítico que el teatro lírico “desde hace tiempo va a la deriva sin que nadie se preocupe de salvarlo del definitivo y al parecer ya inminente naufragio definitivo”. Con otras palabras lo decía en una crítica de la, a su juicio, poco estimulante, comedia lírica La Virgen de Piedra, a cuyos responsables no se tomaba la molestia de mencionar (eran Arozamena y Juan Cuberta, responsables del libro, y José María y Ramón González Bastida, autores de la música): “Está visto que el género zarzuelero está irremisiblemente perdido, y para siempre. Ni libretistas ni músicos aciertan con el estimulante conveniente a su resurrección, rápida o lenta. El género zarzuela española sufre una avitaminosis incurable”.
El público, sin embargo, celebraba lo que el crítico censuraba. ¿Qué esperanza quedaba? No casualmente, Acorde, en Hoja del Lunes, escribía estas palabras precisamente en su comentario de una obra extranjera, Suspenso en amor, de Ladislao Fodor: “Si yo fuese autor dramático español hoy me sentiría abochornado. Desgraciadamente, salvo lo que estrenan tres o cuatro rúbricas, todo lo que se ve y oye por esos escenarios es tan deleznable, tan inconsistente y manido, que no es de extrañar la crisis que en el teatro se registra y por días se agudiza”.
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