En cierto modo, la reposición de algunas obras de los hermanos Álvarez Quintero también podría considerarse una revisión del teatro anterior, aunque en algunos casos no hubiera pasado siquiera una década desde su estreno. Una de las obras que volvió a disponer de una nueva oportunidad entre el público madrileño sería El patio, dirigida por Felipe Lluch en el teatro Español, con decorados de S. Burmann y vestuario de M. Comba. A juicio de la crítica, lo que brindaba esta reposición era la recuperación “del aroma simpático de un tiempo que, si no por pasado fue mejor, sí fue más limpio y honrado teatralmente hablando”. Esta iniciativa de poner en escena varias reposiciones de obras de comienzos de siglo se entendía por parte de los más nostálgicos como la prueba evidente de estar ya definitivamente instalados en un nuevo tiempo, pues “lo viejo solo se pone de moda cuando alcanza esa categoría superior que se llama antigüedad”. Algún crítico subrayó la dificultad de la compañía del Español para adaptarse a los registros cómicos que exigía la obra de los hermanos Álvarez Quintero y valoraba muy positivamente la voluntad de rendir homenaje a estos autores y al propio Jacinto Benavente: “Estas conmemoraciones han sido muy convenientes, pues merced a ellas las nuevas generaciones han conocido de un modo muy completo dos muestras imperecederas de los teatros benaventino y quinteriano. Más allá del interés específico por alguna de sus obras, la presencia solitaria de Joaquín evocaba no sólo al miembro ya fallecido de la pareja, sino rememoraba toda una época. Con motivo de la reposición de la comedia Los papaítos, apuntaba el crítico Ferrari: “Esta noche volveremos, pues, a ver una nueva producción de esos dos grandes ingenios que llenan toda una larga época de nuestro teatro, que han logrado un teatro propio y han dado nombre a un género”. También podría verse en esta temporada otro de los textos más conocidos de la popular pareja de autores, Malvaloca, cuya reposición tuvo lugar en el teatro Alcázar, a cargo de la compañía de Társila Criado. Este esfuerzo de recuperación de su teatro fue contundentemente criticado, con su ironía habitual, por Torrente Ballester: “El teatro de los hermanos Quintero es amable, regular y apacible como una bicicleta, y como ella no sirve para subir las cuestas. La verdad es que el tiempo en que fue escrito desconocía las cuestas [...] ¡Esos versos de amores y amoríos, insoportables aunque se digan con la pulcritud con que los dijo ayer Esperanza del Barrero!”. También se repondría otro de los clásicos quinterianos, Puebla de las mujeres, en el teatro Español, recibida con notable alborozo por algún crítico, como Jorge de la Cueva: “La siempre joven comedia quinteriana tuvo anoche quizás la más exacta, medida, ponderada y artística representación de su vida triunfal. Más que representación, fue una exposición de sus valores, de su serenidad, de su gracia sencilla y elegante, de su fluidez de cosa lograda”.

Dentro de lo que pudiera denominarse como la obra tradicional por antonomasia del teatro español del siglo XX, parece que puedan darse pocas dudas acerca del lugar destacado que ocuparía Don Juan Tenorio, de José Zorrilla. Si su representación había sido inexcusable durante buena parte del período anterior, esta práctica se mantuvo también posteriormente, y la obra pudo verse en teatros como el Poliorama, el Urquinaona, el Victoria, el Apolo y el Romea, todos ellos de Barcelona. No obstante, la puesta en escena que se ofreció en el teatro Español de Madrid constituyó, sin lugar a dudas, uno de los hitos en los montajes de esta popular obra de Zorrilla: “Todo se acabó. La versión que se nos dio anoche en el Español ha herido de muerte a los Tenorios de marionetas y de anacronismos; a los Tenorios rimbombantes y cantarines. En este de ahora, junto a las bellezas espectaculares de su presentación -verdaderos exponentes de arte exquisito-, hay una exactitud histórica de ambiente e indumentaria.

Otro de los autores revisitados en este período sería José Echegaray, de quien se repondría su comedia más popular El gran galeoto, en el teatro Español, montaje del que se destacaría fundamentalmente la parte plástica, gracias al trabajo de Emilio Burgos y de Víctor Cortezo, pero que no destacaría por las virtudes dramáticas de una obra que, a juicio de Alfredo Marqueríe, “a los sesenta años se ha apolillado el ropaje y se ha evaporado toda posible gracia formal de los que se llamaron dramones de Echegaray”, a pesar de lo cual valoraba positivamente la pintura de caracteres “de carne y hueso”, y concluía: “He aquí la lección que se desprende de esa interesantísima experiencia que ha constituido la revisión de El gran Galeoto. Los autores teatrales de nuestros días, cuyos personajes piensen y sientan sobrevivirán dentro de sesenta años, aunque pasen de moda. Los otros... ¡más vale no hablar de ellos! Aún más duro con el teatro contemporáneo resultaría el comentario de Torrente Ballester: “Ni que decir tiene que Echegaray y su época son de lo más envejecido de nuestro teatro [...] estos conflictos resevan una contextura espiritual delicada, una presencia y vivencia de valores elevados, una estructura social, en suma, muy superior a la que el teatro contemporáneo atestiguará cuando en los tiempos que vengan sea estudiado como documento, no como otra cosa”.