En este apartado, otro de los personajes más recordado fue el maestro José Serrano. Una de las semblanzas más emotivas, de las muchas que se publicaron después de su muerte, apareció en el diario Informaciones, con la firma de Alonso de Medina. En ella se refería, entre otras cosas, a la desaparición del último gran representante del género chico. También la muerte de algunos actores daría lugar a emocionadas necrológicas, como sucedió con motivo del fallecimiento de Guillermo Grases, quien había trabajado en las compañías de Carmen Díaz, de Gascó-Granada y en la de su esposa, Esperanza Ortiz; del popular actor cómico Julio Castro, Castrito, que había formado parte, con notable éxito, de la compañía Loreto-Chicote; del también popular actor Pepe Moncayo, de quien se escribiría: “Como muchas figuras ilustres de la farándula, Moncayo ha muerto pobre, hasta el punto de que el Sindicato Nacional del Espectáculo, que tantas miserias alivia a los artistas indigentes, le tenía señalada una pensión con la que el veterano actor subvenía a sus necesidades más perentorias”; de Fernando Porredón, uno de los actores que a finales de los años 20 comenzaría a trabajar más asiduamente en el cine que en el teatro; o del payaso augusto Abelardini, en cuya necrológica se resumía toda una vida dedicada al circo, incluidas las últimas 22 temporadas hechas en Madrid.

Seguramente, las noticias luctuosas que referían la indigencia en que habían acabado sus días muchos artistas de gran prestigio, y otros de menor relevancia, provocaron el interés con que la prensa divulgó la noticia sobre la recuperación del Hogar del Artista, en la que tuvo una presencia destacada Pilar Millán Astray. Entre los comentarios publicados, merece la pena el que firmó Francisco Casares en el diario Informaciones: “No hace mucho, sobre el techo modesto de una pensión madrileña, abandonado por la suerte y la admiración que le rodearon en vida, casi solo, sin apenas asistencia, terminaba sus días uno de los más eximios artistas de nuestro teatro dramático: Emilio Thuiller”.

No recibió demasiada atención en la prensa la muerte de Salvador Alarma, el célebre escenógrafo, pero sí se organizó una interesante exposición con algunos de sus trabajos, que pudo verse en el edificio Madrid-París, de la rebautizada Avenida de José Antonio. Alguna nota necrológica incluso atendió a su actividad más reciente como Director artístico del Liceo e impulsor del Teatro de la Naturaleza en Cataluña. Por contra, la memoria de algunos artistas que habían fallecido algún tiempo atrás, todavía provocaría la celebración de algunos homenajes y la publicación de emotivas notas de conmemoración, como encontramos en el caso de la actriz Lolita Astolfi; o del autor y periodista Antonio Asenjo, de quien se diría: “Antonio Asenjo deja un nombre unido a la mejor tradición de nuestros escritores teatrales contemporáneos. Inclinó hacia el sainete lo cómico y creó un género sumamente personal, con altibajos, como autor fecundo que fue”. Como era de prever, fueron pocos los títulos, únicamente El chico del cafetín, que el emocionado crítico, Antonio de Obregón, pudiera aportar para demostrar la indiscutible valía del prolífico autor desaparecido un año atrás.