Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

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1940

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El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Julio E. Checa Puerta
Universidad Carlos III de Madrid

 

 

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MODELOS Y ESPACIOS

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Dado que ya nos hemos ocupado en otro lugar de su puesta en escena, nos limitamos aquí a consignar el montaje de Las mocedades del Cid, de Guillén de Castro, que se ofrecería en el teatro Español, en medio de extraordinaria parafernalia. En la línea de crítica oficial que ya hemos recogido, Jorge de la Cueva se sumaba a la idea de la oportunidad y conveniencia de recuperar esta comedia “para unas fiestas imperiales en tiempos de anhelos de Imperio”.

Por lo que al repertorio extranjero se refiere, no faltaron algunos montajes de textos de Shakespeare, como el Falstaff y Las alegres casadas de Windsor, que se estrenó en el teatro Español bajo la dirección de Hans Rothe a partir de la traducción hecha por Dámaso Alonso, con decorado y vestuario de Emilio Burgos. A juicio de Alfredo Marqueríe, hubiera sido mejor titular el espectáculo Variaciones sobre Shakespeare, dado el carácter de una representación que tan poco gustó al crítico. Para él, la reescritura de The merry Wives resultaba “totalmente recusable”. En sus comentarios, el crítico planteaba de pasada el problema de las adaptaciones del teatro clásico y el sentido y los límites que se deben producir en este tipo de prácticas: “Se trata por el contrario de una traducción y adaptación libre, demasiado libre, de la obra shakespiriana, donde se han suprimido pasajes y personajes, se han sustituido y cambiado diálogos, se han añadido otros nuevos, sin que entendamos la justificación de esta irreverencia […] Rothe ha pretendido revolucionariamente enmendar la plana a Shakespeare. Y hubiera sido mejor que intentar este experimento escribir otra obra, para la que el autor tiene, como lo ha demostrado en Llegada de noche y en otras producciones suyas igualmente famosas, condiciones sobradas de gran escritor y dramaturgo”. Otros críticos fueron menos escrupulosos con la comedia presentada y alabaron incomprensiblemente algunos elementos que era difícil tomarse en serio. Por ejemplo, Antonio de Obregón, crítico a menudo sensato, escribiría: “Para nosotros ofrece la particularidad de ser una de las obras shakesperianas en las que existen alusiones a cosas de España. En el acto tercero, Falstaff pide una pinta de Canarias con una tostada encima. Momentos después, exclama: Trae, vaciemos vino de Jerez sobre el agua del Támesis, porque tengo el vientre tan frío que se dijera he tomado copos de nieve”.

No mejor acogida tendría el montaje de Antonio y Cleopatra, de Shakespeare, ofrecido por Rambal en el teatro Progreso. Uno de los principales defectos que señalaría Torrente Ballester surgía de las supresiones en el texto, cuya adaptación firmaba Tomás Borrás. Tampoco gustaba al crítico la propuesta de Rambal, mucho más interesado en las posibilidades espectaculares de la obra que en los escrúpulos literarios de la misma: “Donde Shakespeare indica, con una acotación música, Rambal coloca una danza, y esta danza, que quiere ser reconstrucción arqueológica de las egipcias, es lenta en exceso. En realidad, no sabemos demasiado acerca de las danzas egipcias, y, en todo caso, nunca sería necesario reproducirlas con fidelidad”. Esta reseña de Torrente, en su conjunto, provocó una respuesta adversa no por parte de Rambal, sino de otro crítico, Lorenzo López Sancho, lo que animó a Torrente igualmente a responder: “La ciudad de La Coruña tiene una Radio, y esta Radio dispone, entre otras cosas, de un señor que hace críticas teatrales, López Sancho, si no recuerdo mal”.

En cuanto al género dramático, es obvio que, a lo largo del siglo XX, se ha tratado de un género con menor acogida por parte del público general que la comedia. Sin embargo, algunas compañías de prestigio y algunos autores y compositores optaron por esta forma dramática, como sucedió con María Fernanda Ladrón de Guevara, que ofreció en este año la obra Cancela, de José Antonio Ochaíta y Rafael de León, que no cosechó una crítica entusiasta debido a “la fría crudeza del lenguaje y lo escabroso del asunto”. Esta misma compañía ofrecería algunos días más tarde, también en el teatro Poliorama de Barcelona, la pieza de Antonio Farré titulada Un consejo para casadas, con Manuel Dicenta en uno de los papeles protagonistas. La crítica señaló que se trataba de una “obra basada en el conflicto de la infelicidad conyugal, motivada esta vez por el desvío de un marido irreflexivo”. Próximo al anterior, y como pareciera también previsible, el género histórico suscitó algún interés en el teatro del período. Uno de los montajes que tuvieron lugar en 1941 sería el drama estrenado en el teatro Calderón, María Antonieta, de Luis Fernández Ardavín y José Luis Mañes, obra en la que se mostraba con claridad a esta mujer como víctima de la “hidra revolucionaria que se había desatado contra los Monarcas”. También recibiría atención el estreno de Agustina de Aragón, de Mariano Tomás, estrenada en el teatro Progreso por Rambal. Como sucedió en diversas ocasiones, la elección de dramas históricos y piezas del repertorio clásico levantaba unas expectativas que el propio Rambal solía no satisfacer por su peculiar sentido del espectáculo. Una de las críticas más negativas sobre este montaje la firmó Jorge de la Cueva, el crítico de Ya, quien escribió: “Le debe haber sorprendido al autor la escasa vibración patriótica que ha conseguido producir en el público con un asunto tan emotivo, tan fácil a la exaltación y el entusiasmo como un episodio del primer sitio de Zaragoza [...] No es que se hayan apagado los entusiasmos, es que hay que saber provocarlos”. Si ya nos hemos referido a las reticencias que provocó su versión de Antonio y Cleopatra, otro tanto sucedería con esta obra de Mariano Tomás, sobre la que el crítico señalaba: “mi primera perplejidad se plantea al pretender denominarla. ¿Es un drama o una farsa? [...] En fin, una jornada no precisamente triunfal, sin que la buena voluntad inútil de los actores pudiera remediarlo. He dicho buena voluntad, no eficacia. La representación, muy mediana. Y el truco final, de la cosecha del director de escena, francamente ridículo”.

Ya nos hemos referido en otro lugar a uno de los montajes más comentados por la prensa de ese año, el Napoleón “de Mussolini y Forzano”, con el que Guillermo Marín obtuvo un favorable reconocimiento, especialmente por haber abordado un género tan complicado en un momento en que el lenguaje cinematográfico ofrecía excelentes posibilidades expresivas que eran tan populares entre el público, y por la habilidad para escoger un momento tan significativo de la vida de Napoléón al que los autores habían logrado dar gran brillantez.

Por lo que al género infantil se refiere, aunque escasas, no faltaron ocasiones en los escenarios madrileños. Por ejemplo, el teatro Español acogió diversos festivales como el organizado por Los Castores,la Agrupación infantil del Colegio Alemán, que elegiría el poema religioso Nacimiento, de J. María Arozamena y Víctor Espinós, para su presentación. También otros teatros acogieron espectáculos destinados al público infantil, a quienes se dirigía un repertorio generalmente previsible, como sucedería con la obra Pinocho y los Reyes Magos, programada por Arturo Serrano en el teatro Infanta Isabel, aunque tampoco faltaron algunas propuestas menos convencionales, como el cuento grotesco infantil Muñecos de trapo con la que debutaría la compañía Galas Infantiles en el teatro Fontalba, de Madrid. Algunos programas dedicados al público infantil tuvieron una interesante repercusión en la prensa, como sucedería con la comedia de Nicolás González Ruiz, La fuga de Manolita o propósitos de Año Nuevo, ofrecida durante las Navidades del 40. Este mismo espacio, el cine Bilbao de Madrid acogería algunos programas dedicados al público infantil que eran ciertamente completos, como el que incluía el Paso de las aceitunas, de Lope de Rueda; el “Romance del Conde Olinos”, adaptado por Carmen Martín Olmedo y Tomás Seseña, el diálogo dramático titulado El falangista y el requeté, de Jacinto Miquelarena, además de poesías, cuentos, canciones infantiles, danzas clásicas y populares, todo ello animado “con la intervención de gnomos y payasos y una estampa sobre motivos de la ópera Carmen. Hubiera sido deseable poder conocer la opinión de alguno de los tiernos infantes que asistieron a tan memorable espectáculo; pero debió de tener cierto éxito, a juzgar por el anuncio que podía leerse unos días más tarde en ABC: “Tres obras españolísimas adaptadas a la escena infantil fueron el éxito del domingo pasado, la Fiesta de la Raza, que celebró vuestro teatro. Para los que no pudisteis verlo, mañana se repetirá este estupendo programa en el cinema Bilbao”. Otro cine, esta vez el Salamanca, ofrecería igualmente sesiones dedicadas al público infantil, en las que se podrían ver espectáculos como el titulado En la nao Santa María, “obra inspirada en un episodio del descubrimiento de América, el mayor acierto de realización escénica para un teatro de niños ameno, selecto e instructivo”.


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