Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1944

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El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Juan Aguilera Sastre
IES “Inventor Cosme García”. Logroño

 

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PROTAGONISTAS

Mirando al pasado desde un incierto presente

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Como no podía ser de otro modo, el mayor protagonismo periodístico entre los autores recayó en los de más éxito, que acapararon elogios, parabienes y entrevistas en la prensa diaria. La mayoría pertenecían a géneros “menores” como la revista, el musical, la zarzuela o la comedia más insustancial: José Muñoz Román, autor de éxitos como ¡Cinco minutos nada menos!, Doña Mariquita de mi corazón o Luna de miel en El Cairo; Salvador Bonavía, que con Salvador Castells logró el triunfo de Paralelo a la vista, y con José Andrés de Prada escribió el libreto de Barcelona, gran ciudad; Anselmo Carreño y Luis Fernández Sevilla, autores de Don Manolito; Antonio y Manuel Paso, que triunfaron con títulos como Tabú y Una mujer imposible; José Ramos Martí, autor de ¡Qué sabes tú!; Francisco Serrano Anguita, que triunfó con Todo Madrid; o el inevitable Adolfo Torrado, autor de éxitos como Marcelina, la zarzuela Polonesa (con Jesús María de Arozamena) o ¡El gran calavera!, severamente criticado a veces, como hemos visto ya, pero también admirado y considerado “autor de positivo mérito, con gracia y fantasía”. Sin embargo, a Fernández Sevilla se le elogiaba, a propósito del estreno de la zarzuela Golondrina en Madrid, “no solo como mantenedor de un género, sino como ejemplo orientador, como demostrador de la posibilidad de encajar dentro de las normas de un género clásico la modernidad del ambiente, en ideas, en costumbres, en tipos y hasta en maneras de expresión” (Jorge de la Cueva).

La muerte de Joaquín Álvarez Quintero, como hemos visto, propició elogios y homenajes al dramaturgo, considerado desde hacía mucho tiempo historia viva la dramaturgia española. Su funeral estuvo rodeado de la habitual liturgia, con una comitiva oficial presidida por el ministro de Educación Nacional, “camarada Ibáñez Martín, vistiendo uniforme oficial, en representación de SE el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos”, además del alcalde de Madrid, señor Alcocer, el vicepresidente de las Cortes, “camarada Alfaro”, el presidente y secretario de la Sociedad de Autores, señores Marquina y Lizarraga, el del Sindicato Provincial del Espectáculo, señor Cotarelo, presidente y secretario de la Real Academia de la Lengua, señores Asín Palacios y Casares, etc. Se informaba también de que la Asociación de Escritores y Artistas había decidido colocar en la fachada de la casa donde vivieron los dos hermanos “una lápida de homenaje a recuerdo a los escritores”, así como del “propósito” de comprar su piso para convertirlo en museo “a base de gran cantidad de cuadros, esculturas y de la magnífica biblioteca que poseían” (La Vanguardia)

Protagonista relevante fue también Jacinto Benavente, que en 1944 celebró sus bodas de oro con las tablas a los 50 años del estreno de El nido ajeno, y cuyos estrenos todavía eran considerado por buena parte de los críticos “lo más considerable de todo lo que recorre los escenarios españoles” (La Vanguardia). Con tal motivo, como hemos visto, se le dedicó un homenaje nacional por “iniciativa del ministro secretario general del Movimiento, camarada José Luis de Arrese” y se formó una comisión encargada del homenaje, en la que figuraban “su secretario particular, camarada José Luis Estrada, el autor y escritor Felipe Sassone y el crítico de Arriba, camarada Manolo Díez Crespo”. El homenaje oficial tuvo lugar el día 24 de octubre en el Salón Goya del ministerio de Educación Nacional y asistieron a él los ministros de Educación, Ibáñez Martín, del Movimiento, señor Arrese, y de Justicia, señor Aunós; el vicepresidente de las Cortes y presidente de la Asociación de la Prensa, José María Alfaro; el vicesecretario de Educación Popular, Arias Salgado; el alcalde de Madrid, señor Alcocer; el presidente de la Sociedad de Autores, Eduardo Marquina; el presidente de la Diputación Provincial, Muñoz Calero; miembros del cuerpo diplomático acreditados en Madrid, directores generales de Educación, numerosos autores teatrales, todos los actores titulares de las compañías que actúan en Madrid, críticos, periodistas y numerosas personalidades. El ministro de Educación impuso al dramaturgo la gran cruz de Alfonso X el Sabio y en su discurso hizo alusión al valor simbólico del acto: “Significa, ante todo, que el Estado vive en actitud constante de atención y desvelo por todas las manifestaciones de la cultura. Y a este Estado, que ha sabido estimular ardientemente la investigación, que ha inyectado nuevo espíritu a la Universidad, que vela con cuidado exquisito por el desarrollo del arte en todas sus variadas manifestaciones, no podía resultarle indiferente la admirable obra literaria que en cincuenta años de incansable producción ha dado al teatro español el genio y el talento insignes de don Jacinto Benavente […]. Hoy, el Estado español, por voluntad de su Caudillo, premia la labor literaria de un escritor que supo cultivar con maestría insólita todos los géneros teatrales […] España quiere premiar al hombre que desde 1912 se sienta en los sillones de nuestra Academia, al que en 1922 recibió de la Academia Sueca de las Ciencias el máximo galardón del premio Nobel, y al que en medio siglo de trabajo, en fin, ha consagrado su pluma al noble oficio de las Letras, hasta conseguir, como él mismo soñaba, elevar el teatro español ‘al más alto trono de la poesía y del arte’”. En su respuesta de aceptación del homenaje, Benavente “afirmó que en la vida se debe olvidar todo lo que nos es desagradable y fijarnos solamente en las cosas que sean agradables para nosotros”, negó que fuera un revolucionario del teatro y se defendió de las acusaciones de escritor extranjerizante que solía sufrir. Curiosamente, en junio había aparecido en La Vanguardia un artículo de Fernández Almagro, “Teatro y sentido nacional”, en el que reivindicaba la “obsesión por lo español” de los dramaturgos finiseculares y citaba como ejemplo máximo a Benavente, pues si bien en algunas de sus obras no se habla de España, “el españolismo del concepto anda por dentro y aflora en la naturaleza del diálogo”.

Protagonistas fueron también los autores en los numerosos homenajes que recibieron para celebrar el triunfo de sus creaciones: José Muñoz Román y el maestro Guerrero, en el Casino de Madrid, con motivo del éxito de su opereta ¡Cinco minutos nada menos!, acto al que asistieron el ministro de Obras Públicas, Alfonso Peña, directores generales de Seguridad, Arquitectura y Correos y Telégrafos, y actrices como María Fernanda Ladrón de Guevara, Irene López Heredia, Aurora Garcíalonso, Maruja Tamayo, Conchita Leonardo, etc.; el ministro anunció, en nombre del de Educación Nacional, que al maestro Guerrero le había sido concedida la gran cruz de de Alfonso X el Sabio, En el María Guerrero se celebró una función en honor de Mihura y Tono para festejar el éxito de Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario, con asistencia de muchas personalidades de la profesión. O, por ejemplo, Eduardo Marquina se atrevió a celebrar las 200 representaciones de María la viuda en el teatro Lara interpretando el personaje de Pedro Alcalde, lo que le valió un “diluvio de aplausos y felicitaciones”. Entre los jóvenes autores que triunfaban en el panorama teatral, protagonismo especial mereció Agustín de Foxá, sobre todo a raíz del éxito de Baile en capitanía, que para muchos críticos era uno de los “mejores dramas de los últimos tiempos”. Y también Víctor Ruiz Iriarte, de quien el crítico de Arriba decía, a propósito de El puente de los suicidas y Un día de gloria, que “están muy por encima de todo cuanto anda por los carteles teatrales madrileños, donde junto al más pasado teatro –no pasado por antiguo, sino por viejo y chocho– figura otro de calidades aún peores, cuajado de sentido zafio y burdo del arte y desconsiderado e insultante para el público. Frente a él, tan aceptado por empresarios y directores, estas dos obras de Víctor Ruiz Iriarte consuelan y hacen pensar en un auténtico resurgimiento del teatro español”.

Finalmente, el protagonismo recaía en los autores, aunque también indirectamente en actores y empresas, en las frecuentes lecturas públicas de sus producciones, ante amigos o productores. Así, de la lectura de La cárcel infinita, Joaquín Calvo Sotelo, en el teatro Español, cuyo estreno iba a realizar la compañía titular del Teatro Nacional en su gira por provincias, se aseguraba que “su presentación escénica constituirá un gran acontecimiento en los anales del teatro español contemporáneo”. También se reseñó, por ejemplo, la lectura de La hidalga limosnera, de Pemán, en el teatro Fontalba, que la compañía de María Guerrero y Pepe Romeu esperaba en Orense “de manos de su propio autor”.


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