Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1944

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El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Juan Aguilera Sastre
IES “Inventor Cosme García”. Logroño

 

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ESCENA Y POLÍTICA

Teatro a la mayor gloria del régimen

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Síntoma también del momento histórico y del peso de la política en todos los ámbitos, incluido el teatral, sería la insólita resolución del concurso de obras teatrales de autores noveles convocado por iniciativa del teatro Español. El jurado, nombrado por la vicesecretaría de Educación Popular, estaba formado por Eduardo Marquina, presidente, Alfredo Marqueríe, José Vicente Puente, Patricio González Canales, Cayetano Luca de Tena y Nicolás González Ruiz, secretario. Por méritos literarios, se concedió el premio a dos obras, Yo soy el sueño y Antes del pecado, ambas presentadas con el mismo lema, “Aventura”, pero finalmente quedó desierto “por graves reparos morales de las mismas”. Se habían presentado 460 obras, y ninguna tenía “méritos absolutos suficientes para que se la conceda íntegro el premio señalado”. Fue esa censura “creadora” de la que hablaba González Ruiz quien declaró las obras en suspenso de publicación o representación, “por contener graves reparos morales en sus tesis respectivas” (Arriba). Manuel Pombo Angulo, en La Vanguardia, lamentaba la decisión del jurado e ironizaba con el hecho de que si entre 460 obras no había ninguna digna de premio, “ya no cabe decir que en España no se escribe –¡se escribe mucho, señor!– sino que en España se escribe mal”.

Si la censura era implacable, no quedaba atrás el férreo control impuesto a través de la regulación legal de los espectáculos públicos, siempre en el punto de mira de comisarios políticos y morales. En el mes de enero, el diario Ya advertía que la “alarmante frecuencia con que los empresarios y artistas del género teatral de revistas intentan montar sus obras sin el requisito previo de la censura exige la publicación de una nota que haga recordar a todos los elementos interesados las obligaciones que les afectan sobre el particular”; y especificaba los requisitos que obligatoriamente debían cumplirse: duplicado del libreto de la obra, de los figurines “en un tamaño no inferior a 18 por 22 centímetros y precisamente en los colores de las telas en que hayan de confeccionarse”, relación de artistas de ambos sexos, etc. En marzo, Arriba daba cuenta de una nueva reglamentación que obligaba a cafés, bares y salas de fiestas a reunir una serie de requisitos para poder actuar en los mismos: proveerse de la respectiva documentación de censura y solicitar la oportuna autorización a la delegación provincial de la Vicesecretaría de Educación Popular. Además de los horarios de los espectáculos, se endurecieron las normas para actuaciones en el extranjero y se obligó a todos los artistas a contar con un documento de la Delegación Nacional de Propaganda acreditativo de su “capacidad artística” (Ya).

Santos Alcocer, en un revelador artículo publicado en Arriba, intentaba justificar la intensa labor del Departamento de Teatro de la Delegación Nacional de Propaganda, que en 1943 había censurado 1.400 obras y que se proponía en el nuevo año “devolver a España el rango escénico que tuvo en otros tiempos”. En su opinión, la censura era un “instrumento educacional”, puesto que su función no era “meramente inquisitiva” ni “coactiva”, sino un estímulo para la creación artística: “No es un elemento represivo; por el contrario, aunque otra cosa pudiera entenderse, un instrumento cuya finalidad principal es la de estimular la producción de excelentes obras escénicas, de buen teatro. Al realizar su misión, no se limita a prohibir, sino que pretende orientar a los autores, señalándoles vicios, defectos, tanto de técnica como literarios o morales. Son muy pocas las obras que el Departamento de Teatro prohíbe representar. Por el contrario, al devolver los originales no aprobados en primera lectura, lo hace señalando concretamente sus faltas, orientando al mismo tiempo al autor sobre las posibilidades de su creación, mediante corrección de determinados aspectos o fases de la obra”. Señalaba la labor del teatro Español como ejemplo de que “pueden montarse obras de verdadero valor artístico, de innegable belleza plástica, verdaderamente educadoras, con valentía y dignidad teatral”. Y para el nuevo año apuntaba un solo propósito: “seguir por el camino iniciado hasta devolver un rango teatral a España como el que tuvo en otros tiempos”, pues hemos sido “el sol del teatro del mundo”. Para ello había promover obras trascendentes que afrontasen “valientemente los problemas graves y humanos” y acabar con “la ñoñería, con lo anodino y falto de interés, teatro que ni enseña nada ni educa”.

La política más sectaria trufaba, en definitiva, todos los aspectos de la vida escénica española en este año 1944. Por ello podía escribirse sin rubor, como se hizo desde La Vanguardia, que “la muerte de Joaquín Álvarez Quintero no es ajena ni a los sufrimientos pasados en la época roja ni al profundo dolor que le causó la pérdida de su hermano y colaborador infatigable, Serafín”. Esta última aseveración tenían visos de autenticidad; la primera no pasaba de la más burda manipulación propagandística.


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