Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1944

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El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Juan Aguilera Sastre
IES “Inventor Cosme García”. Logroño

 

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MODELOS Y ESPACIOS

Más cantidad y variedad que calidad

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Una de las revelaciones de la temporada fue, sin duda, Julia Maura, que se asomó a la escena con La mentira del silencio tras una consolidada carrera como novelista. Alcanzó 54 representaciones en el María Guerrero y en su estreno el éxito “creciente de acto en acto, alcanzó en el tercero un final de emociones y ovaciones extraordinarias”. Cristóbal de Castro aseguraba que se trataba de una dramaturga novel “que surge armada ya de todas las armas”. No hubo más sorpresas entre los dramaturgos de cierto prestigio y la mayoría de sus obras tuvieron escasa repercusión, como fue el caso de la más que meritoria comedia dramática en un acto Hotel Terminus, de Claudio de la Torre, obra coral con casi cuarenta personajes que estrenó el 15 de enero en el Infanta Beatriz la compañía de Artistas Cinematográficos Asociados. A pesar de la expectación despertada por la nueva formación teatral dirigida por Fernando Fernández de Córdoba, que permitía ver sobre las tablas a conocidos actores del cine como Mary Carrillo, Josefina de la Torre, Julia Lajos o Maruchi Fresno, solo alcanzó 18 representaciones y la noche del estreno llegaron a escucharse algunas protestas que fueron ahogadas por “grandes aplausos” de otra parte del público.

La mayor parte de los estrenos dramáticos llevaron firma extranjera, así como algunas reposiciones que resultan sorprendentes para la fecha, como Hedda Gabler, de Henrik Ibsen, traducida por Luis Hurtado, presentada en el homenaje a Irene López Heredia en el teatro Alcázar. El crítico de Ya, no obstante, subrayaba que era muy difícil representar estas obras “antiguas” porque necesitaban ser explicadas al espectador moderno, pues todo había cambiado “las ideas, los conceptos, las aspiraciones y aun los sentimientos”. Notable éxito obtuvieron, sin embargo, La carta, adaptación de la narración del mismo título de Somerset Maugham realizada por Luis Hurtado Álvarez, “bellísima y de interés teatral admirable” (Irene López Heredia, Alcázar, 46 representaciones, 10 en el teatro Barcelona); la reposición de La llama eterna, del norteamericano Allan Langhen Martin, en versión de José Montero Alonso, precedida de enorme fama por sus dos adaptaciones cinematográficas (Ana Adamuz, Lara, 41 funciones, 16 en el Poliorama); El hombre que cambió de nombre, de Edgar Wallace (Romea, 20 representaciones, 14 en el Reina Victoria de Madrid); La sombra, de Dario Nicodemi, traducida y adaptada por Joaquín Guichot (Irene López Heredia, Alcázar, 25 funciones); Los que quedamos, de Giovanni Cenzzatto, que venía precedida de la fama de su éxito en Roma, donde se decía que había logrado 500 funciones consecutivas, y que fue profusamente publicitada en la prensa por su “tesis de consecuencia católica”, estrenada en el Infanta Beatriz por la compañía de Társila Criado (9 funciones), con reposición más exitosa en el Calderón por María Fernanda Ladrón de Guevara (26 funciones), alabada sin reparos por toda la crítica; o Rebeca, adaptación de la novela de Daphne du Maurier, también conocida por su versión cinematográfica, que realizaron Enrique Rambal, Manuel Soriano Torres y José Javier Pérez Bultó “sin perder de vista la película”, y se estrenó en el teatro Calderón (39 representaciones), pasó de inmediato al Fuencarral (22 funciones) y triunfó definitivamente en la temporada de otoño del Romea de Barcelona (81 representaciones).

Pero fueron, sin duda, los montajes realizados por los Teatros Nacionales los más espectaculares. En el mes de febrero, en el teatro Español, Luca de Tena presentó Fausto 43, “adaptación libre para una versión espectacular” de la obra de Goethe, realizada por José Vicente Puente en 3 jornadas y 11 cuadros. Los elogios a la adaptación fueron unánimes y, aunque el día del estreno, pese a que la presentación escénica se había cuidado al máximo, todo “se vino estrepitosamente abajo”, como señala Marqueríe (las bengalas llenaron de humo el escenario, fallaron los altavoces, se quemó el vestido de la bruja, se desacompasaron los bailes, la cúpula giratoria dio vueltas al revés…), el éxito fue importante, tanto de público (66 funciones consecutivas) como de crítica. Se destacó la novedad del montaje, la escenografía de Bürmann, los figurines de Chausa, la música de Parada y la buena interpretación del conjunto encabezado por Mercedes Prendes, “una de las mejores actrices contemporáneas, intérprete ideal de las grandes heroínas clásicas”, y por Alfonso Muñoz. El crítico de Arriba hablaba de una “magnífica realización espectacular y dramática” y de una dirección “prodigiosa” de Luca de Tena, a la vez que resaltaba la utilización de un escenario central giratorio, “innovación que se ha introducido en esta obra”. Para el cronista de El Alcázar, se trataba de una “versión sintética y espectacular” y calificaba el montaje de “alarde escénico moderno”, por lo que felicitaba a Luca de Tena, “que con tanto acierto realiza las sugerencias de la Vicesecretaría de Educación Popular. Otra vez encuentra Madrid ocasión para enorgullecerse con un espectáculo que nada tiene que envidiar a los mejores del extranjero”. No menos espectacular resultó la adaptación de Arvid de Bodisco de Los endemoniados, de Fedor Dostoievsky, estrenada ese mismo mes de febrero en el teatro María Guerrero (96 funciones, 30 en el Romea barcelonés) con dirección de Luis Escobar, y que para el crítico de Arriba constituyó un “bello, magnífico espectáculo de arte” y un “éxito grande, rotundo”, con una no menos magnífica interpretación de los casi 30 actores, encabezados por Guillermo Marín y Pepita Velázquez. Al expirar el año, el 29 de diciembre, se estrenó en el María Guerrero otro de los grandes montajes de la temporada, Nuestra ciudad, de Thorton Wilder, traducida por José Juan Cadenas, que había de llegar a las 94 representaciones a lo largo del año siguiente. En el estreno el público aplaudió “larga y entusiásticamente” una puesta en escena “justa, precisa”, en la que destacó la labor de los intérpretes, Ricardo Calvo, Elvira Noriega, Guillermo Marín, Carmen Seco, etc. El crítico de El Alcázar, Sánchez Camargo, calificaba la obra de “magnífico modelo teatral”, cuyo pensamiento universal “llega o debe llegar a todos los públicos”. Sin duda fue uno de los pocos montajes en verdadera sintonía con el teatro extranjero contemporáneo.

Dentro del género histórico, la crítica periodística destacó la reposición, en la presentación de la compañía de María Guerrero en la Comedia, de Doña María la brava, de Marquina, que fue saludada como “solemnidad máxima en el teatro en lo que va de temporada”. El propio autor leyó, antes de esta representación “triunfal” unas cuartillas evocadoras del estreno en 1911 por la gran María Guerrero. El Teatro Nacional que llevaba su nombre, por su parte, repuso con éxito otro clásico del género, Traidor inconfeso y mártir, de Zorrillla (37 representaciones, 14 en el Romea). Entre los estrenos, cabe destacar Lucrecia Borja (sic), del ya reconocido Mariano Tomás por éxitos precedentes como Santa Isabel de España o Garcilaso, cuyo repertorio “es un crisol donde se funden las escorias de la ‘leyenda negra’ en cualesquiera de sus antros, y relucen los oros de la Historia en cualesquiera de sus grandes figuras” (29 funciones en Lara, 7 en Poliorama). Y, el gran éxito del año, Baile en capitanía, del siempre aclamado por la crítica Agustín de Foxá, que se estrenó en el teatro Español el 21 de abril y se representó en 189 ocasiones hasta el mes de marzo de 1945. Esta comedia dramática en verso, dividida en cuatro actos y un prólogo en prosa en el que se enlazan abiertamente el espíritu de las guerras carlistas y el de los vencedores de la guerra civil, recibió todos los elogios imaginables en largas reseñas: éxito “excepcional, unánime, creciente en aplausos y clamores”, ABC detallaba que los aplausos interrumpieron la representación en 7 ocasiones y el telón se alzó 8 veces en el acto I, 5 en el II, 6 en el III y 11 en el IV; “magnífica pieza literaria que da honor y rango a nuestro teatro, tan maltratado por plebeyeces y chocarrerías”; “acierto poético” que suponía la “supervivencia del teatro romántico español con su fuego eterno del amor y la muerte”, la perfecta síntesis de tono lírico y proceso épico, en fin, marcaban, según Cristóbal de Castro “una venturosa efeméride en el teatro romántico español”. Con todo, algunos críticos aventuraron algunas dudas, como J. E. Casariego y, sobre todo, Alfredo Marqueríe. Sin apartarse del tono general de alabanza, criticaba algunos ripios, el hecho de que el ambiente y la atmósfera fueran superiores a los personajes y a su conflicto, y, sobre todo, el recurso a un modelo de teatro poético que le parecía ya superado: “[Foxá] ha querido renovar y mejorar, intentar la resurrección de un estilo de teatro poético, que, pese a la grandeza del tema y a la enorme e indiscutible emoción de su sintético argumento, está ya definitivamente juzgado y arrumbado”.


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