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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1946

El tiempo y su memoria
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El teatro y su doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Blanca Baltés
Autora de ‘Estampas del teatro en los cuarenta’, (INAEM) 2015

 

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EL TIEMPO Y SU MEMORIA

El año teatral de 1946 resultó tan anodino y, a la par, tan inverosímil como los inmediatamente anteriores, por ello mismo de elevado interés a los ojos del curioso en nuestros días, entre otras cosas porque sus principales hacedores eran conscientes de ello e intentaban romper lo que parecía una severa condena, sin conseguirlo. Valga como prueba el dicho teatral con el que Jorge de la Cueva abría su balance del año: “A mala temporada, obras a carretadas”.

Se registraron un total de 118 estrenos absolutos, acompañados de centenares de reposiciones, que la mayor parte de las veces delataban inquietud y venían a ser “esperanzas fallidas”. El folclore, las variedades y los géneros afines al teatro primaban en la taquilla, con un total de 181 reposiciones.

Los autores suelen mirar con desdén este espectáculo, sin ver que con él va delineándose y acusándose, cada vez más definido, un género teatral que tiene notas de sainete lírico, en el que la acción, todavía con la simplicidad del sainete, adquiere una viva y rápida agilidad cinematográfica, con detrimento del diálogo... Los autores de comedia siguen sin dar con el ritmo y el diálogo moderno, comprimido, concentrado, eficaz y sencillo, al servicio de la acción.

Para el entorno de los compositores resultaba beneficioso, pues tan ingente actividad les permitía dar a conocer partituras sencillas para la zarzuela, un universo que se mostraba cada vez más cerrado e inasequible.

En total, pues, habla De la Cueva de 299 acontecimientos teatrales, casi uno por día. Este promedio de 25 al mes se dejaba sentir, entre otras cosas, en un acusado desinterés para los espectadores:

El público escucha cine hablado, fondos musicales, radio, gramófono, orquestaciones, música mecánica, hasta el teléfono... Parece cansado de reír y necesita, para fijar su atención en lo que oye, que el interés, la curiosidad, la emoción lo lleven prendido, y que lo que se dice en escena sea preciso para entender o explicarse lo que se oye.

Se había impuesto el sentido de lo comercial en el teatro, se lamentaba el crítico, que en tan desolado ambiente únicamente acertaba a destacar un puñado de piezas: La casa de Pemán; Tren de madrugada, de De la Torre; El galeón y el milagro, de Marquina; Una gallega en Nueva York de Torrado; Angustias la faraona de Casas Bricio; Nosotros, ellas y el duende, de Carlos Llopis; La vida inmóvil, de Calvo Sotelo; Un drama de Echegaray ¡ay!, de Tejedor y Muñoz Lorente; No me esperes mañana, de Lafuente; ¡No tienes arreglo, Pepe!, de Davó y Alfayate.

José María Pemán, en su balance cultural del año, apenas rescataba la programación de los teatros oficiales, junto a la representación de Antígona, en versión propia bajo la dirección de Luca de Tena, en las ruinas romanas de Itálica. Su rotundidad resulta comprensible al echar un simple vistazo a la oferta de los dos magnos coliseos, incuestionablemente dirigidos por Luis Escobar (junto a Claudio de la Torre y Huberto Pérez de la Ossa) y Cayetano Luca de Tena.

El Teatro Nacional María Guerrero abría el año con el estreno de El galeón y el milagro (82 representaciones), folletín romántico en cinco capítulos del “maestro de dramaturgos y poeta de excepción”, Eduardo Marquina, con dirección de Luis Escobar y Huberto Pérez de la Ossa, figurines y decorados de Víctor Mª Cortezo. Ricardo Calvo, “intérprete sin igual en el teatro poético”, Elvira Noriega, Mª Carmen Díaz Mendoza, Carmen Seco, Diana Salcedo, Guillermo Marín, José Mª Mompín y Félix Navarro en el elenco, entre otros.

Le siguieron El caso de la mujer asesinadita (110), de Miguel Mihura y Álvaro de Laiglesia, peculiar revisión de las artes del ocultismo que se estimó tremendamente original. Elvira Noriega, Guillermo Marín, Mari Carmen Díaz de Mendoza y Rafael Bardem; Tren de madrugada (69), de Claudio de la Torre, dirigida por Escobar y Pérez de la Ossa con decorados de Burmann. En total desfilaban 47 personajes por el escenario, aunque destacaron Elvira Noriega, Ricardo Calvo, Guillermo Marín y Rafael Bardem; y Un espíritu burlón (130), del británico Noël Coward, con traducción y dirección de Luis Escobar, que volvía sobre el tema del espiritismo y causó auténtico furor. Principales papeles para Elvira Noriega, Carmen Seco, Cándida Losada, Guillermo Marín y Rafael Bardem.

Se vio completa la programación anual con Los endemoniados (94), reposición de la pieza de Dostoievski que en 1944 se había estrenado en versión de Luis Escobar y Arvid de Bodisco, y El secreto (81), del francés Henry Bernstein, estrenado en noviembre de 1945. En gira, la compañía presentó en el teatro Calderón de Barcelona La fuerza bruta, Nuestra ciudad, El caso de la mujer asesinadita, El galeón y el milagro, Tren de madrugada y El secreto.

El Teatro Nacional del Español continuaba su programa de acercamiento a los clásicos españoles y universales con La discreta enamorada, de Lope de Vega (60); El sueño de una noche de verano (134) y Ricardo III (36) de Shakespeare; El monje blanco (128) de Marquina y La conjuración de Fiesco (74), drama romántico de Schiller en versión del anterior, con dirección de Luca de Tena, decorados de Burmann, fondos musicales del maestro Parada, lo que dio en exitazo con las actuaciones de Aurora Bautista y Manuel Dicenta.

Completaban el año del “primer teatro de España” El médico de su honra (32) de Calderón, el insoslayable Don Juan Tenorio (31) y El acero de Madrid, pieza del Fénix de los Ingenios que sirvió para inaugurar, el 20 de julio, el teatro al aire libre instalado en El Retiro para solaz de viandantes y parroquianos. También allí se instaló el Retablo de las marionetas, dirigido por Natalio Rodríguez.

El T.E.U. de Modesto Higueras presentó El agricultor de Chicago, Los despachos de Napoleón, Un día en la gloria, El medallón de topacios y La prudencia en la mujer en distintas ocasiones y espacios a lo largo del año.

La revista conoció nuevos y resonantes triunfos, como el estreno en el Reina Victoria de Calor 1946, de Luis Tejedor y Luis Muñoz Lorente; Gran revista y Vacaciones forzosas, por Celia Gámez, siendo esta última comedia musical de Carlos Llopis con música de José María Irueste y Fernando García, sobre una banda de gangsters que secuestran a personas de posición. Revista, opereta y comedia musical se alternaban casi indistintamente en los carteles.

En el género lírico destaca la zarzuela de Martí Alonso, Casas Bricio y Méndez Herrera En el Balcón de Palacio, con música del maestro José Romo, en el teatro Madrid. La comedia de López Marín y Sicilia Un hombre de negocios llegó a las 1.000 representaciones en el mismo local. Se estrenó la comedia lírica La niña de la flor, de Carreño y López de la Hera, con música del maestro Rosillo.En el Albéniz también se estrenó Silvia, “fantasía lírica” de Celestino Valle con música del maestro Bastida. En el Martín, 1.525 funciones alcanzó el 20 de diciembre la opereta Cinco minutos nada menos. En el teatro de la Zarzuela sobresalieron Mambrú se va a la guerra, de Romero y Fernández Shaw, por la compañía de Sagi-Vela. Entre otras reposiciones destaca de La zapaterita en el Madrid, de José Luis Mañes y el maestro Alonso, que se había estrenado en 1941.

Una somera revisión de los títulos recuperados para reposición termina los contornos de aquel desolador ambiente en que se atribulaba el crítico. En Madrid, De mala raza, de José Echegaray, autor también de Mancha que limpia, opción de María Fernanda Ladrón de Guevara y Amparito Rivelles,; Los ojos de los muertos, de Jacinto Benavente, que se había estrenado en 1907; Una mujer imposible, juguete cómico de Gregorio Martínez Sierra y Honorio Maura, por la compañía de Josita Hernán. En el Pavón, Los extremeños se tocan, de Muñoz Seca y Pérez Fernández, por la compañía de Luisa Puchol y Mariano Ozores. En el Beatriz La venganza de don Mendo por Aurora Redondo y Valeriano León, o Lo cursi, por la compañía de Lina Yegros. En el Reina Victoria el “espectáculo moderno” Pregón de feria, con Mari Rosa, original de Antonio Quintero y Rafael de León, con ilustración musical del maestro Quiroga. En el Pavón, En mi vida he roto un plato, “regocijante comedia grotesca de los señores Paso”. Malvaloca, de los hermanos Álvarez Quintero. ¿Quién soy yo?, de Juan Ignacio Luca de Tena, en el Fontalba. Usted tiene ojos de mujer fatal, de Jardiel Poncela, en la Zarzuela. No tienes arreglo, Pepe de Davó y Alfayate, reposición de esta farsa en el Rialto. En el Calderón, Aquellas mujeres, de Enrique Suárez de Deza. En el Lara, Espejo de grandes, de Benavente. En el Alcázar, El tío Miseria, de Carlos Arniches. El hombre que las enloquece se mantuvo en el Maravillas y alcanzó las 300 funciones. Los únicos clásicos, fuera de los Tenorios y del Español, se programaron en el Fontalba: Reinar después de morir, de Luis Vélez de Guevara, con adaptación de Francisco Fernández Villegas, y Hamlet por la compañía de Alejandro Ulloa.

En Barcelona se repuso la comedia Els estudiants, de Pepe Alba, representada por él mismo. En el Apolo fue todo un fenómeno, según cuenta Solidaridad Nacional, el reestreno de L’auca del señor Esteve, de Santiago Rusiñol, por la compañía de José Bruguera. Llamó la atención de nuevo Terra baixa, principalmente por convocar de nuevo a Enrique Borrás en el mismo papel que en su estreno. Reposición de Serafín el pinturero en el Borrás, sainete de Arniches con acción en los barrios bajos de Madrid y homenaje a Paco Melgares con Los campanilleros, de Muñoz Seca y Pérez Fernández. Reposición de Currito de la cruz, adaptación de Linares Rivas de la novela homónima de Pérez Lugín, por la compañía de Paco Melgares. La tela, de Muñoz Seca y Pérez Fernández, con Rafael López Somoza y Fuensanta Lorente. En el Romea El llicenciat de Montpeller, “poema dramático inspirado en una leyenda barcelonesa del siglo XVII”, de Eduardo Guasch Viñas, interpretada por la agrupación artística Sant Genìs. En el Calderón, Un drama de Calderón, de Muñoz Seca, por la compañía Davó-Alfayate. En el Romea se cerró el año con Els Pastorets o L’adveniment de l’infant Jesus, espectáculo de José María Folch y Torres.

El año deparó, quizá, la mayor alegría de los críticos con la visita a distintos coliseos barceloneses y madrileños de la diva italiana Emma Gramatica, con La sacra fiamma, versión italiana de una obra de Somerset Maughan, como principal reclamo. En su compañía brillaron junto a ella Franca Dominici, Loris Gizzi como actor de carácter, el galán joven Osvaldo Genazzani, Jole Fierro, Celeste Calza, Corrado Anicelli, Celeste Alnieri y Loris Zanchi. En La damigliella di bard, una comedia de Gotta, interpretaba la artista a una mujer de 80 años que había vivido en soltería; maravilló Gramatica con su trabajo de esta pieza. En Il giro del mondo, de Césare Giulio Viola, Emma Gramatica y Osvaldo Genazzari hacían de madre e hijo. Se despidió de Madrid la italiana con doble programa: un drama de Pirandello, La morsa, y la traducción italiana de La medalla de la vieja señora, del inglés J. M. Barrie.

La prensa recogió expresiones como “Éxito clamoroso en el Calderón barcelonés”, por arte de “La que es hoy quizá la primera figura internacional de la escena, en ese género señorial de la alta comedia y de la propia pieza dramática”. Elogio unánime y fervoroso que delataba una situación fuera de lo corriente.

Cabe recordar que Emma Gramatica había arribado a Barcelona por primera vez muchos años atrás, coincidiendo con una visita de Alfonso XIII a la ciudad. Iba el monarca acompañado por el marqués de Fontalba y ambos asistieron a una de las funciones de la italiana, lo que propició que el rey indicara al marqués que debía ir a Madrid, a “tu teatro”. Así ocurrió en este 1946, por mor del joven empresario Eugenio Peydró y gentileza de Niní Montiam, que cedió la sala para la muy ilustre invitada.

Tan escasas oportunidades de entusiasmo brindaba a los críticos y cronistas, sin embargo, tiempo y lugar para reflexionar un poco, aunque fuera brevemente, sobre el presente escénico. Se puede entrever una velada añoranza en estos escritos de aquel tiempo en que no existía el cine y los estrenos teatrales tenían otra dignidad, o una indirecta constatación de que el cambio era urgente y necesario, aunque no se alcanzara a ver cómo ni por obra de qué artífice podría llegar.

Así Bayona, por ejemplo, dedicó un artículo a “La caracterización o un arte que se pierde”. Fijó su atención en ese “arte difícil que requiere determinados conocimientos”: desde antiguo había tenido indudable importancia para el actor, a fin de “disfrazar su personalidad”, pero algo debía significar el hecho de que cada vez se vieran menos pelucas y menos barbas. Bayona se refería a Long Chaney como uno de los más grandes en la materia, y en territorio nacional a Borrás, aunque “Hoy nadie se preocupa por ello. Los vemos en escena siempre iguales... Nuestros actores o actrices son siempre el mismo personaje”. Terminaba expresando su deseo de “volver a los tiempos en los que Morano representaba magistralmente caracterizado El avaro de Molière”.

Manuel Sánchez Camargo, a su vez, reflexionaba desde las páginas de El Alcázar sobre la “falsedad” de los actores cuando se empeñaban en interpretar jovencitas, seductores o inocentes señoritas cuando pasaban de 50 o 60 años:

Este empeño de actores y actrices no tiene arreglo... ninguno de ellos se resigna a dejar de vivir en la escena esa falsa edad que los convierte en seres de eterna juventud... De tantos defectos como adolece el actor, este sea acaso el más disculpable.

La necrológica de profesionales correspondiente a 1946 es tristemente extensa y ha de encabezarse, sin duda, por la que fue pérdida más aparentemente sentida y sonada, la de Eduardo Marquina. A su entierro asistieron varios ministros y autoridades. El mismísimo Franco se personó en una de las misas corpore insepulto. No en vano se había demostrado el dramaturgo hombre de confianza del régimen, al aceptar su nombramiento como embajador extraordinario en Colombia en aquellos momentos especialmente complicados para la dictadura franquista en el plano internacional. La muerte le sorprendió repentinamente en Nueva York.

La primera en manifestar su consternación fue Lola Membrives, quien había estrenado muchas de sus obras y con quien había conocido el triunfo en Buenos Aires, durante la primavera de 1936. La prensa teatral, que a lo largo de todo el año había desplegado toda suerte de elogios para el experimentado dramaturgo, le rendía múltiples tributos. Como colofón, a finales de diciembre el Círculo de Bellas Artes rindió homenaje a su memoria. En el acto intervinieron Fernando Fernández de Córdoba, María Luisa Mascareñas, Mercedes Prendes, Áurea de Sarriá, Gloria Suárez de Figueroa, Maruchi Fresno, María Fernanda Ladrón de Guevara y Lola Membrives, quienes recitaron fragmentos de distintas obras del finado. Ricardo Calvo y Elvira Noriega interpretaron una escena de El galeón y el milagro. Luis Fernández Ardavín compuso un poema en su honor. Manuel Machado no pudo asistir por enfermedad, pero envió un panegírico para pública lectura, deseo que cumplió el locutor y catedrático de Declamación Fernández de Córdoba. Jacinto Benavente afirmó: “Su teatro sostuvo el decoro y la dignidad de la escena española, fue un magnífico poeta y, sobre todo, un poeta de España”. El Presidente del Círculo y ex ministro Eduardo Aunós, que ejercía como anfitrión, señaló que el catalán Marquina fue un ardoroso defensor de la unidad de España. Finalmente, José María Pemán realizó una intervención muy al uso, con la habitual retórica y semántica franquista:

Toda la obra de Marquina es un canto a la raza: el heroísmo, la leyenda, las empresas imperiales, todas las ambiciones y las esencias del alma española, fueron abarcadas por él, cantadas por el gran poeta hispánico.

Sorprendió la muerte a Antonio Casas Bricio sin llegar a ver el estreno de su Angustias la faraona por Niní Montiam en el teatro de la Comedia; se había consagrado con Y creó las madres. Tampoco pudo disfrutar plenamente de su éxito Manuel Sillero.

Falleció el compositor Rafael Martínez Valls, autor de zarzuelas que nutrieron el repertorio lírico catalán, como Cançó d’amor, La legió d’honor o De guerra.

Murió el popular actor Santiago Enguidanos, que “con sus teatros portátiles recorrió muchas veces España cultivando la totalidad de los géneros”. También el famoso tenor Manuel Utor, a los 80 años, muy querido en Barcelona, donde se ganó el apodo de “El Musclaire”, pues vivía la Barceloneta y trabajaba en su muelle. Y murió Manolo González, “el último y más caracterizado actor de comedia pertenecientes a la escuela clásica”, siguiendo las trazas de Emilio Mario.

Falleció la joven actriz de carácter Pilar Molina, miembro del elenco de Lola Flores y Manolo Caracol. En San Juan de Luz murió la diva María Barrientos, formada entre Barcelona y Milán. Había debutado en la Scala a la altura de 1900 y en 1916 se presentó en el Metropolitan Opera House de Nueya York con la ópera Lucia de Lammermoor de Donizetti, cosechando grandes éxitos. En este último teatro protagonizó el estreno de la obra El gallo de oro de Rimski-Kórsakov con el papel de la reina de Shemajá. En Latinoamérica, especialmente en el Teatro Colón de Buenos Aires, conoció sus mayores triunfos y ganó su fortuna. Entre 1916 y 1924 cantó todo el repertorio para soprano ligera.

También fallecieron los cómicos Francisco Gallego, “Galleguito” y Valeriano Ruiz París, tenor cómico, miembro de la compañía de Luis Sagi-Vela, que a finales de la centuria anterior había sobresalido en el género chico. Murió repentinamente el escenógrafo Mariano López. Fallecieron Carmelo Bermúdez, actor largo tiempo integrante de la compañía de Loreto y Chicote; la bailarina y actriz Mari Paz Gascón, cuyo último trabajo fue para el cine, y María Luisa Campos, la primera “Susana” de La verbena de la Paloma, que estrenó el 17 de febrero de 1894 en el madrileño teatro Apolo.

Alejandrina Caro Graciani, madre de Julia Delgado Caro, falleció este año. Y también, a los 62 años y tras cuarenta de profesión, falleció Rafael Tejero, quien había trabajado en las compañías de Francisco Morano, María Tubau, Enrique Borrás, Larra-Larriva o del Español, entre otras.

Al margen de los acontecimientos singulares, las novedades, las gratas sorpresas y las menos gratas, las principales tradiciones del mundillo teatral se mantenían temporada tras temporada, como queriendo aportar un rigor y una constancia inquebrantable que asegurase la pervivencia de un arte que no pasaba precisamente por su mejor momento.

El Sábado de Gloria de 1946 se estrenaron, como era tradición, unas cuantas obras en Madrid -aunque no tantas como en años anteriores-:

  • Lolita Dolores en el Calderón, con libro de Cuyás de la Vega y música del maestro Moreno Torroba, muy acertada la tiple Raquel Rodrigo y excelente demostración de Marcos Redondo;
  • Solera de España en el Fontalba, del maestro Quiroga y Antoñito Quintero;
  • Angustias la faraona, de Antonio Casas Bricio, en la Comedia con Niní Montiam, Emilio C. Espinisa, María Bru y compañía;
  • Mambrú se va a la guerra, de Fernández Shaw y Romero, en el teatro de la Zarzuela, opereta ambientada en la guerra de sucesión de Felipe V con la que triunfaron Luis Sagi-Vela y Teresita Silva.

Esta vez Barcelona igualó el número de estrenos del Sábado de Gloria (si bien algunos títulos habían sido ya presentados en Madrid):

  • Celia Gámez en el Calderón con Hoy como ayer, comedia musical de “Tono” y Enrique Llovet;
  • En el teatro Comedia, Dos puntos de vista, farsa de Carlos Llopis, por la compañía Davó-Alfayate.
  • En el teatro Barcelona, la compañía madrileña del Infanta Isabel presentaba Una gallega en Nueva York, entre las mejor valoradas de Adolfo Torrado a pesar de sus toques melodramáticos y su chiste oportunista, que delata su dominio del mecanismo teatral; destacó en primer término Isabel Garcés, bien secundada por Ángel de Andrés, Manuel Arbó, Irene Caba Alba y Luis García Ortega.
  • La compañía lírica de Mariano Madrid estrena Tiene razón don Sebastián en el Cómico, sainete del maestro Jacinto Guerrero.
  • En el teatro Victoria, De la seca a la Meca, pieza musical de Salvador Bonavia y el maestro Dotrás Vila.

Por la misma fecha se repusieron en esta ciudad La venganza de la Petra, en el Borrás; Tablao, espectáculo de Gracia de Triana en el Poliorama; Romancero de Juanito Valderrama en el Apolo y en el Romea Luz de gas, de Hamilton, por la compañía de Irene López Heredia.

A finales de octubre desembarcaron los sempiternos “Tenorios”, que seguían abarrotando las salas. La crítica no terminó de ver con buenos ojos la presencia casi al completo de la familia Rambal en el Fuencarral; junto a Enrique como Don Juan brilló su hija Enriqueta como Doña Inés. Llevaba 33 años representando este clásico el singular director.

La nómina de galanes, damas y salas se completa como sigue para Madrid: Manuel Marín y María Cañete, bajo la dirección de Rivas Cherif, en el Cómico; Jorge Mistral y Carmen de Lucio en el teatro Alcalá; Emilio G. Espinosa y Niní Montiam en el Fontalba; Juan Beringola y Pilarín Ruste en el Pavón –compañía Puchol-Ozores- obtuvieron un importante refrendo del respetable; Manuel Dicenta y Mercedes Prendes, bajo la dirección de Cayetano Luca de Tena, rindieron honores a Zorrilla en el Español.

En Barcelona la querida pareja ideada por el vallisoletano llegó de la mano de Enrique Guitart y Consuelo de Nieva en el Poliorama o Carlos Lemos y Mercedes Collado en el Calderón. En el teatro Barcelona tuvo lugar una peculiar versión elaborada por Enrique Jardiel Poncela, con el célebre matador de toros Mario Cabré en el papel de Don Juan y María Paz Molinero como Doña Inés.

Una tradición hoy perdida pero muy acostumbrada en aquel tiempo eran las funciones homenaje, que generalmente consistían en la representación de una pieza en sesión única, o en la lectura de glosas y alguna suerte de hagiografía compuesta ad hoc con aires de gala e invitados especiales o de singular relevancia. Los homenajes se celebraban bien en honor de autores, con ocasión de la representación número 50 o múltiplo –o sin ocasión en particular-, bien a actores como reconocimiento y despedida a toda su trayectoria. Compartimos aquí el recuerdo de tres eventos de este tipo. En primer lugar Campo de armiño, función homenaje a Jacinto Benavente por la compañía de Irene López Heredia en el teatro cine Alcázar de Barcelona, porque reúne dos nombres muy representativos de una época en la historia de nuestra escena.

A continuación el homenaje a Mercedes Prendes en el momento de abandonar el puesto de primera actriz de la compañía del Teatro Nacional del Español, durante muchos años indiscutible. Bayona le tributaba elogios desde la sección “La escena animada” de Pueblo: “Homenaje merecido a esta actriz exquisita, por haber realizado una de las labores más dignas, de más rango y de más dificultades que le es dado realizar a una actriz española”. Nicolás González Ruiz y José Mª Pemán contribuyeron con la lectura de unas cuartillas y Eduardo Marquina con un poema en su honor, en el que se refería a ella como “la de la voz de plata, la de la voz de nardo”. La admirada intérprete salió a saludar en numerosas ocasiones y recibió innumerables obsequios y flores.

Finalmente reseñamos, por su carácter de acontecimiento, el homenaje a Emma Gramatica en su despedida de Madrid y de los escenarios españoles, a sus 72 años. Se representó Francesca, comedia de Renato Lello, en la que ella misma figuraba una aldeana sagaz y de nobles sentimientos. Participaron Niní Montiam y Carlos C. Espinosa, quienes se encargaron de los papeles secundarios. Terminó el escenario abarrotado de flores e intervinieron al final, brevemente, Lola Membrives, María Fernanda Ladrón de Guevara, Elvira Noriega, Guillermo Marín, Ricardo Calvo y el actor cómico Roberto Font.

La principal novedad del año fue la consolidación de Arte Nuevo y su planteamiento de búsqueda de nuevas fórmulas y nuevos caminos para la senda de la escena española. Comportaba un planteamiento de renovación dramatúrgica que debía trasvasarse del papel a las tablas y que pasaba por propuestas muy novedosas para el espectador.

En el teatro Beatriz, se anunciaban tres obras en un acto de la “Compañía de Teatro Moderno”: Un día más, de Alfonso Paso y Medardo Fraile; Umbrales borrosos, de Carlos José Costas, y Urano 235 de Alfonso Sastre. La crítica acogió de buen grado este primer programa, aludiendo a su relación con el teatro norteamericano del momento y reconociendo la valentía y el valor del proyecto. Sánchez Camargo confirmaba la llegada de una juventud que “mostrará su disconformidad con un teatro que, en general, está llamado a desaparecer”. Alfredo Marqueríe ampliaba explicaciones:

Su deseo de encontrar caminos nobles para la renovación teatral es evidente. Desdeñan lo fácil y lo trivial y buscan lo alto y lo difícil. Quieren entretener y hacer pensar al mismo tiempo. No les importa –de momento- deshacer los viejos moldes y conectar el teatro con las orientaciones últimas que en definitiva reanudan la tradición de la tragedia clásica, de los mimos y moralidades, de los misterios y las pantomimas en su versión de 1946. Y por eso merecen nuestra mejor y más sincera palabra de aliento como el público les tributó anoche sus más encendidos y prolongados aplausos al final de todas sus obras.

Siempre en función única y extraordinaria, el grupo Arte Nuevo, estrenó no pocas piezas a lo largo del año, muchas de ellas breves: El 21 de marzo llega la primavera, de José Franco; Mundo aparte, de José Gordon, Tres variaciones sobre una frase de amor, de José María Palacio. El 31 de marzo Arriba había dedicado un reportaje a esta nueva formación, dirigida por José Gordon, quien declaraba: “Quiero un teatro moderno que haga pensar y sentir”. En el Lara se exhibió el último programa del año para la formación con otras tres obras en un acto: Barrio del este, de Alfonso Paso; Parábola de la tierra a pique, de Joaquín Andrés, y De 2 a 4, de Julio Angulo. La brevedad de los textos se convirtió en una seña de identidad de la propuesta rupturista con lo convencional de Arte Nuevo, que en su ánimo de multiplicar su capacidad incisiva convocó durante la primavera un concurso de obras en un acto de teatro experimental.

Arte Nuevo se había formado, a partir de un primer núcleo al que José Gordon –sobrino de Alfonso Paso- animó a buscar local de ensayos a partir de septiembre de 1945, al que se unieron después José María Palacios y José Franco, actor formado en su día en el Teatro Escuela de Arte de Rivas Cherif, con experiencia como director en el Español, ya en la posguerra, y actor en numerosas producciones.

Se dio a conocer públicamente a través de un ciclo de conferencias organizado en el Conservatorio de Música y Declamación de Madrid bajo el título “El teatro como preocupación universal”. Intervinieron Marcelino Tobajas, Alfonso Paso, José Gordon, Alfredo Marqueríe y Pierre Olivier (actor de la Comédie-Française cuya conferencia leyó José María Palacios), y se ilustraron escénicamente algunos momentos gracias a la participación de los alumnos del Conservatorio, algunos de los cuales ya se sumaron como actores a Arte Nuevo. Fue el caso de Aníbal Vela o Miguel Narros, sin ir más lejos.

La primera propuesta escénica del grupo se hizo sin el concurso de ayudas de ningún tipo y mediante alquiler del teatro Beatriz, cuya ubicación facilitaba este tipo de ocasional acuerdo pero, a la par, obligaba al redoblado esfuerzo de trabajar para una sola noche. Los integrantes del grupo prepararon con sumo cuidado el evento, distribuyendo anuncios y textos explicativos de todo tipo que, resulta fácil imaginar, debieron de llamar profundamente la atención de sus destinatarios directos:

¡¡No vaya usted a ver a la Compañía de Arte Nuevo!! Si su carácter de usted es demasiado viejo. Si no le interesa un teatro totalmente inédito en España. Si no le atrae la originalidad hecha arte. Si usted es reacio a la juventud que trabaja completamente sola sin ‘pan ni sal’. Entonces, respetado señor... ¡¡No vaya usted a ver a la Compañía de Arte Nuevo!!

En otras cuartillas se ampliaba el contexto, a modo de aclaración para los espectadores que se plantearan acudir al Infanta Beatriz, en un ejercicio de diálogo imaginado y anticipado con su potencial amigo o enemigo:

Apenas anunciada la presentación para el 31 de enero, en el Teatro Beatriz, de nuestra compañía de Teatro de Vanguardia, se ha pensado en nuestra caída. ACLARACIÓN. Sin conocernos, nos llaman locos. ¡Gracias! Pero aseguramos que nuestra locura no es nueva. No nos esperéis con obras fáciles ni posiciones cómodas. Nuestro vanguardismo no es un ‘ismo’ más. Es la forma que imponen hoy Eugene O’Neil, en Norteamérica, y Noël Coward en Inglaterra. Es un arte universal. Si ha sonado la hora de luchar contra lo viejo, nosotros lucharemos sin dudar un instante. ‘Estos vanguardistas locos de Arte nuevo’ no decaerán un instante, ‘viejos amigos’, muy respetables, pero muy viejos. Con la mayor cortesía, ARTE NUEVO.

 

 

 

 

 

 

 

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