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2. VARIA

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2.1 · El Teatro de los Niños, de Jacinto Benavente

Por Javier Huerta Calvo.
 

 

La función inaugural: un Benavente en estado puro

Consciente de que el éxito de la empresa dependería en buena parte de lo bien administrado que estuviera el tiempo de la función inaugural, Benavente se esmeró en su disposición, una suerte de fiesta en la que poesía y teatro iban conjugadas en un todo armónico:

  1. Ganarse la vida
  2. Lectura de los siguientes poemas:
    1. «Curiosidad», de Ricardo J. Catarineu (leído por Fernando Porredón)
    2. «Cuento a Margarita», de Rubén Darío (leído por el escritor Nilo Fabra16)
    3. «A los niños», de Eduardo Marquina (leído por el mismo autor)
    4. «El buen ejemplo», dolora de Ramón de Campoamor (leída por F. Porredón)17
  3. El príncipe que todo lo aprendió en los libros

 

Teatro y poesía eran, en efecto, los ingredientes mágicos de la fórmula con la cual Benavente quería poner su sello al invento, un indiscutible sello modernista, auspiciado por la presencia, entre los poetas recitados, de Rubén Darío, gran admirador de nuestro autor desde muy tempranas fechas. Junto a un poeta mayor, otro de menor entidad, Ricardo J. Catarineu, que se unió a la fiesta con un mediocre poema en pareados alejandrinos. En él se vinculaba la genuina curiosidad de los pequeños con la más grave y metafísica de los mayores que no ven la respuesta a preguntas de mayor trascendencia:

Mi alma, como las vuestras, en tinieblas se ve
y a Dios vuelve los ojos preguntando: ¿Por qué?.
Y Dios sigue en silencio, ¡un silencio muy hondo!
¿Quién vendrá a responderme como yo te respondo,
hijo mío del alma? ¿Quién será para mí
tan paciente y solícito como yo para ti?
¿Quién querrá descifrarme los misterios que ignoro?
¿Quién me oirá con el ansia con que te oigo y te adoro?
¿Quién dará, a todas horas complaciente, al exceso
de mi curiosidad, su respuesta o su beso? (en Floridor, 1909, 8).18

El de Eduardo Marquina, escrito en redondillas, era más adecuado para un público infantil. Aunque todavía estaba lejos el autor del radical tradicionalismo que defenderá no tardando mucho –por entonces acababa de traducir Las flores del mal, ya asoma en estos no mal hilados versos alguna que otra idea conservadora, como el papel de madres que reserva a las niñas, frente al activo y socialmente relevante que concede a los muchachos19:

¡Ánimo, pues! Cada cual
piense, niños, cuando pasa
por la puerta de su casa,
que es como un arco triunfal:

que sale al mundo por ella,
y que su ángel le acompaña
para una empresa tamaña
como llegar a una estrella.

Tú, que con otros, frugal,
partes lo que has de comer,
vive para resolver
todo el problema social;

tú, ingenioso, sigue hurgando;
tú, manirroto, sé tal;
que los dos estáis tratando
de la industria y el jornal;

tú, ambicioso, serás rey;
tú, fuerte, alzarás pendones;
tú, llorón, harás canciones,
y tú, franco, harás la ley.

Quedas tú, de las guedejas
rubias, niñita sin hiel,
que con tus ricitos de miel
donde hay sueños por abejas;

tú que ya riegas las flores
y que nunca te disculpas
cuando cargas con las culpas
de tus hermanos mayores;

tú, quieta, junto a la cuna
de tu muñeca, que tiene
cuando la alta noche viene
cortinas de luz de luna:

te dejé para el final,
porque al contemplarte así
no sé qué sospecho en ti
de sagrado y maternal;

y es que en la niña he previsto
la gloria de la mujer,
que una madre puede ser
como la Madre de Cristo.

Con una dolora de Campoamor se completó el menú poético de la velada. Del éxito de la inclusión de versos en esta y siguientes funciones se felicitaba el propio autor:

De la excelente acogida al Teatro para los Niños y del interés con que un público, si no tan numeroso como fuera de desear, todo lo selecto que pueda pedirse, sigue sus representaciones, nada me satisface tanto como el buen éxito obtenido por las lecturas de poesías. ¡Versos, poesía!... Eran una especie de coco para las empresas teatrales. Hoy ya empieza a creer en ellos, y todo hace presumir un glorioso renacimiento de la poesía en el teatro. [OC, VII, 675]20


***

La realidad y el ensueño que caracterizan los poemas que se leyeron en la velada reaparecen también en las dos obras escritas por Benavente para la ocasión: Ganarse la vida y El príncipe que todo lo aprendió en los libros [fig. 4]. Coherente con su forma de entender el teatro, Benavente presentaba en esta función las dos facetas de su estilo dramático: una, consagrada a la denuncia de la realidad; otra, volcada hacia el mundo de la ilusión y la fantasía: «dos caras de una misma medalla [que] se completan en un todo indivisible de continuidad», como escribía el crítico Laserna (1909, 2). Son, en fin, los dos estilos que caracterizaron toda su carrera dramática: El nido ajeno frente a Los intereses creados; Señora ama frente a La Cenicienta; Pepa Doncel frente a Titania…21Hoy no cabe dudar de la superioridad del segundo estilo sobre el primero (Huerta Calvo, 2005). Al mismo tiempo, tales estilos se corresponden con las dos máscaras del teatro, la tragedia y la comedia o, por mejor decir, con la tristeza y la alegría, tal como el propio Benavente le aclara a José Francos Rodríguez al hablarle de la orientación que piensa seguir a la hora de escribir obras para niños:

No se harán obras que atemoricen o depriman el espíritu de los niños; alegría sana, y tristeza sana también; la que educa y afina el espíritu (en Lavaud, 1979, 501).



16 Sobre este escritor véase el artículo de Jordi Doménech (2002), en el que recoge la colaboración de Nilo Fabra en el Teatro de los Niños y su relación con Benavente en tertulias como la de «El gato negro».

17 El cronista de ABC señalaba que, además, Nilo Fabra había declamado la «Marcha triunfal» de Rubén Darío, y que Marquina había leído también una composición del poeta portugués Guerra Junqueiro. También el célebre libretista de zarzuelas, Carlos Fernández Shaw, se había adherido a la lectura poética con su poema «Los expresos». E, incluso, Benavente había leído un poema suyo. Pero en las crónicas periodísticas no quedó constancia de ello.

18 Catarineu fue autor también de varias obras: El banco y La huelga de los herreros, ambas traducidas de Copée; Mi sastre, La cena de las burlas, Farsa de amor, El ladrón (en colaboración con Manuel Bueno), y la zarzuela El equipaje del rey José, con música de Ruperto Chapí (Díaz de Escobar / Lasso de la Vega, 1924, 226).

19 El poema «A los niños» pasó después al libro Juglarías (Marquina, 1944, 275-280). Lleva una nota al final sobre el Teatro de los Niños: «Jacinto Benavente patrocinó la idea. Fernando Porredón y la magnífica actriz que ya era entonces Avelina Torres le ayudaron, y pudo fundarse aquel Teatro de los Niños, que, desgraciadamente, no pasó de ensayo laudable y bienintencionado. Allí estrenó Benavente, con éxito enorme, El príncipe que todo lo aprendió en los libros. Luego faltaron obras y la idea no prosperó. España ha sido siempre pobrísima de literatura infantil.- Para la función inaugural Jacinto me había pedido unos versos. Leí estos que aquí se publican» (1944, VI, 1302).

20 En este renacimiento creía también Amado Nervo, apasionado cronista del Teatro de los Niños y gran defensor del teatro poético, en su opinión «el teatro por excelencia, del pasado, del presente y del porvenir» (Nervo, 1928b, 150).

21 Es ya tópica, aunque exacta, esta caracterización desde el trabajo de Eduardo Juliá (1944).

 

 

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