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2. VARIA

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2.1 · El Teatro de los Niños, de Jacinto Benavente

Por Javier Huerta Calvo.
 

 

Con Ganarse la vida22 Benavente ofrecía a su público de niños o de adultos aniñados una estampa melodramática de aires dickensianos: la llegada de dos niños pobres, Sebastián y Esteban, a la ciudad. Desarraigados del pueblo del que proceden, son acogidos por sus tíos de malos modos y sin cariño alguno. Hambrientos y muertos de miedo, los dos hermanos se consuelan, sin embargo, escribiéndole a su madre una carta en la que, para despreocuparla, fingen encontrarse muy bien y completamente felices. Es Sebastián, el hermano mayor, quien saca fuerzas de flaqueza, para animar al pequeño y arrostrar con valor las penalidades de la vida:

Esteban. Yo quiero irme a mi casa. Yo quiero volver con mi madre.

Sebastián. Vamos, calla… Hay que ganarse la vida. Si no pue ser, por mucho que te pongas… Ya somos mozos. A lo primero hay que ganársela así, con trabajos… Cuando seamos hombres será otra cosa. ¿Oyes? Anda, con tanto llorar se ha quedao dormido… ¡Ay madre! Ahora que él no me ve lloraría yo de buena gana; pero pue despertarse, y si me ve a mí acobardao… Soy el más hombre, y con llorar nada se saca… ¡Ay madre!...

Es el mismo Sebastián quien se encarga de transmitir al respetable la sencilla moraleja de la obrita:

 (Al público.) Niños felices que halláis en vuestra casa no sólo el pan sino las golosinas de cada día entre caricias y besos…, acordaos alguna vez y compadeceos de estos niños sin niñez… que han de ganarse la vida como los hombres (VI, 657).

La mayoría de los críticos juzgó con benevolencia el pequeño melodrama. Para Andrenio, Benavente había optado «por un teatro de cierto compromiso social, una obra bastante seria […] Quizá –añadía– parezca a algunos demasiado triste y austera esta comedia para niños, pero su moraleja es animosa y no está de más que en la educación de la sensibilidad, tan importante y no menos necesaria que la de la inteligencia, intercale sus lecciones el espectáculo del dolor» (Andrenio, 1909a, 20). Benavente sabía para quien escribía: un público infantil que procedía, en su mayor parte, de las clases altas de la sociedad madrileña23; un público con el que se identificaba el crítico de ABC, Melchor Fernández Almagro, Floridor, convertido para la ocasión en Floridorcito:

Es una comedia de enseñanza por la que conocemos los niños ricos y mimados cuán difícil es para los que no tuvieron la suerte de nacer con todo resuelto luchar y vivir (Floridor, 1909, 7).24

Para José Alsina, crítico de El País, era natural que Benavente hubiera dibujado con tales trazos aquel cuadro social, pues los únicos espectadores posibles del Príncipe Alfonso provenían de los barrios más acomodados de Madrid:

Como Benavente supone, y supone bien, que los espectadores del Príncipe Alfonso han de ser niños ricos, les presenta el caso de los pequeños que llegan a Madrid, para emprender la espinosa cuesta del trabajo. […] Los diminutos espectadores ricos se enterarán de que hay niños pobres, y acaso en el porvenir recuerden esta obra que quiso domar futuras ferocidades (1909, 2).25

Sin embargo, Benavente intentó que las butacas del Príncipe Alfonso no sólo estuvieran ocupadas por los hijos de los ricos, sino también por los más menesterosos, de modo que propuso entradas gratuitas para estos últimos. La respuesta por parte de los primeros, de los potentados, no se hizo esperar, y fue tan cruel como ejemplar; así lo cuenta el cronista de El Heraldo de Madrid, Alfonso B. Alfaro:

Pronto, nuestro envidiable comediógrafo se apercibió de que los niños pobres, los hijastros de la fortuna, no recibían los efectos bienhechores de su obra, y compadeciendo a las inocentes criaturas […], dispuso que se distribuyera una parte de los billetes del teatro entre los niños de las escuelas públicas y de los asilos, dejando la otra en la taquilla al alcance de los pudientes y anunciándolo así en los programas y carteles. Llegó la hora de la función, y cuando el maestro saboreaba anticipadamente la alegría de que, gracias a él, comulgaran pobres y ricos juntos el pan de la emoción en el altar del Arte, […] supo que para aquella función, de la que él esperaba abundante cosecha, ¡no se había vendido ni un solo billete en la taquilla! Hecho que se repitió al siguiente día, y al otro, y al otro, y al inmediato. ¡No se necesitaba menos tiempo para que desapareciera del ambiente del salón el desagradable olor de la pobreza!... Aquellas noches Jacinto Benavente debió sufrir algo honda y cruelmente desconsolador… acaso sintió asco… acaso pensó en que aquí la dignidad es patrimonio de los que emigran. Pero consuélese. Si para que la empresa no se arruine, los niños pobres han de quedarse sin recibir los efectos bienhechores de su obra; si con su nuevo Teatro se propuso contribuirá la educación del sentimiento infantil, bien están solos los hijos de los pudientes en el Príncipe Alfonso, que en esta ocasión son los más necesitados del pan que allí se da. Porque a estos los instruyen frailes, de seguro buenos y sabios, y monjas, indudablemente ilustradas y virtuosas; pero a los hijos de los pobres los educan maestros que son padres ¡y maestras que son madres! (Alfaro, 1910).

Con la obra que completaba cartel, El príncipe que todo lo aprendió en los libros, Benavente pisaba unos terrenos más conformes a sus propósitos de renovación escénica: el cuento de hadas, la comedia de magia, la farsa renacentista… La pieza está dividida en dos actos y seis cuadros. En el primer cuadro el Rey despide a su hijo, el Príncipe, quien, después de haber leído muchos libros, se dispone a emprender el viaje que le permita conocer mundo. Lo acompañan un Preceptor y su bufón, el fiel Tonino. El segundo cuadro nos traslada al campo. Una bifurcación de caminos –uno, de zarzas y piedras; otro, de flores– provoca la primera duda a los viajeros, que no saben si tomar el uno o el otro. Mientras el bufón decide emprender el que se antoja más fácil, el Príncipe toma el contrario, pues «los senderos ásperos son los que conducen a los jardines y a los palacios de las buenas hadas y de los buenos reyes, donde moran las bellas princesas que esperan a los príncipes enamorados». Una muchacha, Bella, se entromete en la conversación para ofrecerles su casa como lugar de descanso. Ante la alegría de Tonino, el Príncipe se reafirma en su convicción de que el camino que debe tomar es el otro, de modo que se separa de sus dos acompañantes. En el cuadro tercero una Vieja da su hospitalidad al Príncipe, que cree haber llegado allí para desencantarla. Entran dos Leñadores, que al ver al Príncipe planean robarle. Este se comporta con ellos, sin embargo, con la mayor generosidad regalándoles una moneda de oro, mas estos no cejan en el propósito de robarle, sin descartar para ello la violencia. La Vieja se lo advierte y le anima a marcharse antes de que llegue la noche, pero el Príncipe decide quedarse, pues lo toma como una prueba, gracias a la cual, si sale victorioso, obtendrá la mano de una princesa.

El cuadro primero del acto II transcurre en casa del Ogro, a donde ha llegado Tonino, que teme ser devorado por él en cualquier momento. Entra el Príncipe cuando el Ogro duerme. Trae en brazos a la Vieja, pues ambos han escapado de los leñadores ladrones que querían matarlos. El Príncipe cree que es el Ogro quien tiene en su poder a la princesa. Quiere matarle pero el Ogro se despierta y le da una paliza. Es entonces cuando la Vieja conduce al Príncipe a un lugar más seguro.

En el cuadro segundo nos encontramos en el palacio del rey Chuchurumbé, que tiene tres hijas, de las cuales la única que quiere casarse es la menor. La Vieja le aconseja al Príncipe que no la acepte como esposa. Una sencilla prueba decidirá cuál de las tres hermanas es la más idónea: mostrarles tres presentes para que elijan el que sea más de su gusto. La Hija 3 escoge la joya, la Hija 1, el libro, y la Hija 2, la flor. Es esta última la que escoge con mejor criterio, según el Príncipe, y con quien termina emparejado. Así se confirma la idea de que las cosas bellas que ha leído se han cumplido en la realidad:

¡Gloria a mis cuentos de hadas! ¡No maldeciré nunca de ellos! ¡Felices los que saben hacer de la vida un bello cuento!... (OC, VI, 646).

Es, sin embargo, Tonino quien lanza el mensaje final cargado de una moraleja optimista destinada al público infantil:

Queridos niños: un aplauso de vuestras manecitas es la mayor gloria de un poeta, porque sois el porvenir… Sea el de vuestra vida, que es la vida futura de nuestra España, como un cuento de hadas en que triunfa el bien siempre de todos los males…, y todos son tan felices como el Príncipe Azul de este cuento, queridos niños.

La crítica se prodigó en elogios hacia la pieza de Benavente. De «verdadera obra maestra» la calificaba el cronista de La correspondencia de España (Anónimo, 1909c, 1)26. No menos favorable se manifestaba Floridor:

¡Qué cuento tan admirable y tan sencillo este, en el que Benavente ha sabido interesarnos a un tiempo a nosotros y a las personas mayores. Burla burlando, y entre sus gracias infantiles, hay pensamientos y bellezas de una dulce emoción, ráfagas intensas de poesía, que produjeron en el público ese calofrío que causa la sensación de lo que se nos mete en el alma como un suspirado día de sol (Floridor, 1909, 8).

Para Hispano, crítico de Bellas artes, la obra era un Benavente en estado puro, pues irradiaba amor desinteresado a la Belleza, «culto del Arte por el Arte» (1909, 8). El siempre perspicaz Alejandro Miquis (1909)incidía en la estética voluntariamente infantil de «una comedia en que Benavente se ha aniñado cuanto era necesario; pero eso no le impide ser aún un niño travieso que dice a las personas mayores cosas muy punzantes, y hace de las cosas más serias motivo y ocasión para aceradas sátiras». La analogía con Los intereses creados era evidente, tal como indicaba Andrenio, aunque el sarcasmo irónico de aquella comedia de polichinelas dejaba paso aquí a la ternura y el ingenio (1909a: 20).

Hasta en el reparto de papeles se asemejaban ambas obras. Al igual que en Los intereses creados, donde el papel de Leandro lo encarnó Clotilde Domus,el Príncipe fue interpretado por una actriz, Matilde Rodríguez27. El aniñamiento del ambiente era acompañado, pues, de cierto afeminamiento, muy del gusto del autor, tan shakespeariano en estos juegos de equívocos y trasvestimentos. Además, Xifrà, Molins y Jiménez interpretaron a las tres princesas, mientras que Porredón hizo de Tonino, y Portillo, de Príncipe Chuchurumbé. En lo que se refiere a Ganarse la vida, Isabelita Garcés hizo el papel de Paquito, y las actrices Rodríguez y Xifrà encarnaron a Sebastián y Esteban. El tío Serapio fue interpretado por Fernando Porredón, y la tía Dorotea, por la sra. Fernández. Como novedad tecnológica, Miquis apuntaba el que, a imitación de los procedimientos que empleaba Antoine en el Odeón de París, se habían utilizado los llamados cuadros «de paso» (1909, 7), a los que había puesto escenografía Luis Muriel hijo.

Un éxito, en fin, el de esta primera función del Teatro de los Niños, que muchos años después rememoraba así Felipe Sassone:

Por la garantía que prestaba Jacinto Benavente, fundador y director del nuevo teatro, acudieron al Príncipe Alfonso los niños y además todo el público de los grandes estrenos, ansioso de aniñarse gozando un poco de arte puro, claro, riente, que prometía tener la ingenuidad de los sueños infantiles, sueños azules, de dulzura y de paz, que ya hombres no tenemos en la inquietud, un mucho trágica y otro mucho más grotesca de la vida. Y sucedió, por obra y gracia del autor de Señora ama, que con esperar tanto como esperábamos, aún no se dio más, y durante las tres horas que duró el inolvidable espectáculo, pensaron los intelectuales, rieron los niños, lloramos los mayores y aplaudimos todos con la más intensa de las emociones y el más exaltado de los entusiasmos (Sassone, 1909, 3)28.

Otros testimonios nos hablan, sin embargo, de que no hubo muchos niños en la función inaugural. La verdad es que ni los hubo en esta ni parece que los hubiera en las siguientes a tenor de lo que nos testimonian los comentaristas:

Es lástima que no vayan más niños al teatro de los ídem. Cuando Porredón, al terminar El príncipe que todo lo aprendió en los libros, dice en un boniment final: «queridos niños…», estas palabras, al resbalar entre las canas y las calvas de bastantes espectadores, toman un dejo irónico. «¡Si me lo hicieras bueno!», pensará más de uno… (Anónimo, 1910i, 20).

En cualquier caso, lo que era incuestionable es el éxito artístico del Teatro de los Niños, una especie de fresca bocanada en el apolillado panorama escénico de la época. Y este éxito, se debía a un poeta, como señalaba el crítico de El Liberal:

Esto es el Teatro de los Niños, inaugurado ayer en el lindo coliseo de la calle de Génova, con brillante éxito. La obra de un poeta. De un gran poeta, que ama la vida en su más hermosa manifestación. La idea es bellísima. Si fracasa en su noble intento el eximio autor de Por las nubes, no será suya la culpa. Es una obra que requiere el concurso y la ayuda de muchos. Benavente, aun siendo formidable el empuje de su talento, no podría por sí solo convertir el proyecto en realidad. Es indispensable que los Quinteros, los Linares Rivas, Marquina, Catarineu, Palomero y otros buenos poetas secunden al esclarecido autor y hagan teatro para los niños (Anónimo, 1909l: 2).



22 Se publicó por vez primera en la revista Por esos mundos, 186 (1910), 20-24, con varios fotogramas de la función.

23 Ganarse la vida, junto con El nietecito, serían llevada al cine por Julián Torremocha después de la Guerra Civil.

24 El crítico de El Liberal también bromeaba con los «niños» adultos que habían acudido al estreno: «Entre los “niños” que aclamaron al insigne autor, recuerdo a Pepe Laserna, Pepito Lon, Manolito Tolosa Latour, Enriquito López Marín, Alejandrito Saint Aubin, Carlitos Muñiz y Arturiro Perera, todos ellos contemporáneos de Calomarde» (Anónimo, 1909l: 2).

25 Era natural, por otra parte, que teniendo en cuenta la localización del teatro, en uno de los barrios más selectos del Madrid de principios de siglo, el público procediera de las capas más aristocráticas de la sociedad, tal como refiere el cronista de ABC: «Las representaciones del Teatro para niños continúan con éxito creciente. Ayer, el elegante coliseo del Príncipe Alfonso se vio concurridísimo por un aristocrático público, que, secundando la noble iniciativa del maestro Benavente, presta su decidido apoyo a la generosa y educadora obra del insigne autor» (Anónimo, 1909e).

26 Este mismo crítico alababa la generosidad del proyecto todo del autor: «Benavente, con un admirable desinterés, de que no hay precedente en nuestros dramaturgos, ha entregado a un teatro que puede pagar muy poco de derechos de autor una verdadera obra maestra. Tal es, sin disputa, El príncipe que todo lo aprendió en los libros, comedia en dos actos y siete cuadros, que ha valido a Jacinto Benavente uno de los más legítimos y ruidosos triunfos de toda su gloriosa carrera de autor dramático» (Anónimo, 1909c, 1).

27 Era la primera actriz. Al igual que Fernando Porredón, había interpretado ya varios papeles en obras de Benavente: El marido de su viuda, Hacia la verdad, Por las nubes, De cera y La señorita se aburre, todas ellas en las temporadas de 1908 y 1909.

28 Al parecer, el rey Alfonso XIII tuvo la intención de asistir a la inauguración del Teatro del los Niños, a la que finalmente no acudió por el luto que debía guardar por el rey de Bélgica Leopoldo II, fallecido siete días antes (Andrenio, 1909).

 

 

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