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6. HOMENAJE

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6.1 · FRANCISCO ÁLVARO: LA MIRADA TOTAL

Por Fernando Herrero.
 

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Ilustración


FRANCISCO ÁLVARO: LA MIRADA TOTAL

Fernando Herrero

 

Hace más de 100 años que Francisco Álvaro nació en Villalón. Es momento de reconsiderar la inmensa labor que como notario y testigo del teatro Español de 1953 a l986 ha legado. Nos queda, aparte de los primeros artículos publicados en El Norte de Castilla, unos libros que se titulan El espectador y la crítica, 28 volúmenes, un tesoro que es fruto de la labor ingente de Álvaro (hoy sería imposible asumirla en su totalidad), que tuvo que luchar en dos vertientes: la artística y estética por un lado y la económica por otro. Desde el año 2011, a punto de finalizar cuando escribo este artículo y vuelvo a examinar esos gruesos volúmenes, el asombroso y la admiración se multiplican.

La memoria es frágil. De vez en cuando se recuerda a un escritor, a un artista. Se le homenajea, se crea incluso una Fundación con su nombre, como es el caso de Miguel Delibes, extraordinario escritor castellano y universal, que hará perdurar su nombre. No es lo habitual. El olvido se suele adueñar del tiempo pasado y la memoria del mismo es cada vez más frágil. Por ello el recuerdo de Paco Álvaro por parte de esta revista es un acto de justicia en el que tengo la inmensa satisfacción de colaborar.

El Ayuntamiento de Valladolid no olvidó del todo a Francisco Álvaro. Su biblioteca personal está ordenada y depositada en la Casa Zorrilla, a la que la donó su cuñado. Hoy, al no tener hijos Paco, no existen familiares que tengan ese recuerdo íntimo. Por ello la posibilidad de utilizar sus libros de teatro, sus obras, por investigadores es un homenaje a su trabajo. Podemos afirmar que quien quiera estudiar la escena española en esa época tiene que contar con El espectador y la crítica. Me lo comentaba Marcos Ordóñez hace poco, al salir de una Mesa Redonda sobre la crítica en el Festival Internacional de Teatro de Salamanca.

Francisco Álvaro, casado sin hijos, tuvo en su mujer una compañera y colaboradora excepcional. Su condición de funcionario se compaginó con ese amor al teatro al que dedicó una actividad y un esfuerzo extraordinario. Después de sus primeras colaboraciones en el Diario Regional de Valladolid y El Día de Palencia, fue en El Norte de Castilla, a partir de 1951, donde comenzará su ingente labor, finalizando el 27 de julio de 1982 con el Tomo 29 de El espectador y la crítica preparado. Hoy continúa sin editar, pero parece ser que no tardará en ver la luz como póstumo homenaje de la ciudad donde vivió y trabajo.

Silvia Álvarez Cabello, periodista, traza una magnífica biografía de Francisco Álvaro en un Cuaderno de la colección dedicada a personajes vallisoletanos y recoge las circunstancias de su vida personal y creadora. Ha sido una guía muy importante para realizar este trabajo, nada fácil por cierto, que intenta abrir la mirada al conjunto monumental de estos 28 libros, cada año más densos y completos.

La situación del teatro en España cuando Álvaro comienza su tarea es bastante desastrosa. Quien escribe estas líneas, residente en Madrid desde 1954 y aficionado al teatro, al que acudía regularmente, puede dar fe de ello. La mediocridad era general aunque en 1947 había surgido un autor, Antonio Buero Vallejo, condenado a muerte por los nacionalistas, compañero de prisión de Miguel Hernández, de quien hizo un curioso retrato, que obtuvo el Premio Lope de Vega con Historia de una escalera, cuyo éxito impidió las representaciones del Tenorio en las fechas señaladas. En los libros de Francisco Álvaro la atención prestada a las obras de Buero que se estrenaban cada año era máxima y ocupaba más páginas de lo habitual. El buen tino del espectador convocaba a los críticos en su máximo nivel. Sabía Francisco distinguir entre un teatro convencional y otro más importante y profundo que intentaba penetrar en la realidad oculta de nuestro país.

¿Quién era este personaje, amable y distinguido, que amaba al teatro y a sus protagonistas con pasión, y desde una ciudad capital de provincia llevaba a cabo una prospección ejemplar de lo que ocurría en la escena madrileña año tras año? Aunque su labor como espectador crítico era lo fundamental de su producción, era también autor de más de treinta obras, casi todas inéditas, algunas estrenadas esporádicamente. Alma de Castilla, Soledad, De una misma sangre, El bailarín de la suerte (única que he podido leer) y Algo flota sobre el agua, sobre Lajos Zilahy, eran sus preferidas.

Cambió la faceta de autor por la de aficionado primero, historiador después, desde la vertiente importante y difícil de casi omnipresente testigo. Del examen de los tomos de El espectador y la crítica se comprueba el ingente trabajo de Álvaro realizado de forma directa y constante. Viajaba a Madrid y presenciaba casi todo lo que allí se representaba. Tenía una relación especial con la gente de teatro, lo que no impedía una, siempre generosa, objetividad. Había conseguido una relación de amistad y confianza con las gentes de la escena, lo que se comprueba en los prólogos escritos por personalidades plurales de esta en los 28 volúmenes editados. La globalidad de su labor le hacía incidir en todos los hechos del teatro, hasta formar un mosaico único en el que la presentación de lo representado, valga la frase, buscaba una totalidad expresiva.

Los problemas económicos, que fueron solucionados con dificultades y con un esfuerzo personal sobrehumano, le ocuparon tanto tiempo como el empleado en integrar al “espectador” con los críticos. Al mismo tiempo, en una vía diferente, la revista Primer Acto rompía barreras desde su primer número con la publicación de Esperando a Godot de Samuel Beckett. Creo que Francisco Álvaro y Primer Acto constituyen los testimonios más importantes de un dilatado espacio de tiempo, desde concepciones estéticas diferentes.

En el artículo antes citado de Silvia Álvarez se recogen opiniones de los diversos protagonistas sobre el valor de los tomos y del sistema utilizado por Francisco Álvaro. Coinciden algunos –Lázaro Carreter, Marsillach, Antonio Valencia– en algo en lo que estoy de acuerdo: el aspecto externamente notarial de los escritos de Paco semioculta una visión del teatro que puede o no coincidir con la de los críticos que convoca. La introducción, el debate, la mayor extensión referida a determinados espectáculos muestra las preferencias personales del “Espectador”, que puede hablar de fracasos, siempre desde una generosa comprensión, como crítico, salvo casos puntuales. Coincido con él en que el hecho teatral merece casi siempre, repito, un respeto para las personas que se someten al juicio de los espectadores, dentro y fuera del escenario, sin trampas tecnológicas que lo desvirtúen, aunque hoy no ocurre así todas las veces. Milagroso es asimismo el esfuerzo de Álvaro desde su residencia habitual en Valladolid. Cuando me trasladé a esta ciudad por motivos profesionales, la vida teatral languidecía con los estrenos comerciales de Ferias, algún espectáculo aislado y el Corral de Comedias que dirigía Luis Maté. La llegada de Carmelo Romero, Técnico de la Administración del Estado como Secretario de la Delegación de Información y Turismo fue decisiva; con el Corral de Comedias dirigió textos importantes como El esclavo, de Leroi Jones y Ubu, rey, de Alfred Jarry, en los que colaboré en la versión y la dramaturgia. Hizo venir a la ciudad a Juan Antonio Quintana, magnifico actor y también profesor de francés y creó el Festival de Teatro Nuevo, que abrió nuevas perspectivas a la gente de la escena y que alcanzó el máximo nivel con la presencia del Living Theatre con Antígona, que fue precedida por una memorable representación de Arlechino, servitore de due maestri por el Piccolo Teatro de Milán, dirigido por Giorgio Strehler, seguida de una conferencia de Angelo Corti y Paolo Grassi que abrió muchas colaboraciones que pronto dieron sus frutos.

Entretanto, Álvaro proseguía su labor que se enriquecía año tras año, como luego comprobaremos. Creo que ambas situaciones, la local de la ciudad donde residía y la nacional, con atención fundamental a Madrid, influyen en la labor de este extraordinario personaje, cada vez más abierta y rigurosa. Dicotomía esencial para entender la complejidad del hecho teatral y sus diferentes motores.

 

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