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7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

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7.6 · TORRES NEBRERA, Gregorio, El posible / imposible teatro del 27, Sevilla, Renacimiento (colección Iluminaciones), 2009, 354 pp.

Por Mario Martín Gijón.
 

 

Portada del libro


TORRES NEBRERA, Gregorio, El posible / imposible teatro del 27, Sevilla, Renacimiento (colección Iluminaciones), 2009, 354 pp.

Mario Martín Gijón
(Universidad de Extremadura / Université de Paris III – Sorbonne Nouvelle)


Desde sus inicios como investigador, el profesor Gregorio Torres Nebrera ha mantenido entre sus campos preferentes de estudio la dramaturgia más innovadora de los años veinte y treinta, de la que es sin duda uno de los mayores conocedores. Por ello, el libro que se publica ahora en la colección que la editorial Renacimiento destina a estudios críticos de literatura española, aunque recoja diversos trabajos publicados anteriormente, puede leerse como una obra articulada en varios capítulos, que aborda las innovaciones de los autores englobados en un concepto amplio de “generación del 27”, que abarca hasta autores como Max Aub, Enrique Jardiel Poncela, o Claudio de la Torre. A la vez, el libro indaga las razones del escaso eco escénico de estos autores, y de su relativo fracaso en su intento de renovar los escenarios españoles. De ahí el título, que afirma que hubo un “teatro del 27”, al igual que hubo una lírica, mucho más reconocida, pero también una novela, heterogénea y minoritaria, pero claramente encuadrada en la estética vanguardista impulsada por Ortega. Frente a estos géneros, sin embargo, al teatro del 27, si le fue “posible” aparecer sobre el papel y ante la crítica, le resultó “imposible” imponerse como corriente dominante en unos escenarios dominados por el conservadurismo ético y estético tanto de los empresarios teatrales como del público mayoritario que asistía a los teatros.

El libro puede verse, por tanto, como una obra con una introducción general, de título homónimo, y doce calas subsiguientes en distintos autores. En “El posible / imposible teatro del 27”, Torres Nebrera aborda los diversos intentos de renovación teatral, acotando su extensión entre 1920 y 1936, periodo acotado, no por casualidad, por dos textos lorquianos: el estreno (fracasado) de El maleficio de la mariposa, y la lectura de La casa de Bernarda Alba. Además, 1920 fue la fecha de publicación de Luces de Bohemia, la obra con la que Valle-Inclán se situaba en primera línea de la renovación teatral a nivel europeo, mientras que en 1936, como es obvio, el estallido de la guerra civil situaba el teatro ante problemas muy distintos. Entre esos años, resalta la labor de compañías como “El Mirlo Blanco”, “El Cántaro Roto” o “Anfístora” o, sobre todo, el “Teatro de Arte”, impulsado por Martínez Sierra desde un escenario comercial como el Eslava, loable iniciativa que pudiera haber contribuido a potenciar, de manera paralela a la comedia comercial, la representación de obras vanguardistas, pero que resultó una excepción en un panorama dominado por empresarios de miras estrechas y la falta de apoyo oficial de un gobierno tan poco ilustrado como el de Primo de Rivera. En cuanto a las obras que individualmente rompían con los anquilosados pero aceptados moldes del teatro realista-naturalista dominante, Torres Nebrera considera que, por el número de sus obras estrenadas, cabe una posición de honor a García Lorca y Jardiel Poncela, así como, ya en los años treinta, Alejandro Casona. El hecho incuestionable es que más de la mitad de las obras renovadoras no pasaron de la letra impresa, como fue el caso del teatro de José Bergamín y Rafael Dieste, pero también de la mayor parte del teatro de Rafael Alberti y Max Aub. El lugar que ahora se les asigna en las historias de la literatura es, para el catedrático de Cáceres, un ejercicio de reconstrucción histórica que resulta de justicia, pero que no cambia la realidad histórica de un teatro que no pudo ser llevado a escena por las circunstancias vigentes en su momento.

El primero de los ensayos consagrados a autores particulares aborda el teatro vanguardista de Max Aub, examinando las influencias de Pirandello y Unamuno en piezas como Crimen (1923) o El desconfiado prodigioso (1924), así como la interpretación vanguardista del auto calderoniano o el tratamiento lúdico de cuestiones filosóficas, como la existencia objetiva o subjetiva de la realidad, en Crimen o, sobre todo, La botella (1924). La pieza más ambiciosa de esta época de la dramaturgia aubiana, y a la que Torres Nebrera dedica más espacio es, por supuesto, Narciso (1928), la obra que más recursos de vanguardia incorpora y la más cercana en su género a los narradores que promocionaba Ortega desde la colección “Nova Novorum”. Finalmente, la adaptación de la obra Espejo de avaricia (1934) para su representación por las Misiones Pedagógicas como Jácara del ávaro (1935) permite un análisis de los retos que suponía la ampliación del teatro a un público popular. 

El ensayo “Los inicios teatrales de Jardiel Poncela (1927-1931)” repasa la primera época del teatro jardielino, anterior a su viaje a Hollywood y al estreno de las piezas que le otorgarían mayor reconocimiento. Las obras analizadas son Una noche de primavera sin sueño, El cadáver del señor García y Margarita, Armando y su padre, destacando los magníficos arranques de las obras y la brillantez de los diálogos, a la vez que la tendencia de Jardiel a frustrar la tensión de lo fantástico con explicaciones verosímiles que caen en lo ramplón, lo que Torres Nebrera califica, con razón, como una “manía autonociva” del autor.

Otro autor que supo entender la vanguardia dentro del teatro de humor y que tiene no pocos puntos en común con Jardiel Poncela fue José López Rubio, del que, como en el caso de aquél, se analiza su teatro anterior a la guerra civil, que se resume en dos obras escritas en colaboración con Eduardo Ugarte, asociación entre dos hombres de destinos divergentes (el primero integrado posteriormente en la escena del régimen, el segundo exiliado en México hasta su temprana muerte), que generó las obras De la noche a la mañana, protagonizada por la doble personalidad del neurasténico Mateo/Don Mateo, y La casa de naipes, triángulo amoroso que conjuga el desgarro entre los sueños de una vida de aventura y las limitaciones impuestas por una determinada moral y ambientación. Si de la primera se analiza la representación del subconsciente, relacionándola con otras comedias sobre la locura  surgidas al hilo de la popularidad de las teorías de Sigmund Freud, el análisis de la segunda, más descriptivo, pone en relieve un cierto repliegue estético de López Rubio y Ugarte hacia un teatro benaventino que seguía siendo excelentemente acogido por el público madrileño.

Otro ensayo analiza Tic-Tac (1930), sin duda la obra más conocida de un dramaturgo relativamente olvidado, como el canario Claudio de la Torre, y en la que se realiza magistralmente la conjunción de Freud y Calderón (descenso al subconsciente del personaje y maneras de auto sacramental) distintiva de una parte importante del teatro vanguardista español de estos años. Al mismo tiempo, el profesor baezano habla brevemente de dos obras posteriores a 1939, como Hotel Términus y Tren de madrugada, que se sitúan durante la Segunda Guerra Mundial, y merecerían seguramente una reedición.

Uno de los trabajos más amplios es el dedicado al teatro de Manuel Altolaguirre, que recorre la aún poco reconocida trayectoria dramática del autor malagueño desde su obra inacabada Saraí (1927), de temática bíblica, donde Torres Nebrera analiza la oposición entre tiempo y sueño tan importante en el imaginario de Altolaguirre. A continuación, se analizan comparativamente Amor de dos vidas y Tiempo a vista de pájaro, por una parte y Amor de madre, con Entre dos públicos, de otra, a la vez que se alumbran las relaciones intertextuales entre estas obras y determinados poemas de Soledades juntas. Tras repasar la recepción y estructura de la obra que escribiera junto a José Bergamín, El triunfo de las germanías (a base de indicios externos, pues como se sabe aún se hace de esperar su prevista edición a cargo del profesor Nigel Dennis), Torres Nebrera dedica una especial atención a la inconclusa pieza El espacio interior, donde Altolaguirre enlazaba con el estilo surrealista de Amor de dos vidas para representar, desde un imaginario espacio de la tras-muerte, la hondísima crisis que el autor malagueño vivió al inicio de su exilio.

De una obra inconclusa trata igualmente el siguiente ensayo, que aborda la obra lorquiana Los sueños de mi prima Aurelia, que habría de formar parte de una serie de “crónicas granadinas” dramatizadas donde Lorca rompía con el andalucismo anquilosado de la escena española. Torres Nebrera estudia la relación de esta obra con otros dramas lorquianos de ambientación andaluza como Doña Rosita la Soltera y La casa de Bernarda Alba, al tiempo que señala cómo este drama tardío reelabora vivencias ya descritas en prosas como “Tarde dominguera en un pueblo grande”, de las primerizas Impresiones y paisajes o los artículos reunidos bajo el título “Autobiografía”, que describe la vida del niño Federico con doce o trece años, un niño que aparecerá como personaje, con nombre y apellidos, en la obra analizada. 

Los tres siguientes ensayos abordan textos y autores sobre los que el autor puede acreditar una larga y fructífera dedicación crítica. En “Juego limpio y las “Guerrillas del Teatro””, documenta detalladamente la realidad histórica (en actores, obras representadas y circunstancias) de una de las más conocidas novelas de María Teresa León, de la que aún no existe una edición crítica, la cual sin duda podría tomar como punto de partida dicho artículo. En el siguiente artículo realiza un análisis comparativo de dos obras unidas históricamente: La casa de Bernarda Alba de García Lorca y El Adefesio de Alberti. En efecto, ambas fueron estrenadas, entre 1944 y 1945, en Buenos Aires por la compañía de Margarita Xirgu, y ambas obras se montaron sobre los escenarios madrileños de la Transición en 1976. Torres Nebrera se centra en el estudio del trágico motivo de “la encerrada” en ambos autores, registrando su presencia en la lírica y cómo para los dos escritores andaluces era el mayor símbolo de la intolerable represión de la libertad, que en ambas obras recae finalmente sobre las dos verduas, la Gorgo y Bernarda. Finalmente, en “Alberti y el teatro breve” repasa esta parte de la dramaturgia del autor gaditano, que abarca más de la mitad de su corpus teatral, y que se ha visto enriquecido en los últimos años gracias a hallazgos como el del Romance de don Bueso y la infanta cautiva (1931). Como es habitual en estos ensayos, Torres Nebrera expone paralelismos iluminadores entre las piezas teatrales y determinados textos líricos de Alberti.

Los últimos tres ensayos tratan de tres autores exiliados muy diversos en cuanto a ideas teatrales y a su fortuna en los escenarios. En primer lugar, una lectura de la obra La estratoesfera (1945) de Pedro Salinas, en la que se presta especial atención al influjo de Arniches (en el léxico y la tradición madrileñista que asume esta obra), Valle-Inclán (en las abundantes alusiones a Luces de Bohemia) y al Quijote, con la reelaboración del episodio de los Duques. El siguiente trabajo se ocupa de la obra La casa de los siete balcones, de Alejandro Casona, reivindicando, frente a algunas críticas negativas que recibiera en su estreno, el valor de esta obra casoniana, a la que se dedica un amplísimo estudio que analiza su espacio escénico, su construcción y sentido, y un detallado recorrido por sus personajes. Finalmente, se compara el tratamiento de la enajenación mental en esta obra y en varios textos dramáticos de Buero Vallejo, sobre todo El tragaluz. En el ensayo que cierra el libro, se analizan los “vasos comunicantes” entre la obra novelística de Sender y su mucho más breve, pero no por ello despreciable producción teatral, de las que el profesor Torres Nebrera estudia seis obras: La puerta grande (y su relación con las novelas teresianas), La llave (cuyo tema ya aparecía en el relato juvenil “La saga de los suburbios”) La fotografía (y su reescritura posterior en forma de relato y dentro de la novela Una hoguera en la noche), El viento (y su reelaboración en la novela histórica El pez de oro) y Los cuatro enanitos, integrado dentro de la novela En la vida de Ignacio Morel.

En definitiva, y más allá de que el marbete “teatro del 27” pudiera convenir, en todo caso, solo a algunos autores y textos de los analizados, y que varios de los estudios reunidos abarquen obras escritas en el exilio, este libro recoge un sugerente conjunto de ensayos, en los que cabe señalar como meritoria la especial dedicación sobre obras menos conocidas y atendidas por la crítica.

 

 

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