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1. MONOGRÁFICO

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1.6 · DRAMATURGOS Y GUIONISTAS: RICARDO LÓPEZ ARANDA Y ALFREDO MAÑAS


Por Juan A. Ríos Carratalá
 

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El desencanto de otros compañeros de generación hizo mella en su trabajo, pero Ricardo López Aranda emprendió una interesante labor de adaptación de obras clásicas: Fortunata y Jacinta, de Pérez Galdós, El buscón, de Quevedo, La locandiera, de Goldoni, La Celestina, de Fernando de Rojas, El sombrero de tres picos, de Pedro Antonio de Alarcón, El enfermo de aprensión, de Molière y hasta Don Quijote de la Mancha. Todas se sitúan en el marco de un largo etcétera donde aparecen encargos e iniciativas propias. Asimismo, como guionista Ricardo López Aranda desarrolló una intensa actividad para la televisión tanto en España –trabajó junto con Carlos Muñiz en el Departamento de Guiones y Adaptaciones de TVE desde 1965 hasta 1971– como en Méjico durante un breve período (1981-1982). Esta faceta también la cultivó con desigual suerte en el cine, desde su colaboración con César Fernández Ardavín en la adaptación de Cerca de las estrellas.

La edición de las Obras escogidas (1998) de Ricardo López Aranda incluye un material bibliográfico que explica su trayectoria como dramaturgo. Queda así subrayada la frustración posterior al éxito inicial de quien acaparó premios en un corto intervalo. Ana Mariscal colaboró con el santanderino en algunas de sus iniciativas y en sus memorias recordó el cambio de un autor sin continuidad tras una brillante irrupción:

El Premio Calderón de la Barca de 1960 le fue concedido a Ricardo López Aranda por su obra Cerca de las estrellas. Gustó mucho a la crítica y al público. Era un autor joven y desde entonces tiene una categoría y un prestigio. El tema, los problemas y la convivencia entre vecinos de clase media y baja que habitan en un edificio con terraza, podría recordar algo a Historia de una escalera, pero es menos acre el estilo y la personalidad del autor queda bien definida. Después de este primer triunfo claro y merecido, su tarea de escritor derivó hacia las adaptaciones, guiones de cine y de televisión (1984: 119. Véase también Molero Manglano, 1974:363-6).

Ricardo López Aranda debutó como guionista en “el tratamiento cinematográfico” de Cerca de las estrellas, que firmó junto con César Fernández-Ardavín. El film apenas se aparta de un drama acerca de una comunidad de vecinos que protagoniza historias entrecruzadas. Por esta y otras circunstancias es deudor del Antonio Buero Vallejo de Hoy es fiesta (1956)y acababa de triunfar en el teatro María Guerrero, el local donde se había estrenado la tragicomedia bueriana que le sirve de modelo. El director de la adaptación, según Luis Gómez Mesa, “no quiso quitar a la película su teatralidad. La respetó en el trasplante al cine de la obra original” (1978:151). Algunas críticas disienten de esta apreciación, ya que también se valoró una puesta en escena y un movimiento de cámara tendentes a evitar “el aire teatral”: “El tratamiento que César Fernández-Ardavín ha sabido dar a la breve y apretada localización de la comedia tiene una poderosa fuerza cinematográfica”, según Gabriel García Espinosa (ABC, 6-VIII-1963). Antonio Díaz-Cañabate, en su reseña del drama publicada en Semana, ya había apreciado “una técnica cinematográfica aplicada al teatro, pero utilizada con maestría tan singular que la rápida sucesión de escenas, que su simultaneidad en ocasiones, no impide el normal desenvolvimiento de la trama” (apud. Sáinz de Robles, 1962:318). El texto de Cerca de las estrellas podía ser adaptado sin necesidad de un proceso complejo. En cualquier caso, las únicas modificaciones del film con respecto al drama se relacionan con el perfil psicológico del principal protagonista, Juan, un tanto velado en el original, y el pasado del padre de familia, interpretado por Jorge Rigaud, al que se le atribuyó la condición de argentino para justificar su acento.

Esta labor tan correcta como discreta permitió que Cerca de las estrellas recibiera el Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo (1961) y fuera reconocido como el mejor film de habla española en el Festival del Mar de Plata (1962). Ese mismo año, la película recibió otros galardones en Valladolid y Barcelona hasta completar un total de cinco, aunque en la capital castellana provocó la protesta de parte del público corroborada por la crítica de Claudio Guerín Hill y Jesús García de Dueñas publicada en Nuestro cine (nº 24, 1963, pp. 58-9). En la misma, ambos jóvenes contraponen su “realismo edulcorado” con el coetáneo de Rafael Azcona y Luis G. Berlanga. A pesar de estos premios, Cerca de las estrellas fue distribuida con dos años de retraso. El estreno durante el mes de agosto en la sala Coliseum de Madrid careció de apoyos porque solo servía para completar la programación y satisfacer la cuota de pantalla. La recaudación supuso una cifra paupérrima. Como en tantas ocasiones, se frustró el deseo de rentabilizar un reciente éxito teatral mediante una adaptación cinematográfica, aunque en este caso la responsabilidad no es del autor y coguionista, que siendo Jefe Nacional del TEU desde 1961 realizó un trabajo correcto en su sencillez.

Laura Antón Sánchez escribió su monografía sobre César Fernández-Ardavín a partir del archivo personal de un cineasta meticuloso en su trabajo. Gracias a esta información, conocemos los pormenores de Cerca de las estrellas, una película donde el director pretendió recrear “una página de la vida”, según su definición acorde con la poética del dramaturgo. Aparte del éxito del drama en la capital –estas obras no solían ser incluidas en las giras–, César Fernández-Ardavín valoró como productor que la adaptación no requería un fuerte inversión, porque el conflicto se sitúa en el hogar de una familia de clase media y era viable para la empresa (Aro Films) que tenía en mente constituir: “La trama se encerraba en un complejo de decorados: cinco habitaciones y la terraza, y el reconocimiento del público teatral facilitaría la vida comercial de la película”, según el optimista director (Antón Sánchez, 2000:205).

La ingenuidad de esta última valoración contrasta con la lucidez de César Fernández-Ardavín a la hora de analizar el texto para buscar una adecuada adaptación cinematográfica

El aspecto más atractivo de la historia era que se trataba de una crónica de la vida con una peripecia mínima. Dominaba la acción interna. Los conflictos psicológicos que mueven a sus personajes constituían el auténtico motor de la historia, que transcurría en un decorado. El interés del relato radicaba en su caracterización impresionista. Que la acción física de los personajes fuese mínima convertía a la atmósfera en un elemento esencial. Debía estar muy bien trabajada para aportar credibilidad a esos tipos. En la película, este ambiente, favorecido por la actuación de la cámara, visualiza la psicología de los personajes (Antón Sánchez, 2000:206).

El director pensaba que la adaptación debía ajustarse a un transcurrir de los hechos en que, aparentemente y como en la vida, no sucede nada. Sin embargo, y al igual que en esa misma vida, hay en la obra original de Ricardo López Aranda “un fuerte dramatismo interior”. Cada espectador, según César Fernández-Ardavín, “podrá verse reflejado en alguno de sus personajes o descubrirá semejanzas con otros seres del mundo que le circunda” (Radiocinema, 515, 1-II-1962). El resultado de esta reflexión, poco habitual entre los cineastas de la época que afrontaron adaptaciones de textos teatrales, se concretó en una película fiel al drama y la opción de un realismo poético coherente con el preciosismo formal que caracterizó al director. Esa coherencia se mantiene también con respecto a la orientación del dramaturgo, que a partir de 1965 no pudo continuar con una tendencia teatral abocada al anacronismo por diferentes causas. La suerte de César Fernández Ardavín fue similar a partir de la adaptación, pues por entonces su carrera cinematográfica inició un declive acentuado en sus últimos años.

Cerca de las estrellas lleva a las pantallas una obra ajustada a su tiempo y con voluntad testimonial, aunque mediante una puesta en escena que por su frialdad propicia el aburrimiento, según José A. Pruneda (Film Ideal, 131, 1-XI-1963). La jornada veraniega y festiva que sirve de marco temporal nos recuerda al Antonio Buero Vallejo de sus primeros dramas. La huella teatral es indudable, pero en su traslación cinematográfica también guarda relación con el cine renovador de la época. Cerca de las estrellas es, con matizaciones derivadas del tratamiento de la realidad, similar en varios aspectos a las películas coetáneas de Carlos Saura, Mario Camus, Basilio Martín Patino y Marco Ferreri, que reflejaron el vacío de unos jóvenes tan desorientados como a la búsqueda de una alternativa inmediata. Su concreción apenas esconde un futuro gris y acorde con la tristeza que desprenden las imágenes. Los protagonistas de estas producciones en blanco y negro juegan al fútbol en un descampado, deambulan por las calles, hacen guantes en un gimnasio, bailan en una terraza, beben en una taberna, acuden a la verbena del barrio…, pero no pueden obviar un sombrío panorama donde la espera y la austeridad no constituyen una opción, sino una imposición: “por tratarse del último piso, los personajes viven cerca de las estrellas, pero no están en el cielo, sino sobre una tierra hostil y sin ascensor para subir las escaleras” (Villar, 2007:43). Pedro Laín Entralgo habla de “gentes grises que a través de pequeños conflictos, parvas alegrías y menudos fracasos se sienten social y psicológicamente forzados al módico destino de ir viviendo o ir tirando” (apud. López Aranda, 1998, I, 224).

A pesar de que Arturo del Villar considera la espera, sin esperanza, como la constante definitoria del teatro de Ricardo López Aranda, este y César Fernández-Ardavín evitan el nihilismo que se percibe en Los chicos (1959), de Marco Ferreri. El formalismo de quien fuera considerado como un director de qualité se diferencia de la dureza también formal del italiano o del primer Carlos Saura (Los golfos, 1959), que en este sentido coincide con la sobriedad de Mario Camus en Young Sánchez (1963) y el espíritu testimonial de Nueve cartas a Berta (1965), de Basilio Martín Patino. El repaso de estas producciones invita a pensar en una juventud enclaustrada y sometida a la espera, mientras el país permanece inmune a cualquier cambio. La obra de Ricardo López Aranda, sin embargo, permite albergar una dosis de optimismo, aunque resulte forzado por la voluntad del autor y se enmarque en el tono fatalista de su teatro: “Los personajes fracasan en sus intentos de alcanzar lo que esperan y ninguno consigue ver realizada su esperanza” (Villar, 2007:86).

El optimismo no se traduce en un desenlace feliz, sino en la continuidad de la vida como suma heterogénea de motivos para la tristeza y la alegría. Tanto en el drama como en su adaptación se percibe la esperanza agridulce de “ir tirando” (Laín Entralgo) o de “conformarse con lo que hay, porque no se puede, ni se debe, pedir más”, según Carmen García Rojas (López Aranda, 1998, I, 130). Una esperanza vinculada a la religiosidad que caracteriza la creación del dramaturgo y expresada por Margarita, la novia de un Juan que se presenta como el alter ego del autor: “¡Déjate de sueños! ¡Ya no hay tiempo para soñar! Vive… ¡Vive!” (I, 215). Los personajes de Ricardo López Aranda mantienen la espera de tantos jóvenes, pero deciden hacerla activa y disfrutar de los atisbos de felicidad en “un tiempo sin recorrido”. Esa confianza en los alivios del porvenir se concreta en torno a varios elementos simbólicos que aparecen a lo largo de Cerca de las estrellas: el nacimiento de un bebé, un nuevo amor como superación de la crisis del protagonista, la fiesta que continúa en medio de las adversidades… Los motivos para la esperanza contrastan con circunstancias trágicas (la muerte de la madre) o sujetas a la incertidumbre (el problemático futuro de Juan) para enmarcarse en un tono propio de la tragicomedia, tan cerca del modelo de Antonio Buero Vallejo como lejos del coetáneo recreado por Azcona y Berlanga.

La combinación de tristezas y alegrías nos sitúa cerca de las estrellas, pero nunca a la altura de un ideal cuyo fulgor queda fuera de la realidad cotidiana. La reflexión evidencia una voluntad de aceptación de lo complejo de cualquier experiencia vital. Algunos la entenderían como una invitación a la resignación y, por este motivo, tal vez se justifica el distanciamiento mostrado por la crítica de izquierdas, cuyo credo reclamaba una estilización a favor de lo problemático como acicate para la toma de conciencia del espectador. Sin embargo, esa combinación también pudo ser la clave de la respuesta positiva obtenida por Cerca de las estrellas en los escenarios, donde la vaguedad del motivo de la espera y sus posibles alternativas bloqueaba la intervención de la censura. Asimismo, los premios con que fue galardonado el film de César Fernández-Ardavín se justifican por ese valor testimonial –favorecido por un sector del franquismo consciente de su hegemonía– y al mismo tiempo esperanzado, condición a veces recomendable para superar la criba de la censura y contar con el apoyo de un público reacio a la desesperanza. En cualquier caso, Cerca de las estrellas es una aportación sobre un momento de cambio en que una generación, la de Ricardo López Aranda, accede a la madurez en medio de dudas e incertidumbres, propias de un existencialismo de largo arrastre entre los jóvenes creadores de la época. Ninguna de esas dudas encuentra solución o respuesta en una obra abierta por carecer de una tesis como superación de la realidad. La alternativa del autor es la voluntad de permanecer atento a los motivos para la esperanza, al posible cambio de circunstancias que surge, no se impone, en un trozo de vida acotado por una jornada veraniega cuidadosamente reflejada en la pantalla.

La película de César Fernández-Ardavín es una adaptación consciente, ajena al oportunismo de otros productores y basada en una identificación con el texto original. Al margen de la intervención del dramaturgo en el guión, el director se sintió motivado por un drama que acabó considerando propio. Estas circunstancias no bastaron para obtener el favor del público, que por entonces disfrutaba con las películas de jóvenes “modernos” dentro de un orden y dispuestos a divertirse en todo momento. Además de contar con el apoyo de algunas canciones, estos protagonistas del cine ye-yé aparecían en películas que habían desechado el blanco y negro para apostar por un color sin matices. La competencia a la búsqueda del éxito era imposible para Cerca de las estrellas, cuyo entorno vecinal formaba parte de una tradición a punto de caducar y que nunca gozó del respaldo de los espectadores más allá de algunos ejemplos del cine sainetesco (Ríos Carratalá, 1997). Al margen de un estreno retrasado durante dos años y casi clandestino, las causas del fracaso comercial radican tanto en el film –el reparto es poco atractivo– como en el público, que se mostró por entonces inmisericorde con la mayoría de las películas caracterizadas por su voluntad testimonial. El espejo del realismo se contraponía a la voluntad de ser felices a cualquier coste o al valor de la ficción como ensoñación consoladora, de acuerdo con lo ejemplificado en mi ensayo ¡Usted puede ser feliz! (Barcelona, Ariel, en prensa).

El reparto de la adaptación cinematográfica de Cerca de las estrellas evidencia la modestia de una producción realizada por una empresa recién creada. Con respecto al del estreno, solo repite Milagros Leal, mientras se echa de menos la presencia de José Bódalo, Antonio Ferrándiz, Ana Mª Vidal y otros miembros de la compañía titular del María Guerrero. Jorge Rigaud no es un valor a revisar, como tampoco parece que lo sea Marisa de Leza. Ni siquiera Fernando Cebrián en el papel de Juan, el atribulado escritor que protagoniza el drama, está siempre a la altura de otros trabajos que le permitieron destacar entre los intérpretes formados en el teatro universitario. Las limitaciones del reparto supusieron un problema añadido para llegar al público durante el verano de 1963, aunque la obra de Ricardo López Aranda tuvo una nueva oportunidad cuando tres años después fue emitida por TVE (Estudio 1). Ese mismo año, también se programó La noche de San Juan, una circunstancia impensable para otros dramaturgos realistas con planteamientos opuestos a la línea oficial del franquismo.

En cuanto a la respuesta del público, a principios de los años sesenta el Nuevo Cine Español –donde no debe integrarse Cerca de las estrellas por la procedencia del director, entre otras razones– consiguió llevar a la pantalla experiencias demandadas por los cinéfilos, pero se encontró con unos espectadores reacios a compartirlas, aparte de los problemas con la industria cinematográfica y las instancias oficiales. El resultado fue el vacío en torno a unas películas sin posible continuidad, como tampoco la tuvo el realismo teatral a partir de mediados de los años sesenta. Esta circunstancia justifica la ausencia de otros intentos de trasladar a las pantallas rasgos renovadores que habían cuajado, a veces con éxito de público, en los escenarios. Para entonces se había consolidado un distanciamiento entre una minoría de espectadores capaz, siempre que hubiera esperanza en el planteamiento dramático, de respaldar estrenos como el de Cerca de las estrellas y un público cinematográfico que, por su carácter mayoritario, apenas concedía protagonismo a quienes en los cine-clubs o en las revistas especializadas defendían una producción testimonial. Hay otras posibles razones, algunas relacionadas con las limitaciones del film de César Fernández-Ardavín, pero estas diferentes respuestas de los espectadores desanimarían a quienes pudieran haberse propuesto nuevas adaptaciones del teatro comprometido con la realidad, aunque no siempre desde una perspectiva renovadora.

Ricardo López Aranda pronto se topó con el ocaso de una poética cuyo recorrido estaba condicionado por la escasa respuesta del público. El entusiasmo de los activistas se impone a la lucidez y, al repasar los debates de la época, encontramos declaraciones como la del incansable José Mª de Quinto: “el público está ávido de verdad teatral”. Los datos prueban lo contrario y “la sinfonía en gris de las existencias sencillas” que también protagoniza un colectivo vecinal en El precio de los sueños (1965), de Carlos Muñiz, Los inocentes de La Moncloa (1961),de José Mª Rodríguez Méndez, y La pechuga de la sardina (1963), de Lauro Olmo, apenas superó la presencia testimonial desde finales de los cincuenta, aunque contara con el apoyo de sectores comprometidos de la crítica y voluntariosos intérpretes, dispuestos a trabajar para una o pocas representaciones en el marco del teatro de cámara o universitario.

 

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