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7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

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7.10 · MARTÍNEZ RUIZ, José (Azorín), Teatro desconocido. ‘Judit’ e ‘Ifach’, edición de Antonio Díez Mediavilla y Mariano de Paco, Madrid, Biblioteca Nueva, 2012, 211 pp.


Por José Manuel Vidal Ortuño
 

 

Portada del libro


MARTÍNEZ RUIZ, José (Azorín), Teatro desconocido. ‘Judit’ e ‘Ifach’, edición de Antonio Díez Mediavilla y Mariano de Paco, Madrid, Biblioteca Nueva, 2012, 211 pp.

José Manuel Vidal Ortuño
IES “José Luis Castillo-Puche”. Yecla (Murcia)


Antonio Díez Mediavilla, de la Universidad de Alicante, y Mariano de Paco, de la de Murcia, son dos reconocidos estudiosos del teatro español contemporáneo. También del de Azorín. De ahí que ahora pongan al alcance del lector este volumen titulado Teatro desconocido, con dos obras, Judit e Ifach, que han provocado más de un quebradero de cabeza a los azorinistas. El libro –es justo reconocerlo– viene a ampliar la meritoria “Biblioteca Azorín”, que, desde 1998, edita Biblioteca Nueva.

Como es norma en esta colección, las obras mencionadas van precedidas de un prólogo; prólogo –en este caso– amplio, minucioso, fruto de ese trabajo de años que han venido realizando estos dos profesores. Dividido este en varios apartados, queda analizada, con exhaustividad, la renovación que, en su día, supuso el teatro de Azorín, en consonancia con el movimiento de vanguardia que se llamó superrealismo, y cuyas características principales son: presencia del subconsciente, del sueño, de lo mágico; personajes y situaciones allegables al teatro del absurdo; influencia del cada vez más emergente cinematógrafo, en relación, sobre todo, con los efectos de luz; finalmente, suprema importancia concedida al diálogo. A tal renovación habrá de contribuir –qué duda cabe– una escenografía que ya no pretende ser realista, sino sintética, unas veces, o de fantasía, otras; recogiendo, en cualquier caso, el influjo de las corrientes pictóricas que triunfaban en los años 20 de la pasada centuria. Los bocetos que Miguel Xirgu realizó para el montaje de Judit, reproducidos en esta edición, dan cumplida cuenta de lo que venimos diciendo.

Queda establecida, también, la cronología de la obra dramática de José Martínez Ruiz, aclarando que una cosa es la escritura de los textos y otra muy diferente la fecha de estreno de los mismos (si es que lo hubo). Dejando al margen La fuerza del amor (1901) y La guerrilla (1936), el teatro de Azorín, según Mediavilla y De Paco, se escribe entre 1925 (año de la no estrenada Judit) y 1928 (fecha del estreno de El Clamor, obra escrita al alimón con Pedro Muñoz Seca). Dentro de esas mismas fechas, debieron escribirse tanto Angelita –que fue estrenada luego en Monóvar, el año 1930– y Cervantes o la casa encantada –que solo saldría en forma de libro en 1931.

Tampoco es esta la primera vez que Mediavilla y De Paco hablan de la desconocida Judit. De 1993, nada menos, es una edición que sacó a la luz esta obra de la que tan solo existían referencias y alusiones, tanto en la prensa como en trabajos críticos. Haciendo un buen ejercicio de literatura comparada, la versión azoriniana de este mito bíblico es puesta en relación con obras anteriores (Comella, Wilde, Hebbel) y también posteriores (Giraudoux, Salinas, Laín Entralgo). La de Martínez Ruiz, como ya hemos dicho, es de 1925 y la escribió el autor de La voluntad pensando en la actriz del momento: en Margarita Xirgu. Si la obra no llegó a representarse fue, según apuntan los críticos, porque tal vez hubiese problemas de censura con el directorio militar del general Primo de Rivera, al que parece aludirse dentro de la obra en la figura del Presidente.

Por otra parte, los responsables de esta edición no dudan en apuntar que el mayor logro de Judit acaso resida en la actualización del mito, trayéndolo a las tierras de España, donde la heroína y su marido, el Poeta, “vienen siendo el alma, los inspiradores, desde hace muchos años, en la región de las minas”. Otro logro podría ser la crítica social, porque el antes mencionado general Primo de Rivera estaría representado por el personaje del Presidente. Sin embargo, este Presidente queda muy lejos de otros dictadores a los que nos tiene acostumbrados la literatura. El de Judit, en cambio, posee la misma sensibilidad de otros tantos personajes azorinianos. De hecho, la contemplación de la ciudad en la que transcurrió su infancia, le devuelve a sus años mozos: “Desde esta colina se contempla bien la ciudad. Yo la contemplaba desde aquí muchas veces cuando era muchacho” (p. 120). Y es más: se duele ante el paso del tiempo, que se lleva consigo tantas y tantas cosas: “No veo los olmos viejos de la Alameda… ¿Los habrán talado? Deben de haberlos talado” (p. 121). Tampoco la Judit de Azorín se parece a la heroica figura del mito. Acabado el último acto, la dejamos en un sanatorio mental, después de haber dado muerte al tirano.

El caso de Ifach es más complejo. De los vaivenes de esta obra ya nos informó en su momento E. Inman Fox, en un trabajo que ya es historia. Los autores de esta edición no solo recogen los frutos de quienes les han precedido en el estudio de la dramaturgia azoriniana, sino que también han tenido acceso a los manuscritos del autor que se custodian en la Casa Museo Azorín, de Monóvar. En resumidas cuentas, Ifach tuvo un estreno radiofónico en 1933 y otro, en un escenario burgalés, el año 1942 con el título de Farsa docente. Parece ser que este estreno no tuvo éxito ni de público no de crítica y por tanto su autor decidió publicar la obra en 1945, cambiando el tercer acto de la obra y, con ello, el final. Si Azorín manifestó, en distintas ocasiones, que en las obras de teatro siempre sobra el tercer acto y que a un final se puede oponer otro final, cabe señalar, al menos, que esta vez nuestro escritor llevó a la práctica lo pregonado.

El texto definitivo de Ifach nos ofrece, pues, una obra cohesionada, en contra del desenlace extraño que proponía Farsa docente. Algo de auto sacramental –de El gran teatro del mundo, de Calderón– tiene el acto primero, donde unas almas, que llevan plácida existencia en los Campos Elíseos, piden al Administrador que les permita volver a la tierra; y así lo harán, aunque sin olvidar del todo sus antiguos oficios, sus anteriores papeles. Algo, asimismo, del teatro del absurdo presenta el acto segundo, viendo vivir a los personajes con sus vidas escindidas entre lo que fueron y lo que son. Metafísico e innovador es, en definitiva, el último acto, que se desarrolla en una montaña alicantina, donde el anciano Ifach les dice a los personajes que lo que han vivido no es más que “la proyección de otras vidas”.

Una edición, pues, necesaria esta del Teatro desconocido, de Azorín, que con tanto rigor han llevado a cabo los profesores Antonio Díez Mediavilla y Mariano de Paco. Nos permite, sin prejuicios, acercarnos un poco más al casi siempre ignorado teatro azoriniano, el cual, como señaló hace años María Martínez del Portal, es un teatro de tanteos, donde deben ser valorados los logros aislados, más que el conjunto en sí. Con toda justicia el trabajo va dedicado a esta insigne azorinista, “editora avanzada del teatro de Azorín”.

 

 

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