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7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

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7.6 · SARASOLA, Daniel (ed.), Simbolismo y modernismo en el teatro español, Madrid, Fundamentos, col. Espiral/Teatro, 2011, 302 pp.


Por Julio Enrique Checa Puerta
 

 

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SARASOLA, Daniel (ed.), Simbolismo y modernismo en el teatro español, Madrid, Fundamentos, col. Espiral/Teatro, 2011, 302 pp.

Julio Enrique Checa Puerta
Universidad Carlos III de Madrid


La posibilidad de encontrar reunidas en un mismo volumen varias obras relevantes del teatro español de finales del XIX y comienzos del XX es un hecho que conviene valorar positivamente. Además, en este caso se trata de un conjunto de textos no solo comprendidos dentro del marco cronológico referido –la obra incluida de Echegaray es de 1898; la de Azorín, de 1927–, sino agrupados por unos mismos ejes temáticos y formales, lo que resulta estimulante para llevar a cabo su lectura no tanto como un conjunto de piezas yuxtapuestas, sino como un corpus dramático constituido por elementos que forman parte de un mismo sistema: el teatro simbolista español. De esta manera, además de los valores intrínsecos de cada una de las piezas, algunas ya magníficamente editadas en el pasado –como sería el caso de La venda, editada por José Paulino y de Teatro de ensueño, editada por Serge Salaün–, la lectura contextualizada dentro de un conjunto permite reconocer en cada una de ellas, y en sus autores, nuevos perfiles que los vinculan a una dramaturgia de época, a unas corrientes estéticas de profundo calado en la cultura del siglo XX.

Se hace difícil pensar en las transformaciones experimentadas por la escena moderna sin considerar la deuda que esta tiene con muchas de las propuestas teatrales formuladas en ese período de crisis y cambios finiseculares. Como sabemos, algunas de las señas de identidad de la dramaturgia más destacada del siglo XX, tienen buena parte de sus fundamentos en los procedimientos dramáticos experimentados por la dramaturgia simbolista, en particular las formas de ruptura de la estructura aristotélica a través de la fragmentación, el uso del silencio y sus posibilidades para la elocuencia o la reflexión acerca del tiempo, entre otras. Bastaría considerar las conexiones entre la obra dramática de Fernando Pessoa y el teatro de Samuel Beckett. Dentro de ese panorama general, la literatura dramática española no quedó al margen. Algunos de los textos reunidos por Daniel Sarasola para esta edición dan prueba de esto que hemos señalado y según él mismo recoge de Ricardo Gullón, “a partir de él [del Modernismo], la realidad es otra: surge la literatura hispánica con divergencias saludables pero también con integración genuina”.

Por otro lado, la presencia de una autora como María de la O Lejárraga dentro de este grupo de autores vuelve a incidir en el hecho de que existió una destacada dramaturgia escrita por mujeres que merece la pena no pasar por alto, como ya confirmara hace algunos años Pilar Nieva de la Paz en su libro sobre las autoras dramáticas españolas de preguerra. Seguramente, para algunos públicos será una novedad encontrar el nombre de una autora, María de la O Lejárraga, en medio de una nómina eminentemente masculina. Como sabemos, un libro como Teatro de ensueño –del que aquí se publica Cuento de labios en flor– surgió de una colaboración teatral recogida bajo la firma de la razón social Gregorio Martínez Sierra, detrás de la que se encontraban el propio Gregorio y su mujer, María. Ambos formaron una sociedad que alcanzaría un notable éxito en la escena española de comienzos de siglo, como han recogido diversos estudios que han venido apareciendo en los últimos años. Bastaría pensar, dentro del ámbito de esta edición, en su decisiva contribución al surgimiento de la revista Helios, sin duda la más importante del modernismo hispánico. Completan la nómina para esta edición nombres tan conocidos como los de Miguel de Unamuno –La venda–; José Martínez Ruiz “Azorín” –Trilogía Lo Invisible–; Ramón Gómez de la Serna –Desolación y Siempreviva–, y José Echegaray –La duda–. Desafortunadamente, y como bien se encarga de explicar el antólogo, las dificultades para conseguir algunos derechos de edición han explicado la ausencia de varios de los textos y autores más representativos del período, como se indica en el caso de Jacinto Benavente y de Ramón María del Valle-Inclán, por ejemplo. En cualquier caso, si puede decirse que no están todos –y todas– los que son, sí son todos los que están. Además, no se debe pasar por alto el hecho de que dentro de la producción literaria de algunos de ellos, su obra dramática apenas ha tenido la consideración posterior que alcanzaron con otros géneros, como sucedería con los casos de Unamuno y de Azorín, por lo que siempre resulta de interés atender a esta faceta algo menos reconocida actualmente de sus autores. No obstante, y al margen de la menor atención que se haya podido prestar a su dramaturgia o a la desigual recepción de la misma, un somero repaso a las críticas firmadas en la época por Manuel Bueno, Enrique Díez Canedo, José Laserna, Manuel Machado o Ramón Pérez de Ayala, entre otros, darían buena cuenta de su importancia. En este sentido, tal vez hubiera sido oportuno considerar, para la preparación de este volumen, algunos de los trabajos dedicados a la literatura dramática y al teatro de este período o alguna de los estudios de conjunto, como sería el caso de libros todavía vigentes, como los de Ruiz Ramón o de Ana Balakian, entre otros. Sin duda, las obras de los autores recogidos en este volumen marcaron los caminos de buena parte de la literatura dramática, pero también del teatro de su momento en España. Puede pensarse, a este respecto, en la importancia del Teatro Artístico Libre, o de la Compañía Cómico-Dramática Gregorio Martínez Sierra, por ejemplo, o en la interesante relación entre autores e intérpretes, como mostraría, también a modo de ejemplo, la correspondencia de José Echegaray con María Guerrero, estudiada hace algunos años por Carmen Menéndez Onrubia.

Junto a todo lo anterior, el prólogo escrito por Daniel Sarasola nos llama oportunamente la atención sobre la transición experimentada desde el teatro de José Echegaray hasta los “renovadores del 98”, y se hace eco de la compleja cuestión de delimitar con claridad las tendencias literarias de la época –“Entre Simbolismo y Modernismo”–, la importancia de las corrientes estéticas anteriores –“la herencia romántica”–, o la propia naturaleza de eso que se viene denominando Modernismo –“Modernismo: época o actitud”–. Los textos, las citas y notas aportados, así como los argumentos y comentarios de cada una de las obras incluidas en este antología son de gran utilidad para quienes se acerquen a estos textos o a esta época por primera vez, al tiempo que, gracias al acierto de presentarlos como conjunto, se convierten en un recomendable estímulo para la reflexión sobre la dramaturgia del período.

 

 

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