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7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

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7.8 · RUBIO JIMÉNEZ, Jesús y DEAÑO GAMALLO, Antonio, Ramón del Valle-Inclán y Josefina Blanco: el pedestal de los sueños, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza (Colección Vidas), 2011, 266 pp.


Por Juan Aguilera Sastre
 

 

Portada del libro


RUBIO JIMÉNEZ, Jesús y DEAÑO GAMALLO, Antonio, Ramón del Valle-Inclán y Josefina Blanco: el pedestal de los sueños, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza (Colección Vidas), 2011, 266 pp.

Juan Aguilera Sastre
IES Inventor Cosme García. Logroño


Este pedestal de los sueños de Valle-Inclán y Josefina Blanco, que Jesús Rubio Jiménez y Antonio Deaño Gamallo han puesto en pie, tiene como fundamento esencial la edición de 35 cartas recuperadas a partir de la transcripción mecanográfica, en ocasiones solo parcial, que el erudito gallego Dionisio Gamallo Fierros conservó en su archivo (en algún caso con reproducción de los autógrafos) con el título de “Cartas de Valle Inclán, Josefina Blanco y otros”. El epistolario procede del legado de Luis Ruiz Contreras, sin duda más amplio que el corpus transcrito por Gamallo, en el que, por otro lado, faltan algunas de las cartas mencionadas en el sucinto índice, como constatan los editores (p. 17, nota 15). Pero la colección autógrafa completa que de Ruiz Contreras pasó al editor Manuel Aguilar, en circunstancias aún desconocidas (tal vez para una edición en volumen de la serie), más tarde propiedad de su hija Rebeca, todavía no ha podido ser rescatada por ningún investigador, hecho que acrecienta hoy por hoy el valor del descubrimiento de estas 35 cartas inéditas recuperadas por Jesús Rubio y Antonio Deaño.

Esta correspondencia abarca fechas muy dispares, aunque se concentra en dos etapas bien definidas: una primera, relacionada con los inicios de la relación amorosa entre don Ramón y Josefina, entre 1904 y 1906 (5 cartas, a las que se añade una más de 1916 que explicita las desavenencias crecientes entre la pareja); y la segunda, centrada en el complejo proceso de separación del matrimonio en los años treinta, en las permanentes dificultades económicas que sufrieron hasta la muerte del escritor y en la situación que vivió la familia al estallar la guerra civil; esta época ocupa el grueso del epistolario, 29 cartas, entre 1930 y 1936. Pero lo que realmente avalora la trascendencia de esta documentación inédita es la identidad de sus autores y destinatarios: 20 de las misivas llevan la firma de Valle-Inclán y 11 la de Josefina Blanco; de las otras cuatro, una está firmada por su hija María de la Encarnación Beatriz, con destino a su madre; dos son respuesta a otras previas de Josefina, una de la periodista Rosa Arciniega y otra del director de escena Cipriano de Rivas Cherif; y la última, enviada a Josefina, está firmada por Julio Oteiza, médico de Reparacea, a quien había solicitado ayuda para el proceso de divorcio. En cuanto a los destinatarios, curiosamente, no hay ninguna dirigida por Josefina a su novio o marido; por el contrario, 10 de las cartas de don Ramón tienen como destinataria a Josefina, bien como novia, bien como esposa, a las que habría que añadir otra muy curiosa enviada al padre de esta cuando su noviazgo parecía no prosperar, en la que le pide que le devuelva sus cartas de amor, que merecerían ser recuperadas en caso de conservarse (p. 53). Junto con la ya mencionada de su hija Beatriz, dos cartas más de don Ramón a sus hijos Jaime y Carlos completan este núcleo de intercambio familiar. Buena parte del epistolario, como no podía ser de otro modo dada su procedencia primera, va dirigido a Luis Ruiz Contreras: 13 cartas en total, siete de Valle-Inclán y seis más de Josefina. Las restantes, todas firmadas por la que en breve dejaría de ser esposa legal del escritor, son quejas enviadas a Rosa Arciniega, en protesta por un artículo suyo en Nuevo Mundo, otras dos confusas misivas de protesta y agradecimiento a la vez a Rivas Cherif, y un fragmento de otra dirigida a su hermano Francisco.

Hay que aclarar de inmediato que el volumen que nos ocupa no se reduce a una cuidadosa y esmerada edición de estas cartas, sino que apunta desde su concepción a objetivos mucho más altos: que este epistolario de Ramón del Valle-Inclán y Josefina Blanco, a pesar de sus lagunas y de su discontinuidad en el tiempo, se constituya en “soporte” de una narración que pretende abordar los episodios más “relevantes de su convivencia y también de su ruptura” (p. 9). Y, si bien la modestia lleva a los autores a asegurar que “en ningún caso se ha pretendido ofrecer una visión completa de su vidas y utilizar esta correspondencia como pretexto para escribirla”, lo cierto es que su “relato ceñido al importante epistolario que le sirve de base” (p. 10) sobrepasa con mucho los datos que de él pueden extraerse y se nos revela, en su conjunto, como una mirada panorámica, profunda, riquísima y actualizadísima en detalles y referencias, de la difícil relación amorosa, conyugal y extraconyugal que mantuvieron a lo largo del tiempo el genial escritor gallego y su esposa.

En efecto, el relato, si no exhaustivo sí actualizado hasta donde la crítica valleinclaniana ha sido capaz de llegar por el momento, de su compleja relación afectiva, familiar y profesional, de sus encuentros y desencuentros, ocupa la parte central del volumen, tras dos capítulos iniciales que podríamos catalogar de necesaria introducción: uno (cap. I, pp. 11-19), dedicado a los estudios de Dionisio Gamallo sobre la figura de Valle-Inclán (que se completará al final del trabajo con la transcripción de cuatro postales inéditas enviadas al estudioso gallego por el hijo del escritor, Carlos, a principios de 1939, pp. 203-206); y otro (cap. II, pp. 21-35), acerca de la estrecha relación que a lo largo de su vida mantuvieron Valle-Inclán y Luis Ruiz Contreras, precisamente quien hizo posible el encuentro entre el escritor y la actriz, el que encendería la llama de su amor primero.

Este detallado relato, vertebrado por la correspondencia inédita que se rescata pero adecuadamente enriquecido, con sutil oportunidad tanto en el texto como en las notas, por múltiples datos dispersos en la oceánica crítica valleinclaniana, nos revela una nueva perspectiva de las relaciones entre don Ramón y Josefina en las principales etapas de su vida, unas relaciones en las que la esposa había quedado en muy segundo lugar, como tantas veces, olvidada o relegada a un papel secundario por la bibliografía sobre el autor gallego. Si bien un artículo reciente de Javier del Valle-Inclán Alsina y, muy especialmente, los trabajos de Sandra Domínguez Carreiro han contribuido en los últimos años a trazar una imagen más visible de Josefina Blanco, este libro de Jesús Rubio y Antonio Deaño consigue definitivamente, a pesar de las lagunas por ahora insalvables, perfilar con precisión su compleja personalidad a lo largo de toda una vida: por un lado, como actriz notable, bien en proyectos renovadores como el Teatro Artístico, el Teatro de Arte o El Mirlo Blanco, bien en importantes compañías como la de Matilde Moreno y Francisco García Ortega, la de Emilio Thuillier, la Guerrero-Mendoza o la de Margarita Xirgu, o en estrenos del propio Valle-Inclán, como El marqués de Bradomín, Águila de blasón, Cuento de abril, Voces de gesta o La marquesa Rosalinda; por otro lado, como esposa y compañera del genial autor durante buena parte de su vida, que le obligó a una disciplina de escritura diaria y cuidó de sus relaciones con editores preparando originales y corrigiendo pruebas de imprenta, además de que gestionó a su muerte su herencia literaria, aspecto este que merece un interesante último capítulo del libro que nos ocupa (IV, pp. 183-213).

La vida y la personalidad de Josefina Blanco, pues, jalonan de principio a fin la historia, que llega al lector, sin rebajar un ápice de su rigor, en amena y ágil lectura, casi como una reconstrucción novelesca. Aunque comparte protagonismo con Valle-Inclán, su figura emerge una y otra vez como centro de atención. Primero, en los años de bonanza no exenta de ciertas tensiones, durante el “largo y enigmático noviazgo” y los primeros años de matrimonio, etapa que se articula en torno a las cinco primeras cartas recuperadas pero que sobrevuela desde su inicios como actriz y su conocimiento de don Ramón hasta su principales éxitos en los escenarios (pp. 36-84). Más adelante, a partir de una misiva de Valle-Inclán a su esposa desde París en 1916, que se funde con otras ya conocidas y entrevistas de la todavía reconocida actriz en la prensa del momento, se nos presentan los continuos altibajos en su convivencia, agravados por los problemas económicos, laborales y editoriales, por el aumento de una prole que exigía dedicación plena por parte de la madre y por la resignada pero sin duda frustrante retirada casi total de los escenarios de la actriz, cuya imagen en los años veinte “se desdibuja y se diluye casi hasta desaparecer” de la vida pública y artística (pp. 84-98). A comienzos de los años treinta estalla definitivamente la convivencia familiar y asistimos a la etapa más difícil y mejor documentada en las cartas rescatadas, pues casi todas ellas, 24, pertenecen a este momento de la ruptura del matrimonio y la separación, cuando las dificultades económicas se hacen insuperables, las desavenencias, los celos y la obsesión por el cuidado de los hijos envenenan la ya rota atmósfera familiar y convierten a Josefina en una mujer desesperada hasta la paranoia, como demuestran no solo las cartas a su esposo, sino también las dirigidas en busca de ayuda y consuelo a Ruiz Contreras o a su propio hermano. En este punto el relato de Jesús Rubio y Antonio Deaño se nutre además de la transcripción prácticamente completa de otro epistolario sólo parcialmente conocido por un artículo de Sergio Constán Valverde, el de Fernando González Rodríguez, director del Instituto Nebrija, al que asistían sus hijos. Este cruce epistolar reafirma las profundas desavenencias entre los excónyuges, a la vez que pone en evidencia los prejuicios y celos de la desesperada Josefina. Pero también ha desvelado un hecho significativo y hasta ahora no aclarado por la crítica valleinclaniana: que Valle-Inclán registró Divinas palabras a nombre del director de escena Rivas Cherif, responsable de la versión escénica con que se estrenó en 1933, “para evitar que la señora retenga los derechos” (p. 174), no solo por reconocer su labor como refundidor.

Josefina Blanco no es, con todo, la protagonista única. También se nos ofrecen en este volumen pinceladas bien matizadas que ayudan a completar el verdadero retrato del escritor gallego. Muy en especial, un Valle-Inclán íntimo, poco conocido, que aparece como el hombre deseoso de ser amado (pp. 48-49), que lucha por su amor porque “creo que es para mí un deber sagrado el intentarlo, como creo mezquino el callar por orgullo” (p. 50); que poco más tarde se muestra profundamente enamorado (pp. 54-55); o que, celoso de su intimidad, reclama sus cartas de amor incluso al padre de su amada, ya que ella no se las ha querido devolver (p. 53); el ser humano comprensivo y paciente, que responde sin acritud a las cada vez más airados reproches de su esposa a causa de su permanente falta de recursos económicos (pp. 89-90 y 102-110); el padre que mantiene una fluida relación con sus hijos, a pesar de las dificultades que a diario tiene que afrontar (pp. 117-118)…

Un último excelente capítulo, como hemos apuntado ya, nos presenta a Josefina Blanco tras la muerte del escritor como administradora de su obra, pero transfigurada en una nueva mujer que recupera junto a su nombre el de su esposo y reclama su estatus de viuda. Superados los celos y las inquinas, comienza a construir “su propio mito”, se presenta como “la viuda de una gloria nacional y no como una mujer despechada” (p. 184). Esta transformación, que avivó en los momentos trágicos de la guerra civil sus manías persecutorias, su radicalización religiosa, conservadora y antirrepublicana, concluiría con la recuperación legal de los derechos de su marido y el férreo control de su obra.

El volumen se cierra con una “coda final” que poco aporta ya a la solidez y al rigor de las magníficas páginas precedentes. En ella se insiste en aspectos ya abordados en capítulos anteriores y se teoriza, con un fondo de verdad que no deja de ser simplificador, sobre la falta de ideales artísticos de la sociedad burguesa en que tuvieron que convivir Valle-Inclán y Josefina Blanco y “la miserable condición del artista en España en aquellas décadas” (p. 216). El concepto mercantilista del arte y de la cultura imperante en esa época tal vez pueda explicar en parte el arrumbamiento de su “pedestal de sueños”, pero en modo alguno debe considerarse la causa última de su fracaso conyugal y afectivo, al que, como se ve a lo largo del libro, contribuyeron muchas otras circunstancias de muy variada índole.

Para concluir, no nos cabe duda de que la documentación aportada por este volumen debe considerarse un auténtico descubrimiento en el ámbito de los estudios valleinclanianos, y el profundo análisis a que ha sido sometida en el volumen escrito por Jesús Rubio y Antonio Deaño supone mucho más de lo que ellos explícitamente declaran: no solo han añadido con su estudio “algunas teselas para la reconstrucción del complicado mosaico de la vida familiar de Valle-Inclán y Josefina Blanco” (p. 225), sino que han sacado de la luz de las tinieblas y de la duda muchas de las claves de la convivencia de aquella singular pareja. Vendrán nuevas aportaciones, sin duda, pero ya sobre una base sólida y bien trazada.

 

 

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