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7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

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7.16 · MUÑOZ CÁLIZ, Berta, Fuentes y recursos para el estudio del teatro español. I: Mapa de la documentación teatral en España, Madrid, Centro de Documentación Teatral, 2011.

MUÑOZ CÁLIZ, Berta, Fuentes y recursos para el estudio del teatro español. II: Guía de obras de referencia y consulta, Madrid, Centro de Documentación Teatral, 2012.


Por Jesús Rubio Jiménez
 

 

Portada del libro


MUÑOZ CÁLIZ, Berta, Fuentes y recursos para el estudio del teatro español. I: Mapa de la documentación teatral en España, Madrid, Centro de Documentación Teatral, 2011.

MUÑOZ CÁLIZ, Berta, Fuentes y recursos para el estudio del teatro español. II: Guía de obras de referencia y consulta, Madrid, Centro de Documentación Teatral, 2012.

Jesús Rubio Jiménez
Universidad de Zaragoza


Pasado ya el ecuador de este proyecto sobre “Fuentes y recursos para el estudio del teatro español”, publicados sus dos primeros volúmenes y a la espera del tercero que lo completará –Las revistas teatrales–, es tiempo ya de valorar lo que aporta este complejo, pero necesario trabajo.

Quienes se inician en la investigación de la historia del teatro en España con el deseo de contribuir a su estudio y mejor conocimiento, uno de los primeros obstáculos con los que se encuentran es la falta de lugares y obras de referencia que les permitan orientarse en el laberinto del arte escénico español, un proceloso bosque lleno de sorpresas, pero en el que los riesgos de extraviarse son muchos. Así sucedía hace 35 años cuando quien escribe decidió, sin saber muy bien porqué, internarse en él, y así sucede en buena parte hoy si no estoy equivocado. Al menos yo ando perdido desde entonces en tan fascinante floresta: tan grande y fascinante me ha resultado, que ya no he sabido o querido salir de ella. Inclinado ya entonces a estudiar el teatro español en relación con el de otros países, echaba en falta en nuestro caso guías que ayudaran a transitar por la tupida floresta del teatro español. Envidiaba las guías con que cuentan otros países y otras tradiciones desde hace tiempo y que fui descubriendo un poco a mi aire. Lamentaba su ausencia en nuestro país y deseaba que alguien emprendiera la realización de una guía sensata sobre el asunto a la que acudir o recomendar a quienes se atreven a internarse en tan intrincado bosque.

Es cierto que en las últimas décadas se han realizado contribuciones enormes al estudio del arte escénico español, quebrando definitivamente carencias como el menosprecio del estudio de la representación, quitándoles ciertas ínfulas de superioridad a los textos dramáticos, ampliando el horizonte de análisis y reconociendo su importancia a aspectos antes apenas tratados de la producción escénica. Las últimas historias del teatro español publicadas muestran la nueva situación de manera incontestable, pero a la vez, hacen todavía más necesarias obras como la aquí reseñada: las dificultades para buscar la documentación apetecida se multiplican y también los riesgos de extraviarse cuando tanto se van diversificando los asuntos que atraen la atención del curioso investigador de las artes escénicas.

Y así las cosas, tuve noticia de este proyecto de Berta Muñoz, experimentada historiadora y documentalista del teatro español. Al fin, alguien se atrevía a ensayar una guía de fuentes y recursos para el estudio de nuestro teatro. Y no solo eso, sino que ha puesto en manos de los lectores dos volúmenes de los tres proyectados en un tiempo razonable. Ha sabido realizar su trabajo a buen ritmo, contando además con la colaboración desinteresada de numerosos profesionales de las instituciones analizadas, lo que prueba su eficiencia no siempre apreciada fuera de los ámbitos profesionales.

En el primer volumen, se traza un mapa de la documentación teatral en España, informando de los principales centros de documentación, bibliotecas, hemerotecas, archivos, museos y fundaciones que tienen interés para el historiador del teatro español. Todo ello precedido por una oportuna definición del concepto de documento y sus consecuencias a la hora de estudiar la documentación teatral (Vol. I, pp. 22-30). Se completa con un capítulo sobre documentación fotográfica, sonora y audiovisual más unos útiles índices que facilitan las búsquedas, además de las direcciones postales, telefónicas y electrónicas en cada caso.

Las peculiaridades de la historia del teatro hacen que no sólo las bibliotecas sean referencia indispensable, sino también otros depósitos de documentos de los que se da cuenta, sugiriendo, además, otros archivos por los que se desparrama la información sobre el arte escénico, dificultando su estudio. La historia completa de cualquier espectáculo teatral es siempre un reto enorme por la amplitud y la complejidad de los campos que pueden y hasta deben ser considerados. Es cierto que el teatro es un arte del presente y que la documentación teatral es mucho más frágil que la que generan otras artes y se halla sometida a un proceso de sangría permanente: el carácter efímero del teatro se traslada de manera natural de la representación a todo lo que la acompaña, perdiéndose bocetos, figurines, vestimenta, programas, carteles, etc. Y aún así, puede ser inmensa la documentación que un recorrido ordenado por las fuentes adecuadas puede proporcionar, muchas veces porque ha habido un curioso estudioso o coleccionista que ha preservado esos materiales y la fortuna ha querido que acabaran en un centro adecuado1; otras porque las instituciones modernas han ido comprendiendo la importancia y el interés de preservar estos materiales. Basta ver la riqueza de documentación fotográfica, sonora y audiovisual que aquí se ofrece para comprender el cambio que se ha producido y las posibilidades que se abren para el estudio sobre todo del teatro contemporáneo a partir de colecciones como los archivos de Juan Gyenes y Alfonso, el primero en el Centro de Documentación Teatral y el otro incorporado al patrimonio del Estado, por no citar sino dos ejemplos (Vol. I, pp. 439-499)2.

Sin lugar a dudas, el Estado de las autonomías ha impulsado decisivamente en las últimas décadas este interés por salvaguardar lo propio, mezclándose intereses culturales generales con otros identitarios, pero al cabo, todos ellos favorables a la preservación de la documentación teatral. Falta por ver a medio plazo quiénes perseverarán en la tarea y quiénes no. Algunos ya se han quedado en el camino como el Departamento de Documentación del Centro Dramático de Aragón sin que sepamos el destino de sus magros fondos (vol. I, pp. 49-50). Y esto hace indispensable el conocimiento del funcionamiento de las administraciones en sus diferentes momentos históricos, como apunta certeramente Berta Muñoz, abocetando la historia de esa vida institucional. Conocer el devenir de las instituciones resulta indispensable para realizar las búsquedas oportunas, sabiendo la procedencia y destino de los materiales, los avatares que ha sufrido su conservación. Los mapas –y de un mapa hablamos– son más útiles y eficaces cuanto más precisos son. Si el camino que conduce al lugar buscado está bien trazado resulta más difícil extraviarse. Nunca está de más conocer la historia del centro o archivo que se va a consultar y los posibles catálogos disponibles del mismo, de los que Berta Muñoz va dando cuenta en muchos casos. O después lo hace con diferentes catálogos de bibliotecas o de secciones como la colección de teatro de la Biblioteca Nacional de España, subrayando una vez más su proceso de formación, que ayuda a comprender el carácter de los fondos (Vol. I, pp. 76-80)3. La Biblioteca de Catalunya ofrece singular interés también al respecto (Vol. I, pp. 103-105). La informática ha hecho que se creen redes cada vez más importantes de catálogos de fondos de bibliotecas universitarias y del CSIC como REBIUN (Vol. I, pp. 84-86) y otras. O las de las comunidades autónomas y grandes municipios entre las que destaca la Biblioteca Histórica Municipal de Madrid, que tutela archivos antiguos de gran valor (Vol. I, pp. 122-124). Ni que decir tiene que ofrecen gran interés las bibliotecas especializadas en artes escénicas como la Biblioteca de Teatro Español Contemporáneo de la Fundación Juan March, que ha ido publicando útiles catálogos de sus fondos (Vol. I, pp. 134-136), las de instituciones ligadas a las enseñanzas teatrales o a asociaciones profesionales como la Biblioteca de la Asociación de Directores de Escena (Vol. I, pp. 140-141) o la Biblioteca de la Asociación de Autores de Teatro (Vol. I, pp. 141), que denotan hasta qué punto las gentes del teatro van tomando conciencia de la importancia de su formación e historia.

Jalona Berta Muñoz, además, la presentación de las grandes colecciones de bibliotecas con la mención de ejemplares singulares. El peso de la tradición áurea se deja sentir en general en su selección, mientras los siglos XIX y XX quedan más marginados en este proceso. Ciertamente las colecciones de comedias y entremeses de la Biblioteca de la Real Academia Española merecen ser destacadas, pero no menos manuscritos como el de Don Juan Tenorio, de Zorrilla, o las varias versiones de Un drama nuevo, de Tamayo y Baus (Vol. I, pp. 125-126), por poner un caso.

Con razón y agudeza afronta el complejo asunto de la digitalización masiva de fondos y las consecuencias que tendrá para la investigación en el futuro, relacionando después toda una serie de bibliotecas digitales. Seguramente es la parte más moderna del trabajo y paradójicamente la más envejecida, así de dinámico y hasta enloquecido anda este mundo, que está produciendo nuevos modelos de preservación de documentos y también de estudio. La incorporación de tesis doctorales a la red o la digitación masiva de documentos epistolares y materiales gráficos inevitablemente cambian el panorama del investigador. Hasta se van creando bibliotecas digitales especializadas en teatro por las cuales se accede a una documentación simplemente inmensa (Vol. I, pp. 145-222).

La digitalización masiva afecta también al mundo de la hemerografía o a los archivos de los que se reseñan los más significativos y de los que se han nutrido tradicionalmente los historiadores. La facilidad de acceso a esa documentación hace ya posibles trabajos que antes resultaban muy laboriosos como la fijación de las carteleras o la historia de la crítica teatral cuando se trata de material hemerográfico (Vol. I, pp. 226-264), pero también de otros aspectos importantes como la censura, el funcionamiento del sistema de producción teatral en sentido amplio o las enseñanzas teatrales cuando se trata de archivos pueden beneficiarse de la nueva situación (Vol. I, pp. 207-465). Siguen inexplorados prácticamente para la investigación teatral incluso grandes tradicionalmente muy frecuentados centros como el Archivo Histórico Nacional. Apenas se han explotado su rica documentación sobre censura teatral del siglo XIX o el fondo de manuscritos de Benavente (Vol. I, pp. 288-290). Y sorpresas guarda todavía el Archivo General de Simancas para los estudiosos del teatro del siglo XVIII (Vol. I, pp. 291-292).

Muy interesante resulta el recorrido por museos y fundaciones donde el arte escénico ocupa un lugar relevante. El crecimiento en los últimos años del Museo Nacional del Teatro al fin dotado de una sede estable y bien dotada denota el profundo cambio de horizonte que se está produciendo. La que fue una iniciativa y empeño casi heroicos de Luis París –un hombre de teatro todavía por recuperar– ha alcanzado al fin estabilidad y enriquece de continuo sus fondos gracias a la acertada gestión de su director Andrés Peláez Martín (Vol. I, pp. 413-416)4. Las casas-museo de artistas y las fundaciones tutelan también importantes fondos documentales muchas veces: manuscritos, ediciones, epistolarios, fotografías, etc. El recuento de las principales así lo constata (Vol. I, pp. 421-435).

A lo largo del tiempo ha habido pérdidas inmensas de documentación y hasta incomprensibles, como la del archivo de la Sociedad General de Autores, vendido a peso después de dejarse media vida Sinesio Delgado en su constitución y ordenación hace un siglo, pero aún así siempre resultan productivas las búsquedas, sobre todo si se hacen bien guiadas y en los lugares adecuados5. La propia SGAE cuida ahora mucho más su archivo y biblioteca (Vol. I, pp. 51-52). Escasos son los teatros españoles que guardan memoria de su historia preservando la documentación que genera su trayectoria y aun así a veces se produce el milagro y el historiador se encuentra con un acervo documental inmenso y fascinante como el estudiado por Juan P. Arregui del Teatro Calderón de la Barca, de Valladolid6. A pesar de estas lamentables pérdidas, repasando estas páginas queda constancia de por qué la tradición teatral española es una de las más importantes de Occidente.

Si acaso uno echa de menos que algunos centros y fondos en bibliotecas extranjeras importantes no hayan sido incluidos, como sería el caso de los fondos sobre teatro español de la colección Rondel de la Biblioteca del Arsenal, de París, o algunas grandes colecciones como la de Darmouth College por citar un par de casos7. Berta Muñoz es consciente de que localizar documentación teatral española en centros no españoles hubiera hecho que “la tarea hubiera sido inabarcable” (Vol. I, pp. 29, 66), pero aún así, insisto, una aproximación general hubiera redondeado su trabajo. En cierto modo lo hace referenciando catálogos de obras dramáticas españolas en bibliotecas extranjeras con claro predominio del teatro áureo (Vol. I, pp. 66-68).

Si el volumen primero se centra especialmente en el recorrido por los principales continentes de documentación teatral, el segundo entra en el dominio de los contenidos, para proporcionarle al investigador herramientas apropiadas: “obras de referencia y consulta, instrumentos auxiliares” (Vol. II, p. 23), que le facilitarán su trabajo. También aquí la situación se encuentra en plena revolución, como se advierte enseguida al ver cómo las fuentes en papel han sido desbordadas por las presentaciones electrónicas reproduciendo obras en papel anteriores o fabricando productos nuevos. El objetivo buscado aquí es ofrecer una guía de obras de referencia y consulta, agrupando los materiales en tres bloques: obras de información primaria –enciclopedias, diccionarios, anuarios, manuales, tratados, etc.–, fuentes secundarias –bibliografías, catálogos de bibliotecas, repertorios de datos de artículos especializados, etc.– y un tercer apartado que recoge obras que escapan a la definición tradicional de obras de referencia y que son repertorios de documentos (críticas de prensa y documentos archivísticos), ofreciendo el contenido de los documentos completo o resumido, facilitando al investigador su trabajo sin que tenga pasar largas horas en hemerotecas y archivos.

El libro presenta así un complejo entramado de obras que va recorriendo cronológicamente el teatro español con continuas remisiones de unos apartados a otros. Como las referencias bibliográficas van acompañadas de una breve descripción sobre su organización y los propósitos de los autores al escribirlas nos sitúa en el territorio de la bibliografía crítica, aspecto este que se acentúa cuando añade algún comentario crítico cualificado que ha merecido. Berta Muñoz se esfuerza en no dejar de ser ante todo documentalista y bibliotecaria, aunque inevitablemente la buena historiadora teatral que es comparece entre líneas o en la selección nunca inocente de juicios críticos sobre las obras descritas. Oportuna y útil resulta la información en cada caso sobre la localización de los ejemplares consultados, ya que no se trata solamente de libros impresos en papel o en soporte electrónico, sino también de manuscritos y otros materiales únicos.

Inútil sería aquí intentar repasar con detalle el gran número de entradas recogidas. Se puede discutir la inclusión de alguna entrada en determinado apartado –A pie de obra, de Marcos Ordóñez, entre los diccionarios, por ejemplo (Vol. II, p. 73)–, pero eso no merma su utilidad, que es lo buscado. De hecho, no pocas veces la autora apunta estos desajustes, la pertinencia de que una misma obra figure en más de un apartado, la convivencia de obras consistentes con otras que no superan el valor de lo anecdótico –un tipo de libro especialmente abundante en el mundo del costumbrismo teatral y que tiene sus propias leyes–, el complejo mundo del libro sobre teatro local.

El largo capítulo sobre manuales y tratados sobre historia del teatro español (Vol. II, pp. 249-394), bien planteado inicialmente al incidir sobre la importancia de la Ilustración en el surgimiento de las historias de nuestro teatro, después se deslíe en la presentación de los materiales. Nada que objetar a la enumeración de historias de conjunto, pero después, a medida que se desciende a lo particular histórico y a lo local comparten páginas obras de textura bien diferentes quebrándose sobre todo una línea que se me antoja importante mantener: la diferenciación entre crítica e historia, reservando el primer término para obras elaboradas con inmediatez al acontecer teatral, mientras las otras deben ser escritas con perspectiva temporal. Mucho de lo reseñado cabe más en el apartado de la crítica que en el de la historia y en aquella se detectan ausencias llamativas. Valga un ejemplo. Si se da cuenta de un libro como La batalla teatral (1930), de Luis Araquistáin (Vol. II, pp. 351, 624), debiera hacerse lo propio con Teatro de masas (p. 193), de Ramón J. Sender, que no comparece por ningún lado, salvo que mi recuento sea erróneo. Lo mismo cabe decir de otras recopilaciones de críticas teatrales: si oportuno resulta citar Nuevo escenario (1928), de Enrique Estévez Ortega (Vol. II, p. 350), resulta extraño no ver a su lado Apostillas a la escena (1929), de Enrique de Mesa, aunque comparezca después en otro apartado (Vol. II, pp. 622-623). Desamparado queda el librito de Pérez Galdós, Nuestro teatro (1923) si no se cruza o remite su información con obras que han recogido sus escritos sobre teatro, por ejemplo en la misma obra Vol. II, pp. 552-555). No es asunto fácil este de diferenciar crítica e historia, pero es exigible una mayor diferenciación sin olvidar que no siempre es fácil. Pongamos unos casos: Teatro moderno español (1944), de Ángel Valbuena Prat o Teatro español contemporáneo (1968, 2ª ed.), de Torrente Ballester, ¿pertenecen al dominio de la crítica o al de la historia? El primero lo escribió don Ángel con sus recuerdos de textos aparecidos poco antes; en el segundo, Torrente Ballester refundió una parte de sus críticas teatrales periodísticas. Y aún así, es necesario discriminar, diferenciando con nitidez lo que no son sino recopilaciones de artículos con otros estudios que introducen alguna perspectiva histórica. Acaso por esta razón es tan parca la bibliografía sobre críticos y estudiosos del siglo XX, que queda apenas insinuada (Vol. II, pp. 575-576).

Y acaso no hubiera estado de más un capítulo específico sobre antologías de textos, otra modalidad de obras que en su desarrollo histórico resulta fronteriza –dependiendo de los fines de la antología y de los intereses de los antólogos–, pero siempre un instrumento necesario y útil para perfilar la construcción y la evolución del canon del teatro español.

No quiero concluir sin manifestar que ando intrigado con el tercer volumen de este encomiable proyecto, el relativo a Las revistas teatrales, fuente imprescindible sobre todo para el estudio del teatro moderno y contemporáneo –aunque no menos para ver cómo se reestructura permanentemente la tradición–, porque en las publicaciones periódicas se halla una de las bases imprescindibles para su reconstrucción y análisis. El día a día de la vida teatral y su lugar en la sociabilidad. El camino recorrido por la prensa teatral va de la inclusión de noticias sueltas en los primeros periódicos a finales del siglo XVII a la dedicación cada vez de mayor espacio a medida que el teatro se convirtió en una de las formas de sociabilidad más importantes, dando lugar a revistas especializadas, además de que los grandes diarios tenían secciones y aun “páginas teatrales” especializadas, dignas muchas ellas de estudios monográficos. Que hoy la información teatral vaya quedando reducida a un lugar secundario –como el propio teatro– no debe hacer olvidar que durante los siglos XVIII al XX, los espectáculos teatrales y parateatrales constituían las diversiones públicas más multitudinarias y constantes durante la mayor parte del año en las ciudades, extendiéndose también a las poblaciones más pequeñas en ocasiones señaladas. Algo de este atractivo volumen se adivina en algunos apartados de lo publicado, como cuando se refiere en el segundo libro a los repertorios de revistas (Vol. II, pp. 441-448), pero es evidente que necesita un desarrollo amplio y razonado para que estos frágiles soportes proporcionen todo su potencial a los futuros investigadores. Pero también parece necesaria una guía de publicaciones periódicas teatrales sobre autores importantes –deben en mi opinión quedar recogidas y descritas la revistas monográficas sobre ellos– y sobre diferentes materias teatrales españolas que resultarán de gran utilidad.

El criterio dominante en una obra de estas características debe ser su utilidad, primando la ordenación rigurosa de sus materiales y su presentación clara. Ambos criterios se han seguido a rajatabla, evitando tanto la dispersión como la escritura engolada. Tras leer estos dos gruesos tomos uno sale con la impresión de que se ha estudiado la historia del teatro español mucho más de lo que podría parecer a primera vista. La acumulación de obras de referencia es enorme. Pero a la vez, constata cuánto falta por hacer, entrando en rincones apenas hollados de este inmenso bosque. Los buenos mapas, entre sus virtudes, cuentan con la de animar a quien los mira a internarse confiados en el territorio que dibujan. Un mapa y una guía de recursos para el estudio del teatro español es lo que debe ofrecer, mostrando caminos, señalizando lugares, llamando la atención del viajero sobre objetos que de otro modo le pasarían desapercibidos. Es lo que aquí se ofrece.

Las cosas están cambiando más en la superficie que en lo profundo. Quiero decir que algún viajero apresurado armado con su ordenador de última generación puede caer en el peligro de creer que puede descubrir países ignorados y que estas obras en papel están obsoletas. Le diría que debe pararse a estudiarlas porque después entenderá mejor también la herramienta electrónica que tiene entre manos y que, sin lugar a dudas, aquí va a encontrar la forma de manejarla con utilidad y no al revés. El camino no puede empezar por el final.

Casi nunca se agradece a los documentalistas y a los autores de obras como esta su trabajo. No quiero dejar de hacerlo. Estas obras facilitan el viaje por la historia del arte escénico en España. Han tenido que pasar bastantes años para tener entre mis manos una obra que imaginé imprescindible hace mucho tiempo. Cierto que hay lugar para la mejora y la discrepancia, pero precisamente porque es un buen mapa de un territorio en permanente cambio. El mapa no puede sustituir a lo que representa o ser completo y perfecto, porque deja de ser mapa para convertirse en lo representado, lo cual es un buen asunto para un cuento borgiano, pero no para un historiador de ese arte fugaz y a la vez permanente que es el teatro.

Si cuando culmine su obra, Berta Muñoz la incorpora a la red, arbitrando un procedimiento para completarla y actualizarla, habrá puesto en manos de los historiadores del teatro español un instrumento no solo útil sino imprescindible para recorrer tan fascinante mundo.

 



1 Un ejemplo excelso fue Arturo Sedó: Joaquín Montaner, La colección teatral de don Arturo Sedó, Barcelona, Seix Barral, 1951.
De la riqueza teatral de bibliotecas de estudiosos baste recordar las de Menéndez Pelayo (vol. I, pp. 130-131) o Narciso Díaz de Escobar (vol. I, p. 131). Interesante resulta repasar en este sentido también en el volumen segundo la sección de “Catálogos de colecciones particulares” (vol. II, pp. 426-431). Otras veces son gentes de teatro quienes van atesorando colecciones que, si bien muchas veces se pierden al desaparecer ellos, otras acaban en centros que la preservan. Encomiable es en este sentido la política de captación de fondos de instituciones como el Museo Nacional del Teatro (Almagro) o el Institut del Teatre (Barcelona).

2 De estas ricas fuentes señaladas subrayaría también el fondo de la Biblioteca Nacional: Gerardo F. Kurtz e Isabel Ortega, 150 años de fotografía en la Biblioteca Nacional. Guía-inventario de los fondos fotográficos, Madrid, Ministerio de Cultura, Ediciones El Viso, 1989.

3 Bibliotecas tan enormes tienen rincones sorprendentes. Echo en falta el catálogo de Rosario Ramos Pérez, Ephemera: la vida sobre papel. Colección de la Biblioteca Nacional, Madrid, Biblioteca Nacional, 2003.

4 Todavía resulta útil la lectura del libro de Luis Paris, Museo-Archivo Teatral: Catálogo provisional, Madrid, Tipografía Yagües, 1932.

5 Véase, Sociedad de Autores Españoles. Catálogo General. Año 1913, Madrid, R. Velasco, Impresor, 1913.

6 Juan P. Arregui, Material Intrahistory and Stage Practice of the Nineteenth-Century Bourgeois Theater. The Testimony of the Theater Calderón de la Barca: Valladolid: 1863-1900, UMI-Pro Quest Ann Arbor (USA), 2005, 2735 pp. Y Valladolid y el teatro ante la expectativa burguesa: contexto y proceso, Valladolid, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Valladolid, 2008.

7 Dolores Thion Soriano Mollá, Bibliografía hispánica del inventario de la colección Auguste Rondel, Kassel, Edition Reichenberger, 1999. Marsha Swislocki y Miguel Valladares (eds.), Estrenado con gran aplauso. Teatro español 1844-1936, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana /Vervuert, 2008.

 

 

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