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NÜM 4

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1. MONOGRÁFICO

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1.3 · La recepción crítica del teatro de Cervantes


Por Elena Di Pinto
 

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Veamos lo que dice nuestro protagonista primero de su pasión, luego de su frustración, con sus propias palabras, a modo de entrevista. Muy clara deja Cervantes su pasión por la escena hasta en tres ocasiones hacia el final de su vida; bien con un deje nostálgico:

Porque desde muchacho fui aficionado a la carátula y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula (Quijote, II, XI).

tal vez con una punta de autoironía poniéndolo en boca del gobernador Gomecillos:

Gobernador.− Señora autora2, ¿qué poetas se usan ahora en la Corte de fama y rumbo, especialmente de los llamados cómicos? Porque yo tengo mis puntas y collar de poeta, y pícome de la farándula y carátula. Veinte y dos comedias tengo, todas nuevas, que se veen las unas a las otras, y estoy aguardando coyuntura para ir a la Corte y enriquecer con ellas media docena de autores. (Entremés del retablo de las maravillas)

o bien con un tono amargo, un año antes:

¿Y vuesa merced, señor Cervantes –dijo él–, ha sido aficionado a la carátula? ¿Ha compuesto alguna comedia? - Sí –dije yo–, muchas; y, a no ser mías, me parecieran dignas de alabanza, como lo fueron Los tratos de Argel, La Numancia, La gran turquesca, La batalla naval, La Jerusalem, La Amaranta o la del mayo, El bosque amoroso, La única y La bizarra Arsinda, y otras muchas de que no me acuerdo. Mas la que yo más estimo y de la que más me precio fue y es de una llamada La confusa, la cual, con paz sea dicho de cuantas comedias de capa y espada hasta hoy se han representado, bien puede tener lugar señalado por buena entre las mejores.

Pancracio.− ¿Y agora tiene vuesa merced algunas?

Miguel.− Seis tengo, con otros seis entremeses.

Pancracio.− Pues, ¿por qué no se representan?

Miguel.− Porque ni los autores me buscan, ni yo los voy a buscar a ellos.

Pancracio.− No deben de saber que vuesa merced las tiene.

Miguel.− Sí saben; pero, como tienen sus poetas paniaguados y les va bien con ellos, no buscan pan de trastrigo. Pero yo pienso darlas a la estampa, para que se vea de espacio lo que pasa apriesa y se disimula, o no se entiende, cuando las representan. Y las comedias tienen sus sazones y tiempos, como los cantares. (Adjunta al Parnaso)

Y de nuevo nos retumba y resuena una frase cervantina: “para que se vea de espacio lo que pasa apriesa y se disimula, o no se entiende, cuando las representan”. Si se disimula o no se entiende una pieza teatral cuando se representa (que es lo que tiene que ocurrir, que se represente y que sea, no solo comprensible, sino que suscite la complicidad del público), es que algo falla [Fig. 3].

Y estando así las cosas, como queda dicho, lo hizo al año siguiente: rescribió, pulió, compuso y publicó no seis, como decía, sino ocho comedias (cuando lo normal era publicar tomos de doce) y ocho entremeses.

Por lo que el mismo Cervantes nos hace saber, hubo dos épocas en su teatro: una primera, alrededor del año 1585, en la que tuvo cierto éxito y se representaron su Numancia, Los tratos de Argel y La batalla naval, y la segunda treinta años después, en 1615, fecha de la publicación de su obra dramática, momento en el que la dramaturgia de Lope, después de haber experimentado en los años ochenta, estaba más que probada y aprobada. Cervantes explica en su prólogo a las Ocho comedias que tuvo que publicar las suyas porque, como apuntaba un año antes, nadie las quería poner en escena. Pero dice muchas más cosas en él, además del infundio de haber reducido él de cinco a tres las jornadas de las comedias (análoga a la mentira que dijo en el prólogo a las Novelas ejemplares de no haberse inspirado en nadie, “ni imitadas ni hurtadas” dice, cuando está clara la filiación con los novellieri italianos, aunque sobradamente mejorados y superados, por supuesto), a modo de justificación o defensa (excusatio non petita, accusatio manifesta, y en este caso, más que una culpa es un verdadero complejo el que tiene Cervantes) dice:

Compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas. Tuve otras cosas en que ocuparme; dejé la pluma y las comedias, y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica; avasalló y puso debajo de su juridición a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias proprias, felices y bien razonadas, y tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos, y todas (que es una de las mayores cosas que puede decirse) las ha visto representar, o oído decir, por lo menos, que se han representado; y si algunos, que hay muchos, han querido entrar a la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la mitad de lo que él sólo.

En sus palabras adivinamos la amargura, y ¿por qué no decirlo?, incluso la admiración por Lope mezclada con un dardo de envidia.

Algunos años ha que volví yo a mi antigua ociosidad, y, pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias, pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese, puesto que sabían que las tenía; y así, las arrinconé en un cofre y las consagré y condené al perpetuo silencio. En esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso, nada; y, si va a decir la verdad, cierto que me dio pesadumbre el oírlo […] Querría que fuesen las mejores del mundo, o, a lo menos, razonables; tú lo verás, lector mío, y si hallares que tienen alguna cosa buena, en topando a aquel mi maldiciente autor, dile que se emiende, pues yo no ofendo a nadie, y que advierta que no tienen necedades patentes y descubiertas, y que el verso es el mismo que piden las comedias, que ha de ser, de los tres estilos, el ínfimo, y que el lenguaje de los entremeses es proprio de las figuras que en ellos se introducen; y que, para enmienda de todo esto, le ofrezco una comedia que estoy componiendo, y la intitulo El engaño a los ojos, que, si no me engaño, le ha de dar contento. Y con esto, Dios te dé salud y a mí paciencia.

Lo he llamado ‘dardo de envidia’ ya que hace muy poco nos señala con acierto Huerta Calvo:

De ahí que los elogios que, en el mencionado prólogo, Cervantes dedica a Lope hayan de leerse con cierta prevención, pues llevan veneno dentro. Por un lado, no puede por menos de admirarlo al haber llenado el mundo de “comedias propias, felices y bien razonadas […], y todas (que es una de las mayores cosas que puede decirse) las ha visto representar, u oído decir, por lo menos, que se han representado”. Por otro lado, sin embargo –y esto más parece reproche– lo define por haber puesto “debajo de su jurisdicción a todos los farsantes” –avasalló es el término que emplea–. En otras palabras, Lope habría impuesto un tanto dictatorialmente su modo de entender el teatro a los cómicos, hasta el punto de hacer inviables otras propuestas escénicas. Incluso la tópica alabanza –“Monstruo de Naturaleza”– puede admitir una lectura irónica si nos la tomamos al pie de la letra, pues monstruoso era todo lo que atentaba contra la lógica y el buen gusto.

Sea como fuere, una cuestión de alta y genial rivalidad. Conocedores de sus facultades pero también de sus limitaciones, ambos creadores sostienen una pugna feroz. Lope posee la gracia que el cielo no quiso darle a Cervantes, según propia confesión: la de poeta lírico. Cervantes atesora, en cambio, una imaginación desbordante que necesita del torrente de la prosa y que Lope –cuya narrativa carece de grandeza– habría de envidiar (Huerta Calvo, 2015).

Ahora bien, si acudimos a rastrear la documentación de esa “feliz primera época” en la que no suscitó entusiasmo pero tampoco disgusto3 (simplemente no hubo ofrenda de pepinos ni gritos) y vamos al Diccionario biográfico de actores del teatro clásico español (DICAT) (Ferrer Valls, 2008) no encontramos casi nada relacionado con Cervantes. El primer dato es el documento de compraventa de comedias entre Gaspar de Porres y Cervantes4 fechado en Madrid el 5 de marzo de 1585 en el que se da cuenta de las dos comedias vendidas al director de compañía: La confusa y El trato de Constantinopla y muerte de Celín.



2 Entiéndase bien que esta ‘autora’ es la que dirige la compañía. El término ‘autor de comedias’, en el Siglo de Oro, correspondía a lo que hoy entendemos como ‘director de compañía’, ‘director de escena’ y, a menudo, ‘primer actor’ de esa misma compañía. El término para designar al actual ‘dramaturgo’ o, más genéricamente, ‘autor’ era el de ‘poeta’.

3 Así lo destaca Zimic, 1992, p. 401.

 

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