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NÜM 4

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1. MONOGRÁFICO

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1.4 · Cervantes en los teatros nacionales


Por Fernando Doménech Rico
 

 

Conclusión

“No tuvo suerte don Miguel en el teatro. En realidad, no la sigue teniendo. Se le reconocen sus Entremeses, su Numancia; en ocasiones, su Pedro de Urdemalas... Poco más” (Marsillach, en Rey Hazas y Zubieta, 2005, 91). La reflexión del entonces director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, formulada en el programa de mano de La gran sultana en 1992 hacía referencia a los años inmediatamente anteriores, pero responde a una queja generalizada cada vez que se estrena alguna obra de Cervantes. En 2005 Antonio Rey Hazas renovaba las quejas al reseñar los estrenos de obras cervantinas en la Compañía Nacional de Teatro Clásico:

Choca, en primer lugar, que la Compañía Nacional de Teatro Clásico no haya llevado a escena más que cuatro espectáculos en los casi veinte años que tiene de existencia, lo que demuestra un cierto alejamiento de quien es, sin duda, el príncipe de nuestras letras, seguramente causado por la mala prensa de sus comedias (Rey Hazas y Zubieta, 2005, 137).

Prima en estos lamentos la impresión de que el mundo teatral ha sido injusto con uno de los mayores genios de la literatura española, que siempre ha quedado relegado frente a otros autores de más éxito, especialmente Lope de Vega.

Sin embargo, es muy distinta la opinión de Felipe Pedraza, quien, en unos “comentarios a contrapelo”, publicados en 1999, recordaba que el público español había tenido la oportunidad de ver en escena gran parte del teatro cervantino, para lo que aportaba su propia experiencia como espectador de Pedro de Urdemalas, la Numancia, Los baños de Argel, La gran sultana y La entretenida, y concluía: “Nada parecido ocurre, ni en el libro ni en la escena, con la obra de los grandes dramaturgos españoles del Siglo de Oro: Lope, Calderón, Tirso, Ruiz de Alarcón, Moreto, Rojas Zorrilla (bastante menos representado en números absolutos, no solo relativos, que Cervantes) o Guillén de Castro” (Pedraza, 1999, 24). Es cierto que el profesor Pedraza tiene una opinión muy pobre sobre el teatro “mayor” de Cervantes, y para que no quede duda encabeza su artículo con una cita de Menéndez Pelayo sobre este teatro: “Obras, en suma, que sólo interesan a la arqueología literaria” (Pedraza, 1999: 19). Así, cuando comenta la conversión por parte de Marsillach de La gran sultana “en una espléndida comedia musical”, añade: “era su única salvación” (Pedraza, 1999, 26).Junto con otros críticos, opina Pedraza que el teatro de Cervantes es endeble, lleno de imperfecciones, mal versificado... Esto lo lleva a adelantar una curiosa interpretación del gusto actual por Cervantes:

El teatro de Cervantes ha interesado precisamente por sus imperfecciones. Es sugerente y excitante, sobre todo para los directores de escena y los escenógrafos que aspiran a un ideal que podríamos sintetizar en el lema “Libertad y aparato”. En los últimos tiempos proliferan los hombres de teatro que se encuentran más a gusto ante textos de escasa entidad e incluso informes o caóticos. La flojera poética se convierte, para ellos, en un acicate para la inspiraación plástica y cinética. Y no cabe negar que, en ocasiones, los resultados escénicos son espléndidos.

Así, Nieva montó Los baños de Argel con todos los trapos imaginables. Así, Marsillach puso en pie La gran sultana con toda la brillantez de la mejor comedia musical (al final bajaba, mecida por las melodías orientalizantes, una hermosa media luna en que columpiaba la vedette). Así, Alberti, Jean-Louis Barrault y, más tarde, Narros, concibieron La Numancia con soldados del siglo XX y tumbas del fascismo, etc..., etc. (Pedraza, 1999, 38).

No le falta algo de razón a Pedraza, aunque resulta un poco arbitrario por su parte atribuir las mismas razones para elegir a Cervantes al barroco Francisco Nieva y al mucho más comedido Miguel Narros. El gusto moderno por lo fragmentario, lo inacabado, no se da solamente en el teatro, sino que es una marca de nuestro tiempo. Y en ese aspecto, las obras de Cervantes pueden estar más cerca de cierta dramaturgia contemporánea que obras más perfectas, más acabadas, de Lope y sus seguidores.

Lo que es cierto es que a menudo la puesta en escena de las obras cervantinas en los teatros nacionales ha supuesto una apuesta por buscar nuevos caminos estéticos, por romper con ciertas rutinas escénicas o por conectar con formas de hacer teatro que tenían un carácter excéntrico, en ocasiones casi marginal. Aunque solamente fuera por eso, merecía la pena poner en escena el imperfecto teatro del príncipe de las letras españolas.

 

 

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