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NÜM 4

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1. MONOGRÁFICO

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1.4 · Cervantes en los teatros nacionales


Por Fernando Doménech Rico
 

 

1979. Los baños de Argel

En 1978 se creó el Centro Dramático Nacional, destinado a sustituir a los antiguos Teatros Nacionales, demasiado identificados con la burocracia cultural franquista. Su primer director, Adolfo Marsillach, se mantuvo al frente del nuevo organismo una sola temporada, en la que programó textos fundamentales del teatro español reciente prohibidos o ninguneados por la dictadura, como Noche de guerra en el Museo del Prado, de Rafael Alberti, o Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga, de José María Rodríguez Méndez, junto a clásicos como Abre el ojo, de Rojas Zorrilla. Esto no le libró de ser atacado desde distintos puntos, entre ellos el de los nuevos autores que se veían preteridos en la programación. Se produjo, además, una crisis ministerial que supuso el relevo –la destitución– de varios altos cargos. Adolfo Marsillach dimitió en 1979 y fue sustituido por un triunvirato formado por Nuria Espert, José Luis Gómez y Ramón Tamayo. Dejaba, sin embargo, preparada la programación de la temporada siguiente:

El 1 de marzo de 1979 los responsables del centro presentamos un balance –positivo, a nuestro entender, de la primera temporada. [...] También anunciábamos la siguiente programación para 1979/1980. Teatro María Guerrero: Los baños de Argel, de Cervantes, y El constructor Solness, de Ibsen, adaptada por Buero Vallejo; Teatro Bellas Artes: Motín de brujas, de José María Benet i Jornet, Contradanza, de Francisco Ors y La velada de Benicarló, de Manuel Azaña. (De estos títulos, nuestros sucesores –Nuria Espert, José Luis Gómez y Ramón Tamayo– respetaron a Cervantes, a Benet y Jornet y Azaña (Marsillach, 1998, 399-400).

El Centro Dramático Nacional, pues, tuvo muy presente a Cervantes desde fechas muy tempranas. Avalaba esta elección la buena acogida que había tenido en la temporada 1978-1979 la puesta en escena de Abre el ojo, de Rojas Zorrilla, en versión y dirección de Fernando Fernán Gómez. Para la puesta en escena de Los baños de Argel se eligió a Francisco Nieva, catedrático de Escenografía en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, escenógrafo de gran prestigio y autor dramático excéntrico que gozaba entonces de gran renombre a raíz de los estrenos de algunas de sus obras en los primeros momentos de la Transición: La carroza de plomo candente, estrenada en 1976, fue un auténtico escándalo y una revelación de un teatro distinto al que se estaba acostumbrado a ver en los escenarios españoles. Nieva poseía una estética propia, entre barroca y alucinada, que bebía tanto de las fuentes tradicionales como de la vanguardia que había conocido en sus años de París. Utilizaba con descaro a unos clásicos que conocía a la perfección. Y era sobre todo un artista que dominaba la plástica escénica como nadie en aquel momento.

La obra se estrenó en el Teatro María Guerrero el 4 de diciembre de 1979. Había una gran expectación, porque desde tiempo antes se venían sucediendo informaciones acerca del trabajo de Nieva y, sobre todo, de las proporciones y los gastos extraordinarios que conllevaba. Nieva confesaba que sólo en la impresión de las telas y el atrezzo se había gastado seis millones de pesetas, cantidad considerable para el año que corría. Pero aducía que los mayores gastos se habían producido por el mantenimiento de una gran compañía durante tres meses de ensayos. Cuando se produjo el estreno, se pudo comprobar la razón de tales “dispendios”: se trataba de un espectáculo brillantísimo, de extraordinaria riqueza visual, barroco en la utilización de colores y texturas, todo ello llevado a la escena por un amplísimo elenco en donde destacaban Emma Penella, Esperanza Abad, Emilio Mellado, Nicolás Dueñas y Juan Meseguer.

Nieva manejó diversos textos cervantinos para su versión de Los baños de Argel: además de la propia comedia, utilizó otra de tema argelino, Los tratos de Argel, así como la novela del cautivo que se inserta en la primera parte del Quijote. El resultado era una comedia de aire novelesco, a la que la desbordada imaginación plástica de Nieva vistió con todos los ropajes de un exotismo exquisito y deslumbrante [Fig. 5]. Un espectáculo de extraordinaria brillantez que tuvo un éxito notable ante un público que aceptaba de buena gana la visión orientalista del montaje. Sin embargo, una parte de la crítica se revolvió ante las libertades que se tomó el adaptador con las esencias del texto cervantino.

La crítica más acerada en este sentido fue la del ilustre académico y prestigioso crítico teatral Fernando Lázaro Carreter, que le dedicó dos artículos en su habitual sección de La Gaceta Ilustrada. En ella afirmaba que le habría gustado “escribir elogios sin reservas de esta función”, pero no podía hacerlo por varias razones que le habían hecho llegar al final de la representación “desalentado, cansado y sin alegría”. La manipulación del texto era una de ellas, quizás la principal:

¿Cómo ha tratado Nieva el texto? Con desenvoltura que a mí, filólogo de profesión, me hiela la sangre. No querría insistir en lo que he tenido que manifestar últimamente en varias crónicas: un texto literario es tan sagrado como un cuadro o una escultura. No acierto a ver qué diferencia hay entre maniobrar en un drama de Cervantes o en un lienzo de Goya; no sé si se justifica más introducir parte de Los tratos de Argel en Los baños que animar el vientre de la Venus de Milo cambiándolo por el más sensual y exento de la que esculpió Praxíteles (Lázaro Carreter, 1980a).

Con precisión filológica Lázaro desgrana los episodios de otras obras cervantinas que Nieva ha entretejido en su versión, deteniéndose especialmente en el episodio de los niños Juan y Francisco, que tiene distinta resolución en Los tratos (el niño apostata) y en Los baños (el niño muere por mantenerse en la fe). En ello ve el crítico una traición al sentido de la obra que la convierte en algo muy distinto: “Demedulando el drama, privándolo de sus supuestos filosóficos y políticos, la función del María Guerrero tiende a ser un simple relato de aventuras, casi un pretexto para inspirar un alarde de suntuosidades...” (Lázaro Carreter, 1980a). El veredicto de don Fernando era terminante:

El resultado final, medido con la exigencia de que es digno el CDN, resulta trivial y engañoso. No es admisible la desnutrición ideológica de un texto tan cargado de sentido. ¿No abundan en el mundo los baños, las prisiones para quienes son de otro pueblo o profesan otra fe? Hay cristianos verdugos, pero también los hay víctimas. En último término, los baños eran campos de concentración, y a sus prisioneros los movía –si no abjuraban– un ideal. Cervantes exalta a los hombres de su nación que sabían morir por las creencias en que él cifraba la razón de España. Si mostrar eso hoy no parece prudente u oportuno al CDN, ¿cabría algo más sencillo que dejar Los baños de Argel en su estante? (Lázaro Carreter, 1980b).

Otros críticos fueron mucho más indulgentes con el tratamiento del texto por parte de Nieva, aunque, como ha sido casi una constante cuando se habla de los montajes cervantinos, el elogio del director se hiciera en detrimento de Cervantes. Ángel Fernández Santos, que firmó una crítica extraordinariamente positiva, se manifestaba en términos muy coloquiales contra el valor duradero de la comedia:

Con los llamados clásicos ocurre como con los otros: los hay buenos y los hay malos. Leí Los baños de Argel hace años, cuando Narros estrenó La Numancia, con el prurito de ilustrarme. Me aburrí como un tronco. Sólo algunas chispas en medio de la mediocridad generalizada. Pues bien, Francisco Nieva, en el María Guerrero, le ha sacado alas al plomo y ha convertido la ilustre sosería cervantina en un espectáculo divertidísimo (Fernández Santos, 1979).

Nieva, quizás curándose en salud, había subtitulado su obra como “un trabajo teatral de Francisco Nieva sobre textos de Miguel Cervantes”. Pero además defendió, en la antecritica publicada en El País el mismo día del estreno, su visión de la comedia cervantina por el propio carácter de su obra, en la que veía una libertad llena de rasgos modernos que quedó ahogada por las generaciones siguientes, la de Lope de Vega y, sobre todo, la de Calderón:

Los baños de Argel pertenece a un clima esperanzado y enérgico anterior al “desencanto”, teatro de formas abiertas y que aún no ha dado por buena ninguna preceptiva. Por lo cual todo en él puede ser posible: el melodrama romántico, la “película de aventuras”, el documental de costumbres exóticas; una fastuosa y poderosa fiesta renacentista, lejos de esas ecuaciones escénicas con seis o siete personajes locuaces, dispuestos a convencernos, por vía de entretenimiento y “divertimento”, de lo práctico y reposado que es aceptar el dogma impuesto por los más fuertes. [...]

Los baños de Argel es un collage interesante, una fuente de apasionantes problemas que arrojan una luz insólita sobre nuestra historia y nuestra sociedad. [...]

Es curioso, pero como antiguo y disimulado brechtiano confieso que no me ha sido demasiado difícil darle su libertad dentro del sistema concebido por Brecht para su teatro épico, con su juego de cortinas y su decorado fragmentario. Porque, al fin, todo parece resuelto hoy para dar corporeidad a un teatro coral, sin protagonismos destacados y con un dinamismo de situaciones e imágenes que el realismo burgués no pudo resolver (Nieva, 1979).

Lo cierto es que, junto a las objeciones que se pusieron al tratamiento del texto, las críticas fueron unánimes en la alabanza al trabajo de Nieva como director y escenógrafo. Eduardo Haro Tecglen escribía en las páginas de El País:

Olvidémonos de Cervantes, en este caso. Y quedémonos muy a gusto con Francisco Nieva, inventor de un espectáculo: espectáculo de una gran belleza plástica y continuamente en movimiento, como corresponde al teatro. Inventor de grandes hallazgos de maquinaria, vagamente inspirada en el Siglo de Oro, y pequeños hallazgos de detalle. Toda su esencia de pintor está en la estética de los decorados y los trajes: toda su dinámica de hombre de teatro en la manera de jugar todo ello. Si se le busca pecado, será en el exceso, en un “demasiado”, en una acumulación. En un barroquismo. Personalmente no me cansa ni me empacha. Siempre a condición de olvidarme de Cervantes y, por consiguiente, del texto (Haro Tecglen, 1979).

En un medio tan poco habitual para la crítica teatral como la revista erótica Lui José Antonio Gabriel y Galán hacía un encendido elogio de la calidad textil del espectáculo: “Asistimos a fiestas, desfiles, canciones, exotismos. Vemos los más variados artilugios lúdicos. Es un montaje en el que la tela, lo textil, alcanza una extraordinaria categoría artística, cuya riqueza y fantasía, en este aspecto, conecta con la vistosidad oriental” (Gabriel y Galán, 1980). El mismo Lázaro Carreter, que fue tan duro en su censura del trabajo de Nieva sobre el texto cervantino, se rendía ante su capacidad para crear en escena: “Nieva resulta invencible para imaginar sorpresas escénicas, bellezas y hazañas de color y movimiento. No sólo plantea, sino que ejecuta bien, diferenciándose así de otros directores, cuyas ideas, plasmadas luego, decepcionan” (Lázaro Carreter, 1980b).

El público no estuvo tan dividido como la crítica: acudió en masa durante los meses que la obra se mantuvo en escena, contribuyendo con ello a la consolidación del propio Centro Dramático Nacional. Parece que con esta obra se comenzó la política de facilitar a los estudiantes el acceso al teatro mediante una sustanciosa reducción de las entradas, novedad que algún crítico reseñó con cierta reticencia:“Los baños de Argel [...] ha congregado en el Teatro María Guerrero durante muchas representaciones, con llenos completos, a un público, en su mayoría juvenil, [...] a quien se ha facilitado, todo hay que decirlo, la asistencia a los espectáculos del CDN” (Álvaro, 1980, 100).

Como colofón de tan distintos pareceres, en enero de 1980 un jurado compuesto por María Aurelia Capmany, Mary Carrillo, José Antonio Maravall, José Monleón, Rafael Pérez Sierra, Manuel Gómez Ortiz y Fabiá Puigserver concedió a Nieva el Premio Nacional de Teatro correspondiente al año 1979 por “el valor plástico de su aportación creadora al teatro español, que ha culminado con la obra Los baños de Argel, de Cervantes”. Pocas veces se habrá dado un reconocimiento tan unánime a la labor de un creador teatral sin esperar a su muerte. Se puede afirmar que Los baños de Argel supuso la consagración de Nieva como hombre de teatro. Sin embargo...

Sin embargo, Nieva no volvió a dirigir en el Centro Dramático Nacional, que, a su vez, no programó nunca más a Cervantes.

 

 

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