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NÜM 4

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1. MONOGRÁFICO

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1.5 · La narrativa de Cervantes. Reescrituras españolas para la escena (1950-2014)


Por Jerónimo López Mozo
 

 

1. Primeras salidas de don Quijote y de sus acompañantes a las calles de Valladolid

Sorprende, en primer lugar, que, en algún caso, no transcurriera demasiado tiempo entre la publicación y el salto a la escena de sus personajes. Sucedió con El Quijote. El 10 de junio de 1605, pocos meses después de la publicación de la primera parte, un don Quijote y un Sancho Panza de carne y hueso pasearon por la Plaza Mayor de Valladolid durante las fiestas celebradas con motivo del nacimiento del futuro Rey de España Felipe IV. Tomé Pinheiro da Veiga, escritor y diplomático portugués que fue canciller de su país en la corte de Valladolid, situaba el acontecimiento en el marco de una fiesta de toros y cañas y lo describió así en su libro Fastiginia o fastos geniales1:

… y en esta universal holganza, para no faltar entremés, apareció un don Quijote que iba delante como aventurero, solo y sin compañía, con un sombrero grande en la cabeza y una capa de bayeta y mangas de lo mismo, unos calzones de velludo y unas buenas botas con espuelas de pico pardal, batiendo las ijadas a un pobre cuartago rucio con una rozadura en el borde del lomo, de las guarniciones del carro y una silla de cochero; y Sancho Panza, su escudero, delante. Llevaba unos anteojos para mayor autoridad y bien puestos, y la barba alzada, y en mitad del pecho un Hábito de Cristo (Apud. Vargas, 329).

El mismo cronista contaba que pocos días después, el 28 de junio, don Quijote y Sancho reaparecieron en las calles vallisoletanas, aunque con aspecto bien distinto:

… me vinieron a llamar que fuese a ver la más notable farsa y figura que podía haber. Fue el caso que pasando un D. Quijote vestido de verde muy maltratado y alto de cuerpo, vio a unas mujeres al pie de un alto álamo y se puso de rodillas a enamorarlas. Su mala suerte fue que dos bellacos repararon en la postura y convocaron a otros y fueron acudiendo, de suerte que se congregaron más de doscientas personas diciendo chistes y gritando contra él, y él callaba como Sancho, y continuaba con su devoción y encubriendo el rostro como azotado (Vargas, 338-339).

Por su desarrollo, no se trataba de una representación teatral propiamente dicha ni parte de un desfile, sino de una broma de un grupo de ciudadanos tomada en serio por los transeúntes y que duró lo que un alguacil avisado tardó en despejar la calle, poniendo fin a la farsa. En cuanto a la primera salida, el escenario y la ocasión remiten a un desfile festivo de tono carnavalesco, si bien Jean Canavaggio sugirió la posibilidad de que se tratara de un intermedio burlesco ofrecido en sainete (Canavaggio, 248). En todo caso, lo que importa destacar es que el éxito de la novela

… se expresó de variadas formas y una de ellas fue a través de la aparición de sus personajes en espectáculos populares. A los pocos meses de su puesta en circulación, don Quijote, Sancho y algunos protagonistas más del libro empezaron a figurar en numerosos acontecimientos siempre relacionados con fiestas, mascaradas, torneos y demás representaciones de carácter lúdico que no hacían más que poner de manifiesto […] la manera en que el Quijote fue acogido en un principio, esto es, como un libro de caballerías en donde primaba por encima de todo el entretenimiento. Muchas fueron las apariciones de estos personajes en los años inmediatamente posteriores a la publicación de la primera parte del Quijote, y en todas ellas existía un denominador común: la intención de entretener y hacer reír al público lector y oyente (Vargas, 309).

 

2. Breve relación de los Quijotes teatrales hasta 1947

De entonces acá, la vida escénica de don Quijote y demás personajes de la novela no ha conocido tregua. En 1947, el comediógrafo y libretista de zarzuelas y revistas Felipe Pérez Capo publicó un curioso libro titulado El Quijote en el teatro: repertorio cronológico de 290 producciones escénicas relacionadas con la inmortal obra de Cervantes. Elaborado a partir de otros anteriores, incluye versiones teatrales, piezas que aluden a la novela o a sus personajes o las que simplemente toman prestadas frases escritas por Cervantes. En muchas se percibe un afán divulgador destinado a un público que no ha leído la novela y, en otras cuya acción transcurre en el tiempo presente, el propósito es abordar, desde su espíritu, asuntos de actualidad. Hay que añadir que no faltan las que la relación con El Quijote se extingue en el mismo título, pues algunos avispados autores los pusieron como gancho para atraer al público. Es de suponer que la lista real rebasa con creces la establecida por Pérez Capo, pero, a pesar de sus limitaciones, la que nos ofreció proporcionaba algunas informaciones valiosas. La primera, que confirmaba la prontitud con la que el Quijote saltó a los escenarios; la segunda, que en su inmensa mayoría se trataba de imitaciones caricaturescas y bufas que, sin demasiadas pretensiones, destacaban el lado cómico de la novela; y, en fin, que desde el primer momento, se hicieron adaptaciones fuera de España, destacando las inglesas, francesas, alemanas, italianas y portuguesas.

De las 28 adaptaciones que figuran el siglo XVII la primera de autor español es la parodia Don Quijote y el Entremés famoso de los invencibles hechos de Don Quijote de La Mancha, de Francisco de Ávila, publicada en 1617. Entre las demás, destacan Don Quixote de La Mancha o, según otras referencias, Los disparates de don Quijote de Calderón de la Barca, y dos realizadas por Guillén de Castro: la tragicomedia Don Quijote de La Mancha y El curioso impertinente, versión del relato incluido en la primera parte del Quijote. La pieza de Calderón, representada en el palacio del Buen Retiro durante los carnavales de 1637, es la primera que se tomó en serio al hidalgo caballero, lo que no resulta sorprendente si tenemos en cuenta su admiración por Cervantes, frecuentemente reconocida en sus escritos. A la relación hay que añadir la obra burlesca Don Gil de La Mancha de autor desconocido, aunque pudiera ser de Lope de Vega, Castillo Solórzano o Rojas Zorrilla.

El siglo XVIII añadió 82 nuevas adaptaciones, a las que hay que sumar algunas más localizadas por Montero Reguera y otros investigadores. Entre las anónimas figuran Las caperuzas de Sancho, Aventuras de don Quijote y religión andantesca, Fin de fiesta del juego de la sortija y la comedia pastoril Las bodas de Camacho. En las de autor conocido, la mayoría apenas dejaron huella, incluidas las escritas por los que gozaban de mayor fama. Es el caso de don Ramón de la Cruz o de Meléndez Valdés. Del primero, se representó, en el primer intermedio de su zarzuela Briseida, el sainete Don Quijote. Una y otro pasaron sin pena ni gloria, al igual que la del segundo, titulada Las bodas de Camacho el rico. Ese mismo episodio inspiró Las bodas de Camacho, comedia joco-seria de Antonio Valladares y Sotomayor, la zarzuela del mismo título de Leandro Ontala y Maqueda y El amor hace milagros, de Pedro Benito Gómez Labrador. Al repertorio dieciochesco pertenecen también El príncipe jardinero o fingido Cloridiano, de Santiago de Pita; El Alcides de La Mancha y famoso don Quixote, de Rafael Bustos Molina, en la que se escenifican los sucesos de la venta; Rutzvanscandt o Quijote trágico, de Juan Pisón y Vargas, en la que don Quijote brilla por su ausencia, siendo el protagonista un emperador de China; Teatro español burlesco o Quijote de los teatros, de Cándido María Trigueros, pieza que adaptada por su amigo Manuel Antonio Salcedo, fue publicada añadiendo al título … por el maestro Crispín Caramillo. En referencia a este período, cabe destacar que pocas obras recreaban la totalidad del Quijote, empeño lleno de dificultades. Por el contrario, aprovechando su condición de “novela ensartada”, se escenificaban solamente los episodios y aventuras más teatrales (Montero, 129).

La relación de Pérez Capo aporta nada menos que 115 nuevas referencias al siglo XIX. Siendo muchas, el número real es aún mayor, pues según he podido constatar bastantes escaparon a su escrutinio. Notables autores no resistieron la tentación de beber en la novela de Cervantes, cuyas ediciones se sucedían a buen ritmo. Entre ellos, Ventura de la Vega, del que se representaron, en 1831, Don Quijote en Sierra Morena y, treinta años después, Don Quijote de la Mancha; Adelardo López de Ayala y Antonio Hurtado, con El curioso impertinente, subtitulada Novela de Cervantes reducida a cuatro actos y en verso; Gustavo Adolfo Bécquer con La venta encantada; José Echegaray, con Los dos curiosos impertinentes; y el muy olvidado Narciso Serra, que lo hizo por partida doble, pues a El loco de la guardilla (paso que pasó en el siglo XVII) –cuyo protagonista es Cervantes y no don Quijote–, añadió El bien tardío, que era su continuación.

En esta centuria siguieron predominando las escenificaciones de episodios del Quijote, siendo el más recurrente el de las bodas de Camacho. Ese título dieron a sus piezas Luis Mariano de Larra, Francisco García Cuevas y los adaptadores de textos franceses Francisco de Paula Martí y Laureano Sánchez Garay. En otras partes precisas se centraban Don Quijote y Sancho Panza en el castillo del Duque, de José Robreño; el juguete cómico El curioso impertinente, de José Pelayo Castillo; Don Quijote y Sancho Panza en el castillo del Duque o el desencanto de Dulcinea, de José Martí; La ínsula Barataria, del ya citado Luis Mariano de Larra; y Don Quijote en la sierra, de Francisco Pérez Collantes. Menos pistas sobre su relación con pasajes concretos de la novela arrojaban el juguete cómico La nieta de don Quijote, de Eduardo Montesinos y Diego Jiménez Prieto; Don Quijote de Madrid, de Mariano Vela y Maestre; la fantasía quijotesca Cervantina, de José María Ovejero de los Cobos; El Quijote de la boardilla, de Alejandro Larrubiera: y Sancho Panza, capricho cómico de Juan Molas y Casas. No faltó alguna que otra adaptación para el público infantil, como Quijote de los niños, presentada como abreviado o arreglo de Juan Manuel Villén, declarado entusiasta de Cervantes.

Aunque lo cómico seguía dominando, algunos autores buscaban en sus versiones lecturas más serias y profundas de la novela, anticipándose a lo que sería frecuente más adelante. En algún caso, incluso se colaban de rondón alusiones a la vida política del momento. También hay que señalar que don Quijote y demás personajes encontraron acomodo en la zarzuela, género que inició su época de mayor esplendor a mediados del siglo. Más de treinta se estrenaron, la mayoría prontamente olvidadas, pero justo es reconocer que las propuestas de los libretistas, por lo general habituales del género, se vieron acompañadas no pocas veces por las partituras de músicos tan reconocidos como Barbieri, Ruperto Chapí, Emilio Arrieta, Manuel Fernández Caballero y Antonio Reparaz. Al cantante y compositor Manuel García se debe la música y quizás también el libreto de la ópera Don Chisciotte2.

Hasta 1947, año en el que Pérez Capo puso fin a su repertorio, los registros desde principios de siglo alcanzaban la cifra de 64, siendo, en proporción, la más alta. Tres son los motivos que explican el incremento: en 1905 se conmemoró por todo lo alto el tercer centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, lo que provocó un aluvión de actos oficiales, entre los que ocupaban un lugar destacado las representaciones teatrales, que, en su vertiente más popular y festiva, incluían desfiles y pasacalles en los que se escenificaban algunos de los episodios más conocidos3; en 1916, con motivo del tercer centenario de la muerte de Cervantes, aunque más modestos, hubo nuevos homenajes; y en 1947, el pretexto para recordar al escritor, fue el tricentenario de su nacimiento.

El siglo empezó como había acabado el anterior, es decir, con el dominio de la zarzuela sobre cualquier otro formato teatral. Jacinto Guerrero, Luis Foglietti, Manuel Penella y Teodoro San José acrecentaron la lista de compositores que musicaron textos de un sinfín de prolíficos libretistas con mucho oficio. Entre ellos, Diego Jiménez Prieto, Marcelino Crespo y el propio Pérez Capo. Era práctica bastante común que escribieran en colaboración, pero no tanto que llegaran a reunirse cuatro para alumbrar una sola obra. La titulada Don Quijote en Aragón, con música de Trullas y Ramón Borobia, está firmada por Sanjuan, Goyena, Fernández y Gonzales y Ariño. Como curiosidad, cabe señalar que fue en la zarzuela donde se produjo uno de los pocos intentos de ofrecer un espectáculo que abarcara toda la novela. Su título, Don Quijote de La Mancha y, Eduardo Barriobeto y Herrán, el autor. Su fracaso confirma algo que ya hemos apuntado: la dificultad de la empresa. También merece ser citada la ópera que no llegó a representarse El mozo de mulas, con libreto de Manuel Fernández-Nuñez y Lope Mateo, en la que el compositor Antonio José Martínez Palacios trabajó desde 1928 hasta su fusilamiento a comienzos de la Guerra Civil.

Autores con más renombre que los citados dieron lustre al repertorio que nos ocupa. Adriá Gual fue uno de ellos, quien en colaboración con Jacinto Grau escribió el cuadro escénico Las bodas de Camacho. Otra versión del mismo episodio y con el mismo título ofreció años después Adolfo Torrado. De Santiago Rusiñol es El catalá de La Mancha y de Jacinto Benavente la poco conocida La muerte de don Quijote. Hubo algunos que bebieron en la novela en más de una ocasión. Sinesio Delgado lo hizo en dos, primero con la zarzuela fantástica El carro de la muerte y, luego, con la comedia El retablo de maese Pedro. En tres, Carlos Fernández Shaw, que en la primera década del siglo estrenó la zarzuela La venta de don Quijote, con música de Chapí; La buena ventura, en colaboración con Luis López Ballesteros y música de los maestros Amadeo Vives y José María Guervós; y la comedia Las figuras del Quijote, con música de Eduardo Aunós y José Luis Lloret Perales. No hay que olvidar El retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla, con un texto elaborado por él mismo extraído de los capítulos XXV y XXVI de la segunda parte del Quijote.

Los fastos de 1905 trajeron gran cantidad de espectáculos de muy diverso calado. Dejando a un lado los muchos que eran fruto de la iniciativa de asociaciones culturales y grupos vocacionales, entre los más relevantes figuran, además de alguno que omito porque ya ha sido citado, La primera salida, de Eugenio Sellés; La aventura de los galeotes, de los hermanos Álvarez Quintero; El caballero de los espejos, de Miguel Ramos Carrión; el apropósito murciano las bodas de Dulcinea, de José Martínez Tornel; Don Quijote y la escuela , de Ventura Fernández López; Tiempos y tiempos, de Eduardo León y Ortiz; La resurrección de Don Quijote, de P. Valbuena; Las bodas de Camacho, de Pedro Novo y Ramón Blanco; y La Insula Barataria, de Carlos María Perier y Gallego. Aunque no fueron tantos los estrenos que hubo en 1916, podemos citar La patria de Cervantes, de Manuel Fernández de la Puente; En un lugar de La Mancha, de Pablo Parellada; Don Quijote y Sancho Panza, de Julián Chave Castilla;y Don Quijote de Triana, de Aben-Zahar de Bargas. 1947 ofreció la cosecha más escasa. De las piezas que no he mencionado, las únicas destacables son Don Quijote en Barcelona, de Pérez Capo, y Don Quijote 1947, del periodista gallego José María Castroviejo. También es de ese año Sancho Panza en la ínsula, farsa que Alejandro Casona escribió en su exilio bonaerense y que incluyó en su libro Retablo jovial. Sin el pretexto de las efemérides hubo, en continuo goteo, muchos más Quijotes, Como muestra, ¡Por vida de don Quijote!, juguete en un acto de Antonio López Monis y Alfredo López Álvarez; La del alba sería, de Miguel Portolés; El ingenioso hidalgo. Aventuras manchegas en tres partes, de Ramón Peña y Hernández Casajuana; y Don Quijote, de Pedro Sanz Falguera. No habría quedado año sin Quijote si la Guerra Civil no hubiera abierto un paréntesis en la vida cultural, cuyo cierre llegaría al cabo de una prolongada postguerra.



1 El título completo es Fastigínia o fastos extraordinarios sacados de la tumba de Merlín, donde fueron hallados junto a la Demanda del Santo Grial por el arzobispo D. Turpín, descubiertos y sacados a la luz por el famoso lusitano fray Pantaleón, que los encontró en un monasterio de novatos…a costa de Jaimes del Temps Perdut, comprador de libros de caballerías.

2 Estrenada en 1826, ha sido poco representada. La última puesta en escena tuvo lugar en Sevilla en 2005.

3 En el certamen de carrozas de Madrid (9 de mayo de 1905), la Carroza de Vinateros representó la aventura de Clavileño, la de los Autores escenificó el episodio de las Cortes de la Muerte, la Carroza del Gremio de Tejidos dramatizó los capítulos del yelmo de Mambrino y las bodas de Camacho, mientras la carroza de la Diputación resumía la aventura de D. Quijote y los leones.. El pasacalles organizado por la Academia de Argamasilla del Alba (8 de mayo) hizo desfilar a D. Quijote y Sancho en sus caballerías y a toda una cohorte de grupos artísticos que representaban detrás las aventuras del Vizcaíno, el entierro de Grisóstomo, el manteamiento de Sancho, el cautivo, el episodio de las Cortes de la Muerte y D. Quijote en la jaula. (Vega Rodríguez).

 

 

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