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NÜM 4

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1. MONOGRÁFICO

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1.5 · La narrativa de Cervantes. Reescrituras españolas para la escena (1950-2014)


Por Jerónimo López Mozo
 

 

8. La resaca del Centenario (2006-2010)

¿Cuánto dura una resaca? A juzgar por la presencia cervantina en los escenarios tras la del Centenario, poco. Y aún daba la sensación de que fue menor, ya que la escasez de nuevas producciones quedó disimulada por las que, estrenadas en 2005, siguieron representándose. Pero la realidad es que hubo un lento y continuo goteo, que en lo tocante a Quijotes, empezó en forma de monólogo en el Festival de Almagro de 2006. Lo escribió Emilio Hernández a mayor gloria de su protagonista, cuyo nombre formaba parte del título: Juan Diego es Sancho, gobernador, en el que el escudero confesaba su impaciencia por continuar las aventuras vividas junto a don Quijote. Del goteo, la gota más pequeña fue, no por el título, sino por la longitud del texto, de apenas página y media, El jamás contado plante de Miguel de Quijote Saavedra. Se trata de un monólogo teatral hiperbreve con el que su autor, César López Llera, obtuvo el premio de Microficción Garzón Céspedes 2007. En él, a punto de que se inicie un acto oficial ante una estatua de Cervantes llena de excrementos de paloma, ésta cobra vida para cazar una al vuelo y desplumarla, mientras recuerda que en vida fue ninguneado después de darlo todo por el teatro. Su enfado con los hipócritas que van a rendirle homenaje culmina despojándose de su ropa y mostrándose como le parió su madre.

También de López Llera es otra pieza publicada en 2007, aunque escrita tres años antes, titulada El vespino de Don Quijote, fantasía dramática en tres actos a los que el autor, en consonancia con su contenido, denominó flipes. En el primero, una pareja de estudiantes universitarios formada por un joven de aspecto heavy y, ella, de pijita ombliminifaldera, reciben, mientras preparan un ejercicio sobre El Quijote, la visita inesperada de su protagonista. Un vespino es su cabalgadura y, su indumentaria, un casco de obrero, chaleco reflectante, chupa de cuero, botas camperas y gafas oscuras. Tardan en identificarle y, hasta que lo hacen, le toman por un perturbado peligroso o alguien que actúa bajo los efectos de alguna droga. Luego, entablan un delirante diálogo que concluye con la petición del caballero andante de que le ayuden a buscar los huesos de Cervantes. El segundo fiple acoge lo sucedido cuando acometen, con nocturnidad, la disparatada aventura. En la iglesia de un convento de monjas decorada con pinturas de Dalí y Max Ernst y otros elementos surrealistas, entre ellos un maniquí crucificado vestido a la última moda, dan con una tumba de la que sale Cervantes redivivo. Al principio, el escritor y su criatura no se reconocen, tal es su aspecto. Despejadas las dudas, se enzarzan en un duelo de reproches, en el que pasan de las palabras a los hechos. Se baten a espada, sin que haya derramamiento de sangre. Hechas las paces, todos son elogios a sus respectivos talentos. Acogido por los jóvenes en su casa, un Don Quijote que calza zapatos de hebilla y luce calzas, jubón y gorguera, se enfrenta, en el tercer flipe, a la dura realidad de nuestro tiempo. Las películas pornográficas que vomita el televisor le turban y las imágenes del hambre que padece África, de actos terroristas y de las guerras que se suceden a lo largo y ancho del mundo, le desquician. Y aún, por terciar en un asunto familiar que afecta a los padres de su joven huésped, protagoniza un violento episodio que le sume en mil y una dudas sobre la justicia y la forma de ejercerla. El flipe y la obra se cierran cuando el autor decide que, en una escena onírica, Dulcinea acuda al rescate de Don Quijote.

En 2009 tuvo lugar la representación de El retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla, que, aunque repetía la realizada en 1923 en el palacio parisino de la Princesa de Polignac, bien merece que sea recogida en estas páginas como si de un estreno se tratara. El espectáculo fue ofrecido por la compañía de títeres granadina Etcétera, dirigida por Enrique Lanz, el cual recuperó para la ocasión los enormes muñecos articulados hechos por su abuelo Hermenegildo Lanz, amigo del compositor, quien, para su ejecución, se había inspirado en las técnicas de los primitivos títeres africanos.

Al año siguiente, Pepe Ortega, al frente de Ítaca Teatro, se inspiró en una de las actividades desarrolladas por Cervantes durante su cautiverio en Argel para escribir Raíces del Quijote. Se sabe que él y otros compañeros de prisión representaban los pasos de Lope de Rueda. Ortega partía de ese hecho para imaginar una historia que situó años después, cuando el escritor, enfermo y con medio siglo de vida sus espaldas, dio con sus huesos en una cárcel manchega. El carcelero era un antiguo actor de la compañía de Lope de Rueda que, por circunstancias diversas, había cambiado de oficio. Viendo el deterioro de la salud del recluso y el estado de postración en que se hallaba, no encontró mejor medicina para levantarle el ánimo que representar para él los pasos de su antiguo patrón. El remedio fue mano de santo. Viendo aquellas breves piezas, le cambió el humor a Cervantes, pero siendo importante, más lo fue que el argumento de una de ellas, de cuya existencia no tenía noticias, le atrapó en extremo. Trataba de un campesino que, de tanto leer libros de aventuras, se volvía loco y, caña en ristre, abandonaba su casa para acometer batallas heroicas acompañado de su criado. Haciendo suya la idea, Cervantes acababa escribiendo su propia versión, una novela corta en la que estaban, como indica el título, las raíces del Quijote.

En el goteo no faltaron los Quijotes para niños. Dejo constancia de dos. En 2006, el compositor Mauricio Sotelo compuso, a partir del libreto escrito por el novelista Andrés Ibáñez, la ópera infantil Dulcinea, cuya música evocaba la escuchada en nuestra infancia. En ella, un niño que se iniciaba en la lectura de las aventuras de don Quijote nos introducía, de la mano de una troupe de circo, en un mundo de fantasía inspirado en el cómic Little Nemo, de Winsor McCay, recreado escénicamente por Gustavo Tambascio. En ese lugar mágico, la imaginación tenía su asiento, de modo que ese sueño del caballero andante llamado Dulcinea se desvanecía y la convertía en un ser real. Dos años después, el profesor de Lengua y Literatura y director del Taller de Teatro de la Universidad de Cantabria Juan Manuel Freire Pérez publicó Y Don Quijote se hace actor, fruto del trabajo desarrollado con el colectivo de dramatización del Instituto en el que imparte clases, en el que se utilizaban técnicas del teatro de sombras, del mimo y de danza clásica y oriental.

El interés por el resto de la obra narrativa de Cervantes se limitó a dos de sus novelas ejemplares: El licenciado Vidriera, que conoció dos escenificaciones, ambas en 2009, y El coloquio de los perros. De aquella, una la hizo Teatro del Temple, con dramaturgia de Alfonso Plou. Planteada en formato de ñaque, un actor era el álter ego de Cervantes, el cual asumía además varios personajes de los que aparecen en el relato, y, otro, el estudiante Tomás Rodaja [Fig. 16]. La otra fue acometida por Ítaca Teatro y llevaba por título Vidriera/Monipodio. Pepe Ortega, autor de la adaptación y responsable de la puesta en escena, situó la acción en un cabaret en el que el maestro de ceremonias era la viva imagen de Cervantes. De vuelta de muchos sinsabores, el sabio escritor tan poco escuchado por sus coetáneos se había erigido en símbolo de la modernidad. Yendo y viniendo del discurso a la canción y de la canción al discurso, nos introducía en el patio de Monipodio, en el que la delincuencia organizada tenía su sede. Allí nos topábamos con Tomás Rodaja, solo y desvalido, incapaz de encontrar acomodo para su locura en medio de tanta gente canalla que no distinguía el bien del mal. En cuanto a El coloquio de los perros de La Abadía, conjugaba una excelente versión de la novela hecha por Arsenio Lope Huerta y Fefa Noia, quien también se encargó de la dirección de escena, y el buen trabajo de los actores, todos ellos procedentes del Curso de Formación de su Centro de Estudios del Teatro.

 

 

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