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NÜM 4

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1. MONOGRÁFICO

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1.6 · Del gallardo español al mexicano celoso: Impacto del teatro cervantino en México


Por Marx Arriaga Navarro
 

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2. El mejor maestro es el tiempo y la mejor maestra, la experiencia

Es momento de ofrecer una respuesta a la pregunta: ¿en qué medida la dramaturgia mexicana asimiló la propuesta cervantina? Resulta evidente cómo su corpus influenció a toda la cultura occidental y México no es la excepción. Las características cervantinas2 como: los personajes, el espacio, el tiempo, la crítica social, la voz narrativa, la promoción de una actitud activa del lector, etc. se convierten en modelos de novelas, obras de teatro y poemas. Sólo por señalar lo más trivial, desde el siglo XVII, cualquier personaje que evada su realidad por medio de una fantasía o el uso de frases como: “En algún lugar de […], de cuyo nombre […]”, muestra una relación directa con el Quijote. Bajo este procedimiento, las siguientes obras teatrales mexicanas recuerdan, en mayor o menor medida, alguna de las características cervantinas: Juan A. Mateos, El prólogo del Quijote (1864); Eusebio Vela, Apostolado en las Indias y Martirio de un Cacique, La perdida de España, Si el Amor excede al Arte, ni Amor ni Arte a la Prudencia (s. XVIII); Pantaleón Tovar, ¿Y para qué? (1856); Manuel Acuña, El pasado (1871); José Peón Contreras, La hija del rey (1876), Antón de Alaminos (1876); Alberto G. Bianchi, Martirios del pueblo (1876); José F. Elizondo y Rafael Medina, Chin-Chun-Chan (1904); Federico Gamboa, La venganza de la gleba (1905); Teresa Farías de Issasi, Cerebro y corazón (1906); María Luisa Ocampo, El corrido de Juan Saavedra (1929), Castillos en el aire (1931); Manuel N. Lira, Vuelta a la tierra (1938); Ignacio Retes, El aria de la locura (1943); Salvador Novo, Don Quijote (1948); Luis Gonzaga Basurto, Cada quien su vida (1954), La locura de los ángeles (1957), Y todos terminaron ladrando (1964); Héctor Azar, La venganza del compadre (1959); Carlos Solórzano, El hechicero (1954), Los fantoches (1958); Carlos Fuentes, El tuerto es rey (1969); Norma Román Calvo, Retablos mexicanos (1973); Oscar Liera, El camino de los locos (1973); Jesús González Dávila, La noche de los bandidos (1983), El jardín de las delicias (1984); Federico Schroeder Inclán, Don Quijote murió del corazón (1985); Hugo Salcedo, Misericordia (1986), El árbol del Deseo (1998); Hugo Argüelles, El retablo del gran relajo (1982); Gabriel Contreras, Primero muerto que perder la vida (1997). Probablemente, con una evaluación historiográfica centrada en las fuentes y los vínculos sostenidos por estos autores, sumado a un análisis literario que señale las semejanzas entre su propuesta teatral y la cervantina, se podría especular cómo un diminuto rasgo del corpus atendido funcionó como modelo para dicho autor. Será difícil sostener la relación y, sin duda, ésta será una característica débil de la dramaturgia del autor mexicano. El camino evidente (sencillo) es ofrecer un recorrido sobre la influencia clara de la literatura cervantina en el teatro mexicano, aunque eso nos regrese a la adaptación del Quijote en México.

La primera vez que don Quijote aparece en un teatro novohispano fue en el Coliseo, el 28 de diciembre de 1794, en la obra Las bodas de Camacho. “El arreglo para teatro de ese episodio quijotesco lo había hecho don Juan Meléndez Valdés y se había estrenado en Madrid, diez años antes, en 1784” (Rojas, “Don Quijote en México”).

La segunda, ahora sí en un México independiente, en 1850 cuando “la compañía Monplaisir estrena la pantomima en cinco actos Don Quijote de la Mancha, haciendo el papel de don Quijote el bailarín Godoy” (id.).

La tercera, el 19 de noviembre de 1864, cuando según el periódico La razón de México se estrena la comedia en un acto El Prólogo del Quijote de Juan A. Mateo.

La ejecución de esta pieza fue buena para ser de aficionados. Al terminar la pieza el autor fue llamado a la escena y aplaudido con ardiente entusiasmo, como lo merece su genio y la felicidad con que ha desempeñado el interesante asunto de su pequeño drama. El señor Perogordo dijo algunas palabras3 en justo elogio del señor Mateos y a la vista del público le entregó una corona, digno premio de su talento dramático. (Reyes, 1959, pp. 118-19)

La cuarta, los días 9 y 12 de febrero de 1871, en el Gran Teatro Nacional, cuando se presentó la ópera en tres actos del compositor mexicano Miguel Planas titulada Don Quijote en la venta encantada. En el periódico El Domingo, el mismo propietario Gostowski describía:

Una ópera en tres actos no es empresa de poca monta, por lo cual el autor de Don Quijote ha necesitado de mucha audacia, reforzada con perseverancia para comenzar y llevar a término una tarea tan ruda como la que se impuso […]. Tanto como el honorable redactor de La Iberia4 siento yo la mutilación que el autor del libreto hizo sufrir a la grandiosa obra maestra de Cervantes. Hay libros a los cuales no se debe tocar y el Quijote es uno de ellos. Y por otra parte, el título obliga, y el de Don Quijote es de formidable peso para un compositor. (Reyes, 1961, pp. 170 - 171)

La quinta, cuando Carlos Díaz Dufoó, en 1886, escribió un sainete titulado: La fuente del Quijote.

Una serie de escenas de la vida mexicana sin relación entre sí –cómicas y serias- en las cuales intervienen varios tipos cuerdos que a ratos parecen locos y un loco con rasgos de cordura: el marido irresponsable, la viuda, el enfermo aprensivo, el sacerdote glotón, la maestra soltera, etc. Con diálogo vivaz y buen estudio de tipos mexicanos. (Mendoza, p. 199)

La sexta, en el año 1905, cuando Manuel José Othón crea la obra El último capítulo:

La acción de El último capítulo, transcurre en Madrid, en la casa de Cervantes el año de 1615, o sea diez años después de la aparición de la edición príncipe de la primera parte del Don Quijote, y próxima a salir la parte segunda. La intención de esta pieza no es otra que la de demostrar los sufrimientos de Cervantes por la miseria en que vivía, por los ataques de sus enemigos y, sobre todo, por la amargura que le causa saber que Avellaneda ha escrito la segunda parte del Quijote plagiándole sus personajes […] (Reyes, 1958, p. 84)

La séptima, sabemos que Alberto Michel realizó una adaptación en verso del Quijote a mediados del siglo XX. “El veterano autor mexicano don Alberto Michel, comprobando que «aún hay sol en las bardas» de su vida, ha escrito estos días una adaptación en verso de Don Quijote de Cervantes y, la verdad, no sabe qué hacer con ella” (Maria, 1947, s/p).

La octava, en el año 1984, con el estreno de la obra de Federico Schroeder Inclán titulada: Don Quijote murió del corazón.

Un nuevo Alonso Quijano del siglo XX se halla recluido en una clínica para enfermos mentales ya que, quizás por la similitud de su nombre y de sus circunstancias con los del protagonista de la novela de Cervantes, se siente él también Don Quijote de la Mancha. El Dr. Huerta, su psiquiatra, que a veces se ve obligado a asumir la identidad de Sancho Panza para complacer a su paciente, trata de buscar el origen de la obsesión de éste en una serie de conceptos freudianos e intenta convencerlo de que deponga su actitud y se someta a los más avezados tratamientos de la ciencia moderna […]. Durante estos diálogos, a los que se intercalan imágenes proyectadas en una pantalla de las aventuras más conocidas del Quijote, el personaje de Alonso Quijano habla unas veces en nombre propio y otras como si él fuera el Caballero de la Triste Figura o el mismo Cervantes. (Mendoza, p. 347).

Para la novena y última ocasión, se debe dar un preámbulo. Como antes señalé, en el periodo porfirista (1876-1911) llegaron algunas óperas, o espectáculos musicales, donde pasaje del Quijote eran adaptados, ejemplo de ellas son: Don Quijote de la Mancha, F. García Cuevas (1866); Don Quijote de la Mancha, Federico y Luigi Ricci (1876); Don Quijote de la Mancha en Sierra Morena, Ventura de la Vega (1832), pero fue hasta el siglo XX cuando autores mexicanos incursionaron en la creación de óperas y sinfonías tomando como tema el Quijote.

Otros autores mexicanos han realizado adaptaciones teatrales del libro inmortal. A mediados del siglo pasado los operatófilos oyeron cantar en el Nacional una ópera, en tres actos, del maestro mexicano Planas, titulada Don Quijote. Se vivían «las vísperas del Imperio», y a las circunstancias difíciles por que entonces atravesaba el país se debió el que la ópera Don Quijote de Planas no alcanzara el éxito que seguramente merecía. Un gran poeta yucateco, don Carlos Buendía Aguirre, ha escrito -y publicado el año 1946- una Sinfonía infernal. Divertimiento en nueve movimientos. (Maria, 1947, s/p)

Podrían enumerarse unas cuantas obras más, pero las adaptaciones generadas en la segunda mitad del siglo XX deben evaluarse por la influencia comercial del Festival Internacional Cervantino, en lugar de por el impacto de aquel corpus literario en la dramaturgia mexicana.



2 No sólo me estoy refiriendo al género narrativo, sino también a su propuesta dramatúrgico y lírica.

3 Ese mismo día, en el periódico El pájaro verde se describe:
[…] don Genaro Perogordo […] presentó al señor Mateos con las siguientes palabras: «El casino, núcleo de los españoles, se enorgullece hoy al elevarse a la par de un talento mexicano para colocar en su inspirada frente la corona del merecimiento. La brillante pluma del señor Mateos ha puesto en escena al príncipe de los ingenios, al renombrado Cervantes. Permitidme, pues, que os ciña esta corona y os entregue esta pluma, emblema de inmortalidad la primera y de elegancia en el buen decir la segunda; representación también del acento simpático que os dirigen los españoles residentes en vuestro bello país» (Id.)

4 Aquel “honorable redactor” del diario Iberia, referido por Gostowski, había publicado (11-02-1871) lo siguiente:
Venciendo nuestra repugnancia fuimos al Teatro; y confesamos que aquello no nos chocó como temíamos. El Sr. Loza hizo un don Quijote soberbio; el Sr. Quezadas un Sancho Panza magnífico; la señorita Mendoza y la señorita Vallejo estaban lindas como Lucinda y Dorotea; todos estos cantaron bien: nada hubo que pedir al Sr. Sáenz Rico en el papel de Cardenio cuando estaba loco. Se conocía que todos habían estudiado y ensayado bien la pieza. De música nada entendemos pero nos pareció agradable. El público aplaudió muchos pasajes, e hizo salir varias veces al Sr. Planas para aplaudirle. El Teatro estaba lleno, y deseamos que eso mismo suceda siempre que se le dé alguna nueva obra, para que no carezcan de estímulo los que cultivan la música y la poesía […]. (Ibid., pp.168-171)

 

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