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1. MONOGRÁFICO

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1.7 · Colombia teatral: un territotio cervantino


Por Alejandro González Puche
 

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2. El Quijote de La Candelaria

El encuentro con Cervantes no es gratuito; en el fondo, este autor que aborda temas relativos a la marginalidad ha estado siempre presente en este grupo tan determinante en nuestro teatro; El Quijote del Teatro La Candelaria (1998) se ha convertido en el icono del teatro cervantino en Colombia, forma parte de la investigación sobre los vínculos de la literatura áurea y la cultura popular. La versión ha logrado mantenerse durante décadas en cartelera, con posteriores puestas en escena en el Repertorio Latino de Nueva York, por parte del maestro Jorge Alí Triana, que aún continúa en cartelera [Fig. 1].

La versión de El Quijote, publicada posteriormente en el 2012, la componen doce escenas. García mantiene la fidelidad sobre el texto cervantino, tanto en su espíritu como en el lenguaje; la virtud consiste en haber resaltado las acciones implícitas en el texto. Los diálogos cortos se combinan con imágenes que complementan el resto de la historia; en la adaptación no hay descripción, todo está contenido en la acción. La versión cuenta con el gran acierto de evitar todas las escenas tópicas o frecuentemente adaptadas de la novela; no hay molinos de viento, no existen combates nocturnos en la taberna, no se confunden los barriles de vino con gigantes, etc… García recurre a la Segunda Parte de El Quijote, salvo un texto final donde se vuelve al conocido “En un lugar de la Mancha”.

El encuentro con Cervantes ocurre en la madurez artística de Santiago García; recuerda que fue atraído por la magia de una primera lectura en la infancia2, después se puso a recordar qué situaciones le parecían teatrales y se dedicó a leer para conformar un pretexto. García encontró en la Segunda Parte situaciones que resultaran más originales, como la barca encantada, los leones y las campesinas que don Quijote confunde con Dulcinea. La puesta en escena es el resultado de muchas improvisaciones de las cuales surgió el reparto, el vestuario y el maquillaje; el grupo contó con el apoyo del maestro caleño Pedro Alcántara en la elaboración de la escenografía.

El criterio para la selección de una u otra escena parece estar en la capacidad de proveer un dispositivo escénico para contar la historia; visualmente es un espectáculo maravilloso; pero, por otra parte, existe la necesidad de realizar un Quijote que responda a algunas de nuestras necesidades actuales; como afirma García:

Hacer un espectáculo necesario para el imaginario de la vida contemporánea […] El Quijote colombiano, nuestro, lo cual no quiere decir que sea un Quijote de ruana ni de ponchos, cantando guabinas con alpargatas… sino alguien que tenga que ver con nuestro presente, con nuestras profundas necesidades del momento (Duque Mesa y Prada Prada, 2004, 515).

En la primera escena, basada en el capítulo II- XXIX o “De la famosa aventura del barco encantado”, don Quijote y Sancho cabalgan en dos títeres, el gran Rocinante solo asoma su cabeza detrás de unos bastidores, mientras que Sancho monta un pequeño mostrenco, como los de la fiesta del Corpus, donde no esconde sus propios pies; don Quijote escucha el llamado de una barca encantada, para responderle tendrán que abandonar en la orilla a Rocinante y al jumento. Los dos aventureros abordan la barca elaborando un maravilloso recurso escénico, en el que pasan fugaces imágenes por detrás de los héroes, aunque Quijote y Sancho, que navegan en la barca, no se mueven de su sitio. La puesta elabora un paisaje rural lleno de las ocurrencias propias de la rivera de un río, como por ejemplo, una dama ahorcada, o una pareja follando apasionadamente; el ideal de Dulcinea surge fugazmente como la Pamina de La flauta mágica, que continuará apareciendo durante otros pasajes del espectáculo. El viaje los lleva a descubrir unos molinos de trigo que el Quijote interpreta como una fortaleza. Cuando embiste contra los gigantes, Sancho, en medio del ataque, recuerda el evento con los molinos de viento, con lo cual queda saldada la deuda con el espectador, quien evoca la escena tópica de la novela sin llegar a observarla. Los molineros advierten del peligro, y los dos aventureros naufragan en el río, expulsando por sus bocas potentes chorros de agua; el nutrido grupo de molineros rescatan con largas varas a los moribundos. Al altercado se suman los pescadores propietarios de la barca despedazada, por lo que los héroes se ven obligados a pagar quince reales por los daños causados.

Santiago García mantiene y resalta las expresiones arcaicas cervantinas y les suma, discretamente, otras propias de la tradición campesina de Colombia, como sumercé o zoquete (‘persona fea y de mala traza’, RAE), construyendo la sensación de un Barroco latinoamericano, donde los espectadores sienten como propio el universo del libro. El empleo de refranes por parte de Sancho como “haz lo que tu asno te manda, y siéntate con él a la mesa”; expresiones como “¿De qué lloras, corazón de mantequillas?” producen gran hilaridad colocando al Quijote en un plano cómodo y cercano al espectador.

La escena II, denominada “Diálogo de los encantamientos” (I-XXV), es una síntesis del continuo debate entre realidad y ficción que mantienen los dos héroes; Santiago García regresa a la Primera Parte para contextualizar el debate, e inclina su balanza hacia lo metafísico: “no se trata de aprender de la vida sino de algo superior, que son los encantamientos”; a don Quijote no le interesa la existencia o no de Dulcinea; desea indagar sobre los encantamientos y quiere la aventura.

Volvemos a la Segunda Parte (“La aventura del león” II-XVIII) en un adaptación, casi literal del capítulo. El recurso de los leones es realizado con títeres que muestran solo una enorme cabeza y la cola; al abrir la jaula, el león se voltea, ignora al Quijote y dejan escapar una gran ventosa. Libre de toda infamia y mala fama, el héroe se convierte en el Caballero de los Leones, para lo cual se erige a sí mismo un monumento, acompañado de música solemne, pétalos y agua que le lanza Sancho.

En la escena IV (II- X), ahora con su nuevo título, induce a Sancho a ver a una aldeana como Dulcinea. La adaptación prescinde del burro en el que al tratar de huir una de las aldeanas, que cae y es levantada por don Quijote. Sancho sirve de puente entre el Quijote y las tres rústicas campesinas y, de manera autónoma, elige a la más alta como la amada princesa. Las aldeanas creen que se burlan de su condición y cuando el Quijote se rinde a sus pies le pegan con los calderos; en la huida, una de ellas cae al suelo, pero es defendida por sus compañeras a los gritos: “más Dulcinea será su abuela”.

Los dos héroes se reencuentran con Rocinante y el jumento, que habían quedado abandonados por la escena de la barca. En la escena V, denominada “encuentro con los Duques” (II-XXXI y XXXII), los nobles desarrollan una escena de caza, muy similar al primer encuentro del Rey y Belica en Pedro de Urdemalas. Los miembros de la corte, y sobre todo una criada, son lectores de las aventuras del Caballero de la Triste Figura en Cervantes y Avellaneda; los reconocen y deciden hacer una pausa en su jornada y conversan con los dos personajes. Invitados a cenar y después de dirimir, con la ayuda de Sancho, un conflicto sobre quién tomará la cabecera de mesa, el Quijote responde a la Duquesa sobre la suerte de Dulcinea, convertida, por un maleficio, en una pobre labradora. El Clérigo interviene dentro del conflicto principal de la obra, insiste en situarse en un plano racional y recomienda a Quijote y a Sancho volver a sus casas a criar sus hijos, negando la existencia de gigantes, encantadores y Dulcineas.

Los espectadores colombianos disfrutan del conflicto que se establece entre el grosero Clérigo de la corte y el Caballero de los Leones. La puesta en escena es fiel al original cuando Cervantes afirma, respecto a la percepción que causa Sancho en los Duques: “en su opinión le tenía por más gracioso y por más loco que a su amo”. Santiago García al respecto afirma:

En la Segunda Parte de la novela Don Quijote va a pasar a ser el cuerdo, mientras que Sancho Panza, que ha sido por antonomasia el simple cuerdo, poco a poco se va volviendo un iluso hasta creer más en las fantasías que el mismo Don Quijote; se van trastocando los papeles, refundiendo (…) (Duque Mesa /Prada Prada, 2004, 514).

 

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