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1. MONOGRÁFICO

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1.7 · Colombia teatral: un territotio cervantino


Por Alejandro González Puche
 

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Cesar Badillo, quien interpreta a don Quijote, afirma que “la locura del Quijote es filosófica y no psiquiátrica, no es una enfermedad sino una posición ante la vida”3. Efectivamente, Fernando Peñuela, el actor que encarnó el primer Sancho, capturaba la atención del público gracias a su desparpajo e ingenuidad, mientras que don Quijote de Cesar Badillo es un personaje delicado y filosófico.

El Duque, en respuesta a los improperios del Clérigo, delega el gobierno de la ínsula a Sancho, quien sueña con alcanzar lo prometido por su amo. En el nuevo “Encuentro con Dulcinea” (II-XXXV), a la corte de los Duques llega Merlín en medio de una gran algarabía, acompañado de demonios y de una supuesta Dulcinea, vestida blanco y corona. Merlín revela la manera como se podrá romper el encantamiento de la bella Dulcinea del Toboso, transformada en una rústica aldeana; la solución radica en dar tres mil trecientos azotes a Sancho, idea a la que él mismo abernuncia, o abrenuncia. Los azotes solo pueden ser ejecutados bajo la aceptación de Sancho, quien no cede en su negación. Sin embargo, el Duque anuncia que lo convertirá en Gobernador de la ínsula, por lo cual, finalmente, Sancho acepta, poniendo como condición que él mismo elegirá el día para los azotes.

En la escena “Los Consejos de Sancho”, los dos héroes contemplan el amanecer, y entra una nueva mojiganga que, con la ayuda de una gran sombrilla y telas, construye una especie de carpa, detrás de la cual le colocan a Sancho las galas de gobernador. García saca provecho de la evocación a los refranes realizada por Cervantes, tema que no tiene pierde en Colombia, donde las poblaciones campesinas y afroamericanas mantienen este tipo de sentencias como forma privilegiada de comunicación. Ante las correcciones del Quijote para que evite esa “fea costumbre”, Sancho categóricamente afirma: “Pero señor, es mi único tesoro”. Finalmente, el Quijote admite la riqueza de los refranes y solicita algunos por parte de Sancho. Esta escena es quizás la más filosófica de la puesta en escena, la acción se traslada a al plano retórico y moral. Guarda cierta semejanza con los diálogos entre Cipión y Berganza del Coloquio, con evocaciones a la sabiduría, la vestimenta y la humildad. Después de la disertación, Sancho es investido por el Quijote, en un ritual, como gobernador.

La escena “El gobierno de Sancho” se dispone con música popular y los vasallos colocan una escalera que hará las veces de trono. Sancho como gobernador tiene que cumplir las funciones de juez en la ínsula de Barataria. Este “Paso”, recurrente en el teatro de Cervantes, guarda relación con El juez de los divorcios y, sobre todo, con Pedro de Urdemalas, cuando Martín Crespo es investido con la vara de Alcalde. En las dos ocasiones, los ingenuos parece que juzgan mejor que los doctos al poseer un sentido común y una agudeza superior; en las escenas citadas, los necios son comparados con el Rey Salomón, quien representa el ideal de justicia.

La Candelaria elabora con marionetas el caso de la horca y el río, donde un hombre si dice la verdad puede pasar y en caso contrario lo ahorcan. Sancho opina que la mitad del hombre debe pasar y la mitad morir, y para ilustrarlo, de manera ingeniosa, divide el títere en dos mitades; después prosigue argumentando, que en tal caso es mejor dejarlo vivo ya que “es mejor hacer el bien que hacer el mal”; tal como se lo enseño su amo: “si la justicia duda es mejor la misericordia”. El leitmotiv permanente de esta escena gira alrededor de la profunda hambre que tiene Sancho, el cual, pese a su condición de gobernador y buen desempeño en el cargo, nadie le ofrece un mendrugo de pan; finalmente, sirven una mesa llena de viandas adornada con una bailarina; cuando Sancho se prepara a comer, llega una carta del Conde donde le advierte que ciertos enemigos quieren envenenarlo, razón por la cual vuelve a salir la comida sin haber probado bocado. Una fanfarria anuncia la llegada de los enemigos del gobernador y se arma una trifulca entre todos los aldeanos de la ínsula; al final, Sancho es proclamado como vencedor, pero renuncia a los honores y tira por el piso las galas de Gobernador. Deja el trono sin haber probado ni un pedazo de pan y reflexionando sobre el error que significó traicionar su condición por las vanidades del poder; monta en su borrico retomando su verdadera identidad.

Santiago García apuesta por realizar una puesta en escena sobre las utopías, en un mundo que ha perdido la ilusión sobre modelos de vida ideales:

[…] La esencia de la obra El Quijote es sobre la utopía, la ilusión, el problema que tiene el ser humano de no poder vivir sin utopías, y de que llegue un momento en que es imposible la vida, solamente con las expectativas inmediatas. Hay que tener unas expectativas mucho más allá, de otro universo, de otro mundo donde se solucionen todas las cosas, o que las cosas no sean tan terribles (Duque Mesa y Prada Prada, 2004, 511).

Los héroes se reencuentran en medio de un juego con el eco y entramos en la escena “La aventura de los comediantes”; García retoca los textos cervantinos y fortalece el sentido principal de su adaptación, cuando el Quijote afirma: “no se aprende de la vida sino de la fantasía y de cómo logramos nuestras imaginaciones” (Duque Mesa /Prada Prada, 2004, 56). Este postulado parece ir en contra de la tradicional filosofía de García y del grupo La Candelaria, quienes mantienen claras posturas políticas en sus puestas en escena; sin embargo, nunca se han alejado de un lenguaje poético, construyendo imágenes de suma fragilidad, donde manifiestan que, en el fondo, todo se destruye fácilmente. Sancho, víctima del hambre prolongada, se lanza a devorar su fiambre, mientras que el Quijote se fortalece en el ayuno: “Yo, Sancho, nací para vivir muriendo y tú para vivir comiendo”. La escena establece nuevamente el conflicto entre estas dos cosmovisiones: la esfera terrenal y el plano espiritual; el Quijote le pide a Sancho que se dé unos trecientos azotes con el fin de salvar a Dulcinea y, como no lo consigue, se declara en ayuno permanente.

Cuando los dos héroes negocian sobre el encantamiento de Dulcinea, se encuentran con la compañía de Angulo el Malo. Esta escena ha sido abordada por Calderón de la Barca en la mojiganga Las visiones de la muerte, en donde en vez de sorprender a un caballero andante, los representantes le pegan un tremendo susto a un Caminante borracho, que aprecia cuando una carreta llena de demonios, ángeles y almas cae al agua y por poco se ahogan los comediantes.

Los excesos de los actores siempre han estado en la mira de Cervantes, quien, en el capítulo XLVIII, se despacha contra los disparates y la fórmula justo-gusto. En esta escena, La Candelaria aprovecha para hacer un homenaje a nuestra profesión, don Quijote manifiesta entre sus improperios: “Pero sois comediantes, es decir solo apariencia”, ponderando la imaginación. En el original, Cervantes desconfía de los comediantes y afirma: “ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño”. Existe una coincidencia entre esta puesta en escena y la adaptación de Coloquio de los perros, pues ambos tratan acerca de los excesos de los comediantes, y se brinda una imagen desidealizada de nuestros colegas.

La escena X de “Los Azotes de Sancho” (II-XXVIII) se convierte en un intento de remuneración por los servicios de Sancho, quien, con su pésimo manejo de las matemáticas, trata de valorar a cuánto pueden ascender los servicios prestados; según sus cuentas: si su amo Torre Carrasco (en el original Tomé Carrasco) le pagaba dos ducados al mes, y le ha servido a don Quijote por más de veinte años, ¿a cuánto ascenderá la deuda? En un espectáculo sobre el valor de la fantasía un diálogo tan prosaico resulta más que extraño. Don Quijote expulsa a Sancho de sus servicios debido a la impropiedad de su petición. Ante los ruegos de Sancho por permanecer a su lado, el Quijote le obliga a azotarse, según las indicaciones del mago Merlín. Mientras los hace Quijote, casi desnudo y penitente, se para de cabeza. Después de una prolongada pausa donde Sancho finge darse los golpes y don Quijote, casi desnudo, hace su “asana”, se cumple el plazo de romper el hechizo de Dulcinea, tal y como lo prometió Merlín. En el original, la escena que prosigue sería la de “El barco encantado”, que es la primera escena en la adaptación de García.

La escena XI es un popurrí de motivos del Quijote, primero con la aparición del Barbero y el Cura, que disponen del resto de los aldeanos para embaucar a don Quijote; después surge una tal Dama Adolorida (Dolorida en el original), la cual, a partir de un ñaque o un bululú que evoca al maese Pedro (II-XXVI), solicita el auxilio del caballero de la Triste figura. En un juego donde la Dama Adolorida improvisa como si fuese un texto aprendido, representa la historia de la alta princesa Micomicona (I-XXIX). Los actores construyen un retablo muy precario, a lo Lope de Rueda, e ilustran las palabras de la Dama Dolorida. La puesta en escena se entremezcla con nuestro universo, cuando la princesa relata la historia del encantamiento de su madre la Reina Jaramilla, apellido muy popular en Colombia; los espectadores piensan que es un aporte de la pluma de García, cuando es fiel al original. Cuando despierta el gigante Pandolfilando, enemigo de la princesa y quien pide su mano, aparece en escena un actor en zancos que impresiona a don Quijote, que observa sentado la representación como si se tratara de una alucinación; al final, el Quijote arremete contra el gigante y los actores destruyendo el retablo.

Posteriormente, la Dama Dolorida le hace beber una pócima a don Quijote, quien se queda dormido. En la escena final se devela que todo esto fue un artificio del Cura, quien pagó a los comediantes por capturar y dormir a don Quijote. El cura y el Barbero sorprenden al mismo Sancho y meten a don Quijote en una jaula; la escena final adapta elementos de la Primera Parte. Posteriormente, don Quijote se encuentran con una procesión que interpreta como la historia de la Dama Adolorida, escapa de su encierro y ve cómo la Virgen se transforma en una nueva imagen de Dulcinea; arremete contra los encapuchados, quienes le propinan un buen golpe. Sancho, llorando, los acusa de haber dado fin a la vida de tan valeroso caballero; Don Quijote, para protegerse de los encantamientos, regresa por voluntad propia a la jaula y promete volver a sus andanzas; al cierre, una mujer de la procesión, interpretada por Patricia Ariza, una de las fundadoras del grupo La Candelaria, recuerda las famosas palabras “En un lugar de la Mancha…” como si ahora fuese el pueblo, y una mujer, precisamente, quienes evocan al Caballero de la Triste Figura. El Quijote de Candelaria con cerca de 15 años de permanencia se ha convertido en el referente colombiano del teatro cervantino por excelencia.



3 Entrevista realizada en Bogotá, 14/7/2015.

 

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