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2. VARIA

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2.1 · Redes culturales y sociales: El teatro de salón de Luisa Fernández de Córdova, Duquesa de Híjar


Por Carmen Menéndez-Onrubia
 

 

Las funciones dramáticas en los teatros de salón, que se prodigaron desde mediados del siglo XIX hasta que este finalizó en las viviendas −casas, palacios, palacetes, fincas de recreo− de la aristocracia de más abolengo o de la de nuevo cuño, de la de la cultura o de la del dinero, ocupan un lugar en la historia de la escena española que está por hacer. Algún trabajo se le ha dedicado hasta el momento (Ezama Gil, 2012; Freire, 1996, 2002, 2008; Menéndez Onrubia, 2002, en prensa), pero el tema requiere que se siga profundizando en él, porque, entre otras cuestiones, es un síntoma más del lugar central que el teatro ocupó en la sociedad decimonónica. Numerosos coliseos se construyeron o rehabilitaron a lo largo del siglo no solo en las grandes ciudades, sino en núcleos urbanos de menor densidad de población e incluso en el medio rural. Al mismo tiempo, proliferaron las sociedades de aficionados, que alquilaban o se les cedía algún local para dar sus representaciones; hubo viviendas en las que el teatro casero servía de regocijo a la familia o a la vecindad, y muchos niños de las clases medias suspiraban por tener un teatro de cartón, bien comprado con todos sus aditamentos o confeccionado con lo que tuvieran a su alcance.

No pocos medios de fortuna había que poseer para dar representaciones en esos pequeños teatros de salón, porque, además de una vivienda ricamente alhajada, que una extensa servidumbre había de mantener en perfecto estado, el gasto que se hacía durante los ensayos –por la tarde o ya vencida esta−, y en las noches en que había función, era de varios miles de reales: las decoraciones se encargaban en numerosas ocasiones a los más prestigiosos pintores escenógrafos, así como los distintos trajes que había que lucir durante la representación eran confeccionados con ricas telas y adornos por modistos o modistas de los más afamados, amén de las deslumbradoras alhajas; se servían helados y fruslerías entre los actos de una obra o entre pieza y pieza; el bufé dispuesto para los asistentes al finalizar la representación, seguido de baile y rematado con una cena con la que se obsequiaba a los que habían actuado, más algún íntimo de la casa, comensales que no solían bajar de las cuarenta o cincuenta personas1. Se ponía en juego, además, toda una red de relaciones sociales2, cuya cantidad y calidad daban la medida de la relevancia de los convocantes a la función teatral, en torno a la cual se congregaba lo más granado de la aristocracia, la política, el gobierno de turno, la diplomacia, el ejército y la vida artística y cultural. La presencia de escritores en ciernes o ya consagrados, primeras figuras de la escena, músicos de prestigio o cantantes mimados por el público en distintos países, era habitual en estas veladas. Una corriente con doble sentido les proporcionaban estas redes sociales: su asistencia o participación en la representación teatral añadía brillantez y prestigiaba el espectáculo y a sus organizadores, al tiempo que les aseguraba un público de gran relevancia social en aquellos escenarios donde actuaran o donde se interpretaran sus creaciones.

Para dar cuenta cumplida de los asistentes a la función de salón y de lo que aconteciera antes, durante y después de la representación, era preciso contar con la complicidad y amistad de algún cronista de sociedad profesional (Asmodeo, Francisco de Paula Madrazo –Madrazito como era conocido−, Mascarilla, etc.) u ocasional como Ramón Chico de Guzmán o Marcelo, los cuales, naturalmente, se hallaban entre el público asistente, y, en ocasiones, desempeñaron algún personaje más o menos principal de las obras puestas en escena. Estas crónicas de sociedad, confeccionadas para la lectura de un público femenino, ponen de manifiesto el lugar central que la mujer ocupaba en estas sesiones teatrales, quizá de los pocos, casi único, que tenía asignado en la sociedad decimonónica. Porque, quien convocaba a estos actos sociales y culturales, además de contar con una vivienda confortable y ricamente decorada, había de ser diestra en el difícil arte de recibir, mostrándose tan discreta, cordial y obsequiosa como ricamente vestida, alhajada y prendida. Al desempeño de estas inexcusables artes sociales se sumaba, en numerosas ocasiones, el hecho de que la dueña de la casa solía ser quien encarnara los papeles de primera actriz en las obras representadas, ante un público femenino que copaba los asientos dispuestos ante el escenario, mientras los varones se distribuían por otras estancias.

1. Luisa Fernández de Córdova y Vera de Aragón

Maestra de esto que acabamos de señalar fue Luisa Fernández de Córdova, duquesa de Híjar. Es difícil hacerse una idea de cómo era físicamente, porque, que se sepa, no hay imagen suya accesible. Quizá en alguna colección particular se conserve su retrato, por medio del cual pudiéramos hacernos una idea de sus prendas, porque no parece que el gran retratista femenino del siglo XIX, Federico de Madrazo, la inmortalizara en ninguno de sus lienzos3. Tampoco el catálogo de la Biblioteca Nacional de España identifica con seguridad a qué duquesa de Híjar corresponde la fotografía coleccionada por el pintor Manuel Castellano en los álbumes de los personajes entre 1850 y 1875, apuntando que la fotografiada podría ser María de la Soledad Bernuy y Valda, madre política de Luisa Fernández de Córdova4. De alguna ayuda para conocer sus prendas físicas y morales puede resultar el retrato que de ella hizo Eusebio Blasco en el intermedio de la representación verificada en el palacete de la duquesa el domingo 23 de marzo de 1879 (Asmodeo, 1879), aunque haya que tomarlo con las reservas necesarias por el lugar y el momento en que se hizo:

Sepan, señoras mías,
que pensando yo ha días
en hacer a mi gusto una pintura
de rara perfección y donosura,
evoqué, de mi hogar al dulce abrigo,
a un genio que yo tengo por amigo […]
Yo quiero conocer, le dije, y pronto
so pena de decir que eres un tonto,
la ignorada receta
para pintar una mujer completa.
Y el genio despojándose de galas
y dándome una pluma de sus alas,
dijo complacientísimo y sincero:
«Echa lo que yo diga en el tintero.
        Pondrás al fuego de tu inquieta mente,
una gran cantidad de frescas flores,
que al rostro sonriente
presten vida y colores.
Harás de cuantas plantas tropicales
sueñes en tus engendros ideales
talle gentil y airoso,
y lindo pie donoso.
        A tan rara pintura
añade por arrobas la hermosura,
y sin perder momento,
inteligencia, discreción, talento.
Almíbar por carácter, miel por genio,
y si añadirle quieres el ingenio,
pon a tal criatura
sobre la arena, en que sin par fulgura
del genio la alta cumbre,
y a fe que apesadumbre
a discretas y hermosas
hembra que junte tan distintas cosas.»

Luisa Fernández de Córdova, nacida en Madrid el día 10 de mayo de 1827, fue la séptima de los nueve hijos habidos del matrimonio formado por Francisco de Paula Fernández de Córdova Lasso de la Vega, decimonoveno conde de la Puebla del Maestre, y Mª Manuela Josefa Vera de Aragón, marquesa de Peñafuente. En los primeros días del mes de enero de 1852 casó con Agustín de Silva y Bernuy, decimocuarto duque de Híjar desde 1866, conde de Rivadeo y otros títulos nobiliarios con Grandeza de España. Fue desde octubre de 1867 dama de Isabel II y en enero de 1883 sustituyó a la marquesa de Novaliches como Camarera mayor de la destronada reina. Abandonó, pues, Madrid y se instaló junto a la soberana en el parisino Palacio de Castilla. Años después, achacosa y enferma, regresó a España. Los últimos meses de su vida los pasó en Alicante con la esperanza de que la benignidad del clima fuera favorable a su delicada salud. En esa ciudad le sorprendió la muerte el 15 de noviembre de 1902.

Por la nota necrológica que le dedicó Kasabal (1902) en el Heraldo de Madrid dos días después de su fallecimiento, sabemos que era “de claro y despejado entendimiento, de atractiva y simpática figura, muy aficionada a cosas de arte y letras, amiga de la sociedad y especial cultivadora del trato de personas inteligentes”. De cultivadores de las letras y del arte se rodeó, aunque no parece que hubiera en su casa con carácter periódico esas famosas tertulias que dieron vida al ambiente cultural de Madrid de la segunda mitad del siglo XIX (Velasco Zazo, 1947, 1952)5. Las estancias de su vivienda debieron estar siempre abiertas para quien en ellas quisiera compartir unas veladas culturales sin previa convocatoria ni día fijo. Allí se dieron cita, según tendremos ocasión de comprobar enseguida, escritores, dramaturgos, periodistas, músicos o empresarios teatrales, como Eusebio Blasco, Mariano Barranco, los hermanos Ricardo y Ventura de la Vega, hijos del gran Ventura de la Vega, Francisco Pérez Echevarría, Ramón Rodríguez Correa, Juan Antonio Cavestany, Alfredo Escobar, segundo marqués de Valdeiglesias e hijo del propietario del diario madrileño La Época, Francisco de Paula Madrazo, Ramón Chico de Guzmán, Juan Valero de Tornos, Cristóbal Oudrid o Teodoro Robles, empresario entre 1869 y 1879 del Teatro Real de Madrid.



1 El diario madrileño La Época, tras dar noticia de la función celebrada en el teatro de los duques de Híjar el martes 17 de diciembre de 1867, señalaba el beneficio económico y social de estas “fiestas, que, repetidas, dan alimento al comercio y a la industria, son la protección más eficaz que pueden dispensar las clases acomodadas, a las cuales excitamos a seguir el ejemplo para atenuar los efectos de la escasez del trabajo” (Anónimo, 1867).

2 Las relaciones sociales se entienden no solo como de amistad o trato social, sino en un sentido lato, porque en estas fiestas dramáticas, en múltiples ocasiones, se conspiraba y se afianzaban alianzas políticas, al tiempo que el mundo de las finanzas, del comercio y de los contactos diplomáticos entre distintas naciones encontraban un lugar idóneo para desarrollarse.

3 Así se desprende del inventario de sus pinturas (Díez, 1994).

4 La fotografía de una duquesa de este título puede consultarse en la signatura ER/44 (176).

5 Tampoco en la prensa madrileña del momento, que solía dar cumplida cuenta de estas sesiones culturales habidas en los domicilios de personas relevantes, he localizado mención alguna.

 

 

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