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2. VARIA

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2.1 · Redes culturales y sociales: El teatro de salón de Luisa Fernández de Córdova, Duquesa de Híjar


Por Carmen Menéndez-Onrubia
 

 

2. Funciones teatrales en el palacio de los duques de Híjar (1866-1868)

La afición dramática de los poseedores del título ducal de Híjar venía de lejos. Agustín de Silva Fernández de Híjar y Palafox, duque de Aliaga y más tarde décimo duque de Híjar, escribió, entre otros dramas, para ser representados en su palacio de la Carrera de San Jerónimo, conocido como de los Balbases, Mahomet segundo, o el fanatismo de la gloria, tragedia en cinco actos (1797), o Las Troyanas, tragedia en cuatro actos (1799) (Aguilar Piñal, 1993, 2000; Casaus Ballester, 2006, 81)6.

En la primavera de 1866, Agustín de Silva Bernuy, decimocuarto duque de Híjar, y su esposa, Luisa Fernández de Córdova, destinaron una de las espaciosas salas de su morada para dar representaciones teatrales. Habitaban entonces el llamado palacio de Mon, en el número 58 de la madrileña calle de Alcalá (Blasco, 1904, 46), y a él convocaron el lunes 16 de abril de 1866 a lo más granado de la aristocracia y de la sociedad de Madrid para inaugurar su teatro de salón, cuyas puertas daban a una galería de cristales, adornada con flores y plantas, además de espejos, e iluminada profusamente. Por ella deambulaban los caballeros, mientras las señoras ocupaban los asientos de una sala a la que se dotó de mayor amplitud y comodidad nada más iniciarse el año siguiente (M[adrazo], 1867a). Aunque ningún cronista de sociedad señala el número de personas que en ella tenían cabida, al parecer, el número de filas superaba la docena (Periquito Entre Ellas, 1867). El escenario, a pesar de su reducido tamaño, reunía todas las condiciones de cualquier teatro (M[adrazo], 1867b). Su embocadura quedaba cerrada con un telón de boca, que en enero de 1867 fue sustituido por uno nuevo realizado por el reputado pintor escenógrafo Antonio Bravo (M[adrazo], 1867a). Fue Bravo uno de los artistas que trabajaron para el Teatro del Real Palacio (Subirá, 1950), así como para el Teatro Nacional de la Ópera (hoy Teatro Real), los del Circo, Zarzuela, Español y Novedades. La protección que le dispensó el marqués de Salamanca, le abrió las puertas de las casas de la aristocracia y de las clases más acomodadas, donde desplegó sus pinceles en algunas de sus estancias, al tiempo que era reclamado para realizar las escenografías y los telones de numerosos teatros particulares (Paz Canalejo, 2006, 244-245; Arias de Cossío, 1991, 131-133, 152-154; Ossorio y Bernard, 1975, 101-102).

Contaron los duques de Híjar para poner en pie los espectáculos teatrales que en su palacio se daban con la inestimable ayuda y complicidad de Teodoro Robles y Fernández Arjona, que llegaría poco después a la dirección del Teatro Nacional de la Ópera (1869-1879), en unos años, sobre todo los primeros, en que sufrió grandes pérdidas económicas a causa de la inestable situación del país7. Persona de toda confianza de la casa de los Híjar, de la que fue su apoderado general (Anónimo, 1884), gozó de la amistad e intimidad del que andando el tiempo sería duque de Baños, Antonio Ramos de Meneses, que ejerció de secretario en París del rey consorte Francisco de Asís. Fue en el teatro de los duques donde Eusebio Blasco conoció a Meneses, personaje que tanto le intrigaba, y a cuya casa en la madrileña calle del Sacramento acudió a comer cierto día, y con el que coincidió en París en 18708.

Teodoro Robles se mostró incansable, al menos, en esta primera etapa del teatro de salón que los duques instalaron en su palacio de la madrileña calle de Alcalá. Además de director de la compañía, ejerció de apuntador, ensayaba las obras y tomaba parte en ellas, desempeñando tanto personajes graves como cómicos. Junto a él actuó como dama joven su hija mayor, Lola Robles, la cual abandonaría las caseras tablas de los Híjar tras su boda en 1868 con Federico García Patón, de la que fueron padrinos los duques. Años más tarde este matrimonio inauguraría en su casa de la madrileña calle de Claudio Coello, número 16 (6 antiguo), un teatro de salón, el teatro Patón, que alcanzó merecida fama.

De la mano de su gran amigo Robles llegó también hasta el teatro Híjar el maestro Cristóbal Oudrid, director de la orquesta del Real junto a Sckodopole, mientras don Teodoro ejerció de empresario (1869-1879). Oudrid no solo acompañaba al piano las piezas musicales de las obras puestas en escena que lo requerían, sino que también se atrevió a enfundarse el papel de actor. Del ensayo que el día 9 de marzo de 1877 se hizo de las obras que iban a ponerse en escena la noche siguiente –La niña boba y La casa de Tócame Roque− en el teatro que la ya viuda duquesa de Híjar instaló en su nuevo domicilio, como veremos enseguida, salía el maestro Oudrid, cuando, a causa del frío de la noche, se vio acometido de una pulmonía que le llevó al sepulcro cuatro días después, el 13 de marzo de 1877 (Anónimo, 1877; Asmodeo, 1877).

No faltaron a su cita con las tablas de los Híjar actores aficionados como los hermanos de la Vega (Ricardo y Ventura), el primero de los cuales era indispensable en cuantos escenarios privados se levantaron, así como el conde de Romrée (Carlos Romrée), Esteban Canga-Argüelles −otro que se prodigaba en distintos escenarios, empezando por el de su madre, Eulalia Goicoerrotea de Álvarez−, o Eusebio Blasco, el cual, según propia confesión, se pasaba en la vivienda ducal la mitad del día. El puesto de primera actriz lo ocupó la dueña de la casa, Luisa Fernández de Córdova, que, a juzgar por las obras puestas en escena, debía poseer una vasta cultura. Además de representar comedias y zarzuelas contemporáneas donde desplegaran sus aptitudes vocales las jóvenes que se subían a las tablas, no desdeñó el repertorio clásico, algo casi inusual en los teatros de salón. En esta primera etapa del de los Híjar (1866-1868), la duquesa se atrevió con una comedia de enredo de Calderón, refundida por Bretón de los Herreros, Fuego de Dios en el querer bien, cuyos cuatro actos se representaron el día 5 de abril de 1867. Las decoraciones pintadas por Antonio Bravo se vieron realzadas por una adecuada escenografía, un rico vestuario y la acertada dirección escénica de Teodoro Robles (Madrazo, 1867c).

Por la evocación que de esta función hizo Eusebio Blasco con motivo de la inminente puesta en escena de la comedia calderoniana por María Guerrero en el teatro Español de Madrid, conocemos de primera mano algunos datos relevantes de la que se llevó a cabo en el teatro de los duques y de la propia biografía de Blasco.

La comedia que harán el lunes en el Español [22-11-1897]9, la hice yo treinta y un años ha en el teatro de casa de la duquesa de Híjar.

¡Qué tiempos aquellos, y cuantas veces los hemos recordado en la antecámara de la reina Isabel, en París, la duquesa, que era últimamente camarera mayor de aquella regia madrileña pura, y este humilde servidor! [...]

Y entre conspiración y cuartillas de La Democracia, y unas cosas y otras, pasaba yo en aquella casa aristocrática la mitad de la vida ordinaria, y hacíamos comedias y zarzuelas […]

La comedia de Calderón se puso con gran lujo; todos los actores y actrices se hicieron trajes riquísimos. El mío me lo prestó don Julián Romea, y la espada me la dieron de la colección de magníficas armas antiguas que había en la casa. Me tocó en el reparto hacer el papel del personaje aquel a quien matan en el último acto [don Diego], y me dejaba caer muy bien […]

Los actores de aquellas representaciones eran la duquesa de Híjar, que estaba entonces bonita como un sol [doña Ángela]; la señorita de Robles [la criada Luisa], hoy señora de García Patón, a quien veo ahora con placer rodeada de hermosos y amantes hijos; el conde de Romrée, que era un excelente primer galán10; el maestro Oudrid, que en esta comedia de Calderón hacía el gracioso; Rafael Huertos, indispensable en todos los salones, y aún hoy, viejito y todo, el mismo elegante de otros tiempos.

La sala estaba brillantísima, toda la nobleza de Madrid veía y oía con interés estas obras, que ahora le parecen latas […]

Después de la comedia hubo una gran cena. Se hacían en aquella casa las cosas muy en grande. Vestidos con los trajes de la obra y colocados entre las hermosuras de la época, cenábamos los artistas aficionados alegremente […] D. Julián Romea, tan caballero, tan gran señor, también estaba allí, y nos había ensayado la obra y llevaba la conversación […]

Junto a Eusebio Blasco estaba sentado en la mesa Carlos Marfori, gobernador entonces de Madrid, y uno de los componentes de la camarilla de palacio. Conversaron alegremente. Pero de regreso ya en su casa de la calle de las Huertas, Blasco fue apresado por orden de aquél.

Y allí empezaron las persecuciones, y las emigraciones, y las amarguras, y el vender las comedias para vivir fuera, y luego las condenaciones a muerte con Castelar, con Sagasta, con Carlos Rubio, con Zorrilla […] Y todo esto que ya se me había olvidado me lo recuerda el cartel del Español en estos días. ¡Fuego de Dios en el querer bien! ¡Qué tiempos! ¡Qué cosas! (Blasco, 1897).11

Los asistentes al teatro de los duques de Híjar instalado en su domicilio de la calle de Alcalá, número 58, vieron puestas en escena durante el año 1866 siete obras, alguna de ellas repetida, en las tres funciones que en él se dieron. La inauguración tuvo lugar el 16 de abril, con los juguetes cómicos ¡Don Tomás!, de Narciso Serra, y La mujer de Ulises, de Eusebio Blasco. Siguió a esta la celebrada el 21 de mayo con las piezas cómicas en un acto La sociedad de los trece, arreglo de Ventura de la Vega, ¡Pobres mujeres!, de Enrique Gaspar, y El maestro de baile, de Enrique Pérez Escrich. El 24 de diciembre se efectuó la última función del año con la pieza en un acto escrita expresamente para ser representada en el teatro de los duques por Eusebio Blasco, Maridos artificiales, y la zarzuela arreglada por Luis de Olona con música de Cristóbal Oudrid, Buenas noches, Señor Don Simón.

El de 1867 resultó ser el año en que más funciones se dieron y obras se representaron: cinco y once, respectivamente. El 26 de enero, la comedia en tres actos y en verso La última batalla, de Eduardo Zamora Caballero, y de nuevo Buenas noches, Señor Don Simón. El día 18 de febrero se repitió ¡Don Tomás!, de Serra, junto a la pieza cómica en un acto arreglada por Ventura de la Vega, La sociedad de los trece. El 5 de abril fue la comedia calderoniana de ambiente madrileño Fuego de Dios en el querer bien. El 25 de noviembre y el 16 de diciembre cerraron el año con la repetición del mismo programa: Huyendo del perejil, proverbio en un acto de Manuel Tamayo y Baus; El loco de la guardilla, paso en un acto y en verso de Narciso Serra con música de Manuel Caballero; y el sainete filosófico en verso El último mono, escrito sobre un pensamiento de Alfonso Karr, por Narciso Serra con música de Cristóbal Oudrid.

En el convulso año de 1868, tan de ingrata memoria para los fieles a la monarquía borbónica como fueron los duques de Híjar, se dio una única función el 16 de marzo, compuesta de la comedia en un acto y en prosa de Ramón de Navarrete ¡Un ente singular!, y de la arreglada al teatro español en dos actos por Ventura de la Vega Llueven bofetones, en la que la duquesa lució un rico vestido adornado con encajes y brillantes, y para la que Antonio Bravo pintó una “lindísima decoración de jardín” (Madrazo, 1868). El broche de oro musical corrió a cargo del tenor del Teatro Real Enrico Tamberlick, de la imprescindible cantante aficionada Elisa Luján (o Luxán) y del zarzuelero y actor de la compañía bufa de Francisco Arderíus, Vicente Caltañazor.

Con esta fecha finalizaron, quizá de manera forzosa, las funciones dramáticas en la casa que los duques de Híjar habitaron en la madrileña calle de Alcalá. La revolución de septiembre de 1868, que dio paso al sexenio liberal, no favoreció la celebración de estas reuniones sociales y culturales en muchas viviendas. Con la suspensión de la actividad dramática, hacían honor los duques al imaginario rótulo que figuraba en la puerta de acceso a su teatrito, cuya empresa era: Prius mori quam foedari (“Antes la muerte que la deshonra”. [Pérez de Guzmán], 1896, 92).



6 Además de las obras manuscritas de Agustín de Silva que se conservan en el archivo de los duques de Híjar, Casaus Ballester aporta información sobre el teatro construido en el palacio que habitaban en la madrileña Carrera de San Jerónimo (2006, 81-82), así como de las pertenencias del mismo, a excepción de las ropas, según el inventario que hicieron en 1818 el pintor Antonio María Tadey y José Sora, maestro carpintero (322-326).

7 De su labor al frente del Teatro Nacional de la Ópera (hoy Real) dan cuenta, entre otros, González Araco (1897), Subirá (1949), o Turina Gómez (1997). También fue empresario del teatro San Fernando de Sevilla en la temporada lírica de la primavera-verano de 1875, 1879 y 1880, a donde llevó la misma compañía que había actuado en el Teatro Real durante el otoño-invierno (Moreno Mengíbar, 1998, 257-261, 265-270).

8 Así lo relata Blasco en la necrología del duque de Baños que envió a El Correo, reproducida en El Liberal (05-04-1882), y recogida en Mis contemporáneos (1886, 93-96).

9 La refundición que en 1897 se puso en escena en el Español, no fue la que realizara en 1847 Bretón de los Herreros. El refundidor en esta ocasión fue Damián Fernández de Deza, “estimable señor que tiene un nombre y un apellido cuyas letras coinciden con las que componen las del primer actor D. Fernando Díaz de Mendoza” (Anónimo, 1897b). En la reseña de esta puesta en escena que publicó El Liberal (Anónimo, 1897a) se dice abiertamente que el refundidor había sido Díaz de Mendoza, primer actor y director, junto a su esposa, María Guerrero, de la compañía del Español.

10 El paso de los años entre la narración de Blasco y lo acontecido, le hace confundir este detalle. El conde de Romrée, Carlos Romrée, no trabajó en esta obra. Del personaje de don Juan se encargó el actor profesional Antonio Zamora, primer galán joven de la compañía del teatro del Príncipe (actual Español).

11 Este artículo no fue recogido en sus Memorias íntimas, volumen cuarto de sus Obras completas (Madrid, 1904).

 

 

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