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2. VARIA

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2.2 · Don Ramón María del Valle-Inclán: una recreación escénica fallida de su vida y su obra por José Antonio Durán Iglesias y Alberto Castilla.


Por Jesús Rubio Jiménez
 

 

El cuarto y último momento enfila el documento hacia su fin y con el de la vida de Valle-Inclán, abierto plásticamente con la proyección del capricho de Goya “El sueño de la razón produce monstruos” y con los versos

Nadie se acerque a mi cama
que estoy ético de pena;
el que muere de mi mal
hasta la ropa le queman. (70)

Se trata de una copla popular recogida por Rodríguez Marín con el número 5674 en su gran colección y que formaba parte del repertorio de don Antonio Chacón. Una copla que ya había publicado antes también Antonio Machado y Álvarez, “Demófilo”, en Cantes flamencos y cantares, en versión un poco diferente:

Nadie s´arrime a mi cama
que estoy ético e pena,
y ar que muere e mi ma
jasta la ropa le queman. (Machado y Álvarez, 1998: 172)

Se presenta al enfermo reducido a casi nada – “hético”– y por el mal evocado –tisis o tuberculosis– hasta su ropa se quema, para que no quede rastro ni del personaje ni de su enfermedad. Es evidente que se pretendía aludir a la gastada y desmedrada figura ya de don Ramón con la extremada delgadez de sus últimos años. Se interpreta su última manera literaria –el esperpento– apoyado con otras imágenes de Madrid y de Goya (70); mezclando también la figura de Max Estrella, arropada con el poema necrológico dedicado a Alejandro Sawa por Manuel Machado:

Jamás hombre más nacido
para el placer fué al dolor
más derecho.
Jamás ninguno ha caído
con facha de vencedor
tan deshecho.
Y es que él se daba a perder
como muchos a ganar.
Y su vida,
por falta de querer
y sobra de regalar,
fué perdida.
Es el morir y olvidar
mejor que amar y vivir.
Y más mérito el dejar
que el conseguir. (71).

Los autores buscaban la culminación de su obra haciendo que convergieran la presentación del final de don Ramón con la de su personaje más celebre –Max Estrella– inspirado en el bohemio Alejandro Sawa, síntesis en cierto modo de la bohemia modernista. Nuevos juegos de espejos. Creando una intensa angostura temporal y espacial –por hablar en términos de la estética valleinclaniana– entre la vida y la obra del gran escritor en su trance último, muriendo incomprendido como su personaje y rodeada su despedida de la vida por comentarios de Rubén Darío y Bradomín extraídos de Luces de bohemia. Por ello en palabras de La Vida:

La más perfecta fusión en el hombre Valle-Inclán se presenta ahora. El tiempo ha desaparecido porque está presente en cada acción contemporánea. Pero, ¡qué diferencia hay entre el literato Valle y el hombre Ramón en este momento! Ninguna. Valle-Inclán es en la hora cumbre de su arte uno en su vida y en su obra. (72)

Quizás lo único envejecido son algunas reflexiones sobre el esperpento contaminadas con el “distanciamiento” característico del teatro épico de Brecht –como se hacía entonces, ya que la exaltación de Brecht y la de Valle-Inclán se dieron juntas entre nosotros– antes de asistir a la representación de algunos pasajes de escenas de Luces de bohemia fundidos: la inevitable y célebre escena duodécima sobre todo con su discusión acerca del esperpento por parte de Max Estrella y Don Latino, seguida de la muerte del poeta bohemio abandonado junto al quicio de la puerta de su casa (72-79).

La muerte de Max Estrella nivelada con la de don Ramón da paso al “Momento final” donde Antonio Machado, por boca de Juan de Mairena hace balance del recorrido vital de don Ramón, ya citado (79). Y se suman en una peculiar apoteosis diferentes testigos que testimonian desde el presente de los años sesenta el proceso de recuperación del esperpento de Valle-Inclán en Francia por el Théâtre National Populaire, que estrenó Luces de bohemia en 1963 (Santos Zas, 2006); el Gran Premio del Festival Mundial de Nancy concedido a Divinas palabras en 1964 presentada por la Compañía de Teatro Universitario de México (Hormigón ed.: 104-106). También los testimonios de significativos dramaturgos españoles del momento reconociendo su ejemplo y magisterio: Antonio Buero Vallejo, Carlos Muñiz, Alfredo Mañas, Antonio Gala y Alfonso Sastre, combinados con otros de contemporáneos suyos, que completan su retrato y su vigencia: Unamuno, Machado o Benavente. Se suma La Juventud que lamenta tanta desventura personal que difícilmente compensa el reconocimiento póstumo:

Nosotros lo encontramos más bien triste, eso de ganar batallas después de muertos. A Cervantes le pasó esto, y a Quevedo, y a Lorca, y a muchos más. Quisiéramos pedir o exigir la esperanza. Pedirla a gritos. Quisiéramos comprender. Por eso, nuestro homenaje es el de nuestro tiempo. El reencuentro con el hombre de teatro que se hizo en la más auténtica lección de unos años que para los más jóvenes de nosotros son solo Historia. Por ello, juntamos nuestro grito con el que el mundo entero, hoy mismo, en esta situación contemporánea, alza en homenaje al genial español, caballero galaico, artista de todo tiempo, maestro nuestro: Don Ramón María del Valle-Inclán. (82)

Puede considerarse esta réplica la toma de postura explícita de los autores del drama, su intención de ofrecer con la figura de Valle-Inclán un modelo de compromiso estético y político.

Después se cierra el espectáculo con el recitado de los mismos versos de “Rosa hiperbólica” de don Ramón con los que comenzaba el drama, conduciendo la escena hacia un oscuro total y dotando así en su organización de una tendencia a la circularidad: el programa vital y estético enunciado por el escritor en sus primeras palabras se ha mostrado a lo largo de la función, quedando confirmadas sus ideas y estética, constituyéndose en modelo para esa juventud a la que se muestra y se apela en las últimas secuencias. La recreación de la vida y de la obra del escritor gallego conlleva por lo tanto la construcción de una imagen simbólica, que se pretendía fuera un modelo para las nuevas generaciones. Luces de bohemia ocupaba ya el centro de la producción dramática del escritor y hasta rozando el siempre proceloso territorio de la identificación entre vida y obra, entre vida real del escritor y posibles proyecciones de la misma en sus entes de ficción.

La década de los sesenta fue en la cultura española un tiempo de búsqueda de modelos culturales en los que apoyarse mientras se luchaba contra la dictadura franquista. Evocando a escritores anteriores como Valle-Inclán –de la mano de Rubén Darío hasta su muerte en 1916 y de Antonio Machado hasta la muerte de don Ramón, según se ha visto– se actualizaba su mensaje tratando de hacerlo operativo para el momento presente. En la peregrinatio vitae de don Ramón, Darío y Machado sobre todo –no hay que menospreciar la presencia de otros como Picasso o Castelao a través de sus obras– cumplen un papel de guías y testigos de su vida, otorgándole al drama una peculiar dimensión que admite la comparación con otras célebres peregrinaciones de la tradición literaria. Baste recordar el caso de la Divina Comedia. Hizo don Ramón su camino tutelado por la sombra amiga de dos de los grandes poetas contemporáneos de nuestra lengua. De cuando en cuando se insinúan otros que amplían, como digo, el horizonte de indagación. Latía en esta revisión del pasado el deseo de recuperar la tradición liberal española que había sido cruelmente cortada por la guerra civil. Se evocan un tiempo y una cultura en cierto modo mitificados.

En la construcción de la imagen de las naciones siempre han jugado un papel notable sus grandes hombres en quienes se suponen encarnados los valores superiores de las mismas. La evocación de estos grandes personajes no resulta en consecuencia nunca inocente. En los años sesenta se trataba de restaurar la tradición liberal española, que acabara con el retroceso histórico que suponía el franquismo. Nada más lógico por tanto que se dramatizara la vida de un escritor como Valle-Inclán flanqueado por otros hombres representativos de aquella tradición. En buena lógica, tal propuesta iba a encontrar resistencias. Y las encontró. Las suficientes como para que quedara en una pieza de teatro imposible.

Durante la década de los sesenta fueron muchas las propuestas que se hicieron en esta dirección restauradora. Fueron años en que se tendieron puentes entre la España franquista y la España peregrina, en que se ensayaron muchos modos de diálogo frente a la cerrazón anterior. En este horizonte de búsquedas alternativas a la autarquía política y cultural debe inscribirse este proyecto teatral que hoy rescatamos como un testimonio más de unos tiempos de búsquedas y tanteos, soñando una España diferente.

 

 

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