Logo Don Galan. Revista Audiovisual de Investigación Teatral
imagen de fondo 1
imagen de fondo 2

PortadaespacioSumario

NúM 6
1. MONOGRÁFICO
Logo Sección


1.2 · ANTONIO BUERO VALLEJO, EL HOMBRE Y SU OBRA


Por Virtudes Serrano
 

Primera  · Anterior -
 1  2  3  4  5 
-  Siguiente ·  Última

 

“Me llamo Antonio Buero Vallejo. Nací en Guadalajara el 29 de septiembre de 1916”, así iniciaba su presentación el dramaturgo en un texto grabado en disco en 1964, y reproducido por Luis Iglesias y Mariano de Paco en el volumen correspondiente de su Obra Completa. En unas sencillas palabras Buero trazaba allí el itinerario vital de quien, con humildad, confiesa: “En mi país, dicen, soy un dramaturgo estimado”, aunque manifiesta ciertas reservas: “Suelo preguntarme a menudo que por cuántos años lo seré todavía” (Buero, 1994a, II, 290 y 291).

El tiempo ha dado la respuesta: Antonio Buero Vallejo, aquel joven que quiso ser pintor y a quien la guerra y la cárcel truncaron su primera vocación, está considerado por quienes lo conocen, por quienes se han acercado a él desde dentro y desde fuera de nuestras fronteras a lo largo de sus cincuenta años de escritura dramática, y aún ahora, como el más significativo de los dramaturgos españoles de la segunda mitad del siglo XX. Pero España es un país poco amable con quienes brillan especialmente por su excepcionalidad, con quienes pueden ver y enseñar a mirar en “un país de ciegos”; le ocurrió a Cervantes; le ocurrió a Valle-Inclán, otro insigne renovador de nuestra escena.

Por eso, aunque lo echemos de menos, no nos extraña del todo que ninguna obra del autor que cambió el rumbo de la dramaturgia española en 1949, con su Historia de una escalera, esté en cartel en estos momentos en los teatros públicos, donde la memoria histórica de nuestra cultura no debería perderse; por eso, aunque echemos de menos otras actuaciones, no nos extraña que los pocos actos conmemorativos que se están produciendo, como este en el que ahora nos hallamos, se restrinjan al ámbito de lo privado del teatro, conocido por aquellos que nos dedicamos a analizarlo y a procurar que sus representantes no caigan en el olvido1; por eso, es necesario trazar hoy, de nuevo, un panorama humano y creativo del autor para que quienes sin conocerlo lleguen a estas líneas sepan que hubo alguien que, diez años después de iniciada la guerra civil española de 1936, se planteó muy seriamente su realización como artista y como ciudadano y comenzó a escribir teatro para mostrar su tiempo y dar explicación a los sucesos vividos, y por vivir, en obras que reproducían poéticamente su presente, trascendiéndolo a situaciones y seres de valor universal, porque universales y atemporales eran los conflictos en los que los envolvía, o con obras en las que la historia servía de espejo para lo inmediato y lo intemporal, como lo hicieran Cervantes y Shakespeare, sus compañeros de centenario.

Antonio Buero Vallejo se propuso en la oscuridad de la posguerra española y hasta su último estreno, en 1999, colocar un foco sobre los problemas inmediatos de la España en que vivía y proyectar su luz a través del pasado en obras que, desde el ayer, iluminaran el presente; restaurando la tragedia, a partir de las vidas de quienes protagonizan sus historias; y dejando al espectador la posibilidad de enmendar aquello en lo que sus personajes erraron, abriendo así un resquicio a la esperanza futura (Iniesta, 2002). Pero su aportación hay que advertirla también en el ámbito de lo formal porque el teatro de Antonio Buero Vallejo, aunque se mantuvo con fuerza en unos principios sociales, morales y éticos inalterados en los cincuenta años de su trayectoria como autor, siempre estuvo en constante renovación estética.

En otra ocasión, triste ocasión porque el autor acababa de fallecer, propuse a los receptores observar en perspectiva la obra de nuestro gran dramaturgo (Serrano, 2001, 259-268); hoy deseo impulsar hacia la mirada presente y futura su figura humana y su calidad como autor teatral y, para ello, será necesario hacer memoria y reflexionar sobre algunos datos.

Como dijimos, Buero quería, en su juventud primera, ser pintor. Diversas ediciones y artículos dan cuenta de sus obras gráficas y plásticas de los primeros años y de las etapas de la guerra y la cárcel (Buero, 1993a; Lagos, 2003; Iglesias Feijoo, 2006; de Paco, 2015); al terminar los años de prisión deja los pinceles y se dedica a escribir:

Soy, pues, escritor, pero soñé con ser pintor. Aún no sé a qué atribuir el cambio de los pinceles por la pluma. […] A mis veintitrés años pensé que yo tendría que escribir, quizá porque la tremenda época en que vivimos iba ya dejando en mí un poso de experiencia personal que parecía requerir, más que la expresión pictórica, la literaria. Contribuyeron también sin duda a fijar la idea los diez años duros que pasé entre guerra y posguerra. […] Pero tal vez la razón verdadera fuese que yo no era pintor y lo comprendí a tiempo” (Buero, 1994a, II, 291).

Su afición muy temprana por la lectura, favorecida por su padre, como otras inclinaciones suyas culturales y artísticas lo llevaron al conocimiento de los clásicos universales y al de autores del entorno más próximo. El teatro y el cine, a los que asistía con frecuencia, motivaron sus juegos infantiles y, como él mismo declaró en diversas ocasiones, realizaba los personajes dibujándolos en papel o cartulina para desarrollar con ellos sus propias historias (Serrano, 2003, 37-38).

Terminado el Bachillerato en 1934, se traslada a Madrid para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, hasta 1936. Colabora en la FUE (Federación Universitaria de Estudiantes) en difusión cultural y publica en la Gaceta de Bellas Artes. En la guerra civil, coopera con la Junta de Salvamento Artístico. Estas primeras experiencias de su vida dejarán rastros inconfundibles en Misión al pueblo desierto, su última obra, estrenada en octubre de 1999, en el Teatro Español de Madrid, el mismo lugar que cincuenta años atrás lo recibió como el indiscutible innovador del teatro de posguerra con Historia de una escalera. Dos días antes de suestreno afirmó que en ella estaban todas sus obras anteriores y, como en ninguna otra, se refiere directamente a un suceso de la lejana guerra civil española. Buero se sitúa como personaje y público de la representación, autor y personaje de esta pieza y ofrece claves de reconocimiento a los espectadores de nuestro tiempo, a la vez que los coloca como jueces y jurados del que pasó. El dramaturgo establece un diálogo entre ideologías, que, en definitiva, se pierden por no saber conjugar el sueño y la vigilia; recupera la memoria histórica con ponderación y equilibrio; recuerda que la violencia es injustificable, venga de donde venga, y desarrolla la idea del arte como salvación que expuso en tantos textos teóricos y creativos.

Desde la movilización de su quinta en 1937 Buero sirve a la República en varios destinos, escribe y dibuja para un periódico del frente y participa en actividades culturales; sufre también una terrible experiencia2. Conoce en un hospital de Benicasim a Miguel Hernández, cuyo retrato realizará años después durante su estancia en la prisión de Conde de Toreno, como haría con otros muchos compañeros, aunque siempre se negó a pintar a sus carceleros a pesar de que, según su propio relato, alguno se lo pidió reiteradamente. Varios de los realizados en prisión se encuentran recogidos en Libro de estampas [Fig. 1].

Finalizada la guerra, fue recluido en un campo de concentración; tras quedar en libertad, es detenido en Madrid y condenado a muerte en juicio sumarísimo por “adhesión a la rebelión”; la condena se mantiene durante ocho meses en los que compartió celda con otros que sí fueron ejecutados; estas vivencias las traslada a su obra, de 1974, La Fundación. Hasta 1946, sufre reclusión en diversas prisiones y, tras sucesivas rebajas de la condena, se le concede la libertad condicional con destierro de Madrid3. Es el momento en que comienza a escribir y compone En la ardiente oscuridad e Historia de una escalera, ambas presentadas, por consejo de su amigo Ramón de Garciasol (pseudónimo de Miguel Alonso Calvo) al Premio Lope de Vega, que se volvía a convocar por primera vez ese año, después de la guerra. Como es sabido, fue Historia de una escalera la que alcanzó el galardón pero al conocerse la identidad del ganador, un represaliado de la guerra, la sorpresa es grande y el estreno padece algunas dificultades; por fin tiene lugar en el Teatro Español de Madrid el 14 de octubre, dos semanas antes de la habitual representación de Don Juan Tenorio, con la que se pretendía dar fin al montaje. No obstante, la obra consigue tal acogida de crítica y público que hubo de suspenderse el drama de Zorrilla y el de Buero permanece hasta el 22 enero de 1950, con 187 representaciones [Fig. 2]. La única interrupción fue la del 19 de diciembre, cuando se presentó la única pieza breve del propio Buero, Las palabras en la arena, que acababa de recibir el primer Premio de la Asociación de Amigos de los Quintero [Fig. 3].

Dos circunstancias llaman la atención sobre su primer estreno: la unanimidad de la crítica al valorar la pieza4 y que alguien que no había frecuentado como autor los medios literarios hasta los años cuarenta, tuviese las ideas tan formadas sobre lo que quería realizar con su obra. Él mismo lo expone desde la “Autocrítica” publicada el 14 de octubre, de 1949, en ABC y Pueblo: “Pretendí hacer una comedia en lo que lo ambicioso del propósito estético se articulase en formas teatrales susceptibles de ser recibidas con agrado por el gran público” (Buero, 1994, II, 320) [Fig. 4].



1 La revista Monteagudo, del Departamento de Literatura Española, Teoría de la Literatura y Literatura Comparadade la Universidad de Murcia, ha dedicado el monográfico de 2016 a la figura de nuestro autor y la norteamericana Estreno le ofrece el número de otoño.

2 Su padre, Teniente Coronel de Ingenieros, fue ejecutado en Paracuellos del Jarama. Entrevistado el autor por Mauro Armiño (1987) sobre ese hecho y lo que supuso para él que fuese fusilado por los republicanos, con los que él combatía, responde: “Fue un trauma muy doloroso […]. No he olvidado esa muerte, la llevo siempre aquí; pero, claro, una de dos: dado que todos los frentes políticos cometen crímenes, lo queramos o no, o nos desligamos de toda acción política, o cargamos con el peso de los crímenes de nuestra facción, pero sabiendo muy bien que los contrarios lo han hecho exactamente igual”. Este y otros testimonios se encuentran recogidos en las notas a la edición de El sueño de la razón publicada en la colección Austral, de Espasa-Calpe (Buero,1993b).

3 Un detallado resumen de los distintos momentos del proceso de Antonio Buero Vallejo, desde su encarcelamiento y condena a muerte hasta su liberación definitiva en 1959, puede verse en “El expediente carcelario de Antonio Buero Vallejo” (de Paco, 2008, 285-289).

4 Puede servir como ejemplo significativo lo que afirmó el crítico de El Alcázar Sánchez-Camargo (1949, 5): “Creemos que el caso es más importante que un simple hallazgo, porque la obra de Antonio Buero no indica solamente un acierto, sino que indica un modo teatral, una nueva concepción, y, sobre todo, y más en un novel, la sabiduría de expresión más feliz para dar a conocer un pensamiento. […] Esta obra es propia de un hombre que ya ha encontrado el definitivo secreto del teatro. No hay una palabra que sobre en el recuento de cada acto”.

 

Primera  · Anterior -
 1  2  3  4  5 
-  Siguiente ·  Última

 

espacio en blanco

Logo Ministerio de Cultura. INAEM
Logo CDT



Don Galán. Revista audiovisual de investigación teatral. | cdt@inaem.mecd.es | ISSN: 2174-713X | NIPO: 035-16-084-2
2016 Centro de Documentación Teatral. INAEM. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Gobierno de España. | Diseño Web: Toma10

Inicio    |    Consejo de Redacción    |    Comité Científico    |    Normas de Publicación    |    Contacto    |    Enlaces