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NúM 6
1. MONOGRÁFICO
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1.3 · HACIA UNA TRAGEDIA FELIZ: BUERO VALLEJO


Por Javier Huerta Calvo
 

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En lo que va de siglo, es decir, desde de la muerte de Antonio Buero Vallejo en 2000, el interés por la tragedia no ha hecho sino crecer1: Épica, mito y tragedia, Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griegas, Lo trágico como ley del mundo, Greek Tragedy under the Sun, La filosofía trágica, Nietzsche y lo trágico, El silencio de la tragedia, Rethinking Tragedy, Lo trágico, La actualidad de la tragedia, Dionysos et la tragédie, La secularización de la tragedia, Mito y tragedia en la Grecia antigua, Tragedia y modernidad, García Lorca y la tragedia española, El saber trágico… Son unos pocos títulos de algunos libros aparecidos sobre la tragedia en los dieciséis años que van de siglo.El tan entusiasta apologeta del género trágico que fue Buero se sentiría complacido, sin duda, por el buen estado de salud que goza en estos momentos. La tragedia sigue atrayendo la atención de filólogos, psicólogos, antropólogos, filósofos, y de dramaturgos, claro. A pesar de que algunos críticos, a la cabeza de ellos George Steiner, levantaron acta de su defunción ya hace tiempo, se siguen escribiendo tragedias y reescribiendo y representando las de siempre. El autor canadiense de origen libanés Hajdi Mouwad ha ganado justa fama gracias a hermosas tragedias como Incendies, Seuls, Ciels, entre otras. En España, Ignacio Amestoy, Ernesto Caballero, Pedro Víllora y Juan Mayorga, por citar cuatro de nuestros dramaturgos más destacados, se han acercado con fortuna también a una forma dramática cuya fascinación sigue viva, pese a tanta muerte anunciada2. Y lo que es todavía más notable: se las han visto sin complejos con una forma dramática que, desde Lope de Vega al menos ‒“lo trágico y lo cómico mezclado”‒, se ha estimado durante mucho tiempo poco menos que incompatible con la idiosincrasia española. Recuérdese como botón de muestra el ensayo de Ramón J. Sender, de título más que revelador, Valle-Inclán y la dificultad de la tragedia (1965).

Sobre lo que sea o deba ser una tragedia no hay consenso ni puede haberlo, puesto que, como cualquier género literario, ha estado sometida a los vaivenes y las mutaciones del tiempo3. Mayor acuerdo suscita la idea de lo trágico, situada en el eje mismo de la filosofía, que parece haberse convertido ‒como quería Chéstov‒ en el saber trágico por excelencia. Desde los orígenes de la Modernidad, es decir, desde el Romanticismo, son muchos los pensadores que vienen asegurando su visión del mundo en las tragedias clásicas. Así, por caso, Schopenhauer, que levanta el edificio de su cosmovisión pesimista glosando la peripecia de Segismundo en una tragedia cristiana, La vida es sueño, a partir de los más célebres octosílabos de la pieza: “Porque el delito mayor / del hombre es haber nacido”. Un paso más lo da Nietzsche, el “primer filósofo trágico” en puridad, pues que descubre el goce de la tragedia, goce vinculado al sentido dionisiaco de la vida. Y, en fin, las más hondas y, al mismo tiempo, más luminosas indagaciones de Heidegger sobre el misterio del ser surgen a partir de la tragedia griega. La interpretación que el autor de Ser y tiempo hace del coro de la Antígona de Sófocles sobre el hombre en cuanto el ser más pavoroso de la creación produce escalofríos a quien lo lee y nos remite a la edad mítica o prerracionalista de la humanidad, sin la cual es imposible explicar el fenómeno de la tragedia (Heidegger, 1935, p. 101). Para el autor de Ser y tiempo, el hombre no solo carece de salidas frente a la muerte cuando llega su hora sino de modo constante y esencial. En cuanto es, se halla en el camino que no conduce más que a la muerte. En este sentido, la existencia humana es el acontecer mismo de lo pavoroso. Heidegger está en contra de una interpretación optimista del pasaje sofocleo, en virtud de la cual se nos parafrasearía en el mismo la evolución del hombre desde un estadio primitivo a uno muy civilizado (Heidegger, 1935, p. 146). No deja de sorprendernos que la lucidez de Heidegger sobre esta y otras cuestiones, tan profundamente trágicas, le imposibilitara ver la verdadera y más grande tragedia que se empezaba a escenificar en la Alemania de aquellos años y que culminaría en el genocida sacrificio de la shoah. Y es que el pensamiento trágico presupone también la ejemplaridad ética. Compárese su caso, tan complaciente con el nazismo, con el de nuestro Miguel de Unamuno a fines de 1936, enfrentado a los “hunos” y a los “hotros” por no querer condescender con la barbarie.

Entre nosotros, es, en efecto, Unamuno, junto a María Zambrano ‒otro modelo de ejemplaridad moral tras una situación trágica‒ el pensador que más se ha ocupado de lo trágico y la tragedia. Unamuno, creador de algunas tragedias nada desdeñables, como Fedra o El otro, se convirtió en un referente para nuestros dos trágicos contemporáneos más destacados de la Modernidad: Federico García Lorca y Antonio Buero Vallejo [Fig. 1]. Por su parte, el pensamiento trágico de María Zambrano ha ejercido de poderoso ascendiente en autores de estirpe bueriana, como Ignacio Amestoy, que con La última cena escribe una de las tragedias más sobresalientes de los últimos tiempos (Huerta Calvo, 2012). Y, en fin, pensadores como Kant, Kierkegaard, Benjamin o Arendt aparecen citados a menudo en el teatro de Juan Mayorga, que por fuerza ha debido recalar en la tragedia al enfrentarse a grandes hechos trágicos del siglo xx como el holocausto, el estalinismo o el terrorismo. Es la suya una apuesta por un teatro de ideas, moralmente comprometido con la circunstancia, algo que sin duda habría sido del agrado de don Antonio Buero.



1 Este trabajo se inscribe en el proyecto S2015/HUM-3366 TEAMAD. Plataforma digital para la investigación y divulgación del teatro español contemporáneo, del que soy investigador principal.

2 Y no son los únicos, claro está. Alfonso Sastre, José Sanchis Sinisterra, Alfonso Vallejo e, incluso, una dramaturga posdramática como Angélica Liddell han hecho valiosas incursiones en el género trágico (Gutiérrez Carbajo, 2010).

3 Es de gran utilidad el compacto resumen que de la tragedia hace José Ferrater Mora en su magno Diccionario de Filosofía (1979-81).

 

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