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NúM 6
2. VARIA
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2.4 · EL DESENLACE EN LA OBRA DRAMÁTICA DE JARDIEL PONCELA


Por Francisco-Julián Luján Serrano
 

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1. Introducción

En la producción dramática de Enrique Jardiel Poncela no hay finales mejores o peores, sino unos acertadamente conseguidos y otros precipitados. Esto no depende de la improvisación, del variable ingenio del autor o de su miedo a mantener el absurdo hasta el final. Hay otros factores que determinan el acierto o el desacierto: la necesidad de plegarse a los gustos del público ofreciéndole una conclusión favorable a su cosmovisión, las exigencias que imprime el mantenimiento de la atención del receptor, el doblegarse a la aceptación de la ideología dominante, etc.

En este estudio se analizan algunos desenlaces de la obra dramática de Jardiel a la luz de una serie de consideraciones críticas vertidas sobre los finales con que el dramaturgo corona sus obras. Partiendo de dichas afirmaciones, se matizará el alcance de algunos dictámenes críticos. En la conclusión se presenta a un Jardiel que tuvo que mantener un equilibrio difícil entre su afán renovador y su sometimiento a lo establecido, es decir, en la encrucijada de la literatura de masas y la de autor.

A continuación veremos algunas de las valoraciones negativas acerca de los finales de las obras de Jardiel Poncela por parte de ciertos sectores de la crítica especializada, en función de premisas formales y de contenido.

 

2. Valoraciones críticas en función de premisas formales

Cierta literatura crítica ha sancionado negativamente los desenlaces de Jardiel atendiendo al siguiente criterio formal: Jardiel traiciona en el último acto las expectativas que los anteriores han generado. De esta forma, se concluye que el desenlace no suele estar a la altura de las circunstancias; es “flojo”, convencional. Ahora bien: ¿en qué consiste la traición observada en el último acto? En primer lugar, en que en él, Jardiel Poncela explica todo lo absurdo que lo precede, llegando así a un final consolador y verosímil; en segundo lugar, en ofrecer un desenlace no acorde con los riesgos por los que se apuesta inicialmente y, por último, la traición se observa también en el final apresurado, en la conclusión precipitada a que somete la trama cercana al desenlace por carecer de un plan constructivo previo.

2.1. Explicación de lo absurdo

Muchas han sido las voces críticas que afirman que el desenlace defrauda por la apuesta que se hace desde éste por explicar racionalmente los postulados absurdos previos. Emeterio Diez Puertas señala cómo los grandes aciertos y riesgos asumidos por nuestro autor encuentran un final convencional para no incomodar al público:

Jardiel, en efecto, rompe con la lógica del lenguaje y con la verosimilitud de la acción, si bien la mayor parte de las veces termina por hacer concesiones, de modo que las frases sin sentido, el disparate, los monólogos incoherentes o las salidas extemporáneas concluyen con un final convencional (Diez, 2003, 351).

Por su parte, Ricardo Doménech señala:

Los episodios –extraños, desconcertantes, siempre divertidos– se suceden, vertiginosamente, hasta convertirse en una maraña que el desenlace –y esta era la concesión habitual del autor al público– pretende racionalizar (Doménech, 1982, 412).

A esta opinión se suma el siguiente juicio crítico, no menos contundente: “La fórmula teatral jardielesca consiste en plantear una situación escénica disparatada y en tratar de justificar luego racionalmente ese dislate absurdo” (Abad, 1993, 265).

Por su parte, Eduardo Haro afirma: “A veces destrozaba toda una obra de teatro por encontrar un acto tercero donde la incongruencia de los dos anteriores tuviera un final lógico” (Haro, 1998, 18).

Ahora bien: no todo son críticas. Mara Recatero, para quien los desenlaces de Jardiel se someten a un proceso de explicación, considera que estos son buenos:

Como en los primeros actos hace tanta parafernalia, monta esos líos exagerados, necesita resolverlos y explicarlos. Por eso quizá no sean tan divertidos los finales, pero eso no significa que sean peores. Es más, casi siempre es el mejor acto el último, aunque no sea tan divertido (Víllora, 2001).

La crítica que enuncia dichos postulados sobre los desenlaces de Jardiel Poncela ha considerado que esta explicación y normalización de lo absurdo e incongruente se fundamenta en la concesión al público; ahora bien: no ha tenido muy presente que esta búsqueda de la complicidad es una premisa por la que han optado muchos dramaturgos con vocación de estrenar. No obstante, algunos críticos han limitado esas concesiones: por ejemplo José Rodríguez Richart, quien afirma de Jardiel que

en sus piezas humorísticas trata de ser lo más fiel posible a ese concepto renovador y a esas ideas personales y, por consiguiente, de hacer las menores concesiones posibles al público teatral coetáneo, al que pensaba reeducar para poder hacerle partícipe de una nueva sensibilidad (Rodríguez, 1990, 229-230).

Si Jardiel hubiese optado por no explicar, por no recomponer ese rompecabezas de los actos precedentes sin ofrecer a los ojos del público un mundo ordenado y perfecto, se hubiera encontrado con la incomprensión de su público. Por esta razón, obras como Una noche de primavera sin sueño1 [Fig. 1], El cadáver del señor García2o Un adulterio decente3[Fig. 2], a pesar de sus inicios geniales, ofrecen una conclusión consoladora. Se trata de casos en los que el autor, bajo la presión de los gustos del público, se vio obligado a cambiar sus finales inicialmente planeados y previstos por otros más acordes con lo establecido. Enrique Gallud afirma:

Han de mencionarse dos desenlaces equivocados, el de El cadáver del Señor García y Una noche de primavera sin sueño. En la primera de las dos comedias, Jardiel, para contentar al público, hace que el “cadáver” hallado en una fiesta no esté más que desmayado y reviva en el tercer acto, que tiene una acción muy reiterada y divagatoria. […] En el caso de Una noche de primavera sin sueño, no se atrevió a llevar al extremo su intento de renovación argumental. Su primer acto obedecía en todo y en parte a sus propósitos literario-teatrales (Gallud, 2011, 100-101).

Los finales de Es peligroso asomarse al exterior4, Tú y yo somos tres5 [Fig. 3] y Los ladrones somos gente honrada6 [Fig. 4] también son consoladores.

Jardiel Poncela es un dramaturgo que desde los planteamientos iniciales de algunas de sus comedias se presenta ante el espectador como un abanderado de lo ilógico; las chocantes formulaciones que ya se ensayan en sus títulos son una provocación. Piénsese en la falta de raciocinio que se vislumbra en Tú y yo somos tres, Un adulterio decente, El pañuelo de la Dama Errante, Los habitantes de la casa deshabitada, Cuatro corazones con freno y marcha atrás, Los ladrones somos gente honrada, etc.; a través de estos paratextos, el autor anuncia un desarrollo argumental contradictorio que viola las reglas de la lógica. Que el final resulte de una calidad inferior al planteamiento inicial no obedece a una falta de ingenio sino a una necesidad de poner punto final a una situación que, de no coronarse con un desenlace acorde con lo esperado, puede resultar insostenible. Por lo tanto, no es conveniente condenar al ostracismo la obra de un autor como Jardiel sólo por realizar acercamientos al público cuando la mayoría de los dramaturgos lo hace.

Además, otra circunstancia que ha de ser tenida muy en cuenta es la de que la crítica parte del supuesto equivocado de que Jardiel es un exponente del Teatro del Absurdo y por lo tanto la explicación que hace en el desenlace no es compatible con su poética. Sin embargo, como señala Gallud, Jardiel no hace un teatro en el que se apueste por lo absurdo; es un teatro basado en lo inverosímil y por esta razón puede quedar explicado todo aquello que a él le convenga:

La multitud de elementos sorprendentes, raros y extravagantes en el teatro de Jardiel Poncela ha llevado a los críticos literarios a emplear la denominación de “teatro del absurdo” al referirse a su producción. Pero esto no es en absoluto preciso y sería más adecuado definirlo –y a él le gustaría más– como “teatro de lo inverosímil”. En sus obras no existen elementos absurdos per se; todo lo que sucede en ellas está plenamente explicado y justificado en el argumento (Gallud, 2001, 135).

He aquí otras voces que han limitado su adscripción al absurdo. Evangelina Jardiel afirma que su padre no deseaba que su obra dramática cayera bajo las coordenadas del teatro del absurdo, puesto que en sus títulos hay una clara apuesta por lo inverosímil y por la fantasía que, paulatinamente, conducen a situaciones razonables y racionales. Según Evangelina Jardiel,

sólo al final, en 1947, llega al teatro del absurdo, con Como mejor están las rubias es con patatas, de pura línea ionescana, aunque Ionesco aún estaba por hacer acto de presencia en el panorama teatral. Quizá fue esto lo que hizo decir al autor rumano cuando visitó España que no perdonaba a un país que, teniendo a un escritor como Jardiel Poncela, no le supiera valorar.

Julián Marías también se hace eco de estas opiniones al declarar que el absurdo en Jardiel queda plenamente explicado; de esto se concluye que, si todo cae bajo el control de lo racional, carece de sentido hablar del absurdo: “El acierto enorme de Jardiel Poncela es que cuando introduce un elemento absurdo no pierde el sentido, lo conserva. Esta es la locura, pero con libertad vigilada” (Marías, 2002, 103).

Josep Lluís Sirera califica el teatro de Jardiel de “aparentemente absurdo” (Sirera, 1995, 99). Reticente también se muestra Conde Guerri al limitar la afirmación de que Jardiel sea un precursor del teatro del absurdo, puesto que la situación marginal “desacredita la inclusión de Jardiel dentro de una dramática del absurdo, pues su obra carece fundamentalmente de una intencionalidad dialéctica que abra la estructura hacia nuevas formas de expresión” (Conde, 1984, 77).

Ahora bien: ¿qué es el teatro de Jardiel Poncela? ¿Dónde cabe situarlo? Pues, como señala Haro Tecglen, en la encrucijada entre lo inverosímil y lo absurdo:

Pronto, después de él, o a partir de él, el teatro iba a dar un paso más y adoptar la postura del absurdo: vivimos en un mundo sin razón y sin márgenes, sin límites. Jardiel había hecho un esfuerzo titánico, el que corresponde a un escritor responsable en una época de cambio cuando el cambio le agarra por su propio eje: tratar de soldar el mundo anterior con el siguiente. Por eso daba a sus comedias toda la inverosimilitud que veía en torno suyo: un mundo deshecho, estrafalario, increíble. Pero aferrándose a explicarlo, a darle sentido, a justificar. [...] Pero tenía razón Jardiel Poncela: escribía para la época que le había tocado vivir. Él tenía una necesidad pública de justificar, de explicar, de reiterar incluso las aclaraciones. Se decía que sus terceros actos eran malos y se analizaba poco por qué: porque era el acto del desenlace, el acto en el que había que cuadrar la disparatada cuenta planteada en los dos anteriores (Haro, 1984).

Marco Kunz afirma que, a veces, el humor del Jardiel raya en el sinsentido, en el nonsense, en el absurdo, herencia indiscutible del cine de la época. Ahora bien, Kunz matiza esta afirmación al sostener que el absurdo puro es inexistente en Jardiel:

Ahora bien, el absurdo puro, entendido como ausencia de sentido, es casi inexistente, no sólo en la obra de Jardiel, sino creo que en toda la literatura, pues en el contrasentido más extravagante siempre quedan residuos de sentido, más aún, lo que se considera como absurdo frecuentemente cumple la función de revelar las fallas inmanentes en lo que creemos lógico, racional, normal, sin cuestionarlo por mera costumbre y/o inercia mental (Kunz, 2011, 168).

Monserrat Alás-Brun se sitúa también en el marco de esta polémica al afirmar que la obra de Jardiel y Mihura –a la que ella considera “comedia del disparate”– anuncia técnicas que más tarde serán empleadas por el teatro del absurdo. Ahora bien: esta aseveración está sometida a la matización de que la cosmovisión que rezuman las obras de nuestros dramaturgos es distinta a la que configura el imaginario de los autores del absurdo:

Lo más interesante es la coincidencia llamativa y abrumadora de técnicas empleadas posteriormente por los autores del llamado “teatro del absurdo”, que permitirían considerar a estos autores como sus precursores, pero con una diferencia fundamental en cuanto al alcance de sus innovaciones: los representantes de la “comedia del disparate” no participan de la visión filosófica de los autores absurdistas y no llegan a cuestionarse radicalmente sus planteamientos existenciales, o al menos no lo manifiestan en sus obras teatrales7 (Alás-Brun, 1999, 287-288).

La revolución de Jardiel no iba encaminada hacia la búsqueda del absurdo. En efecto, Jardiel no pretende romper con las leyes lógicas ni generar malestar en el lector. A lo sumo desea conseguir que a través de su teatro se abra una puerta a la ensoñación, a lo inverosímil y esto poco tiene que ver con la descoyuntada apuesta de Ionesco y de otros. Si optase por lo absurdo, su público no reiría, se sorprendería y se sentiría objeto de una provocación. Jardiel no explicaría nada si lo absurdo fuera su objetivo: todo queda racionalmente corroborado.

Por lo tanto, la apuesta por lo inverosímil condiciona la explicación final, explicación exigida por la necesidad de acercamiento a un público que necesita que se le ofrezca un final consolador. Esto, que sería imperdonable en un autor del absurdo, no lo es en Jardiel.

Ahora bien: en un examen detenido de los desenlaces de ciertos títulos se observa una falta de explicación racional. Esta circunstancia ya fue apreciada por Alfredo Marqueríe quien emite el siguiente juicio en el que, a propósito de El pañuelo de la Dama errante, se afirma que no todo puede quedar clarificado al final de la obra, puesto que lo inverosímil carece de una solución racional:

Y aunque al llegar al desenlace el autor explique de un modo natural y lógico “casi” todos los sucesos de la obra, deja deliberadamente ese “casi” –el que afecta a la personalidad fantástica de “La Dama”– justamente porque, una vez más, ha querido en su teatro abrir ventanas a lo imposible y vivificar la escena con el oreo de lo imaginario, de lo que no es realidad lisa y llana, a ras de tierra, sino invento lleno de ilusión y de gracia (Marqueríe, 2006, 114-115).

En Los habitantes de la casa deshabitada –magnífico ejemplo de construcción y de mantenimiento de la intriga– quedan cabos sueltos: la identidad de algunos supuestos fantasmas queda sin descubrir y sin explicación racional [Fig. 5]. Hay que añadir que Blanca por fuera y Rosa por dentro, a pesar de que su desenlace es feliz y acorde con lo esperado, deja sin resolver el misterio de la supuesta aparición del rostro femenino que asusta al maquinista provocando el accidente. Nada concluyente se afirma al respecto, quedando este punto en suspenso [Fig. 6].



1 Alejandra y Mariano, un matrimonio a punto del divorcio, resuelven sus diferencias felizmente sin llegar a la destrucción de su relación conyugal. Alejandra, al final, se da cuenta de que su marido no es ni vulgar ni grosero; además, ante la posibilidad de su pérdida, ella experimenta la necesidad de estar junto a él admitiendo que al pensar en el divorcio lo hacía de forma irreflexiva.

2 En esta obra, Hortensia y Abelardo, dos prometidos que están a punto de casarse, ven peligrar su matrimonio porque Abelardo duda de la honestidad de su prometida. El causante de la mancha en la honra de Hortensia es el Sr. García, un personaje curioso que ha entrado por error en su casa creyendo que es la vivienda de su amada Delfina, con la que tiene un hijo. El Sr. García decide suicidarse porque Delfina se va a casar con Mirabeau. Al final, todo se aclara: Hortensia y Abelardo se reconcilian; Delfina y el Sr. García, también. La obra presenta algunos aciertos, como la vuelta a la vida del supuesto suicida, la ingesta exagerada de agua, el chiste disparatado que cuenta Mirabeau y que provoca la hilaridad general. También hay espacio para la parodia irreverente del padrenuestro.

3 En esta comedia, Fernanda, esposa de Eduardo, mantiene una relación extramatrimonial decente con Federico. El marido no burlado descubre que, tras esa aventura, su mujer le profesa una encubierta adoración; Federico, por su parte, cree que Fernanda sigue enamorada de su marido. Esto le provoca una depresión mientras que Eduardo, compadeciendo el destino de este amante burlado, se deshace en atenciones evitándole cualquier tipo de sufrimiento. Con el fin de sanar a los adúlteros, el doctor Cumberri, un personaje despistadísimo, decide internarlos en su sanatorio convencido de que el adulterio es provocado por un microbio. La terapia consiste en separar al matrimonio aislando a Eduardo de su mujer y haciendo que esta conviva con Federico. De esta forma, al verse todos los días, Fernanda y Federico acaban aborreciéndose, mientras que la feliz mujer desea estar con su marido. Al final de la comedia, al matrimonio, ya recuperada totalmente Fernanda, le aguarda una prueba más: hay que averiguar si la pasión carnal sigue viva. Para ello, Cumberri insta a Eduardo Bernal a que pase la noche con su mujer con el ánimo de revivir la luna de miel. Pero la mala fortuna se cierne sobre Bernal puesto que, por despiste del doctor, pasa la noche en compañía de una ayudante de Cumberri. Al día siguiente, Fernanda, enterada de lo ocurrido, le recrimina a su marido lo que ha hecho. Él, por su parte, argumenta en su favor que fue un despiste y que es mejor olvidar el mal trago. Además, esta aventura, que no ha sido planeada a priori, debe servirle a Fernanda de escarmiento por lo que ha hecho sufrir a su marido. En esta conclusión se hacen explícitos dos mensajes que salvaguardan lo esperado convirtiendo el remate final en un desenlace consolador: el comportamiento de Eduardo encuentra justificación y la virtud de la mujer queda a salvo por no cometer adulterio.

4 Esta comedia se inicia con un planteamiento inverosímil: Isabel se enamora por separado y sin conocer el parentesco que los une, de Gerardo, Federico y Mariano –padre e hijos, respectivamente, miembros de la misma familia, por lo tanto–. Con los tres se compromete sin ser consciente del problema que ha generado hasta que se percata de lo sucedido. Acompañada de Mariano, Isabel acude a dar una explicación a sus prometidos admitiendo que ama a los tres por igual. Destrozada, planea marcharse pero Gerardo, renunciando a ella, afirma que debe elegir a uno de sus hijos como marido. Éstos, a su vez, ante tan noble actitud, se sacrifican también en favor de su padre alegando que no son un buen partido. Es tanto el amor y el cariño que el padre y los hijos se profesan mutuamente que, por no perjudicarse, son capaces de formalizar un compromiso matrimonial con Tula, Heliodora y Sofía, las hijas anodinas de Santa, una mujer que durante toda su vida ha añorado casar a estas tres hijas con la familia de Gerardo. De nuevo comienzan los problemas: Isabel y Guadalupe, la hermana de Gerardo, conscientes de que este sacrificio los llevará a la ruina, planean una estratagema que ponga fin a esta locura. Para ello cuentan con el apoyo de los exnovios despechados de las hijas de Santa, ahora cesantes. Pero estos no son capaces de reclamar a sus antiguas prometidas y los planes para poner fin a estas bodas fracasan. La solución más efectiva parece venir de la mano de Silvio, uno de los novios despechados. Éste se ha enamorado de Isabel. Gerardo, Federico y Mariano descubren en esta circunstancia la solución definitiva. Aprovechando la coyuntura, apoyan a Silvio en su declaración de amor a Isabel. Silvio, además, le hacer ver a ésta que su amor por Gerardo, Federico y Mariano no tiene fundamento. De esta forma se llega a un final feliz y consolador: Gerardo y sus hijos estarán siempre juntos e Isabel será feliz con Silvio.

5 Manolina se casa por poderes con Rodolfo. Sin embargo este matrimonio está destinado al fracaso al descubrir la protagonista que su marido vive unido a su hermano siamés Adolfo. Con el fin de salvar la relación, ambos optan por transformar su matrimonio en una relación casta y romántica, pero este plan se va al traste ya que Manolina no puede soportar la presencia de Adolfo que, unido a su hermano, es un estorbo para su intimidad. La solución definitiva se halla en separar quirúrgicamente a ambos hermanos. Una vez separados, Adolfo se da a la bebida y al libertinaje, sufriendo su hermano Rodolfo las consecuencias de tal comportamiento debido a que éste experimenta la vida desarreglada del otro. Con el fin de separarlos espiritualmente de forma definitiva, se les somete a una sugestión mental a fin de destruir los reflejos que ligan a los siameses; al final, esta solución es la adecuada. La obra, por lo tanto, acaba bien, haciendo uso del típico desenlace consolador.

El motivo de los hermanos siameses le ofrece a Jardiel un cúmulo de situaciones cómicas que provocan la hilaridad del público: los hermanos que hablan a la vez o quitándose el uno al otro la palabra, el hecho de que el golpe propinado a uno de ellos lo sufre el otro, las conversaciones mantenidas a medias, etc. Los contenidos morales quedan salvaguardados: la institución matrimonial se respeta y se condena la práctica del suicidio.

6 Daniel, un ladrón que gracias al amor ha abandonado su antigua vida, se casa con Herminia, volviéndose una persona honrada. Sin embargo, los conocidos que rodean a su mujer y sus familiares tejen una intriga criminal en torno a ella en la que está en juego su herencia. Tras un intrincado y rocambolesco enredo que se extiende hasta casi el final de la comedia, se vislumbra el desenlace consolador: Díaz, el asesino de Andrea y verdadero padre de Herminia, acaba abatido; los perversos planes de Felipe y Germana, fingidos padres de Herminia que se apropian indebidamente de la herencia de esta, son descubiertos; la verdadera madre de Herminia, Teresa, se reencuentra con su hija; el crimen de Andrea es resuelto y los ladrones, al final, son glorificados. Es una comedia donde se dan cita las intrigas, las verdades a medias, los engaños, los personajes que parecen lo que no son, multitud de personajes, etc. La tensión que este juego crea en el público ha de cesar en algún momento puesto que su mantenimiento y sostenimiento se hacen a costa de la atención de un público que necesita descansar. Por lo tanto, el desenlace, lejos de ser una solución que explica el enredo de forma gratuita, es una necesidad que reclama el espectador agotado de tanta tensión. Además, que este final consolador se produzca de forma rápida se debe a que la comedia, al llegar a su fin, exige la solución. El problema no reside tanto en que este desenlace se ventile con celeridad como en que la intriga se extienda hasta casi el final de la comedia. Si se agota gran parte del desarrollo de la comedia en la exposición de la intriga, es evidente que el desenlace ha de ocupar poco espacio.

7 Esta comedia del disparate es la tercera tendencia del teatro en los 40. Se trata de una corriente renovadora iniciada antes de la Guerra Civil. Sus cultivadores presentan estos rasgos comunes: afinidad con la vanguardia, conocimiento de las nuevas tendencias humorísticas europeas, conexión con el cine, apuesta por el antirrealismo, rechazo de los valores burgueses y participación en revistas de humor durante los años 20 y 30.

 

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