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NúM 6
7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
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7.10 · VIZCAÍNO, Juan Antonio, Adela Escartín. Mito y rito de una actriz. Madrid, Fundamentos, “Monografías Resad” (2 vols.), 2015, 529 págs.


Julio E. Checa Puerta
 

 

Portada del libro


VIZCAÍNO, Juan Antonio, Adela Escartín. Mito y rito de una actriz. Madrid, Fundamentos, “Monografías Resad” (2 vols.), 2015, 529 págs.

Julio E. Checa Puerta
Universidad Carlos III


La publicación de los dos volúmenes que nos ofrece Juan A. Vizcaíno, dedicados a repasar la trayectoria vital y profesional de Adela Escartín, representan mucho más que un emotivo ejercicio de memoria consagrado a una de las mujeres más interesantes de la escena cubana y española del siglo XX; también suponen un acto de justicia hacia quien fuera la maestra de varias promociones de profesionales formados a ambos lados del Atlántico. Además, la lectura de estas más de quinientas páginas, escritas de manera ejemplar y acompañadas de abundante material fotográfico y documental, nos permiten acceder a una jugosa información sobre múltiples aspectos y circunstancias del trabajo actoral en sistemas artísticos tan diferentes como el cubano y el español, en sus correspondientes contextos.

Hablar de la ejemplaridad de la escritura de estos volúmenes tiene que ver tanto con el buen pulso narrativo del relato, como con la capacidad del autor para brindarnos un rico y emotivo perfil de la persona, una valiosa aproximación a la trayectoria profesional de la artista, desde una acertada distancia que evita por igual la pulcra objetividad del cronista y la empalagosa idealización del hagiógrafo. Prueba de ello será la significativa casi ausencia de “chismes”, el hábil manejo y contraste de las voces y la habilidad de Juan A. Vizcaíno para trasmitir una imagen muy humana de la persona y muy artística del personaje, mostradas las dos dimensiones en sus virtudes y en sus defectos, que no se escamotean a los lectores y que resulta fácil adivinar, a menudo, entre líneas.

En un sistema cultural como el español, tan dado a los homenajes tardíos, cuando no al olvido o al ninguneo ‒“actuar es como escribir en la arena y en el agua”‒, y tan necesitado de reconocer y valorar los magisterios, la lectura de estas páginas nos ayuda a ponderar mejor, mito y rito, la memorable contribución de una excelente artista que probablemente dio lo mejor de sí misma a lo largo de una extensa y, a menudo, infructuosa carrera, dejando un legado que no merece ser ignorado por las siguientes generaciones, especialmente en un medio expresivo tan efímero como el del teatro. Sin duda, la aparición de esta peculiar biografía, que “pretende ser un antídoto contra el olvido de una primera actriz tan desconocida en su propio país”, es la mejor prueba del impacto y de la vigencia de la labor artística de Adela Escartín. Los dos volúmenes que se nos ofrecen tienen la virtud de mostrarnos el inicio, desarrollo y declive de una larga carrera profesional dedicada al arte de la interpretación en toda su extensión, pero también nos ayudan a entender mejor diferentes aspectos referidos a los variados y cambiantes contextos en que esta carrera se desarrolló: el teatro español de los años treinta, el ambiente teatral en la Nueva York de posguerra, el sistema teatral en Cuba, antes y después de la Revolución, las diferencias del trabajo interpretativo en diferentes medios –teatro, cine, televisión–, o, no menos importante, la necesidad casi trascendente formarse continuamente y, sobre todo, de trasmitir los legados profesionales y personales.

Como bien explica Juan A. Vizcaíno al comienzo de su trabajo, dos fueron las condiciones impuestas por la protagonista del relato: evitar el uso de reproductores y autorizar la publicación exclusivamente después de su fallecimiento. Con independencia de cuáles pudieran ser exactamente los porqués que justificaban ambas decisiones, cabe decir con respecto a la primera que, muy probablemente, el tono directo, fresco, poco impostado del testimonio de Adela Escartín, así como las oportunas apostillas del biógrafo, le deben mucho a esta elección, que aleja los comentarios de unas “declaraciones” ordenadas y estructuradas en exceso y los acerca más al relato cómplice que se establece en una conversación entre amigos. Es verdad que eso puede provocar que se incurra en alguna que otra repetición, pero lejos de convertirse en un problema de estilo, lo convierte en un elemento más para reflexionar sobre la información subliminal que esas redundancias nos facilitan sobre el personaje. Por lo que se refiere a la fecha de la publicación, no deja de llamar la atención que sea difícil encontrar en todas estas páginas algún ataque, alguna pequeña venganza o ajuste de cuentas hacia personas o instituciones, lo que hubiera explicado mejor la prudencia para imponer una publicación póstuma. Es posible leer, naturalmente, algunos comentarios negativos sobre diferentes artistas con los que Adela Escartín trabajó a lo largo de su carrera, pero es difícil detectar en ellos algo más que una opinión espontánea sobre aspectos profesionales o artísticos. Ni hay ensañamiento, ni abunda en exceso en la crítica. Más bien, pareciera que la diva vierte los comentarios ácidos con algunos personajes con la elegancia que le permite saberse muy segura de su condición y conjurando la posibilidad de que una mayor saña pudiera poner a estos otros colegas a la altura profesional o personal, según los casos, que ella reconoce para sí.

Por lo demás, una lectura somera y un repaso a los nombres que aparecen en esta biografía bastarían para hacer un interesante recorrido por el teatro del siglo XX a ambos lados del Atlántico, e incluso para adquirir una idea muy aproximada del personaje; pero una lectura atenta nos deja claves fundamentales sobre la persona y su manera de entender el arte de la interpretación. Hay mucha teoría teatral en esta obra. Dejando que quienes se acerquen a estas páginas extraigan sus propias conclusiones, es difícil resistirse a enumerar siquiera algunas de las impresiones que me ha provocado la lectura de esta biografía. En primer lugar, se puede reconocer la posibilidad de que una firme voluntad artística y una extraordinaria fragilidad interna puedan convivir en una misma persona y la acompañen a lo largo de toda un vida. En cierto modo, podría decirse que interpretar es una manera de sobrevivir. Por otro lado, la vida de Adela Escartín parece haber transcurrido en un continuo proceso de aprendizaje y de adaptación al medio, aceptando, aunque a regañadientes, los diferentes cambios que la vida le fue proponiendo. Seguramente así se explica su recorrido continuado por escuelas, países o medios expresivos y su capacidad para encontrar la manera de llevar adelante, con altibajos, una vocación artística. Además, sus reflexiones sobre la profesión teatral revelan dos aspectos especialmente llamativos y, al mismo tiempo, complementarios, a saber, la sabiduría que ofrece una mirada interior honesta y la necesidad de prestar atención a todo aquello que sucede fuera de uno mismo. Así se explican, en mi opinión, la firmeza de sus convicciones artísticas y su magnífica información sobre lo que estaba ocurriendo en el teatro occidental de su tiempo. Muy probablemente, ese ejercicio de introspección continua y esa curiosidad poco dogmática constituyeron la base de su quehacer artístico y personal, y le permitieron conectar con sus discípulos como únicamente los grandes maestros saber hacerlo. En este sentido, esta biografía tiene mucho también de ejemplar.

Por todo lo anterior, parecía más que justificado que una institución como la RESAD, en la que Adela Escartín trabajó como docente en los últimos años de su vida profesional, asumiera tan acertadamente la necesidad de publicar esta obra y que fuera Juan A. Vizcaíno, también profesor allí y uno de los depositarios del legado Escartín, quien aceptara el compromiso de culminar con éxito esta tarea en la que son también reconocibles las voces emocionadas de otros discípulos.

 

 

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