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NúM 6
7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
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7.3 · MANJARRÉS José de, El arte en el teatro, Madrid, Esperpento Ediciones Teatrales, 2016. Prólogo de Guillem Tarragó Valverde.


Jesús Rubio Jiménez
 

 

Portada del libro


MANJARRÉS José de, El arte en el teatro, Madrid, Esperpento Ediciones Teatrales, 2016. Prólogo de Guillem Tarragó Valverde.

Jesús Rubio Jiménez
Universidad de Zaragoza


Solo de tarde en tarde algún estudio decimonónico de estética teatral tiene la fortuna de ser reeditado. Cuando se hace, como en este caso, el lector tiene la oportunidad de comprobar que durante el siglo XIX el teatro no solo fue la diversión urbana más frecuente y mayoritaria, sino que a su alrededor se produjo una gran cantidad de literatura de todo tipo y también de reflexión estética sobre el mismo. El arte en el teatro, de José de Manjarrés y de Bofarull (Barcelona 1816-1880) es una muestra elocuente de este tipo de literatura.

Guillem Tarragó Valverde sitúa a Manjarrés en su breve “Prólogo” dentro del movimiento artístico del Nazarenismo, de fuerte impronta idealista y volcado en la recuperación de un arte supeditado al cristianismo tomando como modelos el arte medieval tardío y el renacentista, o si se prefiere concretarlo en artistas, Giotto y Rafael. Pau Milà i Fontanals fue quien introdujo a Manjarrés en este movimiento que gozó de buena consideración entre los románticos catalanes conservadores. Y de hecho José de Manjarrés sucedió a este en la cátedra de Teoría e Historia de las Bellas Artes en la Academia de Bellas Artes de Barcelona a mediados de siglo. En la base de sus reflexiones siempre permanece el planteamiento de que el arte no imita por imitar, sino para representar una idea o un sentimiento, lo que no era obstáculo para que procedieran con un positivismo cada vez más riguroso cuando se trataba de inventariar el arte del pasado. Otro asunto bien distinto era la interpretación idealista a la que lo sometían.

Manjarrés centró su interés de estudioso sobre todo en las artes plásticas, publicando tratados como Las Bellas Artes: historia de la arquitectura, la escultura y la pintura, una Teoría de las artes del dibujo o un tratado de estética: Teoría e historia de las Bellas Artes. Principios fundamentales. También obras de divulgación y guías prácticas como Arqueología cristiana, para uso de los seminarios conciliares: guía de párrocos y juntas de obra y fábrica de las iglesias. Todo ello lo convierte en un significativo historiador del arte, cuyas ideas iban a prolongarse durante años a través de los manuales escolares.

Pero el libro que aquí reseño tiene que ver con otra dedicación suya, aunque desarrollada bajo este prisma intelectual más amplio. Manjarrés fue nombrado director artístico del Teatro del Liceo cuando este se fundó y de aquí que realizara una reflexión teatral donde queda plasmada su visión del arte escénico en su dimensión artística considerando sus diferentes aspectos, desde la evolución histórica de su arquitectura y su organización moderna a la declamación. El arte en el teatro es una obra por tanto de carácter enciclopédico destinada a un público amplio, pero que proporciona una interesante visión del teatro en aquel momento para el historiador teatral o para el simple lector curioso.

El libro apareció en 1875, pero recoge la experiencia y la visión de un director artístico que llevaba viendo y aconsejando sobre teatros más de tres decenios según recuerda el mismo en las páginas “Al lector”, citando actores con los que se familiarizó con el teatro: Pedro Mate, Carlos Latorre o Joaquín Arjona. Y en estas mismas páginas recalcaba la utilidad del volumen para los aficionados al teatro, pero sobre todo –y esto hay que recalcarlo– para los propietarios de los teatros y para los empresarios. Es decir, Manjarrés era consciente del cambio en el sistema de producción teatral que había traído la liberalización de las empresas teatrales convirtiéndolo en un nuevo modo de negocio, aunque no debiera desdeñarse nunca su dimensión artística.

Manjarrés ideó y organizó su libro como un recorrido por un edificio teatral moderno: el viaje de un Curioso que va preguntando y dialogando con los diferentes responsables de esas dependencias, con lo que el viejo arte de la pregunta y la respuesta da lugar a un fluido diálogo; de este modo se organizaban también algunos manuales de declamación publicados en aquellos años. Así lo hizo, por ejemplo Julián Romea en alguno de sus escritos. A veces incluso el diálogo se amplía y complica introduciendo más de dos voces. Así en su artículo XII, referido a la declamación, incluye la “Historia de un primer actor” –tal vez Pedro Mate–, con lo que conocemos las opiniones del Curioso, el Director de escena y un Primer actor con la transcripción de su autobiografía, en la que comenta su formación y su trayectoria, dando lugar a un artículo de costumbres sobre el tipo social presentado; después realizan los tres un recorrido por los principios básicos de la declamación. Analizar el juego de voces daría lugar sin duda a un curioso trabajo que mostraría la complejidad adquirida por la producción teatral moderna y la variedad de puntos de vista desde la que se enfocaba por los diferentes profesionales que participaban en ella.

En El arte en el teatro se puede seguir el devenir de la arquitectura teatral desde los modelos históricos a lo que él llama “El teatro moderno”, cuyas dependencias describe con gran cuidado. En la edición que reseño se han reproducido las imágenes de la original, aunque no siempre con mucha fortuna: deficiente y cortada se encuentra la imagen de “Actor de la corte de Felipe IV de España (Velázquez pint. Museo Real de Madrid)” (en el original en página 30; aquí en página 36). Sin pie y cortada por la mitad, el lector se queda ayuno del verdadero contenido de la imagen creada a partir de del cuadro que Velázquez pintó de Pablo de Valladolid para el Palacio del Buen Retiro y conservado hoy en el Museo del Prado. Pertenece al grupo de retratos de bufones y hombres de placer de la corte pintados para decorar estancias secundarias o lugares de paso. Pablo de Valladolid realizaba un trabajo de loco discreto, haciendo reír con sus burlas. Con el tiempo se creó en torno a su figura la idea de que representaba a un actor célebre de su tiempo: retratado de cuerpo entero, de pie, en actitud declamatoria y situado en un espacio neutro, lo cual era muy novedoso. El pintor Édouard Manet cuando lo vio en 1865 le escribió en una carta a Henri Fantin-Latour: “Quizá el trozo de pintura más asombroso que se haya realizado jamás es el cuadro que se titula retrato de un actor célebre en tiempo de Felipe IV. Es aire lo que rodea al personaje, vestido todo él de negro y lleno de vida”. Es decir, el retrato velazqueño venía a apuntalar las reflexiones de un pintor realista moderno mientras para Manjarrés representaba una imagen de un primer actor del idealizado Siglo de Oro español. Pero, como digo, cercenada la imagen pierde todo su valor y sentido.

Y también ha desaparecido la correspondencia que Manjarrés mantuvo sobre el “coliseo” de Huesca con Valentín Carderera y otros eruditos locales oscenses, que como poco es una buena muestra de cómo los eruditos del siglo XIX recurrían a corresponsales cualificados cuando se querían documentar para escribir con solvencia, en este caso con fidelidad arqueológica sobre un edificio teatral español antiguo (las cartas en la edición original en las páginas 51 a 55).

Lamentable resulta asimismo que en la nueva edición hayan desaparecido todas las cursivas, con lo cual términos acotados técnicamente o los títulos de obras citadas se han diluido completamente, dificultando la lectura del libro.

El arte en el teatro es una obra de amena lectura que resulta muy instructiva para comprender, pongamos por caso, cambios tan importantes como la iluminación desde que comenzó la implantación de la iluminación por gas. Manjarrés diferenciaba oportunamente entre alumbrado e iluminación, reservando para esta aspectos de la producción escénica que tienen que ver con el escenario y la creación artística que estaba experimentando cambios extraordinarios en aquellos decenios.

Si se piensa en la escenografía, lo que Manjarrés llamaba la “caracterización escénica”, en su discurso se aprecia el creciente interés y defensa de la propiedad escénica que se concreta en consejos sobre cómo deben ser ambientadas las obras cuidando el país y la época donde acontecen, la categoría y clase de los personajes. Todo orientado a conseguir un efecto de veracidad –hablar de realismo en su caso es excesivo–, lo mismo que se estaba produciendo también en el arte de los actores un paso de la declamación romántica hacia formas más cercanas al realismo. Su idealismo proveniente del Nazarenismo subyace en todo su discurso pero no menos la pervivencia de una visión del teatro como “escuela de costumbres”, que suponía una supeditación de lo artístico a lo moral siempre. El arte en el teatro resulta en definitiva un interesante ensayo sobre el momento de transición de las formas teatrales románticas a las realistas, escrito por alguien que había vivido el proceso muy de cerca y con una formación estética suficiente.

Es muy de agradecer que una pequeña editorial como es Esperpento Ediciones Teatrales haya hecho el esfuerzo de poner de nuevo en manos de los lectores un libro tan olvidado como este y cuya lectura posibilita un interesante viaje al interior del teatro decimonónico, constituido el lector en un nuevo Curioso viajero. Lecturas como esta ayudan a disipar tópicos y prejuicios que se han arrastrado durante decenios de lo que fue y significó el arte escénico en el siglo XIX. En torno a él pivotaba la sociabilidad urbana y el estudio de esta resulta siempre apasionante y revelador cuando se trata de conocer cómo fue realmente aquella época.

 

 

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