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NúM 6
4. EFEMÉRIDE
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4.1 · LA REVOLUCIÓN RUSA EN LOS ESCENARIOS DE ESPAÑA (1917-1936)


Por Juan A. Ríos Carratalá
 

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El periodista Mario López Barceló publicó una entrevista a Ramón Mª. del Valle-Inclán en España Nueva, de La Habana, el 30 de noviembre de 1921. La actualidad de Rusia era por entonces un omnipresente motivo de discusión y la pregunta parecía obligatoria: “¿Qué opina usted de la revolución rusa?”. El escritor no solía recurrir a las componendas para salir del paso ante una cuestión comprometida y aprovechó la ocasión de expresarse con una rotundidad que no pasaría desapercibida: “Es la revolución más grandiosa que ha dado la humanidad y Lenin es el más grande estadista de estos tiempos”. Sentada esta valoración, Valle-Inclán la redondea con el espíritu polémico que siempre acompañó a un autor tan preocupado de perfilar su propio personaje: “Todo cuanto se dice de calamidades del régimen sovietista es una vil calumnia que se hace para desprestigiar a la gran revolución y para impedir que se propague entre la clase obrera del mundo. Se puede asegurar que, si no fuera por el bloqueo, Rusia sería el país ideal por excelencia” (Dougherty, 1983: 145).

Todavía quedaban lejos los tiempos de la participación en la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, constituida en Madrid el 11 de febrero de 1933, pero Valle-Inclán ya sorprendía con calculado efecto a quienes seguían sus entrevistas porque pocas veces defraudaban en materia de sorpresas, paradojas y provocaciones. La actualidad de Rusia llegaba a España con dificultades, pero era motivo de atención preferente en un país especialmente inestable por entonces y dividido en torno a las alianzas que se enfrentaron durante la I Guerra Mundial. El dramaturgo participó en estas polémicas entre germanófilos y aliadófilos y, en su gran fresco teatral de un Madrid convulso, incluyó varias referencias a lo sucedido en las lejanas tierras que conmovieron al mundo en tan solo diez días (John Reed).

En la escena II de Luces de bohemia (1920-1924), Don Gay Peregrino aparece en “la cueva de Zaratustra” recién venido de Londres. El “extraño” personaje es un trasunto del inquieto y novelesco Ciro Bayo, amigo personal del autor. Don Gay Peregrino ha redactado “la crónica de su vida andariega en un rancio y animado castellano”. Este bagaje se suma a la novedad de lo sucedido en la “Babilonia londinense” y pronto entabla un diálogo con Don Latino y Max Estrella acerca de las diferencias entre España e Inglaterra en lo referente al sentimiento religioso. La conclusión llega con la rapidez y la capacidad de síntesis habituales en Luces de bohemia. El viajero sentencia: “Maestro, tenemos que rehacer el concepto religioso en el arquetipo del Hombre-Dios. Hacer la Revolución Cristiana, con todas las exageraciones del Evangelio”. Las mismas ya debían parecer numerosas, pero Don Latino añade: “Son más que las del compañero Lenin”.

La frase del lazarillo guarda una sospesada ambigüedad acerca de la actitud de quien se dice compañero del líder soviético, pero Valle-Inclán en su trayectoria personal y creativa nunca pareció refractario a las exageraciones, fueran las del Evangelio o las revolucionarias por entonces en boga. La mezcla de ambas estuvo presente en otros autores, incluido el Jacinto Benavente que comentaremos más adelante, pero lo fundamental es que en fecha tan temprana Lenin apareciera en un texto que también por esta referencia se aleja de los habituales en los escenarios de aquella España. Las referencias a la actualidad en la prensa, cuando se relacionaban con problemas sociales o políticos de calado, tenían un difícil traslado a las tablas dominadas por unas compañías reacias a recrear los motivos de un presente especialmente conflictivo.

La escena IV de Luces de bohemia recrea un diálogo de la pareja protagonista con La Pisa Bien, la vendedora de lotería que “parece hermana de Romanones” por su deseo de aparentar fortuna (fig. 1). El nombre del adinerado político despierta sueños de riqueza en la mujer y Don Latino, pero Max Estrella corta por lo sano semejante quimera: “La Revolución es aquí tan fatal como en Rusia”. La contundente afirmación guarda relación con lo afirmado por el autor en la ya citada entrevista de 1921: “La revolución en España es inevitable, y será social, como en Rusia”. Puestos a sentar cátedra en materia política, Valle-Inclán se atreve a hacer previsiones en el ámbito diplomático e internacional con su habitual recurso a lo personal, arbitrario y paradójico: “el bloqueo de las naciones europeas será mucho más efectivo y, por consecuencia, la intervención, sobre todo de Francia, sería inminente. Ahora que también hay una esperanza, y es que Italia está perfectamente preparada, y estallando la revolución en España, inmediatamente estallará en Italia, por lo que Francia tendría que ver con mucho cuidado lo que haría”. El inestable equilibrio en el panorama europeo lo tenía calibrado. El dramaturgo habla como si estuviera en una tertulia, pero Valle-Inclán también prevé el futuro allende los mares: “Hay otro factor favorable para subsanar el inconveniente de la intervención francesa, y es que Francia exporta por valor de muchos millones a Centroamérica y América del Sur; si los franceses se propasan al intervenir, bastaría que el proletariado americano boicoteara las mercancías francesas para que Francia se anduviera con pies de plomo”.

La “desfachatez intelectual” de la que habla Ignacio Sánchez-Cuenca (2016) al estudiar las actuales intervenciones políticas de algunos literatos que colaboran en la prensa tiene ilustres precedentes. Valle-Inclán imagina un panorama internacional en torno al movimiento revolucionario de los soviéticos que, por su redondez y sencillez, fascina al lector, aunque sea ficticio por carencia de una información mínimamente rigurosa. La consiguiente crítica resulta fácil desde nuestra perspectiva. No obstante, lo singular es el deseo de incorporar este marco de referencias a una obra tan porosa a la realidad de su tiempo como inviable en los estrechos escenarios de la época.

La escena sexta de Luces de bohemia tiene lugar en el calabozo donde coinciden Max Estrella y el preso catalán que esa misma noche va a sufrir la “ley de fugas” (fig. 2). El protagonista se presenta como “el dolor de un mal sueño” y su compañero es un paria cuyo ideal revolucionario queda cifrado en “la destrucción de la riqueza, como en Rusia”. El obrero habla de la Cataluña donde se ha enfrentado a los empresarios, pero su referencia es un país que imagina acorde con sus sueños de proletario provisto de una conciencia de clase capaz de llevarle al sacrificio. Max Estrella no le contradice. Ni siquiera se atreve a opinar al respecto. Tal vez porque prevalece la inminencia de la muerte de un hombre de tan solo treinta años y “tachado de rebelde”. En tales circunstancias, la protesta del protagonista contra “la barbarie ibérica”, la de los ricos y los pobres, se convierte en un manifiesto del teatro imposible en la España del general Primo de Rivera.

 

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