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NúM 6
7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
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7.1 · VALLE-INCLÁN, Ramón del, Luces de bohemia. Edición de Francisco Caudet, Madrid, Cátedra, 2017, 460 págs. (Letras Hispánicas, 771)


Por Fernando Doménech Rico
 

 

Ilustración


VALLE-INCLÁN, Ramón del, Luces de bohemia. Edición de Francisco Caudet, Madrid, Cátedra, 2017, 460 págs. (Letras Hispánicas, 771)

Fernando Doménech Rico
Real Escuela Superior de Arte Dramático / Instituto del Teatro de Madrid

 

Como era de esperar, el ingreso de la obra de Valle-Inclán en el dominio público, tras cumplirse ochenta años de su muerte, ha supuesto la aparición de nuevas ediciones de sus obras fundamentales. Es cierto que hacía falta que obras como Luces de bohemia, considerada por tantos críticos como la pieza teatral más importante de las escritas en España en el siglo XX, tuvieran cabida en colecciones como Letras Hispánicas, de la editorial Cátedra, que hasta el momento solo había publicado alguna de sus obras narrativas. Lo hace, finalmente, en la que está llamada a ser la nueva edición de referencia para todos los estudiosos del teatro de don Ramón, debida al profesor Francisco Caudet. Se trata de una edición muy amplia, anotada con toda minucia, con la precisión que confiere el trabajo largamente elaborado a lo largo de muchos años, como sin duda es el caso que aquí reseñamos. Caudet no solamente aclara el texto hasta en sus mínimos detalles, sino que aporta gran cantidad de otros textos del propio Valle-Inclán o de sus contemporáneos que vienen a dar nueva luz a muchas de las situaciones vividas por los personajes de ese “Madrid absurdo, brillante y hambriento”. El lenguaje creado por Valle-Inclán para Max Estrella, Don Latino y sus compañeros de tablas, que supone una notable dificultad para el lector actual, resulta aquí cristalino gracias a la tradición hermenéutica de muchos años y muchos estudiosos, tradición que recoge y amplía con extraordinaria brillantez el profesor Caudet. Véanse, por ejemplo, la nota 2201, dedicada al “Enano de la Venta”, personajillo citado por los modernistas en la Escena Cuarta, y que el editor identifica con un tipo burlesco retratado por Manuel del Palacio en un poema de 1870; la nota 380, dedicada al grito “¡Viva la bagatela!”, citado por el redactor Don Filiberto, que, como documenta ampliamente Caudet, es una alusión a Azorín ; o, finalmente, la nota 289, en la cual aporta un texto de Javier Ruiz Almansa sobre el caciquismo publicada en la revista España en 1922.  

La introducción, que dobla en extensión al texto (son casi trescientas páginas por ciento cincuenta de Luces ) es en sí misma un estudio de extraordinario interés, que merecería publicarse independiente como uno de los trabajos más incisivos sobre la obra de Valle-Inclán. El profesor Caudet ha recogido y comentado por extenso muchos de los mejores estudios realizados sobre Luces de bohemia y su contexto, desde los muy tempranos de Rivas Cherif (1924), William Drake (1927) o Pedro Salinas (1947) hasta las últimas aportaciones de Wolfgang Kayser (2010) o José Esteban (2014). A estos, como en las notas al texto, hay que añadir los numerosos contemporáneos de Valle (Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo…) que ilustran acerca de muy diferentes aspectos de la España de la época: la bohemia, el caciquismo, la injerencia de los militares en la política, etc. El resultado es un completísimo estudio acerca de la obra valleinclaniana como espejo de un mundo esperpéntico que viene a ser el de las primeras décadas del siglo XX español, ya que Caudet se coloca entre los que defienden el carácter comprometido de la obra de Valle frente a los que resaltan sus componentes estéticos. En este sentido, estamos ante una briosa reivindicación de la obra como instrumento de denuncia social. Porque el estudio está escrito con brío, y además con gracia, con desparpajo y unas gotas de humor tomadas, sin duda, del autor gallego. Un estudio que se lee con tanto placer como provecho. La edición, como es norma en Cátedra, es impecable.

Hay, no obstante, algunos aspectos negativos que pueden restarle el valor que merece por muchos conceptos. El principal es que, en la defensa de su visión de la obra de Valle-Inclán, el profesor Caudet pasa a menudo al ataque contra otras visiones distintas, aunque quizás no totalmente contrarias de la suya. El editor es un firme defensor de que el esperpento es una forma de arte comprometida con la realidad social, un ataque contra una sociedad –la española– que no admitía otra cosa que la demolición de todas sus mitologías a través del discurso violentamente grotesco que está en la base de la obra de Valle. Es esta una visión defendida por numerosos estudiosos del autor gallego, y entre ellos hay que recordar a Ricardo Doménech, a Rodolfo Cardona y Anthony Zahareas, a Ildefonso Manuel Gil… Sin embargo, al colocarse en esta posición, Caudet rechaza cualquier intento de resaltar lo que tiene la obra valleinclanesca –y tiene mucho– de experimento formal, de búsqueda de nuevas formas de expresión que puedan dar cuenta de la realidad española de su tiempo.

Así, aunque lo cita con elogio en una nota, apenas se comenta el excelente libro de Jesús Rubio, Valle-Inclán, caricaturista moderno, y –lo que es más grave– ni siquiera se hace referencia a la obra fundamental de Zamora Vicente, La realidad esperpéntica. De este modo, la relación de Valle-Inclán con el mundo de la parodia, que tan bien ha retratado Zamora Vicente, ha desaparecido de la introducción y, por extensión, de toda la edición de Francisco Caudet. Y es que la impresión que le queda al perplejo lector es que hay mucho de ajuste de cuentas personal entre el editor y algunos de los estudiosos de la obra de Valle. Concretamente, la inquina contra Zamora Vicente es evidente en algunas páginas de su introducción, como puede comprobarse en la diatriba contra Zamora Vicente y contra Azorín en las páginas 179-182.

Dejemos sentado que cada editor tiene el derecho –e incluso el deber– de defender una lectura personal de las obras que edita. Que incluso tiene la potestad de resaltar aquellos otros autores que apoyan su postura frente a los que tienen una opinión distinta. Pero es dudoso que tenga la facultad de ocultar al lector las obras de autores que han escrito con otra mirada sobre la obra que está estudiando. En este sentido, carece de justificación que en la Bibliografía no figure un estudio básico para la interpretación de Luces de bohemia, como es La realidad esperpéntica, de Alonso Zamora Vicente, y en cambio aparezca el discurso de ingreso en la Real Academia Española de este mismo estudioso atribuido a dos autores distintos, uno de ellos el propio Zamora Vicente, Alonso (alfabetizado correctamente en la Z) y el otro un desconocido Alonso Zamora, Vicente (alfabetizado en la A).

Pero hay una falta aún más sensible para quienes consideramos el teatro no solo como texto dramático, y es el que no haya una parte del estudio dedicada a la fortuna escénica de Luces de bohemia. Esto, que debería ser norma para todas las obras teatrales, lo es con mayor razón para la obra de Valle-Inclán, ya que es una cuestión que llevó aparejada una polémica sobre su carácter de obra representable. Entre los críticos que consideran que es una bella obra literaria ajena al arte escénico, como Risco, Sender o Díaz-Plaja, y los que han defendido siempre su carácter de obra teatral, como es el caso de Ricardo Doménech, alrededor de Luces de bohemia se ha producido un debate que es, a fin de cuentas, el de los límites de la representación, nada más y nada menos que el problema fundamental que se ha planteado en el siglo XX a propósito del teatro. Hoy día, en que casi cada año se presenta una nueva versión escénica de la obra valleinclaniana, la polémica puede haberse acallado, pero la historia de su difícil acceso a las tablas (¡cincuenta años después de ser escrita!) daría una idea muy clara de las limitaciones del teatro español para dar cabida dentro de sus estrechas paredes a las mejores obras producidas por ingenios como don Ramón del Valle-Inclán.



1 Las notas de la Introducción y del texto tienen numeración independiente.

 

 

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