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NúM 6
7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
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7.6 · RÍOS CARRATALÁ, Juan A., Nos vemos en Chicote. Imágenes del cinismo y el silencio en la cultura franquista, Sevilla, Renacimiento, 2015, 316 págs. (Los cuatro vientos, 94)


Por Fernando Doménech Rico
 

 

Ilustración


RÍOS CARRATALÁ, Juan A., Nos vemos en Chicote. Imágenes del cinismo y el silencio en la cultura franquista, Sevilla, Renacimiento, 2015, 316 págs. (Los cuatro vientos, 94)

Fernando Doménech Rico
Real Escuela Superior de Arte Dramático / Instituto del Teatro de Madrid

 

De humoristas, canallas y coctelería.

“En Chicote un agasajo postinero / con la crema de la intelectualidad” cantaba Agustín Lara en los años cuarenta, cuando pensaba hacer a María Félix emperatriz de Lavapiés. Y sin duda, entre piropos retrecheros y baños en vinillo de Jerez, irían al bar de Perico Chicote, en plena Gran Vía, para reír y tomar uno de sus famosos cócteles con la crema de la intelectualidad franquista.

Quienes tenían, en cambio, pocos motivos para reír y muy pocas posibilidades de pasar un rato alcohólico-intelectual fueron los periodistas, poetas y dramaturgos que habían sido fieles al gobierno de la República y que desde el día de la Victoria tuvieron que enfrentarse al Juzgado Especial de Prensa que, para tener mejor acceso a las pruebas impresas en los periódicos leales, se había instalado en la Palacio de la Prensa, en la cercana Plaza del Callao.

Juan Antonio Ríos Carratalá, uno de los mayores especialistas en la llamada “otra Generación del 27”, que ha dedicado muchos años a estudiar a los humoristas de aquellos años, ha encontrado un insospechado lazo de unión entre esos dos mundos, entre el humor y la represión, entre el cóctel y el paredón, entre Chicote y la cárcel de Porlier. En 1939, para ejercer como titular del Juzgado Especial de Prensa, fue nombrado un oscuro juez de provincias, Manuel Martínez Gargallo, destinado por entonces en el juzgado de Tuy. Para que los procesos fuesen más rápidos y se constituyesen como consejos de guerra, se le nombró con carácter provisional capitán del Cuerpo Jurídico Militar. A su lado, como fiscal, se nombró a Juan Pérez de la Ossa, al que también se le dio un nombramiento provisional en el ejército.

Lo asombroso es que Manuel Martínez Gargallo era un conocido humorista, amigo de Jardiel Poncela y César González Ruano, que en los años anteriores a la Guerra Civil, bajo el seudónimo de Manuel Lázaro, había colaborado en revistas como Buen Humor, donde publicaba hilarantes historias sobre un viajero al que le robaron el bazo en el tranvía o sobre hipopótamos que querían aprender chino. Cuando en 1931 sacó las oposiciones de juez y fue destinado a un pueblo de la provincia de Palencia, recibió numerosos parabienes de sus compañeros de la prensa. Cuando algunos de ellos lo volvieron a ver en 1939, eran los acusados ante el Juzgado Especial de Prensa y su antiguo amigo se encargaba de la instrucción de su caso sin ninguna gota de humorismo ni benevolencia.

Manuel Martínez Gargallo y Juan Pérez de la Ossa se encargaban de los delitos de prensa, pero en aquellos tiempos el teatro tenía tal importancia que era raro el periodista que de una forma u otra no se hubiera dedicado a las tablas. Y hacer teatro en Madrid durante la guerra podía ser motivo de una petición de penas muy altas. Martínez Gargallo pidió la pena de muerte para su amigo Diego San José por haber refundido Fuente Ovejuna, de Lope de Vega, para ser representada en el Teatro Ascaso de Madrid en 1938. Finalmente se le conmutó la pena de muerte por treinta años de reclusión: de su paso por cárceles y de su libertad vigilada dejó Diego San José testimonio escrito en De cárcel en cárcel, que Juan Antonio Ríos ha editado en 2016, en la Biblioteca de la Memoria de la editorial Renacimiento.

Más suerte tuvo Serafín Adame, el íntimo amigo de Enrique Jardiel Poncela durante su primera juventud, cuando ambos comediógrafos, bajo el seudónimo de Serafín y Joaquín Álvarez Tintero, escribieron juntos una decena de obras teatrales que después Jardiel repudió. Adame fue director de la revista Cosmópolis, en la que colaboró Martínez Gargallo, y durante la guerra se encargó de la crítica teatral en el incautado ABC de Madrid. Condenado a treinta años de reclusión mayor por tales delitos, cumplió solamente seis y al cabo del tiempo pudo reincorporarse a la actividad periodística. No le sucedió lo mismo al poeta y dramaturgo Miguel Hernández, condenado gracias a la minuciosa instrucción de Martínez Gargallo, quien se opuso tenazmente a las peticiones de reducción de pena hasta que el poeta murió en la cárcel.

Son varios los casos en que las actividades del juez humorista exhumadas por Juan Antonio Ríos tocan el mundo del teatro: la denuncia del famoso libretista de zarzuela Federico Romero contra Joaquín Dicenta (hijo) por haber creado un “sindicato marxista” encuadrado en la UGT para sustituir a la SGAE en la defensa de los derechos de autor de músicos y dramaturgos. O la detención de la reina del Paralelo Carmelita Aubert a su paso por Madrid en 1944.

Juan Antonio Ríos Carratalá ha escrito un libro absolutamente riguroso, basado en las informaciones de la prensa y de los archivos que hoy en día pueden consultarse, como él mismo dice, “a golpe de un clic”. Y lo ha escrito con la ironía que le caracteriza. Pero en este caso es bien visible la amargura, que él no trata de ocultar y que se le transmite al desprevenido lector, que pasa del asombro a la indignación. La lectura de Nos vemos en Chicote es un viaje al fondo del cinismo llevado de la mano de un narrador minucioso que no deja títere con cabeza. Como bien explica en varias ocasiones, la represión necesita cómplices y ejecutores, y estos se encuentran con facilidad cuando se quieren hacer méritos en el cuerpo y subir en el escalafón.

Libro imprescindible, necesario en un momento en que se reivindica la memoria de las víctimas. También es necesario saber quiénes fueron los verdugos.

 

 

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