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NúM 6
7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
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7.11 · 22 monólogos de cuento, prólogo de Virtudes Serrano, Madrid, Esperpento Ediciones Teatrales, 2017.


Por José Manuel Vidal Ortuño
 

 

Ilustración


22 monólogos de cuento, prólogo de Virtudes Serrano, Madrid, Esperpento Ediciones Teatrales, 2017.

José Manuel Vidal Ortuño

 

22 monólogos de cuento es, como su mismo título indica, una colección de soliloquios dramáticos que proceden de otros tantos textos narrativos, especialmente relatos breves. Se trata de una idea de Fernando Olaya, director de Esperpento Ediciones Teatrales, quien, además, participa en esta antología con una acertada adaptación del cuento de Luigi Pirandello La salida del sol. El interesante estudio preliminar es de Virtudes Serrano, investigadora teatral y gran conocedora de las últimas corrientes del teatro español contemporáneo.

Las relaciones entre teatro y narración no son nuevas, y así nos los recuerda la profesora Serrano en el prólogo. En los trasvases de un género a otro resulta significativo el caso de Galdós, autor de novelas dialogadas –pensemos en El abuelo– y adaptador asimismo de algunas de las suyas, más narrativas, al teatro –como Misericordia–. O el más reciente ejemplo de Antonio Buero Vallejo, que siente la tradición como algo capaz de ser actualizado. No se nos olvida, incluso, el fin pedagógico de ciertas adaptaciones teatrales, como el que guió a Alejandro Casona a la hora de escribir su Retablo jovial. Ni que el cuento dialogado, como algunos de los que encontramos en el primer Azorín, llegara a ser una verdadera moda finisecular, según la investigadora Ángeles Ezama Gil. Que las transformaciones de textos narrativos a teatro es una tendencia que va a más, lo demuestra el reciente artículo de José López Rejas, El misterio de la obra encriptada (en El Cultural, 20-26 de abril de 2018).

Los dramaturgos que reúne este volumen, de edades y trayectorias distintas, han escogido cada uno su propio cuento y en la adaptación del mismo han obrado con total libertad. Virtudes Serrano señala, además, que en la traslación de lo narrativo a lo dramático se observan básicamente tres posturas: los que se atienen al modelo con fidelidad, los que se alejan del modelo inspirador y, por último, los que traen el cuento a un tiempo actual. Un buen ejemplo de esto último es la actualización de El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, realizada por María Jesús Sánchez García en La portada de mi vida, en donde una modelo es ahora quien desafía al inexorable paso del tiempo. Y en la selección de relatos, que tan bien analiza la profesora Serrano, podemos ver perfectamente quiénes son los maestros del género, ya se trate del cuento tradicional o del literario.

Coger un texto narrativo clásico y recrearlo no es tampoco nada nuevo, por lo que hay que traer aquí de nuevo el nombre de Azorín. Ahora bien, en ese viaje desde lo narrativo a lo teatral no todos llegan a buen puerto, porque a menudo se olvida que el monólogo dramático tiene sus propias convenciones estilísticas, que lo apartan de la narración. En este sentido, creo que los ejercicios Vaporete y yo, de Pablo Canosales (basado en El dúo de la tos, de Clarín), La tristeza de Nadia, de Denise Despeyroux (en Una Bromita, de Anton Chéjov) o El amor de Aziza, de José Ramón Fernández (adaptación de un relato de Las mil y una noches), por poner tres ejemplos, sin duda meritorios, siguen estando, a mi ver, más cerca de lo narrativo que de lo estrictamente teatral, como si fueran otros cuentos. Aunque también pudiera ser que tan solo fuese una impresión mía poco fundada y que estos dramaturgos confíen plenamente en el trabajo que, después de ellos, han de realizar el director y los actores.

Los monólogos que quizá más nos sorprenden son aquellos en los que los asuntos de los viejos cuentos tradicionales están traídos a nuestro mundo de hoy, hecho que sin duda produce un efecto de extrañamiento en el lector o espectador. Ocurre, por ejemplo, con esa Caperucita, moderna y un tanto descarada de Rosario Curiel (K Rocks!). O con la “desalmada” protagonista de Mi cuento de la lechera, de Carolina África Martín Pajares, tan alejada de la ingenuidad de sus predecesoras en la tradición literaria que se remonta a Esopo. Por su parte, Raquel Pulido le da completamente la vuelta al cuento del príncipe rana en Noventa minutos, porque la protagonista actual lo deja todo por su príncipe azul y no consigue sin embargo la felicidad; el sorprendente final, que da un nuevo giro a la historia, nos recuerda al de Casa de muñecas, del noruego Henrik Ibsen.

Algunos monólogos intentan estar en sintonía con la sociedad que nos ha tocado vivir, denunciando dolorosas injusticias, como una nueva vuelta al teatro comprometido. Es una postura muy de agradecer en estos tiempos de evasión, porque es necesario que el dolor humano vuelva a subirse a nuestros escenarios. Así, los hermanos José y Javier Bizarro, en Usted viene a oler carne quemada (basado en un relato de Franz Kafka), tratan de “explicar la potencia destructora del mundo actual”, al decir de Virtudes Serrano. A su vez, Despertar, de Javier Maqua, tomando como base un relato oral de la tradición derviche, denuncia cómo malviven algunos inmigrantes que pueblan nuestras ciudades convertidos en manteros. Y no es casual, por último, que Eva Hibernia concluya su Informe Titán, recordando en una nota que esta obra “se gestó en el verano de 2017”, mientras Barcelona “sufría un atentado atroz”.

Entre los autores de estos 22 monólogos hay unos nombres que suenan más que otros. De hecho, Enrique Gallud Jardiel resulta ser un buen continuador del humor absurdo que cultivó su abuelo, el genial Enrique Jardiel Poncela, realizando una buena adaptación del relato El cocodrilo, de Dostoievski: el de un hombre que es engullido por un cocodrilo y se queda a vivir allí.

Famoso para cierto tipo de público es Alberto Conejero, sobre todo después del éxito y los reconocimientos que ha cosechado con su obra de teatro La piedra oscura. El monólogo que aquí se incluye, Cygnus, es una muy personal versión de El patito feo, del danés Hans Christian Andersen, y también está inspirado en un hecho real: el del brasileño Rodrigo Alves, que se sometió a un sinfín de operaciones con tal de parecerse a Ken, el novio de la muñeca Barbie. Pero si en el cuento tradicional el patito hallaba el fin de sus sufrimientos al convertirse en cisne, en esta obrita de Alberto Conejero el protagonista no encontrará la ansiada felicidad después de tan ardua metamorfosis. Por lo demás, hay que destacar en esta pieza el uso muy lírico del lenguaje y la estructura, con un monólogo que es en realidad diálogo, aunque el interlocutor de Rodrigo, el atormentado personaje principal, nunca se vea en escena.

Los trabajos de Carmen Resino y Diana de Paco presentan curiosas coincidencias, siendo la primera “la autora de mayor trayectoria en este volumen”, según Virtudes Serrano, y la segunda una dramaturga que ya ha obtenido importantes premios. Carmen Resino nos ofrece en su monólogo una versión nueva y actual del cuento de la Cenicienta, de Charles Perrault, bajo el título de No, no fue como dijeron. Para ello, le da voz a un personaje secundario del relato, a Drizella, una de las antipáticas hermanastras. Desmitificación del cuento conocido, unos juegos pirandellianos (el personaje recrimina al autor en varias ocasiones) y un cierto aire feminista son las características de “este otro cuento”, que Resino dedica muy oportunamente a su nieta, como queriendo para esta otro tipo de historias y, con ellas, otra educación y otro mundo.

Las mismas características que hemos enunciado para el trabajo de Carmen Resino –desmentir la ”versión oficial”, homenaje a Pirandello o a Unamuno, ideología feminista– valdrían, punto por punto, para la pieza teatral del Diana de Paco, titulada La camisa de Griselda, inspirada en la novela corta 100 del Decamerón de Boccaccio. Aquí, también, una intemporal Griselda, que tiene muchos siglos, que es ahora actriz, quiere darnos su propia versión de los hechos que se recogen en el relato medieval. Griselda arremete contra su autor y contra todos aquellos escritores que han versionado el relato de esta mujer sometida a la voluntad y capricho del marido; versiones –se lamenta Griselda– escritas siempre por hombres. En esta obra de Diana de Paco destaca el perfecto uso de un lenguaje plenamente teatral, con un personaje que habla mediante diálogos muy creíbles, que interpela al público, con unas didascalias capaces de recordarnos que este texto, leído con tanto gusto en el libro, está escrito no obstante para ser llevado a escena. Lo demás lo apunta muy bien Virtudes Serrano en su excelente prólogo: “Esta nueva Griselda […] sigue, en clave de humor, el camino de otras heroínas de Diana de Paco, mujeres míticas (Clitemnestra, Medea, Fedra, Penélope, Casandra) que descubren también sus motivos y sus secretos ante el público actual”.

En definitiva, 22 monólogos de cuento es una antología que nos permite observar lo permeables que son a veces los géneros literarios. Es digno de toda alabanza el empeño de Fernando Olaya por llevar adelante esta empresa de Esperpento Ediciones Teatrales, que publica textos dramáticos y ensayos sobre teatro. Es importante, asimismo, el prólogo de Virtudes Serrano, especialista en teatro contemporáneo, como ha demostrado en tantas ocasiones, y sagaz analista de los trabajos aquí reunidos. Un libro, pues, que presenta veintidós voces, que tienen el difícil reto de llevar sus propuestas a los escenarios españoles del siglo XXI.

 

 

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