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1. MONOGRÁFICO

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1.6 · Valle-Inclán en Hispanoamérica: los espectáculos de Alberto Castilla: de Los cuernos de don Friolera a Tirano Banderas (1968).

Por Jesús Rubio Jiménez.
 

 

Enrique Buenaventura buscaba un rigor conceptual y también plástico para su versión escénica de Tirano Banderas que hasta aquí he evocado ciñéndome al libreto de la función. Pero puede ser evocado también de otro modo: el dramaturgo colombiano tenía la costumbre de dibujar a sus personajes, sugiriendo cómo debían hacerse visibles sobre la escena. Hemos podido rescatar unos pocos dibujos, que reprodujo la prensa, donde se puede adivinar la concepción caricaturesca y grotesca de algunos personajes frente a la idealización iconográfica de otros. Tirano Banderas en un momento dado cruza la escena VI convertido en “una sombra como un lechuzo” (VI, p. 19). Es la imagen que publicó Mario Escobar en Occidente, donde lo traza como una siniestra figura mezcla de rata y lechuza (Escobar, 1968). [fig. 32]. En otro recorte de prensa puede verse a Tirano Banderas en imagen igualmente degradada, sentado en un sillón desde donde ejerce su arbitrario poder13. [fig. 33]. Le acompaña otra imagen de “El Señor Embajador”, presentando a este obeso y amanerado en otro sillón. [fig. 34].

Sin imágenes que contrastan con las de “La Cucaracha” y “El Crucificado”, la primera es una mujer joven desnuda que está tendida y la otra un hombre lacerado, que está atado y sometido a tortura. (Escobar, 1968) [fig. 35] [fig. 36].

No son muchas las imágenes fotográficas que he podido ver de la representación. El programa editado para la Olimpiada de México [fig. 29] recoge en su parte final tres de ellas correspondientes a distintos momentos de la función: las celebraciones callejeras (escena VII) , la escena del balcón del Casino Español (escena VII) y una escena en que despachan el Tirano, el Embajador de España y otros personajes.

A la misma escena callejera debe corresponder la fotografía que se reprodujo en el catálogo de la exposición Montajes de Valle-Inclán, que ofrece a un grupo de personas callejeando (Hormigón ed., 1986, 125) con la ficha técnica del espectáculo y los textos de Buenaventura y Castilla para el catálogo [fig. 37].

Y finalmente, hemos visto en dos malas reproducciones otras dos fotografías, cuyo tema es común: un grupo de soldados arrastra a un preso, quizás para encarcelarlo o quizás para arrojarlo al mar14; [fig. 38] la segunda presenta al mismo grupo de soldados, tal vez en el momento siguiente de la acción, ya sin el prisionero e incorporándose. (En Castilla, 1977) [fig. 39]

La recepción de Tirano Banderas

Ya se ha visto que la puesta en escena y su azarosa presentación al público colombiano y mejicano fue acompañada con entrevistas y textos donde sus autores declaraban sus propósitos y las claves estéticas de la función. Por si no fueran suficientes, el profesor Eduardo Camacho Guizado pronunció una conferencia en la casa de la Cultura de Bogotá –“Valle-Inclán y la sátira política hispanoamericana”– cuyo extracto se incluyó también en el programa de la función (Programa citado, 5-11). Recordaba en ella que con Tirano Banderas había inaugurado Valle-Inclán un tipo hispanoamericano de novela: la novela de sátira política en el ámbito “criollo” americano. Ofreció algunos datos sobre su escritura y el revelador poema “Nos vemos”. Desarrollaba su tesis de que es un mixtum compositum donde nos sitúa en un hipotético país hispanoamericano, mezclando todo y estilizándolo. Y, en fin, acababa con un breve análisis de la novela y el criollismo.

Los críticos contaban por lo tanto con documentación y claves suficientes para analizar el espectáculo y pronunciarse sobre él. Son pocas reseñas que he tenido ocasión de leer completas o parcialmente reproducidas y referidas a distintas funciones. Sobre las primeras escribió Edgardo Salazar Santacoloma, informando de que había sido transpuesta la novela al teatro y enriquecida con una nueva dimensión amerindia. En su opinión, en la recreación de Buenaventura alcanzaba su plenitud satírica. Sus personajes tipificados resultaban certeros. Tiempo histórico, psicológico y escénico se fundían sin confundirse. Se presentaba con nitidez cómo el poder público militar, el poder económico y el poder de la prensa precedían en orden de abyección al seudointelectual genuflexo del régimen que acababa sustituyendo al del dictador Santos Banderas. (Salazar Santacoloma, 1968) [fig. 40].

Realizaba un repaso de los personajes y de la acción, considerando, en fin, que era una “magna obra” de Buenaventura y que había sido llevada a la escena con certera dirección de Castilla.

De las reseñas a que dieron lugar las dos únicas funciones mexicanas puede servir de muestra la crítica de Antonio Magaña-Esquivel, con afirmaciones como estas:

No hay color local, costumbrismo o folklore en los famosos esperpentos de Valle-Inclán. Su propósito siempre fue superar los modelos vivos mediante una elaboración fantástica, ideal. Nunca, pues, se propuso recordar las cosas como eran, ni siquiera como él las había visto, sino como le daba la gana a él que fuesen o como se las imaginaba. (Magaña-Esquivel, 1968) [fig. 41].

Buenaventura, en su opinión, procuró apegarse al texto:

Aunque no la concibió Valle-Inclán como pieza de teatro, se la ve afiliada a su manera porque Enrique Buenaventura procuró apegarse a los muy personales axiomas literarios, teatrales, del escritor gallego, a su estilo de farsa trágica que es realmente el esperpento. Es la suya una obra fiel a Valle-Inclán.

[…] Efectivamente la figura de Tirano Banderas en aquel ambiente “criollo” hispanoamericano, en un país cualquiera de los nuestros donde la dictadura florece, aparece un poco ridículo, desviada hacia la caricatura; parece que hace muecas, como efectivamente las hacen el licenciado veguillas, el afeminado ministro de España, y el coronelito De la Gándara; se les ve inferiores a los hechos, a la peripecia a que están sujetos. Importa traer aquí la forma en que Alfonso Reyes explicó este fenómeno: “Cuando el personaje es un fantoche ridículo, el choque manifiesto entre su inferioridad y la nobleza del dolor que pesa sobre él produce un género literario grotesco, al que Valle-Inclán ha bautizado con un nombre harto expresivo: el esperpento.

Así resultaba la tragedia grotesca, la farsa trágica, que no está en la peripecia, sino en el héroe, porque el dolor es verdad pero el personaje es un farsante.

Y se preguntaba, intentando poner en relación Valle-Inclán con otras muestras de teatro grotesco contemporáneo, si Ubu rey no podría verse como un antecedente del esperpento. Era plausible según él.

El Director –colombiano según él– supo expresar estos elementos grotescos. De este modo se podía ver como un esperpento. Los actores respondían también bien a este estilo y los cambios fueron bien resueltos.

Adolfo Mier-Touché hacía una breve síntesis:

Enrique Buenaventura hizo de la novela de Valle-Inclán una magnífica pieza teatral dividida en 19 cuadros, que relata la historia de un pueblo, tal vez de todos, que en una forma cruelmente ingenua se levanta en una revolución campesina abortada, donde liberales de corte casi místico se confabulan con la alta burguesía y el militarismo despótico, para continuar el mismo camino de corrupción anterior. El trabajo del conjunto de Tirano Banderas sitúa al Teatro Estudio de la Universidad Nacional de Colombia en un teatro comprometido con el pueblo latinoamericano que busca su camino. (Mier-Touché, 1968).

Acaso las circunstancias no permitían extenderse con más aclaraciones. Ya vueltos a Colombia y repuesto el espectáculo en el teatro Colón, escribía José Prat su crítica destacando que tan experto hombre de teatro como era Buenaventura había visto lo que hay de esperpento en Tirano Banderas:

 En la tragicómica visión caricaturesca, en la implacable mirada satírica de un Quevedo, a veces, aunque muy en el fondo, penetrado del lirismo galaico, en los tonos sombríos, en los contrastes violentos esta novela es del principio al fin tremenda sátira dramática. Buenaventura, al adaptarla al teatro, le ha concedido completa virtualidad escénica, comparable a los mejores esperpentos valleinclanescos, desde Luces de bohemia hasta Los cuernos de don Friolera. (Prat, 1968) [fig. 42].

La adaptación de una obra espléndida con su feroz ironía, su juego implacable, su deformación en la más cruel apariencia de una humanidad de marionetas lamentables.

Tal como había sido montada, era obra que había que considerar como el resultado de un empeño colectivo, donde la labor del director resultaba espléndida.

El público que llenaba la sala del Colón aplaudió mucho y confirmó los singulares méritos de este nuevo y gran esperpento de Valle-Inclán y Buenaventura, presentados bajo la certera dirección de Alberto Castilla.

Don Ramón –suponiendo que la eternidad existe– debió mesarse complacido la barba viendo su Tirano Banderas abrirse camino en los escenarios colombiano y mejicano. Lo que no sabemos es cuáles fueron sus comentarios.



13 Recorte de prensa, sin datos, con dos dibujos de Enrique Buenaventura, representando a “Tirano Banderas” y “El Embajador”, flanqueando una fotografía del director del espectáculo y que debió publicarse por los mismos días del preestreno en Colombia.
14 Forma parte de un recorte de prensa, sin datos, que evoca la “Preinauguración” del espectáculo los días 28 y 29 de septiembre de 1968.

 

 

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