Asier Etxeandia. Bilbao, 1975. Actor y cantante

El artista que solo desea contar y cantar

Encerrado en su cuarto, un niño da rienda suelta a su imaginación: no es ese crío que en el colegio no tiene ni un amigo, el que recibe insultos de los otros chicos por ser diferente, al que los profesores suspenden… Con sus cintas de casette, los ojos pintados y una energía a prueba de todo, el pequeño Asier Gómez Etxeandia se convierte en un artista capaz de poner en pie a un público invisible que lo aplaude. A veces, las fantasías infantiles se cumplen, y hoy aquel niño sigue maquillándose para seducir a los espectadores que lo contemplan sobre un escenario, en el cine o la pequeña pantalla.

Definitivamente, la interpretación fue la tabla de salvación de Asier Etxeandia (Bilbao, 1975), la manera de encauzar su camino vital para ser feliz. “Lo único que he tenido siempre claro es que quería ser artista y aquello, de algún modo, me sirvió para lograrlo”, confiesa. Ahora bien, hasta convertirse en quien es, tuvo que emprender un largo periplo durante el que vivió de okupa en un edificio con ratas y sin luz; se pagó las clases de arte dramático con su sueldo de cantante en una orquesta verbenera; hizo algún trabajo como modelo, y se dedicó al teatro de calle. Años difíciles en lo económico que le descubrieron enseñanzas que aún le acompañan, según cuenta, “como el sentido de la comunidad, encerrarme a ensayar horas y horas, compartir una escena y darlo todo para el otro, descubrir mi cuerpo, ponerme en ridículo…”.

Tras unos años haciendo teatro en el País Vasco, la televisión le llevaría a Madrid para participar en una serie juvenil. Una experiencia en la que Asier no se sintió a gusto, por lo que regresó a Bilbao, donde decidió seguir su instinto, aunque para ello fuera necesario crear sus propios proyectos. Así formó su banda, Rock Circus y, en solo tres funciones de su espectáculo Feromona feroz, consiguió un éxito apabullante. De la noche a la mañana, recibió una llamada con una propuesta que le cambiará la vida: encarnar al maestro de ceremonias en Cabaret.

Aquel papel le condujo a alguien fundamental en su historia personal y profesional, Tomaz Pandur, que al verlo en el musical decidió contar con él para su espectáculo Infierno. Después, le dirigiría en otros montajes –como Barroco y Hamlet– con los que Etxeandia obtendría grandes aplausos y críticas. “Me marcó un antes y un después porque con Tomaz me atreví a tener las alas para ser el artista que soy”, asegura el actor. Al igual que Pandur se convirtió en un maestro de escena y vida, reconoce a Blanca Portillo como uno de sus máximos referentes: “Yo creo en el amor de la amistad y eso es lo que me ocurrió con ella. Cada minuto que he estado con Blanca, bien como compañera de escena o como directora, me ha hecho mejorar como actor”. Y así lo creyeron también quienes vieron obras como La avería, por la que obtuvo el premio Max a la mejor interpretación.

Comprometido al máximo con su trabajo, Asier Etxeandia se vuelca plenamente en los personajes a los que da vida, buscando los motivos que mueven a cada uno a comportarse como lo hace. “Ante un nuevo papel, lo primero que siento es miedo”, explica. “Me lanzo a muerte y cometo errores terroríficos, porque para mí interpretarlo es una misión muy importante”. Con el tiempo, ha comprendido que el texto encierra todo y que hay que profundizar en él con curiosidad… y grandes dosis de amor: “Porque, aunque el personaje sea una mala persona, tienes que enamorarte perdidamente de él”.

Está convencido de que quien da sentido a su trabajo es siempre su compañero de escena ya que “conforma tu personaje y sin su mirada y sus réplicas, ningún personaje existe”. De igual modo, no concibe la interpretación sin público: “Si no lo hago para los demás, mi trabajo no tendría sentido. El espectador es el testigo, y ninguna historia de amor tiene importancia si no hay alguien que la presencie”.
Se muestra igual de bien sobre las tablas que en un plató de cine o televisión, no hay más que ver sus interpretaciones en películas como Ma Ma, La novia o La puerta abierta .

Aunque en estos momentos, si tuviera que elegir el medio en el que se siente él mismo sería, sin duda, la música “que conforma nuestra vida y recuerdos, que va directa al corazón sin pasar por el filtro de la razón”. Por eso guarda tan buenos recuerdos de El intérprete, un montaje financiado por su propia compañía, Factoría Madre Constriktor, en el que se desnudó emocionalmente para hacer uno de esos espectáculos totales donde aparece tal cual es: contando y cantando, como aquel niño que sufrió tanto y que encontró en esas dos palabras mágicas él único modo de enfrentarse a la vida.

Rosa Alvares