Figuras. Entrevistas de la escena

Carlos Álvarez. Málaga, 1966. Barítono

(39' 51")

Empezó cantando por instinto, motivado por un talento natural, que le ha llevado hasta lo más alto del mundo operístico. Fichado en su juventud por Emilio Sagi para producciones del Arriaga como Marina y La Traviata, deslumbró a la profesión en 1990 con su Joaquín en La del manojo de rosas. Aquel éxito significó su profesionalización conquistando la escena internacional de la mano de Georg Solti, Sir Colin Davis, Zubin Mehta o su incondicional Riccardo Muti. A los coliseos de Viena, Londres, Milán o Nueva York, se suman el Teatro Real, La Zarzuela y el Liceu como hábitat natural de este sobresaliente barítono, Premio Nacional de Música, 2003, que quiso ser médico y acabó sanando al público con sus gloriosas interpretaciones de Rigoletto o Don Giovanni.

  • Fecha: 8 de octubre de 2018.
  • Lugar: Teatro de la Zarzuela de Madrid.
  • Duración: 39' 51"(extracto de una entrevista de una duración total de 1h 41' 33")
  • Operador de cámara: Víctor Camargo.
  • Realización y edición: Ana Lillo.
  • Entrevista realizada por: Natalia Erice.
  • Créditos de Fotografías
    Daniel Alonso, Antoni Bofill, Pilar Cembrero, Chicho, Guirau y Teatro Regio di Torino
  • Créditos de las músicas
    Jazz Violin by Bruno Freitas
    Cello Concerto no. 1 in C major, Hob. VIIb_1 - I. Moderato. Franz Joseph Haydn
    Aspen Symphony Orchestra
  • Agradecimientos
    Gran Teatre del Liceu, Teatro Arriaga, Teatro de la Zarzuela, Ópera de Viena y Turín

Tres momentos de la entrevista

Barítono colosal nacido para las grandes hazañas líricas

Una fuerte vocación impulsó su carrera desde muy joven, la de convertirse en médico. Con esa solidez con la que hoy pisa el escenario de los grandes templos de la lírica, el joven Carlos dio firmes pasos para consagrar su vida profesional a la salud de los demás. Pero cuando estaba en cuarto de la carrera de medicina, se dio cuenta de que había trazado otro camino paralelo desde niño, de similares efectos curativos, el del canto. Ya no había marcha atrás, sus pacientes le esperaban sentados en los coliseos de medio mundo.

“No era consciente de que aquella afición se convertiría en mi futuro profesional”, comenta Carlos Álvarez (Málaga, 1966), a propósito de aquellos primeros pinitos como escolano en el coro del Colegio Gibraljaire, que le llevarían a ingresar con 18 años en el Conservatorio Superior de Málaga, donde descubrió su prodigiosa tesitura de barítono. La creación en el año 88 del Coro de la Ópera de Málaga le sirvió de plataforma para sus primeras apariciones como solista y su salto al escaparate del malagueño Teatro Cervantes con papeles secundarios. Carlos había cogido la ola de la eclosión musical de este país a finales de los 80 y se colocó en el punto de mira de grandes producciones del Teatro Arriaga y La Zarzuela que viajaban a Málaga, logrando embarcarse de la mano de Emilio Sagi y Luis Iturri en producciones de la envergadura de Don Carlo, Marina o La Traviata.

Su debut en octubre de 1990 en el Teatro de la Zarzuela con La del manojo de rosas, de Sorozábal, desplegó su desmesurado talento, bajo la batuta de Emilio Sagi y Miguel Roa. Un éxito incontestable que le llevaría a descubrir “el gran abanico de posibilidades que nos ofrece nuestro repertorio lírico y el doble esfuerzo que exige como intérpretes para ser creíbles”. Es ahí, en ese salto interpretativo, donde Álvarez despuntó rápidamente estrenándose poco después junto a su admirado Plácido Domingo en El gato montés (1992), en una producción para la Expo 92, y conquistando nuevamente el Teatro de La Zarzuela en el 94 con Eugeni Oneguin (1994), dirigida por Arturo Tamayo, uno de los papeles más exigentes de su carrera.

Fueron años de gran excitación profesional, las grandes casas europeas de la ópera contactaban con Carlos y su representante Alfonso García Leoz, siendo reclamado a sus 26 años por el mismísimo Riccardo Muti para debutar en la Scala de Milán con Rigoletto. El rechazo de tan golosa oferta por no considerarse con la suficiente madurez vocal ni personal marcó un hito en la profesión que, sin embargo, no le impidió el reencuentro en 1999 con Muti en la Scala con un memorable Don Giovanni. “Era un hombre joven que no conocía aún la experiencia de la paternidad, tan importante para abordar papeles verdianos”, confiesa Álvarez, considerado hoy uno de los barítonos verdianos más aclamados del mundo por sus excelsas interpretaciones en Don Carlo, Macbeth, Otello, Giovanna d’Arco y Rigoletto.

A sus 30 años, Álvarez había actuado en los más prominentes teatros de ópera, un salto internacional con protagonistas de la talla de Georg Solti, que propicia su debut en el Covent Garden con La Traviata; Sir Colin Davis, que le dirige en Otello con la Orquesta Sinfónica de Londres; o Lorin Maazel, con quien se estrena en el festival de Salzburgo con Don Carlo, siendo considerado el mejor Rodrigo del momento. En la Staatsoper de Viena conocería también posteriores éxitos con Zubin Mehta en La forza del destino, sin olvidar su conquista del Metropolitan de Nueva York con Un ballo in maschera o Luisa Miller.

“Tuve la suerte de entrar en el círculo de confianza de Montserrat Caballé, amiga y mujer esencial en la evolución del teatro lírico español”, así se refiere Carlos a oportunidades de oro como interpretar a su lado a Marco Antonio en la emblemática Cleopatra estrenada en el Liceu en 2004, y recibir junto a la diva el galardón de la Ópera de Viena, Kamersänger 2007. Para entonces, Álvarez había sido reconocido ya con el Premio Nacional de Música 2003, la Medalla de Oro de Bellas Artes y dos Grammy, una lista donde no falta su nombramiento como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Málaga en 2018.

Una carrera imparable la de este genio de la lírica -enrolado en las más sobresalientes producciones del Teatro Real como Macbeth (2004) bajo la batuta de Gerardo Vera y López Cobos, o Don Giovanni, con Lluís Pasqual como director de escena-, que tan sólo se vio obligada a frenar en 2008 a causa de una displasia severa en una cuerda vocal. Vinieron tres años de incertidumbre, durante los que comprobó el gran apoyo de la profesión y del Liceu, su segunda casa, que mantuvo sus compromisos y donde volvería a brillar, entre otros, en Andrea Chenier (2007) o Un ballo in maschera.

Convencido de las propiedades curativas de su profesión para inyectar ánimo en el público, Álvarez se entrega gozoso a un ritmo vertiginoso, propio de un barítono en la cúspide de su carrera: “Vengo de hacer Simon Boccanegra en el Covent Garden, estoy actualmente con en Katiuska (2018), en el Teatro de La Zarzuela, después toca Falstaff en la Ópera de Viena y, más tarde, Rigoletto en la Ópera de Turín, Hamlet en el Liceu, Gianni Schicchi en el New National Theatre de Tokyo”. Todo es poco para este monumental cantante que defiende “el mundo de la ópera y la zarzuela como la creación más perfecta en el desarrollo de nuestra cultura”.

Por Natalia Erice

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