Figuras. Entrevistas de la escena

Lluís Pasqual Reus, 1951. Director de escena

(40'44")

Nacer en una familia amante del teatro imprime carácter. Que fuera antifranquista, también. Solo así se entiende el absoluto compromiso de Lluís Pasqual con una escena capaz de transformar la realidad sin más armas que la palabra. Su encuentro con el escenógrafo Fabià Puigserver precipitó la creación de un espacio escénico insólito en la España de los años 70: el Teatre Lliure de Barcelona, un lugar abierto a la dramaturgia más libre. Tras dirigir esta iniciativa casi utópica, se puso al frente del Centro Dramático Nacional, donde tuvo el honor de estrenar dos lorcas inéditos: El público y Comedia sin título. Como gestor teatral, faceta que disfruta tanto como la artística, se encargaría posteriormente del Odéon-Théâtre de l’Europe y de la Bienal de Venecia.
Entre las numerosas distinciones que ha recibido, cabe destacar el Premio Nacional de Teatro y ser Caballero de la Orden de las Artes y Letras de la República Francesa.

  • Fecha: 3 de junio de 2019.
  • Lugar: Teatro de la Zarzuela de Madrid.
  • Duración: 40’ 44’’ (extracto de una entrevista de una duración total de 1 h 32’02’’).
  • Operador de cámara: Carlos Domínguez.
  • Realización y edición de vídeo: Ana Lillo.
  • Entrevista realizada por: Rosa Alvares.
  • Créditos de Fotografías
    Joe Bangay, Barceló, Chicho, Pull, Ros Ribas, Gabriel Serra, Fernando Suárez, Roberto Villagraz.
  • Créditos de los vídeos
    Equipo de grabaciones del CTE y Gran Teatre de Liceu.
  • Créditos de las músicas
    Chill Jazz In The Lounge by FrozenjaZz
    Old Jazz by Andy Warner
    Norma-sinfonía orchestra del teatro alla scala milano Vincenzo Bellini
  • Agradecimientos
    Teatre Lliure, Teatro Soho CaixaBank y Teatro de la Zarzuela

Tres momentos de la entrevista

Una escena para cambiar el mundo

De su infancia, recuerda a su madre tarareando las canciones de Federico García Lorca a él y a su hermana. Y el olor a pan recién hecho que había por toda la casa, gracias a la panadería de sus padres, que ocupaba la planta baja de la vivienda. También haber ido a un colegio de monjas en una masía con huerto incluido; una escuela que, por cierto, no le dejó huella alguna de religiosidad. Era lógico cuando se nace en una familia republicana, profundamente antifranquista, en la que, a pesar del silencio y el miedo, se convive con el recuerdo de un tío que formó parte de la mítica quinta del biberón y del que lleva su nombre… Lluís Pasqual (Reus. Barcelona, 1951) reconoce que fue un niño feliz. También rememora con cariño su adolescencia, en la que acudió a un instituto insólitamente libre, pese a la dictadura, donde el profesorado estaba formado por catedráticos represaliados por el régimen que impartían clases ¡hasta de educación sexual!

Más tarde vendría la universidad, donde cursó Filología Catalana. Y siempre, el teatro. Una afición paterna que fue ganando a aquel chico, primero como espectador; luego, como aprendiz de actor: “Entré en La Tartana-Teatre Estudi, un grupo aficionado de Reus, por azar. Y luego, ya se sabe, cuando tienes 16 años, crees que con lo que haces vas a salvar el mundo. Y yo quería salvarlo, como todos mis compañeros de generación, subido a un escenario”. La casualidad hizo que un día le encargaran dirigir una obra. Y él aceptó. A partir de ahí, Pasqual se convertiría en el enfant terrible de la escena española. Su encuentro con el escenógrafo Fabià Puigserver revolucionaría su vida privada; también su carrera profesional. Ambos, junto a un grupo de amigos igual de comprometidos con las tablas, formaron el Teatre Lliure a la muerte del dictador Franco. En esta utopía hecha realidad en una sala del barcelonés barrio de Gracia, estuvo al frente en varias etapas de su vida. Se fue por voluntad propia en 2018, por un duro desencuentro con el patronato que rige el Lliure. Él no mira con nostalgia lo que deja atrás; en aquella casa quedan algunos de los montajes más emblemáticos de su carrera y de nuestro teatro, como el que originó la propia necesidad de contar con un espacio propio: La setmana trágica (1974) y después otros tantos como Ascenció i caiguda de la ciutat de Mahagonny (1977), Eduard II (1978), o Leonci i Lena (1979).

Encontraría también una tribuna para la creación más comprometida dirigiendo el Centro Dramático Nacional, donde tuvo la “osadía” de dedicar toda una temporada, en 1986, a la obra más arriesgada y menos conocida de Lorca esa especie de hermano mayor que, desde sus textos y los recuerdos de quienes lo conocieron, le permite adentrarse en un universo teatral con el que conecta desde lo más hondo, como demostró en El diálogo del Amargo (1986), El público (1987), Comedia sin título (1989) Los caminos de Federico (1988) y más tarde, con el montaje del Teatre Nacional de Catalunya y el Teatro Español de La casa de Bernarda Alba (2009).

Federico es para él un maestro por poderes. Pero también ha habido otros grandes nombres que se han convertido en referentes de cuanto ha hecho. Fabià Puigserver, por supuesto; el artista plástico Frederic Amat; los directores de escena Peter Brook, Giorgio Strehler, José Tamayo… y gestores y políticos como Piru Navarro, Javier Solana o Jacque Lang, por entender que la cultura es un derecho de la sociedad civil.
Entre su lista de favoritos, hay un lugar destacado para los actores. Al fin y al cabo, hubo un tiempo en el que él mismo quiso ser parte de un elenco. “No soy un mal actor, lo que no tengo es la disciplina ni el oficio, ni las ganas de volver a hacer al día siguiente lo mismo que el anterior”, confiesa. “Soy buen actor de un día. Ahora bien, estoy convencido de que ponerse en peligro delante del público es un vicio muy bueno”.
Sabe conectar con quienes se ponen en sus manos para levantar un espectáculo. Y algunos de esos intérpretes se han convertido en verdaderos amigos. Ocurrió con Alfredo Alcón, con quien no tenía que mediar casi palabra para entenderse. Y le sigue pasando con su adorada Nuria Espert, junto a la que ha hecho algunos de sus más recordadas obras, como Medea (1981) o Romancero gitano (2018).

En ese grupo de amigos del alma, también se encuentra Antonio Banderas: Calderón los unió en La hija del aire (1981), cuando Antonio aún era el joven José Antonio Domínguez y Marlowe confirmó que formaban un buen tándem sobre el escenario; ahora un nuevo teatro en Málaga, el Soho CaixaBank, los reúne en un proyecto para seguir creando desde el compromiso. Inician su primera temporada con un musical, A Chorus Line, género que le interesa. Porque Pasqual ama la música sobremanera. Lo demuestra su espléndida trayectoria en la ópera y la zarzuela. También en su curiosidad por el flamenco, la música pop e incluso, el trap.

Han pasado 50 años desde que aquel joven que creía en el poder revolucionario del teatro comenzó su aventura escénica. Aquel enfant terrible no fue solo una promesa. A Lluís Pasqual le queda intacto un talento indiscutible. También las ganas de seguir aprendiendo, como aquel chico que, subido a un escenario para aficionados en Reus, quería cambiar el mundo con poco más que unas palabras.

Rosa Alvares

En nuestra Teatroteca