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O foco

Estrenos con historia. Regreso al jardín

13.2.2019 El estreno en estos días de una nueva versión de El jardín de los cerezos, la última obra de Chejov, por el Centro Dramático Nacional, nos da la posibilidad de echar la vista atrás para recordar la presencia de esta obra en los escenarios españoles a lo largo de la Historia.

El estreno en estos días de una nueva versión de El jardín de los cerezos, la última obra de Chejov, por el Centro Dramático Nacional, nos da la posibilidad de echar la vista atrás para recordar la presencia de esta obra en los escenarios españoles a lo largo de la Historia.

El jardín de los cerezos fue la segunda presencia del teatro de Antón P. Chejov en los escenarios españoles. En 1928, el siempre inquieto Cipriano Rivas Cherif marcaba los primeros pasos de su compañía CARACOL con una puesta en escena de El duelo, el 24 de noviembre de 1928, como homenaje al Teatro de Arte de Moscú, que cumplía entonces treinta años.

En la temporada 1931-1932, Margarita Xirgu y Cipriano Rivas Cherif invitan a actuar en el Teatro Español de Madrid al Teatro Artístico de Moscú, sección de Praga, que estaba realizando una exitosa gira por toda Europa. Esta compañía, capitaneada por los actores Pavel Pavlov y Vera Gretch, estaba formada por actores que habían pertenecido al Teatro de Arte de Moscú, la legendaria compañía de Constantin S. Stanislawski, que aprovecharon una gira por Europa para quedarse en 1922 en Praga y no regresar a la Unión Soviética.

La compañía – junto a Pavlov y Gretch, nos quedan para la memoria los nombres de las actrices Doubrawina, Kirsay y Tokarska; y de los actores Bogdanov, Kostilev, Laiarny, Naliotov, Pavienko, Swoboda, Espe, Karakach, Alekine y Chutchkine – presentó una muy interesante temporada, del 29 de febrero (1932 fue bisiesto) hasta el 15 de marzo. Comenzaron su presentación con La pobreza no es pecado, de Ostrowski. Tras esta comedia costumbrista, la compañía presentó Asilo de noche, de Gorki. El tercer espectáculo fue El casamiento, de Gogol. Siguieron La Guardia blanca de Bulgakov, El inspector de Gogol, La cuadratura del círculo de Kataiev y Crimen y castigo de Dostoiewski, además de la obra de Chejov. El precio de la butaca era seis pesetas.

Así describía la prensa el célebre sistema de interpretación: “se basa en la armonía y unidad escénica, en el detallismo minucioso, espejo de la realidad, vivida, más que representada por los intérpretes, y en la cooperación de cuantos medios escénicos sufragan el espectáculo, para producir en el público una impresión verista.”

El jardín de los cerezos se presentó en Madrid el 9 de marzo. ¿Cómo se recibió? He aquí una crónica de El Heraldo de Madrid, del 10 de marzo, firmada por Juan González Olmedilla:

“Recuerda a nuestro inmenso Galdós, en más de un aspecto, este gran artista de lo cotidiano pequeño, humilde y grotesco; pero sobre todo, Anton Vaulvritch Chejov evoca a nuestro don Benito descomunal en El jardín de los cerezos que anoche nos ofreció, en su escenificación rusa, la compañía Teatro de Arte de Moscú (Sección de Praga) y que ya conocíamos, en una buena versión española, la de Saturnino Ximénez. Contemporáneo – aunque no parigual – de Galdós, Chejov escribió como aquel doblemente ilusionado cuando lo hacía para el teatro, si ambos, sin embargo, alcanzaron, en vida, su mayor renombre como novelistas. Uno y otro dieron a la estampa novelas dialogadas que eran, en realidad, obras dramáticas impresas, que luego, representadas, alcanzaron todo el relieve escénico en ellas latente desde su origen. Así, este “jardín de los cerezos”, que no fundió su tierna y sarcástica luz de ocaso con la de las baterías teatrales hasta después de muerto – en 1905 – el entrañable moscovita oscuro y glorioso, que le diera vida literaria perdurable.

El jardín de los cerezos se parece – guardando las debidas distancias en favor de nuestra obra culminante, la obra maestra galdosiana – a El abuelo con la que tiene diversas coincidencias de trayectoria, de tipos, de ambiente. Aquí, en la obra de Chejov, toda la fuerza señorial del protagonista de Galdós, el noble León de Albrit, pasa al personaje contrario, al plebeyo que le sucede en el dominio de la hacienda en ruinas.

Los artistas acaudillados por Pavlov – quien compuso con magistral cuidado el tipo del viejo mayordomo – dieron una interpretación digna de ellos mismos a la obra de Chejov. Excelente en los conjuntos, irreprochable de naturalidad en su animado dinamismo y muy afortunado en los personajes principales, a cargo de Vera Gretch, la señorita E. Korsak, Nalietov, la Dubraina, Espe, Bogdanov, Pavlenco, la Tokarskaia, Alekine…"

Para todos hubo muchos aplausos y el telón se alzó varias veces en honor a todos ellos.”

Ese mismo día 10, en El Sol, escribía Enrique Díez Canedo:

“El nuevo abono popular de la compañía rusa nos ha dado ocasión de ver en escena una de las obra de Chéjov, la última, estrenada en el Teatro Artístico de Moscou (sic) en 1904, el año mismo de la muerte del gran escritor, que debió a ese teatro sus éxitos desde el de La gaviota, que rectificó la desfavorable acogida que tuvo por parte del público al estrenarla otra compañía.

Sabido es que el nombre de Chéjov va unido indisolublemente al Teatro Artístico de Moscú. A su arte realista nada más apropiado que las comedias de atmósfera en que el tono de la vida se manifiesta con matices sutiles, y el pesimismo resignado de Chéjov se muestra en acciones quietas, de sentido poemático, más que se pugna y choque de caracteres.

El jardín de los cerezos es una elegía. Elegía de las familias patricias, que ven pasar su patrimonio a las manos enriquecidas de los que fueron sus siervos. Liubov Ranievski vuelve a su propiedad, en donde encuentra las memorias de un antaño dichoso, sin poder evitar la ruina que la obliga a venderla, a perder para siempre aquel huerto que ni siquiera subsistirá en el dominio ajeno, sino que será talado para dar lugar a nuevas y productivas edificaciones.

La familia próxima, los criados jóvenes, el estudiantón eterno, preceptor del hijo que murió, el mayordomo viejísimo, a quien olvidarán dentro de la casa cuando al final la cierren; y con esto, la codicia del nuevo rico y la impotencia del noble empobrecido; la sensación de cambio de los tiempos, que no son ya aquellos en que el mujick estaba junto al amo y el amo junto al mujick… Un mundo que acaba; también un mundo que empieza.

Más difícil de apreciar por quien no la siga en el texto que las otras comedias de acción más movida representadas hasta aquí por los rusos, fue realizado, en el Español, con la misma escrupulosa verdad que tanto hemos alabado en la compañía. Nuevamente admiramos la flexibilidad de estos actores, y en particular de Paulov, en el papel del viejo mayordomo, cargado de años, papel accesorio, pero que da como la nota más grave en la melancólica armonía total.”

Hernández Catá, en Ahora, titulaba “La lección de los actores rusos”:

“Habla del “decorado estricto, aún en obras como “El jardín de los cerezos”, donde una ventana abierta al huerto, al través de la cual se vieran en las penúltimas escenas doblegarse los áboles al sonar los hachazos de los leñadores, complementaria por modo plástico la expresión melancólica de la comedia. (..) El grupo escénico ruso ha hecho admirar, más aún que el talento excepcional de algunos de sus componentes, el engranaje infalible de la máquina espiritual que debe ser toda compañía dramática. Su gran lección, pues, he sido una lección de disciplina.”

Aquella lejana presencia de El jardín de los cerezos dejó su huella en algunos de los artistas más inquietos del teatro español de aquellos años. Recordemos, por ejemplo, que Federico García Lorca escribe tres años después Doña Rosita la soltera.

Quien desee conocer más detalles sobre este primer estreno de El jardín de los cerezos en nuestro país puede acceder al artículo de Armin Mobarak, de la Universidad Complutense de Madrid.

Gracias al cine, tenemos el milagro de poder ver trabajar al actor que dirigía esta compañía y que se reservó en la obra de Chejov el papel del viejo mayordomo. Pavel Pavlov (1885 – 1974) hace el papel de psiquiatra en la película Secretos de un alma (1926) del mítico G. W. Pabst.

Si revisamos las bases de datos del Centro de Documentación Teatral, nos encontramos con que en los últimos setenta años - la compañía mexicana de Virginia Fábregas presentó en Madrid un espectáculo en febrero de 1949 que incluía la pieza breve La petición de mano – se han estrenado en España 248 espectáculos basados en textos de Anton Chejov. De ellos, 17 son puestas en escena de El jardín de los cerezos.

El jardín de los cerezos volvió a los escenarios españoles con una gran puesta en escena. Fue el 28 de octubre de 1960 en el Teatro María Guerrero de Madrid, bajo la dirección de José Luis Alonso. La traducción de Víctor Imbert fue adaptada para la escena por Josefina Sánchez Pedreño. La escenografía y los figurines llevaban la firma de Víctor María Cortezo. Fueron sus intérpretes José Bódalo, Alicia Hermida, Antonio Molina, Berta Riaza, Josefina Díaz, María Dolores Pradera, Ricardo Alpuente, Lola Gálvez, Antonio Ferrandis, José María Prada, José Orus, Rodolfo Beban, José María Celdrán y Manuel Tejada. De su éxito da prueba la reposición, el 19 de junio de 1963 en el Teatro María Guerrero de Madrid, con algunos cambios en el reparto: Amelia de la Torre, Lola Cardona, Julieta Serrano, Rosario García Ortega, Manuel Díaz González, José Vivó y Antonio Medina.

El siguiente montaje de esta obra se presentó en Valencia, en El Micalet, por la compañía valenciana Carnestoltes uno de los puntales del Teatro Independiente valenciano: L’hort dels cirerers, con versión y dirección de Juli Leal, se estrenó en 1975.

El mismo Juli Leal volvería a montar la obra en marzo de 1984, en el Teatre Romea de Barcelona, con otro título: El jardí dels cirerers, con escenografía de Manuel Zuriaga y un reparto integrado por Fernando Folgado, Pilar Librada, Joan.V. Espuig, José Soler, Teresa Lozano, Manuel Henares, Cristina Zaragoza, Amàlia Ferré, Manuel Costellu, Amparo Llopis, Gaspar Cano y Manuel Zuriaga.

El 11 de abril de 1986 regresaba El jardín de los cerezos al Teatro María Guerrero de Madrid, ya sede del Centro Dramático Nacional. La dirección corrió a cargo de José Carlos Plaza y William Layton, la escenografía y el vestuario, de Gerardo Vera; la música, de Mariano Díaz. En el reparto, Fernando Delgado, Lola Mateo, José Pedro Carrión, Enriqueta Carballeira, Julia Gutiérrez Caba, Paca Ojea, Manuel Collado Álvarez, Berta Riaza, Rafael Alonso, Alberto de Miguel, Gabriel Llopart, Chema Muñoz, Fernando Sansegundo, Paula Borrel, Jorge Amich, Mariano Barroso, Joaquín Notario y Gabriel Garbisu.

El Teatro María Guerrero volvería a ser el jardín poco tiempo después. El 8 de marzo de 1991, dentro del Festival Internacional de Teatro de Madrid, la veterana compañía checa Divadlo za Branou hizo El jardín de los cerezos con dirección de Otomar Krejca.

Ese mismo año, el Talleret de Salt presentó la versión catalana L’hort dels cirerers, el 29 de julio, en el Mercat de les Flors de Barcelona, dentro del Festival Grec-91, con versión de Maurici Farré y dirección y escenografía de Konrad Zschiedrich, que también tuvo a sus órdenes un reparto excepcional: Victòria Peña, Mercè Pons, Cristina Cervià, Artur Trias, Ricard Borràs, Oriol Genís, Xicu Masó, Pilar Prats, Xavier Morte, Rosa Cadafach, Jordi Torras, Sergi Calleja y Ferrán Frauca.

El 17 de febrero de 2000, Lluís Pasqual montó L’hort dels cirerers en el Teatre Lliure del barrio de Gracia. Se trataba de la despedida – afortunadamente, no definitiva – de esta sede histórica, de modo que el abandono de la casa se mezclaba en la emoción de los espectadores con el abandono de aquel local que había sido historia de la cultura catalana desde 1977. Utilizó la traducción de Joan Oliver y la música de Josep Maria Arrizabalaga. Fueron sus intérpretes: Jordi Bosch, Anna Lizaran, Pep Cortés, Manuel Dueso, Tila Espluga, Nacho Fresneda, Francesc Garrido, Teresa Lozano, Fermí Reixach, Santi Sans, Bea Segura y Rosa Vila.

Seis puestas en escena en cuarenta años, cuatro de ellas en valenciano / catalán. El siglo XXI ha significado, claramente, un cambio respecto de la presencia de esta obra en los escenarios. Contaremos diez puestas en escena profesionales en los últimos diez años.

El 18 de abril de 2009 llegó al Teatro Español de Madrid una fascinante propuesta de Sam Mendes, con dos obras en inglés en el mismo escenario y con los mismos actores: El jardín de los cerezos y Cuento de invierno, de Shakespeare. La versión de este El jardín de los cerezos fue de Tom Stoppard. Sobre esa escenografía de Anthony Ward que servía para las dos obras actuaron Aaron Krohn, Charlotte Parry, Dakin Matthews, Ethan Hawke, Gary Powell, Hannah Stolely, Jessica Pollert Smith, Josh Hamilton, Mark Nelson, Michael Braun, Morven Christie, Paul Jesson, Rebeca Hall, Richard Easton, Selina Cadell, Simon Russell Beale, Sinéad Cusack y Tobías Segal.

El jardín de los cerezos ha sido en estos años un desafío para compañías independientes, como Tribueñe de Madrid, que lo estrenó en 2009 con dirección escénica de  Irina Kouberskaya, con un reparto integrado por Ángel Casas, Antorrín Heredia, Badia Albayati, Chelo Vivares, David García, Fernando Sotuela, Irina Kouberskaya, Iván Oriola, José Luis Sanz, Katarina de Azcárate, M.ª Ángeles Pérez-Muñoz y Miguel Pérez-Muñoz.

En ese mismo año 2009 se pudo ver un tercer montaje, con dramaturgia y dirección escénica de Nina Reglero, para la compañía Rayuela de Valladolid, con los actores Carlos Cañas, Carlos Nuevo, Carlos Pinedo, Carmen Gutiérrez, Maribel Carro, Marta Ruiz de Viñaspre y Xiqui Rodríguez.

El 9 de noviembre de 2010 se estrenaba en el Teatre Romea de Barcelona una nueva puesta en escena en catalán: Cristina Genebat traducía la adaptación de David Mamet que fue puesta en escena por Julio Manrique, con escenografía de Lluc Castells y vestuario de María Armengol. Fueron sus intérpretes Cristina Genebat, David Selvas, Enric Serra, Ferran Rañé, Gemma Brió, Mireia Aixalà, Montse Guallar, Norbert Ibero, Norbert Martínez, Oriol Vila, Sandra Monclús, Xavier Ricart, Marc Aguilar y Eneko Rodríguez.

Una propuesta muy diferente fue la presentada en 2013 en la minúscula sala madrileña La casa de la portera: El huerto de los guindos, con versión y dirección de Raúl Tejón, interpretada por  Consuelo Trujillo, Carles Francino, Nacho Fresneda, Germán Torres, David González, Sabrina Praga, Alicia González, Bárbara Santa-Cruz y Felipe G. Vélez.

Al año siguiente, el 8 de mayo de 2014, El jardín de los cerezos llegó al Teatro Alcalá de Madrid en una nueva producción, promovida por la Universidad Internacional de la Rioja, con traducción, adaptación y dirección escénica de Ángel Gutiérrez, un profesional formado en Rusia que llevaba décadas en España con su compañía llamada precisamente Teatro de cámara Chéjov. Fueron los intérpretes Jacobo Muñoz, Samuel Blanco, Jesús del Caso, Lorena Neumann, Ludmila Ukolova, Germán Estebas, Beatriz Guzmán, Alicia Cabrera, Jesús Salgado, Miguel del Ama, Kessey Harmsen, Laura Martínez y Óscar Goikoetxea. Fueron tan solo tres funciones; un año después, el Centro Dramático Nacional acogió este montaje: en esta ocasión, en el teatro Valle Inclán.

El 15 de mayo de 2015, en el Teatro Réplika de Madrid, tuvo lugar una nueva puesta en escena: Jaroslaw Bielski había traducido la obra y había preparado la versión con su hijo Mikokaj. Jaroslaw se ocupó de la dirección de escena, así como de la escenografía y la iluminación. El vestuario estuvo a cargo de Rosa García Andújar. Siete intérpretes integraban el elenco: Antonio Duque, Socorro Anadón, Manuel Tierra, Raúl Chacón, Rebeca Vecino, Javier Abad y Antonella Chiarini.

También siete actores - Pilar Almería, Josep Manel Casany, Cristina García, Berna Llobell, Laura Romero, Ximo Solano y Guille Zavala – daban vida a los personajes de esta obra en la versión que se estrenó el 7 de noviembre de 2018 en el Teatre Micalet de Valencia, escrita por Manuel Molins y dirigida por Joan Peris.

“Sin duda, el dramaturgo realista que más ha interesado a dramaturgos y a directores contemporáneos ha sido Anton Chejov” afirmaba hace algunos años el crítico Eduardo Pérez Rasilla, quien citaba estas palabras de Marcos Ordóñez: “es casi imposible imaginar a Beckett o a Pinter sin Chejov, gran explorador de los abismos entre lo que se dice y lo que se siente, lo que se muestra y lo que se oculta”.

El jardín de los cerezos vuelve a vivir en nuestros escenarios, como siempre, como si nunca antes hubiese respirado. Como si fuesen palabras nuevas, recién escritas. Volvemos a aquel artículo de Pérez Rasilla, que concluía con unas lúcidas palabras de Steiner: “Un clásico es una forma significante que nos lee. Es ella quien nos lee, más de lo que nosotros la leemos.”