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2. VARIA

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2.2 · Don Ramón María del Valle-Inclán: una recreación escénica fallida de su vida y su obra por José Antonio Durán Iglesias y Alberto Castilla.


Por Jesús Rubio Jiménez
 

 

Varios aspectos resultan llamativos en esta misiva. En primer lugar, su estricta corrección administrativa que, no obstante, revela unas preferencias y una lectura orientada de la obra del escritor, que aflora una vez indicada cierta desproporción de las escenas, cuando se alude a los comentarios que había suscitado su lectura a José María Castroviejo. Imposible desdecir a Andrés Díaz de Rábago o al propio Castroviejo respecto a que no hay un documento en que don Ramón pidiera un entierro civil. Al menos hasta donde sabemos. Andrés Díaz de Rábago fue uno de sus amigos y protectores perteneciente a la burguesía gallega conservadora. Ayudó al escritor económicamente y a su familia en más de una ocasión. José María Castroviejo era un escritor falangista no muy distante de esos mismos supuestos.

Cuestión bien distinta es que el entierro transcurrió de manera agitada por los enfrentamientos de algunos de los asistentes según revelan diferentes testimonios (Rubio Jiménez, 2009). En los comentarios de Castroviejo parecen latir los intentos familiares de resaltar la supuesta ortodoxia católica de don Ramón al final de su vida en la que venían insistiendo desde su fallecimiento, inducidos por Josefina Blanco, su ex esposa quien, no obstante, apenas fallecido el escritor volvió a usar su apellido nombrándose “viuda de Valle-Inclán” y gestionó a su manera la obra del escritor. Y al cabo, se acusaba a los autores del drama documento de seleccionar textos “intencionados injustamente en algunos momentos”. En efecto, al referirse a la muerte de don Ramón, recurrieron al testimonio de Antonio Machado a través de su alter ego Juan de Mairena que había escrito:

Un santo de las letras, en efecto, fue Valle-Inclán, el hombre que sacrifica su humanidad y la convierte en buena literatura, la más excelente que pudo imaginar. Hemos de leer y estudiar sus libros y admirar muchas de sus páginas incomparables… Y del bueno de don Ramón del Valle, el amigo querido, siempre maestro, digamos que fue también el que quiso ser; un caballero sin mendiguez ni envidia. Olvidemos un poco la copiosa anecdótica de su vida para anotar un rasgo muy elegante, y a mi entender profundamente religioso de su muerte: la orden fulminante que dio a los suyos para que lo enterraran civilmente. ¡Qué pocos lo esperaban! Allá en su admirable Compostela, con su catedral y su cabildo, y su arzobispo, y su botafumeiro… ¡Qué escenario tan magnífico para el entierro de Bradomín!... Y aquellas últimas palabras a la muerte, con aquella impaciencia de poeta y de capitán: “¡Cuánto tarda esto!” ¡Oh, qué bien estuvo don Ramón en el trago supremo a que aludía Manrique!

No es el único testimonio. El periódico madrileño La Voz había publicado el 6 de enero de 1936 algunas frases de sentido muy parecido. Contrapesan cuanto menos la invalidación total de don Antonio que así compensaba en cierto modo su renuncia a estar presente en el homenaje de febrero de 1936 a petición de Josefina Blanco cuando se estrenó Los cuernos de don Friolera. Avalan la opinión de que manifestó su deseo de ser enterrado civilmente. Y era un testimonio de gran fuerza moral dado el prestigio que el poeta sevillano tenía a través de los escritos de su heterónimo durante la posguerra. En todo caso denotan que don Ramón no dejaba a nadie indiferente y que iban a seguir décadas de apropiaciones de su obra.

No iban por tanto desencaminados Gregorio Marañón y José María Castroviejo en sus reparos a la selección de determinados textos como este de Antonio Machado. Durante años estuvo prohibida la edición de los escritos de Juan de Mairena en España y la exhibición de las obras de don Antonio en los escaparates de las librerías. La España peregrina enarboló su nombre y sus obras como una de las banderas que mejor mostraban su identificación con la España de la Segunda República y su régimen democrático frente a la dictadura franquista. Y a la figura de Antonio Machado se otorga, como se verá más adelante, un papel fundamental en la construcción de la figura simbólica de Valle-Inclán. El Testigo, uno de los personajes del drama mediadores entre el pasado y el presente, recurre a los textos de don Antonio con insistencia, jalonando la trayectoria del escritor gallego, estableciendo en cierto modo un juego de espejos entre ambos, otorgándoles un valor ejemplar3.

Lejos de ser extraños los reparos hechos a estos testimonios, eran lógicos, ya que no eran interpretaciones coincidentes las de unos y otros. Mientras desde el mundo familiar y su entorno se seguía proponiendo una visión tradicionalista del escritor, desde otros ámbitos se resaltaba más el compromiso de su literatura durante sus últimos años, que le había conducido a formular el esperpento o a su inacabada indagación en la historia reciente española que dio lugar al ciclo novelesco de El ruedo ibérico.

La recreación “propuesta” para contar su vida combinaba textos de autores como los citados con otros del propio Valle-Inclán y de los autores del guión con vistas a presentar una visión poliédrica del escritor, lo cual no quiere decir aséptica. Se glosaban algunos de sus poemas y declaraciones, se recreaban escenas de ocho obras suyas –Sonata de otoño, Flor de Santidad, Los cruzados de la causa, Romance de lobos, Los cuernos de don Friolera, Divinas palabras, Tirano Banderas y Luces de bohemia– cuyos personajes aparecen singularizados como tales en la relación inicial de “Personajes”. Junto a ellos figuran las voces del propio Valle-Inclán, Rubén Darío, Bradomín y otras “Voces varias” con lo que la mezcla entre lo ficticio y lo real continúa. Pero, además, el dramatis personae aparece ampliado y enriquecido con La Juventud, El Tiempo, La Vida, La Obra y El Testigo, que abren perspectivas hacia un tratamiento diferente y simbólico de lo que va a suceder en la función. Un procedimiento nada extraño en un tiempo en que era habitual en los escenarios la presencia de personajes abstractos como los de los autos sacramentales. Es decir, lo peculiar de la función propuesta es su mixtura de testimonios reales con otros literarios, la convivencia de supuestos personajes reales con otros que nunca tuvieron más existencia que la literaria o son meras personificaciones de conceptos. Particularmente las diferentes “Voces” que se irán escuchando difuminan los límites de la escena.

Organizado espectáculo en dos partes, repasa la primera la vida y la obra del escritor hasta 1914; en la segunda hasta su muerte en 1936, añadiendo testimonios de su recuperación posterior. En cada parte diferencia escenas o “momentos”.

Desde el primer momento, el espacio escénico se enriquece con recursos luminotécnicos y con proyecciones: “Oscuro. Se ilumina un lateral, un gran retrato de Valle-Inclán” (1). Y con el cuadro iluminado, dos voces recitan los versos del poema “Rosa hiperbólica”, de don Ramón, donde se expone la condición del artista peregrino como si fuera miembro de una compañía ambulante de cómicos. En realidad, son versos autobiográficos que resumen su azarosa vida llena de sinsabores, pero sin renunciar a afirmarla porque tiene “la certeza de saber quién soy”. Un poema que volverá a recitarse al final de la función dotándola de un sentido circular y repetitivo.

Los cambios de escena se harán utilizando las posibilidades que ofrece la luminotecnia, así cuando concluye este primer momento:

Una ráfaga de música galaica brinca en el aire. Se van iluminando sobre la escena, gradualmente, las figuras de 5 lectores, colocados asimétricamente, a distintos niveles, cada uno lee sobre una carpeta que tienen en las manos. Junto a ellos, una pequeña pantalla sobre la que se proyectarán las diapositivas. (2)



3 De la controvertida recepción de Antonio Machado durante la posguerra me ocupo con detalle en mi libro La herencia de Antonio Machado (1939-1970), actualmente en prensa (Zaragoza, Institución Fernando el Católico).

 

 

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